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domingo, 16 de julio de 2017

El islam en democracia

20/05/2004 - Autor: Abdennur Prado - Fuente: Webislam
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Mujer musulmana ejerciendo su derecho al voto
Mujer musulmana ejerciendo su derecho al voto
A lo largo de la historia, han existido grupos en todas las religiones que han tratado de establecer un magisterio dogmático, anular las interpretaciones divergentes y ofrecerse como doctrina única, una ortodoxia. Es conocido el trauma que este intento supuso para la cristiandad occidental, la lucha encarnizada de la Iglesia contra la herejía tiñó de sangre el continente. Aunque el caso del catolicismo es extremo, también en el islam, el budismo, el hinduismo o el taoísmo ha habido intentos de este tipo, guerras de religión entre visiones enfrentadas de un mismo mensaje.
Existe la tendencia a cosificar la experiencia espiritual de los maestros de la humanidad, como si su mensaje fuera demasiado libertario o trascendente para ajustarse a la mediocridad de algunos. Habría que diferenciar, en este sentido, entre espiritualidad y religiosidad, entre una experiencia genuina de la trascendencia y su cosificación en dogmas y doctrinas, formas transitorias demasiado apegadas a intereses mundanos como para pasar por inocentes.
Este fenómeno es llamado en el Corán “la religión de los ancestros”, y puede definirse como una repetición mecánica de ritos y consignas que han dejado de tener un sentido para sus repetidores. Cuando Abraham hecha en cara a los suyos que veneren formas muertas, estos le responden: “¡Pero hallamos que nuestros antepasados hacían lo mismo!” (Corán 26: 73).
El apego idolátrico a las tradiciones muertas es una constante en la historia de la humanidad: “La mayoría de ellos nunca usa su razón; pues cuando se les dice: ‘Venid a lo que Dios ha hecho descender, y al Enviado’—responden: ‘Nos basta con lo que hemos hallado que creían y hacían nuestros antepasados’.” (Corán 5, 105). Estos son los signos de una religión cosificada: falta de reflexión y de cuestionamiento, repetición mecánica de dogmas.
Esto mismo lo hemos oído muchas de veces en nuestra vida como musulmanes. Hace años escuché a un joven palestino (medio borracho, por cierto) afirmar (en nombre del islam) que a quien abandona el islam hay que matarlo. Hace pocos días un joven muy querido afirmaba que el islam prohíbe a la mujer musulmana casarse con un no-musulmán. Cuando pregunté por las fuentes de sus afirmaciones, ninguno de los dos supo contestarme. Hablaban de oídas, repetían frases cuyo origen desconocen. Ante este tipo de actitudes reaccionaron todos los profetas. Frente a la religión cosificada, la revelación se nos presenta como un retorno a la reflexión y a la experiencia genuina, a recuperar la plenitud de unos gestos y palabras cuyo sentido habíamos perdido.
¿Qué es lo que sustenta un culto tan vacío? El propio Abraham nos ofrece una respuesta: “Habéis dado en adorar ídolos en lugar de Al-lâh únicamente por mantener un lazo de amor, en esta vida, entre vosotros...”. (Corán 29: 24).
Lo que mantiene en pie la adoración de las formas vacías de la religión es el intento de mantener lazos de amor tribales, unos lazos basados en la conveniencia antes que en la conciencia de la Realidad. Esto nos recuerda en muchos aspectos al tipo de “religiosidad” que se difunde en muchos países de mayoría musulmana: una religión de estado, basada en la costumbre y la repetición mecánica de consignas de tipo jurídico (“a quien abandona el islam hay que matarlo”, “el islam prohíbe a la mujer musulmana casarse con un no-musulmán”) o teológico (“Dios hizo la Creación a partir de la nada”, “el Corán es la Palabra de Dios increada”). No hay más que decirlo, que creerlo, que aceptarlo como dogmas de fe, sin preguntarse acaso por sus implicaciones ni su significado.
Ya no se sabe en que momento de la cadena de transmisión se dejaron atrás los contenidos y fueron sustituidos por ese tipo de consignas, tan oscuras desde su enunciado. En todo caso verificamos que la transmisión del mensaje libertario del islam ha sido rota, que la educación ha perdido su capacidad de despertar en los creyentes el sentido profundo de la revelación, aquí y ahora.
En este punto se sitúa la importancia de la presencia del islam en occidente, en un contexto de libertad y democracia. Nos encontramos en una situación parecida a la de los primeros siglos del islam, la más propicia a la experiencia que el hombre puede realizar de Dios, el encuentro sin intermediarios del hombre con su Sustentador, sin la carga de una religión heredada que muchas veces se configura como una cárcel para nuestras expectativas vitales más profundas.
En tanto que evitan la imposición de un dogma por la fuerza y favorecen la pluralidad de interpretaciones, democracia y laicismo favorecen la revitalización de la experiencia espiritual, propiciando la superación de la “religión de los ancestros”. Es esencial que el creyente pueda cuestionarse todos los contenidos de la religión que ha heredado para encontrar su camino dentro de ella. En esa operación, la religión nos transforma y enriquece, se adapta al devenir y logra dar respuesta a las nuevas situaciones. Cuando la religión se reduce a la repetición de dogmas, va quedándose atrás, atrapada por la historia. Puede llegar a ser un impedimento inútil para avanzar en el presente, como hemos visto en demasiadas ocasiones.
Así pues, nada mejor para la revificación del islam que un contexto de libertad y democracia. En esto hay una paradoja que merece destacarse. Lo que en un contexto pretendidamente islámico está vedado a los creyentes, el cuestionamiento radical del islam como religión heredada, puede expresarse plenamente en el espacio laico.
La democracia se adapta perfectamente al mensaje del islam, la pluralidad favorece la experiencia. Es conocida la prohibición realizada por Muhámmad de todo magisterio dogmático. El fenómeno iglesia es visto como una interposición en la relación esencial entre el Creador y la criatura. La ausencia de iglesia implica, necesariamente, libertad interpretativa y diversidad de doxias, de modos de comprensión del mismo mensaje universal, que se expresa ante cada uno de un modo intransferible.
Recordemos el dicho de Muhámmad: “La diversidad de opiniones es una misericordia de Dios para la comunidad de los creyentes”. Expresión de la vocación del islam de constituirse como una religión abierta, de negar la construcción de un pensamiento único, que tenga que ser aceptado por todos los creyentes.
Cuando se dan diferentes interpretaciones de un mismo mensaje, incumbe a cada uno escoger por si mismo la mejor de ellas, la que mejor se adapte a sus necesidades vitales. Esto implica el ejercicio de nuestro raciocinio, la responsabilidad personal ante la Palabra revelada. Tal y como nos dice el Corán, nuestra tarea no es tratar de definir una verdad inalterable: “¡Competid, pues, unos con otros en hacer buenas obras! Habréis de volver todos a Dios: y, entonces, Él os hará entender aquello sobre lo que discrepabais”. (Corán 5:48). A Dios pertenecen la Verdad y el juicio, los hombres tan solo podemos tratar de comprender Su revelación mediante la razón, la intuición y el saboreo de la Realidad.
Por todo ello, afirmamos que la democracia es el sistema de gobierno que mejor se adapta a las potencialidades del islam, en cuanto que crea las condiciones propicias a un cuestionamiento radical de los dogmas heredados, de los ídolos que se han ido acumulando a través de los siglos, como una tela de araña maliciosa. Sabemos que el islam genuino solo es posible en libertad, fuera del intento de control dogmático que se vive en muchos países de mayoría musulmana. ¡Cuantos “ministerios de asuntos islámicos” tienen que sufrir los musulmanes! ¡Cuantos intentos de controlar lo incontrolable!
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