Desde el inicio de la llamada
“pandemia” de C o v i d, esta re-
vista Kgosni ha documentado
información alternativa a la informa-
ción oficial, con base en reconocidos
médicos e investigadores que nos
presentan una realidad muy diferente,
plagada de enfermedades cardiova-
sulares, con el resultado de miles de
muertes o, en el “mejor” de los casos,
ocasionando amputaciones de pier-
nas y brazos a los vacunados.
Investigadores contemporáneos,
como Gislaine Lanctot, Andrew Wake-
field, Suzanne Humphries, Joseph
Mercola, Andrew Kaufman, Robert
Kennedy, Andrea Santander, Chinda
Brandolino, Luc Montaigner, Robert
Malone, Andreas Noak y muchos
otros, han desfilado en estas páginas,
siendo censurados en otros medios.
También hemos hablado de otros
que llegaron a las mismas conclusio-
nes, décadas antes o incluso siglos,
como Ivan Illich, Alfred Russel,
Claude Bernard o Antoine Bechamp.
Ahora, estimado lector, insistire-
mos en algunas conclusiones sobre
las vacunas, obtenidas por dichos in-
vestigadores en el pasado, específi-
camente sobre uno de los dogmas
que en realidad es un mito: la vacuna
contra la viruela, que hoy se aplica
contra la supuesta viruela del mono.
En su obra “My Life”, vol. 2, Alfred
Russel (1823-1913) narra cómo los
primeros resultados de la vacuna con-
tra la viruela causaron la propagación
de la enfermedad, pero fue falaz-
mente difundida como exitosa:
“Aprendí que la vacunación misma pro-
dujo una enfermedad, que fue a menudo
perjudicial para la salud y a veces fatal
para la vida, y yo también descubrí para
mi asombro que incluso Herbert Spencer
tiempo atrás había señalado que la pri-
mera Ley de Vacunación Obligatoria ha-
bía dado lugar a un aumento de la vi-
ruela”. Cfr. p. 351.
En 1898, el mismo Russel elabora un
folleto que resulta tan impopular y escan-
daloso como lo sería hoy, “Vaccination a
Delusion: its Penal Enforcement a Crime”,
del que tenemos un extracto disponible en
español: “La vacuna es un engaño y, su
imposición, un crimen”, contenido en su
obra de 1899 “The wondeful century”, cap. XVIII. Ahí señala lo que también
sucede hoy: la corrupción del dinero, en aquel entonces al médico Edward
Jenner (1749-1823) ‒a quien se atribuye la creación de la vacuna:
“Desgraciadamente, médicos y legisladores se habían hecho desde
luego solidarios de la doctrina de Jenner, en una forma que ya no admitía
la retractación. En 1802 el Parlamento ‒basado en la opinión de los prin-
cipales doctores de Londres‒ ...había donado a Jenner la suma de DIEZ
MIL ESTERLINAS. Luego ‒cuando se veía surgir por todos lados las prue-
bas contrarias‒ ya era tarde para retroceder... Los vacunadores siguieron
vacunando; el Parlamento regaló a Jenner otras VEINTE MIL ESTERLI-
NAS en 1807; subvencionó la vacunación con 3,000 esterlinas anuales en
1808; proveyó la vacunación gratuita en 1840 y obligatoria en 1853”.
Por su parte, también en 1898, el doctor chileno Alfredo Helsby, narra
en su obra “El fracaso de la vacuna, por inútil y desastrosa”:
“Así continuaba propagándose esta desgraciada aberración, inva-
diendo algunos países extranjeros, hasta que al fin y al cabo tuvieron los
doctores que convencerse, muy a pesar suyo, que sin poder mostrar dis-
minución alguna en la viruela, habían estado durante un siglo sembrando
en millares de organismos, toda especie de enfermedades asquerosas,
hereditarias e incurables, de manera que ya casi no existía familia alguna,
cuya sangre no estuviese viciada con inmundicias trasmitidas por su de-
cantado sistema de inoculación. Cayo, pues, en desuso esta práctica, lle-
gando hasta ser prohibida por una ley, que castigaba con un mes de pre-
sidio el que volviese a incurrir en tal abominación”.
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