Levantamiento en Egipto, lecciones para México
Alejandro Nadal
El levantamiento popular en Egipto ha sido presentado por la prensa internacional como algo sorprendente. Lo cierto es que la revuelta es la culminación de un proceso que lleva mucho tiempo en gestación. Es importante analizarlo por su parecido y diferencias con México. En Egipto también hubo una fachada de democracia, con sus partidos y elecciones trucadas para siempre sacar los resultados que el poder quería. La pobreza es generalizada y las expectativas para los jóvenes fueron deteriorándose cada año. Oportunidades de empleo despreciables, expectativas de educación casi nulas. Los servicios públicos cada vez más deficientes mientras la represión del régimen crecía contra la lucha obrera.
En Davos también se habló del levantamiento en Egipto. Pero sólo para insistir en que el régimen de Mubarak fracasó porque no emprendió la apertura financiera y comercial ni llevó a cabo las privatizaciones indispensables para que el sector privado pudiera desplegar su actividad. En medio de la peor crisis financiera y económica en 70 años, afirmar que el neoliberalismo es la receta para el desarrollo es absurdo. Pero precisamente por estar a la defensiva, el aparato de propaganda neoliberal está más activo que nunca.
La revuelta en Egipto tiene un vínculo estrecho con la economía. Pero no como lo plantea la prensa internacional de negocios. La pobreza, el desempleo, la desigualdad creciente y el deterioro inexorable de los servicios públicos han desfigurado la sociedad egipcia. Hoy la gente exige un cambio, pero la lucha no comenzó la semana pasada.
Desde 2006 las huelgas en la industria se multiplicaron. La resistencia obrera estalló en el sector textil y se extendió a otras ramas de las manufactureras del sector privado y público. En muchos casos hubo ocupaciones de fábricas, como en el caso de las plantas textileras en Mahalla al/Kubra en el delta del Nilo. La ola de paros y huelgas abarcó los ferrocarriles, la construcción, la industria alimentaria y algunos servicios públicos como la recolección de basura. La represión le siguió como su sombra.
En 2007 otra gran huelga textil estalló en Kafr el/Dawar. Más de 10 mil trabajadores participaron en un despliegue de activismo sin precedentes en las grandes resistencias obreras en ese país. Las reivindicaciones, al igual que en otros casos, se relacionaron con los bajos salarios y condiciones generales de trabajo (incluyendo las largas jornadas laborales).
Entre 2006 y 2010 el número total de huelgas, tanto en el sector privado como el público, rebasó el millar. Y en muchos casos las mujeres fueron las que dirigieron el movimiento ya que una buena parte de la fuerza de trabajo es femenina. Eso también explica por qué en numerosas ocasiones la población en general participó activamente en apoyar estas huelgas. El movimiento de la Fraternidad Islámica ha desempeñado un papel clave desde hace décadas y sus vínculos con los movimientos sindicales ha sido un factor clave en todos estos años.
La fachada de democracia que mantuvo Mubarak durante cuatro décadas no cambia las cosas. La represión ha sido salvaje pero la población ha sabido resistir y ha inventado formas alternativas de lucha. Eso incluye el uso de medios como Internet para establecer novedosas modalidades de movilización.
Hace una semana decenas de miles salieron a protestar contra el régimen. Las manifestaciones fueron creciendo y hace dos días ya eran cientos de miles los que participan en la lucha. La protesta no es sólo para exigir la renuncia de un dictador. La oposición a Mubarak no se contentará con su remplazo por Omar Suleiman, el flamante vicepresidente y contacto clave de Washington (especialmente de la CIA) en Cairo. Lo que hizo que cientos de miles de personas salieran de su rutina diaria a reclamar cambios profundos es algo más complicado que el desprecio hacia Mubarak. Y ciertamente no es la aspiración de remplazar su odiado régimen por una versión egipcia del neoliberalismo.
La revuelta popular en Egipto enseña lo que puede ser el camino de un proceso similar en México. No se necesita un ejército ni 10 años de preparación para la lucha armada. La población está harta y sabe que no le escuchan. También tiene años luchando y resistiendo, en el campo y las ciudades. Mañana podría salir a las calles y plazas con cualquier detonador. Podría pasar de reclamos generales sin mucha forma a una rápida toma de conciencia de su poder. Este descubrimiento le llevaría a vislumbrar que el desmantelamiento de este régimen estúpido, déspota y corrupto no es una quimera. Las demandas serán por una transformación profunda, no sólo un cambio del gobierno actual o del que venga. Basta de fachada de democracia, de partidos podridos y represión contra las luchas populares y el movimiento obrero. Su proyecto inmediato será detener la lenta desintegración que hoy sufre México. En su horizonte estará la construcción de un nuevo país sobre las ruinas de las ilusiones de los grupos privilegiados.
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