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martes, 20 de enero de 2015

El problema de los chapulines

El problema de los chapulines



Mucha de mi actividad profesional la ejerzo en la delegación Miguel Hidalgo del DF. Esta demarcación es un desastre en cuanto a obras públicas.
El problema de los chapulines
He seguido de cerca el debate en torno a los políticos chapulines: aquellos gobernantes que se retiran de sus puestos para competir por uno nuevo sin terminar su periodo de gobierno. En diversos puntos del país el fenómeno se multiplica día con día, lo cual ha generado una andanada de críticas por parte de asociaciones empresariales, columnistas y hasta la Iglesia católica. Al principio estaba de acuerdo con lo que había escrito nuestra colega María Amparo Casar en Excélsior sobre los chapulines. Ella en particular se refería a los delegados del Distrito Federal: “Hay muchas razones por las cuales se les puede cuestionar y censurar. El abandono de sus cargos no es una de ellas”. No obstante, he cambiado de opinión. Ya no estoy de acuerdo con María Amparo después de ver el tiradero de obras públicas inconclusas que hay en la Ciudad de México.
En su editorial de la semana pasada, Casar ciertamente reconoce que hay “consecuencias perniciosas” cuando se abandonan puestos con el fin de competir por otros. Una de ellas es dejar “inconclusa parte de su trabajo aduciendo que les faltó tiempo” lo cual hace que dejen “de rendir cuentas sobre su ejercicio de gobierno”. Esta razón me parece toral para criticar a los chapulines. Doy dos ejemplos que sufro todos los días.
Mucha de mi actividad profesional la ejerzo en la delegación Miguel Hidalgo del Distrito Federal. Esta demarcación es un desastre en cuanto a obras públicas inconclusas. En una de ellas no hay actividad alguna desde hace varias semanas. Alguien (no sé quién) abrió sobre Avenida Constituyentes, supuestamente una vía semi-rápida, una canaleta para meter un ducto de algo. Abrieron pero no cerraron la dichosa canaleta a lo largo de unos doscientos metros sobre Constituyentes, frente al Panteón Dolores, casi llegando al entronque con Periférico. Esto provoca la obstrucción de uno de los tres carriles de la avenida ya que, aparte de la canaleta inconclusa, hay montones de tierra y piedras acompañados de una serie de barriles naranja sin ton ni son. Ya van varias semanas que esto sucede, sin que nadie haga algo, lo cual provoca un embudo que genera mucho tráfico en las horas pico.
¿Dónde está el delegado de Miguel Hidalgo mientras sucede esto? Pues ya se fue porque quiere ser diputado. También su segundo de a bordo. Y como en México no hay un servicio civil de carrera que opere independientemente de la lógica política, pues la parálisis se apodera de los gobiernos: no hay mandos que controlen a los subordinados. El retrato perfecto es que, a menos de dos kilómetros de la delegación Miguel Hidalgo, haya una obra inconclusa, que nadie atiende y que afecta a la ciudadanía.
El segundo ejemplo es la renovación de la avenida Masaryk, una de las arterias centrales de Polanco. El proyecto era uno de los más importantes del delegado Víctor Hugo Romo. Hace exactamente un año anunció que la rehabilitación se realizaría en tres etapas (Arquímedes-Moliere, Arquímedes-Mariano Escobedo y Moliere-Periférico) y que la construcción de cada tramo duraría “seis meses”. Pamplinas. Llevamos más de un año con Masaryk prácticamente cerrado y la obra de alrededor de tres kilómetros no ha concluido. Mientras tanto, el tráfico en Polanco es mortal y los negocios sobre Masaryk apenas sobreviven. Si bien el gobierno ya multó a la constructora por el retraso, estamos lejos de que se termine a cabalidad. Pero eso sí: Romo y su segundón ya abandonaron el barco sin rendirle cuentas a nadie.
Los políticos chapulines están en su derecho de “saltar” a otros puestos. Como dice Casar, las reglas los incentivan. Pero no estoy de acuerdo con la conclusión de María Amparo: “Más que censurar a los delegados por su retirada, censuremos a los partidos que van a postular a funcionarios sobre los que pesan fuertes acusaciones de corrupción”. Desde luego que hay que censurar a los partidos que pongan candidatos presuntamente corruptos. Pero también censuremos a los políticos que abandonen sus puestos y dejen un tiradero en las demarcaciones que gobernaban. Es muy injusto que los ciudadanos suframos las consecuencias de su ambición política.

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