Desde el día 1 de diciembre hemos entrado en “receso de aplicación de la Constitución”
Esto no es una exageración,  sino es una conclusión que se desprende de los dos discursos que expuso el presidente López Obrador. Uno en la sede del Congreso de la Unión y el otro en el Zócalo de la Ciudad de México.
Ante los legisladores el presidente exclamó, que él es “partidario del perdón y la indulgencia, y entonces, ha decidido que quien haya cometido actos criminales de corrupción, no le serán aplicadas las leyes, no será sometido a la justicia, y tampoco será castigado.
¿Puede el encargado de la administración pública tomar una decisión tan grave y de tan enormes consecuencias, como es la de interrumpir la aplicación de la ley y de la Constitución?  ¡Definitivamente NO! Y el que lo hiciere estaría en la condición de atentar en contra del Estado de Derecho y de cometer un grave delito. Veamos lo siguiente:
El Estado de Derecho, según Jaime Cárdenas Gracia, es el marco en donde es posible lograr el equilibrio entre Estado-aparato y Estado-comunidad. El Estado de Derecho, dice Cárdenas Gracia, debe, sine qua non, lograr la primacía de la ley; mantener un sistema jurídico de normas; preservar la legalidad en los actos de administración; garantizar separación de los poderes; asegurar la protección y garantía a los derechos humanos; y lograr la prevalencia de un sistema de examen de constitucionalidad de las leyes.
Si tomamos en cuenta esta definición de Cárdenas Gracia sobre lo que es el Estado de Derecho, entonces el Presidente de la República estará actuando al margen del Estado de Derecho,  pues su convicción de otorgar perdón e indulgencia a las personas que hubiesen cometido actos criminales de corrupción no es parte de nuestro sistema jurídico de normas, y en sentido contrario,  violenta la separación de los poderes, atenta en contra de la legalidad, y lo más grave, es que impone su voluntad por sobre la ley.
Es claro que la indulgencia y el perdón son convicciones de su moralidad, no son principios jurídicos, y por ello mismo no se encuentran contemplados en nuestra Constitución General de la República.
¿Qué es lo que sucede entonces con el Presidente en sus discursos y en sus gestos?  Una posible explicación nos la plantea el Presidente de la Cámara de Diputados, Porfirio Muños Ledo. El diputado dice, con inusitada claridad y franqueza, que López Obrador “ha tenido una transfiguración. [….] Se reveló como un personaje místico, un cruzado, un iluminado”.
De ser acertada la explicación de Muños Ledo, eso significaría que López Obrador ha traspasado los límites del equilibrio entre los poderes republicanos, y peligrosamente,  ha superado los límites del equilibrio emocional.
Un cruzado es un fanático religioso que no acepta la fuerza y la preponderancia de las normas jurídicas de un Estado de Derecho; un cruzado no se somete a ninguna ley terrenal, y lo único que le motiva es el delirio de creer ser el escogido por la divinidad para el cumplimiento de una misión.
Un místico, según el diccionario, es una persona que cree haber experimentado la unión o el contacto del alma con la divinidad. De ser correcta de apreciación de Porfirio, entonces estamos, todo el País, ante un gravísimo problema. En lugar de un gobernante que se sujeta a las normas jurídicas de una república democrática, laica, federada, y…. terrenal, estamos ante un gobernante que aplica una misión de la divinidad. Y desde luego que hay que respetar las convicciones de las personas que creen en los contactos con la divinidad, pero tales creencias son del ámbito  privado, y no pueden ser impuestos al conjunto de la sociedad. En eso consistió la revolución liberal en el siglo XIX, de eso se alimentó la Constitución vigente, y ese principio de laicidad es el que sostiene a una república ajustada a principios jurídicos, democráticos, y de derecho.
Está en receso la aplicación de la Constitución, y estamos en el camino de ser gobernados, no con base a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, sino por decisiones alentadas por el éxtasis que experimentan, dice Muños Ledo, los místicos.
Jesus Ortega Martínez