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jueves, 23 de agosto de 2012

Salat y dinamismo orgánico

Salat y dinamismo orgánico Efectos observables del Salat en la espiritualidad humana 23/08/2012 - Autor: Guillermo Peláez Machado - Fuente: Webislam espiritualidad pensamiento pilares del islam salat 5 S. Yamaleddín: Las negociaciones y el diálogo interreligioso son formas efectivas para resolver los problemas de los musulmanesCualquier movimiento orgánico que podamos ejecutar como seres humanos, y el solo hecho de ser consciente de cualquiera de estos, se convierte en una oración, porque dice El Corán que todo cuanto existe: las aves con las alas desplegadas, las sombras de los árboles, y las montañas, a su manera alaban al Creador. El acto de Salat, u oración islámica, sin duda es una manifestación simbólica extraordinaria que significa la naturaleza auténtica de la creación. Ya desde el wudú, que nos pone en contacto con el agua, empieza a despertarnos al recuerdo de nuestra naturaleza. Los movimientos del cuerpo, han sido descritos como una suerte de emulación de los estados de la existencia: humano y animal, vegetal y mineral, en la medida en que se atraviesa por los pasos de la oración de la siguiente manera: al momento de estar de pié para la oración se emula aquella posición erguida eminentemente humana, la posición inclinada emula la naturaleza animal, la posición sentada emula a la posición vegetal, y aquella de prosternación, con todas las extremidades tocando el suelo, remite a un estado mineral inorgánico; es en este momento de máxima sumisión, cuando la conciencia del orante se reconoce parte de la naturaleza y por ende de toda la existencia. En este plano, el Salat es un acto que nos reunifica con toda la existencia, y que tiene en un plano psico-físico, la importancia de que nos hace conscientes del movimiento; aquel de las inclinaciones y prosternaciones. El Salat ha sido creado para los humanos, y responde a sus necesidades aún en un nivel eminentemente orgánico, disgregado para su exposición ideal del nivel cognoscitivo. El humano necesita constante estímulo; aún en medio de un sueño profundo, nuestra actividad nerviosa necesita mantenerse funcionando para que prosiga la existencia como seres vivos. Esto es un hecho biológico que responde al funcionamiento intrínseco del sistema nervioso. Cuando el sistema nervioso no recibe constante excitación, la conciencia se siente confundida, igual que si el sistema nervioso es sobre-estimulado. Este es un aspecto que en muchos casos justifica biológicamente la necesidad de algunos organismos desequilibrados en su interelación cognoscitiva, del consumo de drogas. El individuo que practica el Salat, puede recibir grandes beneficios en este ámbito, que le permiten regular su sistema nervioso, manteniéndolo en calma en medio de una acción, lo cual ofrece un equilibrio notorio. Nos cuentan las tradiciones del islam, que cuando el Profeta Muhammad (SAWS) ascendió a los cielos, le fue ordenado que le prescribiera el Salat a su pueblo 50 veces a lo largo del día, que por una suerte de negociación (que pone de manifiesto el contenido simbólico de la oración en función de su comunión con la naturaleza humana) finalmente quedaron reducidos a las horas extremas e intermedias del día, que simbolizan todas las horas: el amanecer, el medio día, la tarde, el anochecer y la noche; es decir: todo momento; como también lo dice El Corán. De tal manera, los horarios de las oraciones se convierten en símbolo del permanente recuerdo de Allah (SWT), que permea todos los acontecimientos. No en vano, en varias aleyas del Noble y Generoso Corán, se asocian las nociones de Salat y Recuerdo de Allah (swt). "Yo soy, ciertamente, Allah. No hay más divinidad que Yo. ¡Sírveme, pues, y haz el Salat para recordarme!" (Sura TaHa 14) Así, aquel estado idealmente descrito por siervos fieles de Allah, de permanecer en su constante y permanente recuerdo, se vuelve un factor no disgregado del ritualismo, sino por el contrario: nuclear, en función de una estructura no dogmática sino profundamente práctica en un nivel espiritual. Deben entenderse dos planos esenciales del Salat, como lo son aquel de la adoración o alabanza y el del recuerdo. El Corán nos dice que todos los seres alaban al Creador, aún las aves con las alas desplegadas, lo cual nos indica que en este nivel, nuestro propio ponernos en pié al empezar el Salat, nuestro levantar las manos, nuestras neuronas ordenando nuestros movimientos y nuestro Takbir, resultan ser una forma de alabanza, por cuanto su propia existencia implica un reconocimiento de la obra del Creador y Sustentador. Pero con respecto al segundo nivel, aquel del recuerdo, tenemos a riesgo de malentenderse la idea, que se trata de un estado mucho más reducido de la realidad; tan es así que la posibilidad de su existencia surge en algún momento de nuestra niñez con el desarrollo de nuestra conciencia, y muere con el cesamiento de nuestras así llamadas funciones vitales, que con el desordenamiento de nuestras células constitutivas, nos hermana de una manera final y literal con el mundo mineral. Por lo tanto, el Recuerdo de Allah (swt), que nos llega mediante la oración en dos maneras básicas fundamentales, tiene una importancia grande, pero casi inversamente proporcional al cambio que ocasiona en nuestro organismo. Esto se debe a que nuestro funcionamiento es muy complejo, y conforma un entramado sumamente extenso que escapa tanto a nuestro conocimiento, como aún más a nuestra conciencia, y cuando esta sufre algún cambio, inclusive cuando afecta al resto del entramado, el cambio no suele ser mucho mayor que aquel que por ejemplo se pueda producir en nuestras habilidades matemáticas por empezar a comer tres o cuatro veces a la semana sopa deshidratada o algo por el estilo. Las dos maneras en las cuales la oración cambia nuestra conciencia, son: en un nivel simbólico y en un nivel de práctica de la atención. La atención se ejercita cuando en medio de una prosternación sincera ante la idea presente de Allah (swt), se sigue manteniendo la cuenta de los rakaats que se llevan, y conciencia de los que faltan de acuerdo a la oración que se está ejecutando, sean estos los dos rakaats de la mañana, los cuatro del medio día, de la media tarde y de la noche o los tres del atardecer. También es necesario mantener el orden y secuencia de los movimientos, lo que requiere de un grado de atención suficiente como para mantenernos absortos en el acto ritual. El fenómeno de la atención como punto clave de toda práctica espiritual, trasciende el solo hecho del desarrollo de la mente, y tiene que ver con percibir el momento presente en su realidad, apartado de las ideas preconcebidas, y de aquellos filtros que interponemos a nuestra percepción, que nos hacen verlos de una manera distorsionada, parecida a un sueño. Dicen los científicos, que el cerebro es tan ágil que aunque nuestra percepción depende de ambos ojos funcionando bien para la visión estereoscópica (con profundidad), cuando nos tapamos un ojo como experimento por un momento, casi no perdemos dicha capacidad, porque el cerebro genera, a partir de los conocimientos adquiridos con los años de visión, una imagen en tres dimensiones. Así de ágil también es nuestro cerebro para ofrecernos una imagen aparentemente clara de la realidad cuando estamos distraídos. Cuando se está en el estado de atención, aún hallándonos libres de las ideas también preconcebidas de lo que es la divinidad, como queramos llamarla, vemos como todas las acciones no están aisladas sino como una cadena de sucesos recostados unos con otros que conforman una coherencia tan sutil como la de un recinto sagrado. Se obtiene una experiencia que se acerca a la llamada experiencia mística. En el otro sentido del Salat: aquel estrictamente simbólico, es evidente que las prosternaciones nos obligan a un estado de profunda humildad, lo cual irremediablemente nos conduce a una visión más coherente de la existencia, aquella marcada por nuestra debilidad ante las circunstancias. La célebre sentencia de Ibn Ata´illah que reza “Dios Mío, yo soy pobre en mi riqueza. ¿Cómo no habría de ser pobre en mi pobreza. Dios Mío, yo soy ignorante en mi ciencia. ¿Cómo no habría de ser ignorante en mi ignorancia?”, bebe sin duda de la fuente de la más profunda sumisión al Creador y Sustentador, representada por la etapa máxima del Salat, aquella de sumisión a Allah: la prosternación. Uno de los mayores peligros espirituales del Salat, sobre todo cuando es realizado en una sociedad no-islámica, en la que el musulmán debe buscar su soledad de entre los no-practicantes para realizar su culto, sobreviene cuando se busca la satisfacción tan solo en el hecho de sentir que se tiene la suficiente disciplina y apego al culto, como para realizar la práctica por propia cuenta. Esto genera una suerte de ego religioso, similar al de aquellos musulmanes que a lo largo de los siglos han pretendido ser buenos siervos de Allah (swt) por la práctica fiel de los pilares de la fe, y que se han servido de estas como un simple escudo para su infidelidad para con la existencia. Sin embargo, la obediencia nos remite nuevamente a la humildad. En la Sura 103 del Corán, se nos dice: “El humano camina hacia su perdición excepto quienes crean, obren bien, se recomienden entre sí la verdad y la paciencia”. La Verdad viene seguida de la paciencia porque ante La Verdad de la Existencia, viene la humildad, y con ella, la paciencia. En este marco, la oración cumple una de sus funciones principales; cuando se habla de conexión con el entorno, esta viene dada fundamentalmente por entenderse el orante como un ser que se sumerge en la voluntad de Allah (swt) y que la acepta, y en ese aceptar, emerge una gratitud desde lo más profundo de nuestras emociones que le da otro sabor a todas nuestras experiencias para hacernos más sabios: pacientes ante la adversidad, y observantes cautelosos de los momentos de felicidad, como en aquella célebre sentencia de Ibn Ata´illah: “Illahi: la sucesión de tus actos, y la rapidez con que se cumplen tus decisiones, le impiden a tus siervos que te conocen, calmarse en tu don y desesperar de ti en la desgracia” Existe un sentido teofánico según el cual la oración se convierte en un acto en el que se reafirman mutuamente la existencia de Allah (swt) y la propia del orante. Mediante el Salat, el humano se hace vivo porque se pone de pié y con su Takbir dice de alguna manera: “aquí estoy”, y así mismo la existencia de Allah (swt) se hace presente en la conciencia del humano, al derrumbarse su soberbia, ya que estando de pié puede ser sujeto activo de su destino pero al prosternarse acepta su volubilidad ante aquello que da la existencia; y al no quedar nada de sí mismo, no queda sino Él. La frente se hinca aún más en la alfombra cuando Él, que es lo que queda, no se ofrece ni como respuesta ni como resultado final, sino como un fenómeno complejo: ininteligible.

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