“El ruiseñor mexicano” poseía una de las voces más reconocidas del siglo XIX
La llamaron “El ruiseñor mexicano”. Fue la primera soprano de su país que se presentó en la Scala de Milán con un éxito rotundo que la llevó ante reyes y emperadores de su época.
Por Elia Baltazar
Ciudad de México, 6 enero (Infobae/SinEmbargo).- Ángela Peralta era “de presencia agradable” pero fea. Los periodistas de su época, la describían como una mujer “de cuerpo relleno” y “cara redonda”, baja de estatura, con la cabeza casi pegada a los hombros, la boca grande, la nariz puntiaguda y “los ojos saltones pero muy vivos”, aunque casi inútiles porque era miope.
Al nacer, en 1845, recibió el nombre de María de los Ángeles Manuela Tranquilina Cirila Efrena Peralta Castera y tuvo como único don su voz. A los 17 años se convirtió en la primera soprano mexicana que se presentó en la Scala de Milán para interpretar “Lucía de Lammermoor”, de Gaetano Donizetti, y triunfó. La llamaron “El Ruiseñor Mexicano” y es una leyenda de la ópera en México, por su éxito temprano y su atribulada vida que terminó a causa de una epidemia de fiebre amarilla.
Fue una niña de familia humilde que “recibía lecciones de piano en la casa de un profesor de la ciudad, y como no podía continuar los estudios en su propia casa, porque no poseía el instrumento, se improvisó un teclado en la orilla de una mesa, teclado inmóvil y nuevo, pero en el cual podía ejercitar sus dedos”, escribió de ella la revista francesa El Eco de Ambos Mundos, el 22 de abril de 1874.
Además de tocar piano y componer desde la infancia, le gustaba la poesía, la literatura y la historia y antes de cumplir os 15 años ya dominaba el francés y el italiano, indispensables para una cantante de ópera.
Con sólo 8 años, interpretó ante un público privado una cavatina (arieta corta realizada a partir de una aria) de la ópera “Belisario”, de Donizetti. Por aquellos días estaba de gira en México la prima donna Enriqueta Sontag. Hasta ella llegó el rumor de que había una niña que la imitaba muy bien, la invitó a su hotel y al escucharla la elogió, le regaló una pieza de música y le dijo: “si tu padre te llevase a Italia, serías una de las más grandes cantantes de Europa”, escribió Agustín F. Cuenca en su libro Ángela Peralta de Castera. Rasgos biográficos. Tal vez Sontag habría impulsado la carrera de Peralta, pero un par de días después murió en la Ciudad de México, contagiada de cólera, durante un paseo por la feria del pueblo de Tlalpan.
Angela tuvo que esperar unos años para viajar a Europa. Pero en México, a los 15 años, ya formaba parte del elenco que en 1860 se presentó en el entonces Teatro Nacional de la Ciudad de México para intepretar el papel de Leonor en El Trovador, de Verdi, que tuvo como director teatral a José Zorrilla, autor de Don Juan Tenorio. Era apenas una joven recién egresada del Conservatorio Nacional, que recibía clases privadas de un afamado maestro en México de nombre Agustín Balderas, a quien la historia reconoce como la mano que modeló la tremenda voz de Angela Peralta.
La joven soprano deslumbro y de aquella presentación la prensa de la época escribió: “Derramó abundantes lágrimas de placer al encontrase tan ardientemente aplaudida”. La edición del 22 de julio de 1860 de la revista La Sociedad alabó su voz “de timbre delicado y simpático, bastante extensa y, sobre todo, homogénea” y auguró para ella un “porvenir tan brillante, cuanto que siendo muy joven, alcanza ya un mérito poco común”.
LA NIÑA POBRE QUE LLEGÓ A LA CORTE ITALIANA
Su éxito en el Teatro Nacional animó a su padre a llevarla a España con sus propios recursos y acompañado del maestro Balderas. Para las costumbres de la época, su familia debió ser muy particular, pues en el matrimonio Peralta Castera trabajan los dos: la mamá como maestra y el padre como empleado en alguna oficina. Así costearon las clases de canto que Angela Peralta recibió del maestro Francesco Lamperti en Milán, Italia.
Para entonces, un crítico de música español de apellido Esquivel, quien la había visto en un teatro de Cádiz en 1861, ya le había impuesto su etiqueta definitiva al escribir: “Desde ahora le predecimos que su nombre no será conocido, porque por donde quiera que vaya no lo conocerán por otro que por el de Ruiseñor Mexicano”.
Durante cinco años, Peralta viajó por Europa presentándose en los mejores escenarios de ópera. Pero sin duda el éxito más rotundo lo tuvo en 1862 en la Scala de Milán –que en la época llamaban “El Templo de la Lírica”– al interpretar “Lucía de Lammermoor”. Dicen que el público enloqueció y que incluso un hijo de Donizetti, llorando, se acercó a ella para celebrar su voz y lamentar que su padre no viviera para escucharla.
Su interpretación tuvo tanto eco que el rey Víctor Manuel II de Italia la invitó a cantar para él y su esposa y un concurrido público de celebridades de la época que acudieron al teatro de Turín para verla interpretar “La Sonámbula”, de Vincenzo Bellini. “Los aplausos de la concurrencia fueron impetuosos, el teatro entero cimbraba mientras el público la aclamaba frenéticamente, de tal manera que tuvo que salir ¡32 veces! para recibir las enardecidas ovaciones”, narra Valladolid.
En adelante su voz recorrió todos los escenarios importantes de Italia, viajó por Lisboa, París, España, Rusia y hasta Egipto. Y de allí saltó a a Nueva York y La Habana. Entre 1863 y 1864 se convirtió en “la figura” de las más importantes temporadas de opera en el mundo.
LA CANTARINA DEL IMPERIO EFÍMERO
Angela Peralta volvió a México en 1865. El país entonces era un polvorín. Invadido por los franceses, disputado por liberales y conservadores, dividido entre los que apoyaban el gobierno republicano itinerante de Benito Juárez, que huía por todo el país a bordo de una carroza, y quienes respaldaban el imperio “invasor” de Maximilano de Habsburgo, archiduque de Austria.
Ajena a la confrontación política, la joven soprano de 20 años había recibido la invitación de Maximiliano y su esposa Carlota para cantar en el Teatro Imperial (que era en realidad el Teatro Nacional donde había triunfado por primera vez en México). El emperador no pudo asistir, pero le envió una carta que frente al público leyó Celestino Negrete, que ostentaba el cargo de primer secretario de ceremonias del Imperio. En su texto, Maximiliano le ofrecía disculpas por no haber asistido a su concierto, le regaló un aderezo de brillantes y le otorgó el nombramiento de “Cantarina de Cámara del Imperio”. Con ese título realizó presentaciones en Guanajuato, León y San Francisco del Rincón. En Guadalajara inauguró el entonces Teatro Juan Ruiz de Alarcón, que hoy lleva el nombre de Teatro Degollado.
Las atenciones del emperador, sin embargo, le acarrearon la animadversión de los liberales que luchaban por devolverle a México su gobierno republicano. “Toda la frescura de los laureles que Ángela Peralta había traído de Europa, se marchitaba tristemente, vergonzosamente, ante la aceptación de ese nombramiento de una corte bufa y oprobiosa”, escribió Ignacio Manuel Altamirano, un destacado político, intelectual y periodista de la época.
EL OCASO DEL RUISEÑOR
Angela Peralta regresó a España en 1866, antes del último respiro del régimen imperial de Maximiliano. Allá se casó con su primo hermano, el escritor Eugenio Castera. El enloqueció mientras ella seguía con sus triunfos en Europa y México. Finalmente, tuvo que internarlo en un hospital psiquiátrico de París, donde murió en 1967.
Un año después ella regresó a México, donde había corrido la voz de su amorío con Julián Montiel y Duarte, administrador de su compañía. La moral de la época no le perdonó que esa relación comenzara antes de que su esposo falleciera y el público mexicano le dio la espalda. Durante sus presentaciones, el público la abucheó, la insultó y poco a poco la dejó sola en el escenario, luego de haber ofrecido lo que muchos consideran su mejor actuación al interpretar Aida, de Verdi, en el Gran Teatro Nacional.
El castigo social la llevó al borde de la bancarrota. Enferma y agotada, obligada a presentarse en pequeños teatros de pueblo, suspendió durante tres años su carrera. Volvió a los escenarios, en 1883, con una compañía de 80 personas, la mayoría italianos, con la cual viajó a la ciudad de Mazatlán, donde la gente de nuevo la recibió como diva. De acuerdo con las crónicas de la época, el ayuntamiento del puerto “engalanó” el muelle, la recibió con el Himno Nacional y la trasladó en un “hermoso carruaje” hasta el hotel.
Pero unos días antes de su arribo había llegado al puerto un barco en el que viajaba un estadounidense que en el viaje había muerto de fiebre amarilla. A pesar de esto, las autoridades permitieron que la tripulación desembarcara el cuerpo y lo enterrara en el panteón municipal. Una epidemia se propagó y alcanzó a casi toda la compañía que viajaba con Peralta: de sus 80 integrantes, solo 6 sobrevivieron, luego de presentar en un teatro casi vacío “El trovador”, de Verdi.
Angela también cayó enferma y su ultima voluntad fue casarse con su amante don Julián in articulo mortis, es decir, en su lecho de muerte. De este último capítulo de su vida, existe el testimonio de que un hombre de apellido Lemus la sostuvo por la espalda mientras el juez la casaba. Dicen que ya estaba muerta cuando dio el sí. La voz del ruiseñor se apagó la tarde del 30 de agosto de 1883.
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