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miércoles, 11 de abril de 2012

Occidente Senil

Occidente Senil


Por Kamel Gomez

Introducción

Como nunca antes en toda nuestra Historia, la humanidad se encuentra en una situación crítica. El hombre, de la mano de la Civilización Occidental Moderna y su desarrollo material crónico, tiene la capacidad de destruirse a sí mismo y a todo su entorno. Nos hemos mal acostumbrado a hablar de cambio climático, de crisis económicas, de utilización de armas de destrucción masiva, de la falta de agua y otros recursos naturales, de pueblos que se mueren por falta de alimento. En fin, en menos de tres siglos hemos destrozado todo lo que costó miles de años a las generaciones anteriores construir y conservar.

El caos social, los problemas en la familia, la violencia del hombre contra el hombre por la violencia misma, la falta de ética y valores espirituales, nos exigen una reflexión perentoria para encontrar la salida de esta situación generada en el seno de esta Civilización Occidental anómala.

Estamos convencidos de que con el estudio de las Tradiciones Espirituales -en especial el Islam- reconoceremos las desgracias del Occidente Moderno. Por lo tanto, en nuestro aporte nos refugiamos en una Tradición Espiritual que, innegablemente, resiste todos los atropellos de Occidente. No hay en estas palabras algo “nuevo”, no se tratará de implementar soluciones “made in Occidente” sino de repetir verdades “viejas”, tesoros que deben aturdir nuestros corazones para revivirlos y rescatar nuestro ser de lo profundo del materialismo.


Que no nos confunda el Meridiano

Nuestra distinción no se basa en meras cuestiones geográficas. Efectivamente, el Occidente que repudiamos es el Occidente Moderno que nace en Europa, se desarrolla en su extremo en Estados Unidos y se ha infiltrado en todo el mundo, proceso propio de su carácter proselitista y espíritu de conquista que, en nombre de la “libertad” obliga todo el planeta a imitarlo.

Existe una pasividad generalizada, una occidentósmosis que se desarrolla en todos los ámbitos, en especial, en las principales urbes y Latinoamérica toda no es la excepción. Hay unos pocos que resisten y que, por supuesto, son bombardeados y considerados parte de la “barbarie”, la respuesta “irracional”.

Un mundo de ironías

La fractura de la Civilización Occidental Moderna, sus innumerables ilusiones, la superstición de ser la “única civilización” por excelencia, hija del progreso, de la evolución y la ciencia, es insostenible.

El hombre de la cultura moderna, se cree hijo del legado clásico atribuyendo a los Griegos y a los Romanos el origen de todo el conocimiento en la Antigüedad. Este prejuicio clásico (todo proviene de los Griegos) niega toda civilización que no haya nacido en Europa y las borra de la Historia.

También, el hombre occidental se jacta de su herencia judeo-cristiana cuando le molesta la presencia de otras religiones. Por lo menos, el secularismo las reconoce en la historia porque el presente de estas religiones, hoy ancladas en la modernidad y sus “beneficios”, es el del opio de los pueblos y el del acompañamiento de la empresa imperialista occidental. De más está decir que los verdaderos judíos antisionistas y los verdadero cristianos seguidores del mensaje del Cristianismo son escondidos, negados y rechazados por el occidental y se los tendrá en consideración sólo ante la “amenaza del Islam”.

El hombre moderno le declara la guerra a la Divinidad en todos su frentes. Sin embargo, en este afán de negar el ámbito religioso, Occidente nos ha llenado de ídolos incuestionables y ha desarrollado dogmas en cantidad, en nombre de la “libertad de pensamiento”. Así, nos hemos convertido en cultores de la imagen y de la forma: en nombre de la igualdad de género adoramos el cuerpo de las mujeres, nos esclavizamos con el dinero, la promiscuidad, las drogas, el juego, las modas, el consumismo... todo en nombre de la libertad del individuo. Es que la Civilización Moderna multiplica las necesidades artificiales que nunca acaban, se nos excitan los sentidos en todo momento y utilizamos todos los medios disponibles para adquirir las satisfacciones materiales, reduciendo la vida a una multiplicidad de placeres para el cuerpo atado a la cantidad de cosas que, lejos de llenarnos, nos ahuecan.
Todas estas ilusiones crecen y se reproducen en cantidad como es propio de la naturaleza inestable y cambiante de la mente occidental.

Decíamos más arriba, que todas estas palabras no nos pertenecen, tan sólo nos refugiamos en una Tradición para criticar la situación en la que nos encontramos. Decíamos también que esta crisis no es una de las tantas, que esta crisis es terminal, siempre a la luz del Islam.

Quizás sea este un ejemplo más de nuestras diferencias con el individualismo del que se enorgullecen los occidentales, cuya consecuencia directa es una especie de anarquía de supuestos intelectuales. En una Tradición como el Islam es imposible que alguien pueda reclamar una idea como propia. La negación de la Divinidad, de un Principio de orden superior al humano, permite a cualquier persona, de Estados Unidos y Europa, escribir cualquier cosa y luego aplicarla al resto del mundo. Ese Tercer Mundo que todavía no ha llegado al estadio de la Civilización Occidental. Piénsese en Freud, Marx, James, Hume y otra cantidad de “dioses” que sólo escriben en alguna lengua europea (el resto de las lenguas no piensan).

Si hay una causa que permita explicar por sí sola el avance del materialismo es, sin duda, el desarrollo de la ciencia atea occidental. Dios está ausente en el discurso científico moderno. Es este discurso el que le ha otorgado prestigio y poder a Occidente, hasta tal punto que encontramos muchos trabajos de religiosos tratando de avalar sus convicciones a través de los descubrimientos científicos actuales.

La visión científica del mundo y sus nefastas consecuencias en la Sociedad y en la Sagrada Naturaleza cae por su propio peso. Pero este dogma es imposible de tratar en cualquier ámbito académico ya que la Ciencia es en Occidente la Palabra de sus Ídolos. Es lo que ha justificado a las masas muchos genocidios para “llevar” Civilización, Libertad y Democracia al resto del Planeta.

El hombre de la modernidad no concibe, al negar la espiritualidad, otra ciencia que la de las cosas que se perciben por los sentidos, lo que se cuenta, se pesa, se mide. En fin, la Ciencia Occidental es análisis, multiplicidad, dispersión e investigación, mientras que el conocimiento Espiritual es síntesis, concentración, saber.

Es el discurso científico el que legitima la cosmovisión profana, única en toda la historia, lo cual demuestra su carácter anormal, que intenta enterrar las cosmovisiones espirituales o sagradas. Es este punto de vista profano, hijo de la ignorancia, el que nos ha llevado al estado actual de cosas.

La dispersión en la materia y en la multiplicidad tiene su solución en el conocimiento espiritual verdadero, que es el único que permite trascender el mundo de los sentidos y sus lógicas limitaciones. Todo conocimiento verdadero es esencialmente identificación con su objeto. Algo que ignora todo Occidente, que sólo percibe un conocimiento racional y discursivo y, por lo tanto, indirecto, inferior y generalmente con fines pragmáticos.


Despejando la mirada

Al tomar nuestras fuentes principales de la Tradición surgen necesariamente algunas cuestiones para aclarar pues no sólo debemos cambiar nuestra manera de percibir la realidad sino también ser cuidadosos en nuestro enfoque pues, si ha hecho algo Occidente que todo lo contamina, es adueñarse del patrimonio de las Tradiciones Espirituales. Incluso los “intelectuales” se han considerado mejores expositores que los mismísimos orientales para hablar de sus temas. Hablamos del discurso de los orientalistas, los hombres de Occidente que, siempre al servicio de los colonialistas de turno, y jactándose de tener un método científico infalible y que se aplica universalmente a todas las civilizaciones, interpretan y son la voz oficial para el conocimiento de Oriente.

Debemos tener mucho cuidado de ver las cosas desde el punto de vista occidental cuando hablamos de espiritualidad y de la Tradición islámica específicamente. Necesitamos liberarnos de muchos prejuicios para poder interpretar correctamente lo que nos enseña una doctrina y aprender a colocarnos en el lugar de los que la conciben.

Sucede que mientras más atravesado se esté de las ideas de Occidente, más difícil será captar las verdades contenidas en una Tradición Espiritual cualquiera. Por esto, todo hombre “culto” está, desde luego, más alejado de comprender lo que hablamos. De alguna manera, el conocimiento academicista occidental no es más que una ayuda secundaria para captar el sentido de una Tradición.

La ciencia Occidental, digámoslo una vez más, percibe las cosas desde el exterior y desde una perspectiva histórica. Aquí hablamos de comprender, haciendo un trabajo desde el corazón, el interior del hombre. No hablamos de un saber universitario, libresco, en donde la memoria ocupa el lugar de la inteligencia. Cuando hablamos de corazón no nos referimos a una postura sentimentalista, muy de moda con todas sus variantes que van desde el New Age a los nuevos movimientos-sectas tele-evangelistas. Esta es otra máscara que intenta suplir sin éxito la carencia de espiritualidad que reina en Occidente.

Nuestra tarea

No habría nada original si, como muchos, escribiéramos o percibiéramos que el mundo como lo conocemos se acaba. Nuestra “originalidad” es proponer un mundo nuevo. Algo que algunos también proponen pero que cuando se les pregunta no pueden escapar a los esquemas que Occidente les impone. Piénsese por ejemplo en la idea del Socialismo del Siglo XXI, eslogan que marca una ruptura con el discurso dominante, que intenta proponer algo nuevo, pero que, al estar alejado de una Tradición, sólo repite viejos esquemas.

Todos los sistemas occidentales nacidos de sistemas individuales de algún que otro europeo, han rendido examen y todos han desaprobado.
Enviar a Occidente a la Historia, tarea a largo plazo, exige la necesidad de depurar prejuicios y estereotipos fundados en la ignorancia y, luego, invitar a transformar nuestra realidad a través de una revolución que comprenda un compromiso dual, queremos decir: una revolución externa y, principalmente, una revolución interna. Ambas interactúan y se fomentan.
Dicha revolución dual debe estar presente en un nuevo paradigma que establezca las relaciones del hombre con el hombre, del hombre con la sociedad, del hombre con la naturaleza y del hombre con la Divinidad.

Cuando decimos revolución interior nos referimos a proponernos nosotros mismos realizar un viaje espiritual profundo, que seamos espejos que reflejen los valores éticos y la verdad que afirmamos. En este sentido, el compromiso es total. Debemos practicar lo que decimos y ser un ejemplo para las generaciones venideras. Nuestros modelos son los Profetas y Enviados de Dios. Entre ellos, Moisés, Jesús y Muhammad. Es necesario estudiar sus vidas y enseñanzas para que nuestros corazones sepulten a Occidente y se llenen de amor a Dios y sus Mensajeros, únicas guías para la Humanidad.

Los Profetas son quienes nos guían a las tres grandes Revelaciones que deben armonizar en nuestro interior. Hablamos, en primer lugar, del Libro de la Naturaleza y el Universo, el cual debe ser contemplado, descifrado pero nunca conquistado; luego, el Libro Interior de nuestra Alma, el cual nos invita a luchar en todo momento contra nuestros defectos y vicios; por último, la Revelación de las Escrituras Sagradas, como es el Noble Corán en el Islam, que ayudan hoy a las mentes confundidas en la búsqueda de guía y amor, son enviadas por Dios por medio de su Misericordia y contienen las claves para la lectura de los primeros dos libros.

Todas estas revelaciones deben acompañarnos en la conformación de una cosmovisión que incluya al Ser Humano integralmente. Para así, luego de conocer todas sus necesidades verdaderas (que no son las que nos vende Occidente), trabajar en el desarrollo de una sociedad justa. Aquí aparece nuevamente el ejemplo de los Profetas de Dios, quienes emancipan y liberan a los hombres de los males del politeísmo social, la opresión y la explotación en cualquiera de sus formas. Los Profetas inculcaban el amor a Dios y la afirmación de Su unidad para liberar a los hombres de la perversión moral y la injusticia, consecuencia del politeísmo que Occidente ha establecido.

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