Augurios celestes y la capitulación de Tenochtitlan
Jesús Galindo Trejo
Este mes se cumplen 500 años de la caída de la capital del Imperio Azteca. Las observaciones astronómicas de los mexicas en los años previos a la caída, e incluso apenas unas horas antes de la rendición de Cuauhtemoc ante Hernán Cortés, se interpretaron como presagios de la conquista.
Alrededor de 10 años antes de la llegada de los españoles un fenómeno celeste muy vistoso captó la atención de los observadores mexicas. Ocurrió por una coincidencia con una etapa particularmente débil de la actividad solar. El cronista Fray Bernardino de Sahagún dejó el siguiente relato, obtenido de sus informantes indígenas, sobre ese evento: “Diez años ante que viniesen los españoles desta tierra apareció en el cielo, una cosa maravillosa y espantosa, y es que apareció una llama de fuego, muy grande y muy resplandeciente, parecía que estaba tendida en el mismo cielo, era ancha de la parte de abaxo y de la parte de arriba aguda, como quando el fuego arde parecía que la punta de ella llegaba hasta el medio del cielo, levantábase por la parte del oriente, luego después de la media noche y salía con tanto resplandor que parecía el día; llegaba hasta la mañana entonces se perdía de vista quando salía el Sol, estaba la llama en el lugar que está el Sol a medio día. Esto duró por espacio de un año cada noche: comenzó en las doce casas y quando aparecía a la media noche toda la gente gritaba y se espantaba todos sospechaban que era señal de algún gran mal”.
En su obra Sahagún acompaña el relato con un dibujo que presenta el fuego celeste en forma piramidal, en un fondo de estrellas, rodeado de personajes señalando hacia el prodigio. El Códice Telleriano-Remensis, manuscrito colonial temprano, reporta también este fenómeno con el dibujo de una especie de larga voluta del color del fuego que une la Tierra con la bóveda celeste que contiene estrellas. Además añade: “ésta fue una de las maravillas que ellos vieron antes que viniesen los cristianos y pensaban que era Quetzalcoatle al cual esperaban”. Recuérdese que inicialmente los mexicas creyeron reconocer en Hernán Cortés al dios Quetzalcoatl.
Manchas solares
A partir de la descripción anterior parecería que tal portento luminoso correspondió a la llamada luz zodiacal. Esta es una luminiscencia blanquecina difusa que se produce por la dispersión de la luz del Sol en partículas de polvo provenientes mayormente de los cometas y asteroides que se mueven en torno a él y aproximadamente en el mismo plano de la órbita de la Tierra. Recientemente se ha identificado al planeta Marte como una importante fuente de polvo que contribuye a la luz zodiacal. Por lo general, esta se puede observar antes del amanecer y después de la puesta del Sol en forma de un triángulo brillante cuya base es aproximadamente paralela al horizonte.
La intensidad de la luz zodiacal depende del nivel de actividad solar dentro del ciclo, de once años. La mayor intensidad se alcanza alrededor del mínimo de actividad, la cual se manifiesta por un número disminuido o la ausencia total de manchas solares. Por otra parte, el máximo de intensidad de la luz zodiacal precede cercanamente en dos años al mínimo de actividad solar.
De acuerdo con la reconstrucción de los ciclos de actividad solar para el siglo XVI, obtenida analizando los anillos que se forman anualmente en los troncos de árboles centenarios, con una acumulación de anillos cada 11 años, así como estudiando el contenido de ciertos elementos radiactivos en los hielos árticos, entre los años 1460 y 1550 hubo un excepcional periodo de muy baja actividad, conocido como el Mínimo de Spörer. De esta manera se ubicó el mínimo de manchas solares en 1513. Por lo anterior, es probable que el evento observado por los mexicas en 1510 haya sido un episodio extraordinario e intenso de luz zodiacal que aconteció en circunstancias excepcionales de un mínimo histórico de actividad solar.
Eclipse de Sol
En una obra que escribió entre 1580 y 1585 por encargo del Rey Felipe II, el cronista tlaxcalteca Diego Muñoz Camargo narra: “que más de siete años continuos antes de esta venida (de los españoles) habían visto dentro del Sol una espada de fuego que lo atravesaba de parte a parte, una asta que de él salía y una bandera de fuego resplandecientes, que estas cosas no podían pronosticar sino la total destrucción y acabamiento del Mundo”.
Esta descripción corresponde fielmente al aspecto que presenta la corona, la región más externa y caliente de la atmósfera solar, durante un eclipse total de Sol. Lamentablemente, es incierta la fecha en la que sucedió el fenómeno que describe Muñoz Camargo.
Estrella humeante
Durante el reinado de Motecuhzoma Xocoyotzin, también conocido como Moctezuma II, apareció en el cielo un cometa con una brillante y larga cola. Fray Diego Durán describe en detalle el efecto que tuvo este fenómeno celeste sobre el ánimo del soberano azteca. Un mancebo que representaba al dios Huitzilopochtli en una noche, hacia la parte oriente del cielo, vio un gran cometa (citlalin popoca, “estrella humeante” en nahuatl) que echaba de sí un largo resplandor; junto con la guardia siguieron observando hasta el amanecer cuando el cometa alcanzó el cenit.
A la mañana siguiente, el mancebo comunicó a Motecuhzoma lo que había visto. Este le preguntó si no había soñado eso, pero la guardia lo confirmó. Esa noche el soberano subió a un mirador que tenía en una azotea y muy atento observó el cometa con aquella cauda tan linda y resplandeciente. Motecuhzoma se llenó de estupor y de gran tristeza.
Al otro día preguntó al mancebo el significado del cometa, pero él se declaró ignorante de las cosas del cielo y sugirió al soberano que mandase llamar a los astrólogos. Sin embargo, ellos declararon no haber visto la nueva señal en el cielo. Esto provocó la cólera de Motecuhzoma, quien les reprochó el poco cuidado que tenían en observar el firmamento y los mandó encerrar en una jaula. Entonces el soberano mandó llamar a Nezahualpilli, rey de Texcoco, famoso por ser un esmerado astrólogo, quien le advirtió la inminente llegada de numerosas calamidades y la pérdida del reino, además le anunció su propia muerte.
Motecuhzoma lloró amargamente, lamentándose de haber tenido la suerte de ser él quien fuera desposeído de todo lo que los mexicas habían conquistado con sus poderosos ejércitos. Llamó a los ejecutores de la justicia para amonestar a los sacerdotes y a los astrólogos que descuidaron la vigilancia y ordenó su ejecución.
Después mandó buscar a nuevos astrólogos que tomasen el oficio exhortándolos para que tuvieran el cuidado de observar las estrellas de la noche y pronosticar sobre el cometa. Varias crónicas indígenas del siglo XVI señalan el año 10 Acatl, es decir, 1515, como el de la muerte de Nezahualpilli. Fray Juan de Torquemada afirma que el soberano texcocano falleció en el año 11 Tecpatl, o 1516.
El astrónomo francés Alexander Pingré y el estadounidense Increase Mather reportan en sus catálogos la observación en Europa de un cometa en 1516 que brilló durante muchos días y que se consideró como un presagio de la muerte del rey Fernando el Católico, quien falleció el 23 de enero de 1516. Como se sabe, el año prehispánico no corría en sincronía con el año occidental y dependía de la tradición local cuándo iniciaba el año nuevo. Sin embargo, en la mayoría de los casos, para el 23 de enero aún regía el año 10 Acatl, por lo tanto, el llamado cometa Motecuhzoma correspondió al observado en 1516. Este viajero celeste fue identificado como el portador de un mensaje apocalíptico para el pueblo mexica que pareció convertirse en realidad con la llegada de los invasores españoles.
Motecuhzoma falleció en 1520, apenas un año antes de la caída de Tenochtitlan. Lo sucedió su hermano menor Cuitlahuac, quien gobernó menos de dos meses antes de enfermar y morir de viruela. El siguiente y último tlatoani fue Cuauhtemoc, sobrino de Cuitlahuac.
Bola de fuego
En agosto de 1521 los mexicas estaban ya sitiados por las tropas españolas y sus aliados indígenas, la defensa heroica de la ciudad estaba llegando a su fin. El padre Sahagún relata un suceso asombroso e inesperado del que fueron testigos los defensores de Tenochtitlan: “Y se vino a aparecer una como grande llama. Cuando anochecía llovía, era cual rocío la lluvia. En este tiempo se mostró aquel fuego (de color de sangre). Se dejó ver, apareció cual si viniera del cielo. Era como un remolino, se movía haciendo espirales. Iba como echando chispas, cual si restallaran brasas. Unas grandes, otras chicas, otras como leve chispa. Como si un tubo de metal estuviera al fuego, muchos ruidos hacía, retumbaba, chisporroteaba. Rodeó la muralla cercana al agua y en Coyonacazco fue a parar. Desde allí fue luego a medio lago, allí fue a terminar. Nadie hizo alarde de miedo, nadie chistó una palabra”. Al día siguiente el último soberano mexica, Cuauhtemoc, se rindió a Hernán Cortés.
De acuerdo con esta narración, probablemente se trató de un fenómeno de electromagnetismo atmosférico conocido como relámpago esférico, rayo globular, centella o simplemente bola de fuego. Son objetos esféricos u ovalados luminiscentes que se asocian generalmente con tormentas eléctricas. La mayoría surge casi simultáneamente con la descarga de un rayo entre una nube y la tierra; sus colores varían entre rojo, amarillo y azul; su duración es de apenas algunos minutos; se mueven horizontalmente a pocos metros por segundo, y suelen alcanzar un tamaño del orden de decenas de centímetros.
Estas esferas rotan sobre sí mismas y pueden atravesar paredes y ventanas sin provocar daños, pero en ocasiones causan gran devastación; algunas al girar producen sonidos y suelen desaparecer en silencio o en forma explosiva. Se ha reportado que a veces rebotan sobre objetos sólidos como el suelo. Dado su comportamiento es un gran reto explicar su naturaleza exacta.
Debido a que los relámpagos esféricos ocurren espontáneamente, ha sido muy complicado su estudio bajo condiciones experimentales controladas. Una hipótesis plantea que es un plasma altamente ionizado contenido por campos magnéticos autogenerados. Sin embargo, esto no explica todas las características observadas por los miles de testigos que a lo largo de varios siglos han descrito este fenómeno atmosférico. Otra hipótesis sugiere que partículas radiactivas provenientes de rayos cósmicos son guiadas por el campo eléctrico de la tormenta provocando descargas gaseosas. Hasta hoy no existe una explicación de este fenómeno que se acepte en forma unánime.
Cabe reconocer la notable precisión con la que los informantes de Sahagún describieron la bola de fuego que se convirtió en el preámbulo de la capitulación de Tenochtitlan. Lo anterior plantea la pregunta de si los mexicas, después de 80 días de intensos y heroicos combates por romper el cruel sitio de sus enemigos, decidieron el momento de la rendición al percibir alguna señal divina. A este respecto, resulta muy sugerente el planteamiento expresado por la historiadora Eva Uchmany según el cual Cuauhtemoc se habría rendido en el momento en que el planeta Venus se vio por primera vez en la madrugada ese año.
Se sabe que Venus como Estrella de la Mañana era identificado con el dios Quetzalcoatl. Precisamente en 1521, Venus alcanzó su conjunción inferior el 3 de agosto. Sin embargo, al encontrarse justamente entre el Sol y la Tierra no fue visible. Fue necesario que transcurrieran unos días más para que el planeta se alejara suficientemente del Sol y reapareciera al amanecer.
De acuerdo con la astronomía de posición se requiere que Venus se encuentre a una distancia de 8o del Sol, cuando este se encuentra bajo el horizonte. Así se obtiene que el 9 de agosto se pudo observar el surgimiento de Venus como Estrella de la Mañana. La extinción atmosférica provoca que se retrase el momento de la observación de uno a cinco días respecto a las fechas ideales de aparición del planeta. Por lo tanto, parece plausible la propuesta de que Cuauhtemoc, al contemplar a Venus, hubiese considerado el 13 de agosto como propicio para la capitulación de Tenochtitlan.
A través de este breve recorrido por algunas fuentes etnohistóricas en torno al momento del contacto de Mesoamérica con los europeos, hemos podido reconocer la notable capacidad de los observadores prehispánicos para registrar diversos fenómenos celestes. Asimismo, identificamos la influencia de estos en el marco de la idiosincrasia religiosa de los pueblos del centro de México. Para muchos se cumplieron los presagios apocalípticos que condujeron a profundas transformaciones en las sociedades prehispánicas. A partir del siglo XVI el destino de Mesoamérica quedó sellado y habría de surgir una nueva realidad social.
- Galindo Trejo, Jesús, “La astronomía prehispánica en México”, Ciencia, enero- marzo 2009: www.revistaciencia.amc.edu.mx/images/revista/60_1/PDF/05-AstronomiaPrehispanica.pdf
- Instituto Nacional de Antropología e Historia, “Astronomía prehispánica”: https://inah.gob.mx/en/boletines/2482-astronomia-prehispanica
- Aveni, Anthony, Observadores del cielo en el México antiguo, Fondo de Cultura Económica, Cd. de México, 2013.
Jesús Galindo Trejo es físico y matemático con doctorado en astrofísica. Trabajó en el Instituto de Astronomía; actualmente es investigador en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Su labor de investigación se centra principalmente en la arqueoastronomía del México Prehispánico.
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