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jueves, 3 de mayo de 2012
judios malos toda su vida no entienden
Los judíos y las luchas laborales
Poco se conoce actualmente sobre la intensa actividad sindical y política llevada a cabo por los judíos europeos a favor del proletariado industrial, entre finales del siglo XIX y principios del XX. Más tarde, esa impronta de solidaridad social se trasladó en las maletas de muchos de ellos hacia Norteamérica, donde fructificó y representó un aporte trascendente en la búsqueda de la armonía de su sistema económico
Tras la emancipación de los judíos europeos, una creciente proporción se fue convirtiendo en lo que Marx llamó proletariado obrero. Las terribles condiciones laborales de la segunda mitad del siglo XIX, que el novelista británico Charles Dickens retrató tan gráficamente en sus obras, eran mucho peores en el centro y este del continente, sobre todo el área correspondiente al imperio zarista, que además de Rusia abarcaba lo que hoy son Bielorrusia, Ucrania, casi toda Polonia, Lituania y Letonia. Precisamente allí residía la mayoría de los judíos de todo el mundo, antes de la gran emigración hacia América.
La creciente “conciencia social” del proletariado, los artesanos y la intelectualidad judía, que era predominantemente de izquierda, dio origen en 1897 a la creación de la “Federación General Obrera Judía de Lituania, Polonia y Rusia”, conocida como el Bund. Se trataba de un partido político socialista, y a la vez de una federación sindical que llegó a tener gran influencia. En 1898, el Bund fue una de las organizaciones fundadoras del Partido Socialdemócrata de los Trabajadores de Rusia.
Los creadores del Bund aspiraban a que este formara parte de un gran movimiento socialdemócrata dentro de una Rusia libre al estilo occidental, en la cual los judíos lograrían reconocimiento como nación igual que las demás minorías del país. Había otros partidos políticos judíos, pero el Bund se caracterizó por su concepción moderna, en la cual las mujeres (más de un tercio de sus integrantes) tenían un estatus igual a los hombres. Además, esta federación favoreció el desarrollo de la cultura judía en todos los aspectos, con el idish como factor aglutinante principal.
Sin embargo, el sueño no duraría mucho. Cuando en 1903 comenzaron los desórdenes que desembocarían en la Revolución Rusa, y sobre todo tras la revolución de 1905, miles de bundistas fueron encarcelados. Como era de esperarse, debido al papel del Bund los judíos fueron estigmatizados por el régimen como revolucionarios, e incluso varios fueron asesinados durante pogromos. Esta fue precisamente la época en que la Ojrana, la siniestra policía política zarista, produjo Los Protocolos de los Sabios de Sión, libelo que acusaba a los judíos de planear apoderarse del mundo.
No obstante, en las primeras elecciones al parlamento ruso (Duma) en 1906, el Bund apoyó exitosamente la elección de dos diputados judíos.
Contra el pasado y contra el futuro
El Bund era secular, y por ende veía con desprecio la vida judía tradicional del shteitl. También se opuso al sionismo —el Primer Congreso Sionista tuvo lugar en 1897, el mismo año en que se fundó el Bund—, al que consideraba “escapista”, y con el que además difería por su insistencia en el renacimiento del idioma hebreo en lugar de usar el idish, que en aquella época manifestaba su mayor auge. Otra diferencia entre los dos movimientos fue que el Bund se veía a sí mismo como un partido exclusivamente dentro del imperio ruso, mientras que el sionismo era por definición internacional, por ser su propósito reunir a todos los judíos en Eretz Israel.
Sin embargo, los bundistas se aliaron al movimiento Poaléi Sión (Sionistas Laboristas) para crear grupos de autodefensa de las comunidades judías, ante los frecuentes pogromos.
En 1903 el Bund perdió su rol autónomo dentro del Partido Socialdemócrata, al ser rechazado por el grupo bolchevique. Estas divisiones ideológicas continuarían en los años posteriores, caracterizados por varias huelgas organizadas por los bundistas, aunque el número de sus miembros disminuyó. El Partido Socialdemócrata se dividió finalmente en 1912, y el Bund terminó formando parte de los “mencheviques” (facción moderada del Partido Socialdemócrata de los Trabajadores de Rusia). Así, apoyó la Revolución de febrero de 1917 —la que derrocó al zar—, pero no la de los bolcheviques de Lenin, que tomó el control en el siguiente octubre.
La guerra civil posterior vio terribles ataques antisemitas por parte del bando de los “blancos”, por lo que el Bund no tuvo más remedio que inclinarse hacia el gobierno de los soviets; muchos de sus integrantes se incorporaron al Ejército Rojo, creado por el también judío Trotsky. El movimiento bundista terminaría pronto absorbido y disuelto por el sistema soviético.
Cabe señalar que algunos exbundistas ocuparon cargos de importancia durante la época comunista: Israel Leplevsky fue ministro de Asuntos Internos en Ucrania (1937-38), mientras que Moisei Ruhymovich fue ministro de Industrias de la Defensa de la Unión Soviética (1936-37). Al igual que muchos de los judíos que lograron posiciones clave, ambos fueron asesinados durante las purgas de Stalin.
Al otro lado del océano
Sin embargo, la labor del Bund tendría efectos indirectos al otro lado del Atlántico, donde el proletariado judío —buena parte del cual estaba compuesto por inmigrantes del mismo imperio zarista— también padecía las difíciles condiciones laborales de la época. Una elevada proporción de los empleados de la industria textil eran judíos, que traían de sus lugares de origen una fuerte influencia socialista, e incluso anarquista; unos cuantos habían sido miembros e incluso dirigentes del Bund.
En 1900 se fundó en Nueva York el Sindicato Internacional de Trabajadores del Vestido Femenino (ILGWU por sus siglas en inglés), que comenzó a crecer rápidamente, sobre todo con membresía femenina. Su primera prueba de fuego fue el llamado “Levantamiento de los 20.000” de 1909, una gran huelga que se extendió a todos los obreros textiles de Nueva York. En una de las reuniones, una mujer judía llamada Clara Lemlich se refirió a las duras condiciones de trabajo de los llamados sweatshops (literalmente “talleres de sudor” donde el personal era explotado), tras lo cual los asistentes hicieron un juramento en idish: “Si traiciono la causa en la que ahora me comprometo, que se marchite la mano que estoy alzando”.
Unos 20.000 de los 32.000 trabajadores de la industria de la ropa paralizaron sus labores con el lema “es mejor morir de hambre rápido que lentamente”. La huelga fue violenta, pues la policía reprimió las manifestaciones y las empresas, típicamente para aquellos tiempos, contrataron matones para que golpearan a los huelguistas.
En el año siguiente, 1910, se produjo una huelga aún mayor, la “Gran Revuelta” de 60.000 trabajadores textiles, que finalizó cuando el reconocido jurista judío Louis Brandeis, quien más adelante sería juez de la Corte Suprema, medió entre los obreros y los empresarios para lograr un “protocolo de paz”.
En 1911 tuvo lugar el famoso incendio de la Triangle Shirtwaist Factory de Nueva York, que causó la muerte de más de cien muchachas, a las que los propietarios mantenían encerradas para evitar que robaran o tomaran descansos no previstos, por lo cual no pudieron escapar de las llamas. Esto dio lugar a otra manifestación masiva, en la que la dirigente sindical Rose Schneiderman galvanizó a los asistentes con un discurso radical para la época: “Sé por experiencia que el pueblo trabajador es quien debe salvarse a sí mismo. Y la única manera de salvarse a sí mismo es con un poderoso movimiento de la clase trabajadora”.
Esta y otras huelgas lograron las primeras reivindicaciones modernas para los obreros, como aumentos de salarios y beneficios de salud; también se acordó que en adelante los trabajadores ventilarían sus quejas por medio del arbitraje en lugar de huelgas, lo que se convertiría en una de las bases del sindicalismo norteamericano. En 1919 la ILGWU obtuvo por primera vez un seguro de desempleo para sus miembros, un logro impresionante en aquella época. El 90% de los obreros textiles ya eran miembros del sindicato.
También surgieron algunas voces que quisieron retratar a los sindicalistas judíos, hombres y mujeres, como revolucionarios que buscaban traer el bolchevismo a Estados Unidos; sin embargo, este discurso tuvo poco eco, ya que el clima democrático del país generaba sus propios antídotos para impedir que tales prejuicios hicieran daño, y además los judíos también destacaban como empresarios.
Adicionalmente a las reivindicaciones laborales, la ILGWU desarrolló proyectos de vivienda para sus miembros y asumió programas educativos muy avanzados para la época, como una “universidad” que ofrecía cursos sobre ciudadanía, liderazgo e idioma inglés, así como una clínica, grupos musicales y equipos deportivos. Entre los líderes de la ILGWU destacaron Benjamín Schlesinger (quien también sería director del diario en idish Forward), Morris Sigman y Charles Zimmerman.
La influencia de Dubinsky
Un miembro del Bund, David Dubinsky, quien había emigrado a Estados Unidos en 1911, fue el presidente de la ILGWU durante varias décadas (hasta 1966), y además uno de los fundadores del pequeño Partido Socialista de Estados Unidos y del Partido Laboral Americano, este último más inclinado hacia el Partido Demócrata. Él enfrentó la creciente injerencia de miembros del Partido Comunista en la federación sindical CIO, y las prácticas corruptas en lo que después sería la gran federación AFL-CIO.
En 1934, Dubinsky fue uno de los impulsores del Comité Laboral Judío, que trabajó por la defensa de los judíos en Europa bajo el nazismo; después de la guerra, esta organización ayudó a conseguir padres adoptivos para niños sobrevivientes del Holocausto.
El papel de Dubinsky fue primordial en el avance del sindicalismo estadounidense, pues su actitud era idealista y pragmática a la vez. Ayudó a eliminar una competencia de salarios que estuvo a punto de llevar a la quiebra a varias industrias, y reconoció que los sueldos solo eran un elemento entre los beneficios que pueden recibir los empleados. Una frase célebre suya fue: “Los trabajadores necesitan el capitalismo tanto como un pez necesita el agua”.
Fin de una era
A mediados del siglo XX, los hijos de los obreros judíos, italianos y de otros orígenes ya eran profesionales, funcionarios de oficina o empleados por cuenta propia. La membresía sindical declinó debido a la decadencia de la vieja industria, y la dirigencia pasó a ser predominantemente de origen latino. La ILGWU dejó de existir en 1995, cuando se fusionó con otras centrales sindicales.
No obstante, los avances y logros obtenidos por las generaciones anteriores tuvieron un gran impacto en la estabilidad económica de la superpotencia norteamericana, y por reflejo en la evolución de los países que recibieron su influencia, sobre todo a través del Plan Marshall que impulsó la recuperación de Europa Occidental después de la Segunda Guerra Mundial. El Bund constituyó así un aporte judío, muy poco conocido, al desarrollo industrial de Occidente.
Anarquistas judíos en Francia
A finales del siglo XIX y principios del XX se produjo el auge de los movimientos anarquistas en Europa, algunos de los cuales eran violentos, aunque la mayoría no llegaba a esos extremos.
La policía francesa reportó en 1907 que había unos 450 anarco-comunistas judíos (esta paradójica relación era frecuente en aquellos años) en París, una cifra enorme considerando que la comunidad judía de la época contaba con cerca de 20.000 integrantes. El anarco-sindicalismo judío floreció entre los obreros subcontratados de la industria textil, igual que en Inglaterra. Estos movimientos impulsaron numerosas huelgas, en protesta por los bajos salarios y las insoportables condiciones de trabajo imperantes.
A pesar de que el desprecio a los obreros inmigrantes y el antisemitismo eran comunes entre los miembros y los líderes de la poderosa central sindical CGT, permitieron por razones pragmáticas una creciente integración de los movimientos judíos.
Los grupos “libertarios” judíos, como gustaban de ser llamados, promovieron actividades culturales como un grupo de teatro idish, librerías y reuniones de discusión en restaurantes en el más puro estilo francés. Los anarquistas tuvieron un papel importante en el apoyo a Alfred Dreyfus durante el famoso juicio. Como dato curioso, estos grupos organizaban fiestas “anti-Yom Kipur” para desafiar a los tradicionalistas.
Durante las décadas de 1920 y 1930, los grupos anarquistas judíos editaron periódicos y revistas en idish, y tradujeron libros a ese idioma, que se vendían sobre todo en una librería propia en París. El movimiento se extinguió poco después de la Segunda Guerra Mundial.
Fuentes
Roman Vishniac (1947). The Vanished World. Nueva York: Hebrew Publishing Co.
Jewish Labor Committee
Jewishgen.org
Wikipedia.org
Sami Rozenbaum
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