La principal misión de los cristianos es participar en la liberación de las zonas en las que vivían.
Desde el puesto de vigilancia número cinco, situado en el sureste de la casi vacía localidad iraquí de Karakosh, un grupo de cristianos de las Unidades de Protección de la Llanura de Nínive vigila la extensa planicie que se extiende enfrente, para evitar cualquier ataque yihadista.
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“Desde aquí observamos las afueras y estamos preparados para afrontar cualquier peligro o cualquier intento de infiltración”, indica Ivan Elian Jader, un combatiente de esta fuerza armada cristiana junto a una ametralladora Doshka del calibre 12,5, que apunta amenazante a un horizonte sobre el que el sol cae a plomo.
La ciudad de Karakosh, capital de la comarca de Al Hamdaniya, donde vivía la mayor comunidad cristiana de Irak antes de la irrupción del grupo Estado Islámico (EI) en el verano de 2014, tenía 55.000 habitantes.
“Después de que nuestros hermanos (kurdos) los peshmergas y el Ejército iraquí no presentaron ninguna resistencia cuando llegó el ‘Dáesh’ -acrónimo en árabe del EI-, sentimos que llegado el momento debíamos ser nosotros los que nos protegiéramos“, asegura este joven licenciado en Educación.