Arabia Saudí se arma hasta los dientes
Viernes, 15 julio 2011
Arabia Saudí ha comprado a Alemania 200 tanques 'Leopard 2 A7' como el que aparece en esta imagen de archivo. / Clemens Niesner (Efe)
Todo contrato de armas con países de Oriente Próximo suele ser un asunto sensible salvo en los casos de Israel y Arabia Saudí, considerados los aliados incondicionales de las potencias occidentales en la región más explosiva del mundo. Pero la creciente compra de armamento al reino wahabí en los últimos tiempos está suscitando extrañeza incluso entre países amigos, sobre todo después de que el país más conservador del Golfo Pérsico se haya buscado un nuevo socio comercial que le proporcione material de guerra, apartando de esa forma a sus proveedores tradicionales, EEUU y Gran Bretaña.
La noticia del acuerdo comercial -que pretendía ser secreto- entre Berlín y Riad por el cual el primero ha vendido 200 carros de combate Leopard 2A7+ a cambio de unos 2.000 millones de euros fue desvelada hace unos días por Der Spiegel y desde entonces sigue dando que hablar. Sobre todo, por el hecho de que el reino de los Saud refuerce su arsenal en el actual contexto político -las revueltas sociales en busca de libertad- y no sólo en respuesta a la capacidad militar de Irán, su habitual argumento a la hora de armarse. Hay que recordar que, en la guerra fría que enfrenta a regímenes chiíes y suníes en Oriente Próximo, Irán lidera a los primeros y Arabia Saudí a los segundos, sobre todo después de que la dictadura de Egipto -que le disputaba esa posición- cayera víctima del levantamiento popular.
“Arabia Saudí y los países del Golfo en general comprenden que sólo deben confiar en sí mismos para defenderse durante este periodo crítico marcado por el inicio de la retirada norteamericana de Irak“, analizaba en declaraciones a la France Presse el director del Centro de Estudios Estratégicos de Oriente Próximo, Anwar Eshki. Si el Gobierno de Bagdad no hace una petición oficial en sentido contrario, los actuales 46.000 soldados de Estados Unidos que permanecen en la antigua Mesopotamia tendrán que abandonar el país antes del próximo 31 de diciembre.
La marcha de los norteamericanos, principal sustento internacional saudí, es un motivo de peso para rearmarse en un contexto hostil. La dinastía que rige Arabia Saudí se siente amenazada por la salida norteamericana, por la actitud de Irán -que no para de acumular poder gracias al fracaso de la política norteamericana en la región, con Irak en manos de un gobierno chií afín a Teherán- y su supuesto programa armamentístico nuclear, pero también por los acontecimientos en Bahréin y Yemen, con quienes comparte fronteras, donde las poblaciones se han levantado contra los dictadores amigos de la familia Saud para exigir derechos y democracia.
En Alemania, algunos analistas han advertido que los carros de combate vendidos no son sólo aptos para la guerra, sino que pueden ser empleados a la hora de dispersar multitudes o actuar como antidisturbios. Y eso resulta inquietante en el actual escenario regional, sobre todo después de que Arabia Saudí enviase, como parte de una fuerza del Consejo de Cooperación del Golfo -una turbia institución regional- a un millar de soldados a bordo de carros de combate al vecino reino de Bahréin -que alberga la V Flota norteamericana- para ayudar a su socio Al Khalifa en la represión de las protestas el pasado marzo. La fuerza tendría que haberse retirado hace una semana, pero aún no ha habido confirmación del repliegue.
“Arabia Saudí encara nuevas amenazas en Yemen y con el programa nuclear iraní”, explicaba a la citada agencia Theodore Karasik, director de desarrollo del Instituto de Análisis Militar para el Golfo y Oriente Próximo, basado en Dubai. “Este programa despierta temores por su naturaleza incierta. Representa una amenaza a los saudíes especialmente en la perspectiva de la retirada norteamericana y los acontecimientos en Siria y el Líbano”, añadía, refiriéndose a la aparente solidez del régimen de Damasco, también chií y aliado con Irán, y la composición del nuevo gobierno libanés, próximo a Hizbulá. Es cierto que la relativa estabilidad que rodeaba al reino saudí se desmorona, y no sólo en Bahréin. En Yemen, la presencia cada vez más importante de Al Qaeda amenaza a Arabia Saudí -en el punto de mira de la organización pese a compartir la ideología wahabi, la vertiente más conservadora del Islam suní, por las estrechas relaciones de la monarquía con Washington- así como los rebeldes houthis -chiíes- que actúan en la frontera saudí-yemení. En cuanto al riesgo que implica el supuesto programa nuclear militar iraní, hasta ahora es una mera especulación pero funciona como un argumento eficaz para el país wahabi: el príncipe Turki al Faisal ya ha advertido que no se cruzarán de brazos. “No podemos vivir en una situación en la que Irán tenga armas nucleares y nosotros no. Es así de sencillo”, afirmó ante responsables de la OTAN hace unos días en Riad. “Si Irán desarrolla un arma nuclear, será algo inaceptable para nosotros y tendremos que hacer lo mismo”.
Y mientras tanto, van llegando más y más armas a Arabia Saudí, un país donde el desprecio hacia los Derechos Humanos es la norma y donde las mujeres padecen una discriminación sólo comparable con Afganistán. No en vano se ha firmado la compra a Estados Unidos de 84 cazabombarderos F-15, 70 helicópteros de combate Apache, 72 helicópteros Black Hawk y 36 Little Birds así como mejoras para los 70 F-15s ya disponibles y varios tipos de misiles en lo que supone un contrato por valor de 60.000 millones de dólares: se necesitarán entre 15 y 20 años para entregar semejante material de guerra. Arabia Saudí dependerá de Estados Unidos en el entrenamiento y el mantenimiento, si logran seguir siendo aliados hasta entonces.
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