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lunes, 29 de enero de 2018

¿Es el Islam político (moderado) una opción de futuro?

Las tesis actuales ven viable un proyecto político democrático basado en los fundamentos del islam

07/02/2010 - Autor: Victor Morales Lezcano - Fuente: El Imparcial
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Musulmanas ante las urnas
Musulmanas ante las urnas
En algunas publicaciones periódicas que pasan por mis manos de tanto en tanto (algunas como The New York Times Review of Books; Prologues: revue maghrébine du livre; y la española Afkar/ Ideas), observo que hay un tema recurrente en sus páginas. Es un tema que en su formato de ecuación interrogatoria, sería resumible de esta manera: ¿la democracia y el Islam político son compatibles?
No debe extrañar a nadie documentado que viva desde fuera las relaciones internacionales -no digamos de aquéllos que viven éstas desde dentro de los círculos de poder y en medio de las tramas que las constituyen-, que la ecuación que se acaba de formular se debate actualmente en miles de páginas impresas, por no contabilizar su frecuencia de aparición en Internet.
Dos estudiosos franceses de la talla de Olivier Roy y Gilles Kepel pronosticaron hace algo más de quince años la disolución de la variante política del Islam, variante que, entonces, causaba estragos en el Sudán de Omar al-Bashir y en la Argelia del sempiterno FLN, por ilustrar con dos meros recordatorios el “clima de los años 90”.
Pero aquellas manifestaciones musulmanas de descontento social y desafío político, legitimadas desde lecturas desafiantes del legado islámico, no podían explicarse con las fórmulas-talismán procedentes de la sociología de las crisis de crecimiento, del rechazo cultural “pasajero” ante las transformaciones actuantes en el campo de los intereses mundiales en juego entre 1989 y 2001 (por lo del 11-S).
Por su parte, François Burgat, sin embargo, apareció en los años 90 como un polítólogo islamológico -si se me permite esta adjetivación- que auguró la pervivencia futura del Islam político en su calidad de variante adaptable a los tiempos, como el cristianismo subrepticiamente político que entre los pontificados de Pío XII y Juan XXIII, hubo de metamorfosearse en la democracia cristiana de Posguerra a la caída del fascismo.
Desde entonces, la polémica viene servida para aquéllos que continúan proclamando la extinción del Islam político -o su ahogamiento a manos de la respuesta militar de las potencias occidentales-, hasta quedar reducido a un episodio histórico de la fenomenología de las revueltas polémico-violentas; pero, también, viene servida para los que abogan por el respeto a las experiencias tentativas que, recientemente, ha inspirado el Islam político moderado. Es decir, la Turquía que desde septiembre de 2002 es gobernada por el partido AKP, con su líder indiscutible, Recep Taïeb Erdogan.
La otra pregunta, inmediata, debe ser: ¿cuánto durará la aparente compatibilidad del Islam político con los mecanismos y el “espíritu” del sistema democrático, cual se manifiesta esa compatibilidad en la Turquía del primer decenio del siglo XXI?. Ya más próxima a nosotros, está la evidencia de un PJD marroquí (Partido de la Justicia y del Desarrollo), concurrente social y electoral tanto de socialistas, como de istiqlalíes y otras formaciones marroquíes de mayor o menor calado social -como está siendo el caso del PAM (Partido de la Autenticidad y la Modernidad), en fase de avance y aceptación manifiestas.
¿Logrará gobernar en Rabat, siquiera en coalición, el PJD marroquí, sin que ello interfiera peligrosamente la trayectoria del Trono alauí en cuanto vertebrador de la Nación, como viene siendo el caso de Marruecos desde 1955-56?
La perspectiva occidental ha cambiado, pues, en los últimos veinte años al respecto de lo que se expone en estas cuartillas. Es evidente que se está intentando combatir el Islam político violento por doquiera aparezca. (Otra cosa es el tino con que se procede, o el éxito o fracaso del empeño). Sin embargo, el Islam político moderado, que ya había hecho acto de aparición en el Túnez de finales de los años 80 con el movimiento Ennahdaque encabezó Rached Ghannouchi, ha ganado confianza expectante y ¿credibilidad? en muchos centros y foros del poder político, militar e intelectual del hemisferio occidental.
Se ha abierto así un camino en dirección dicotómica, que encuentra en institutos del saber, cátedras universitarias y nichos de diálogo interconfesional, en particular los islamo-cristianos, que actúan no sólo como exploradores de los vericuetos de la inteligencia religiosa, sino también en calidad de preámbulo y corolario del diálogo entre países y pueblos dotados de mentalidades diferentes, pero no por ello incompatibles. Los institutos interconfesionales de Jordania (bajo el patrocinio real), Túnez (en la cátedra de estudios religiosos contemporáneos, cuya sede se encuentra en la Universidad de La Manouba), Roma (Parroquia de San Egidio) y Toledo-Córdoba (ciudades con vocación interconfesional -donde las haya en España-), constituyen cuatro relevos mediterráneos, en los que aparte de practicarse la crítica del uso de las armas, no se deja de labrar el terreno propio para que prospere el futuro interconfesional de la Humanidad y, quizá, el de las relaciones internacionales y resolución pacífica de las diferencias.
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