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viernes, 2 de enero de 2015

Las huríes, las armas y el más allá (II)

Las huríes, las armas y el más allá (II)

Los filósofos y los místicos sufíes también defienden que es el alma la que resucita, no el cuerpo

02/01/2015 - Autor: Manuel Feria García - Fuente: Alkalima
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Fragmento de El Jardín de las Delicias de El Bosco.
En nuestro anterior artículo veíamos que la recompensa o el castigo tendrán lugar tras la Resurrección, y no inmediatamente después de la muerte. Vimos también que el Corán nos ofrece una imagen metafórica, viva y hecha carne de las bienaventuranzas del Paraíso y de los tormentos del Infierno, y que estas aleyas no deben interpretarse literalmente, como hacían los politeístas de Quraiš: «Dios propone símiles a los hombres. Quizás, así, se dejen amonestar» (Corán 14: 25). En el Paraíso hay «arroyos de agua incorruptible, arroyos de leche de gusto inalterable, arroyos de vino, delicia de los bebedores, arroyos de depurada miel»(Corán 47: 15). Los arroyos de vino del Paraíso solo pueden ser un símil.
El Antiguo Testamento mantiene una posición ambigua y variable sobre la Resurrección, el Paraíso y el Infierno. Los conceptos de Jardín del Edén y de Infierno no se definieron hasta el siglo II d.C. y algunos judíos sionistas identificaron, y siguen haciéndolo, la «Promesa» (lo que el islam llama la Resurrección y el Juicio Final) con la vuelta a la Tierra de Promisión, es decir, a Palestina.
El cristianismo no describe el Paraíso y el Infierno en términos sensibles. Para los cristianos, el Paraíso es la morada del alma junto a Jesús, que para ellos es el Hijo de Dios, y el Infierno es el destino de los que niegan la divinidad de Cristo. Los filósofos y los místicos sufíes también defienden que es el alma la que resucita, no el cuerpo.
Algunos ulemas respaldan esta idea basándose en ciertos hadices, entre otros en el que citábamos en el artículo anterior. Entienden, pues, que son las almas las que gozarán las bienaventuranzas del Paraíso, no los cuerpos.
Recordemos que los politeístas de Quraiš criticaban al Profeta, bendito sea, la idea para ellos absurda de que los cuerpos muertos y convertidos en polvo puedan volver a la vida, y que el Corán les respondía:
«¿No han visto que Dios, que ha creado los cielos y la tierra sin cansarse por ello, es capaz de devolver la vida a los muertos? Pues sí, es omnipotente» (Corán 46: 33);«¿Cree el hombre que no van a ocuparse de él? ¿No fue una gota de esperma eyaculada y, luego, un coágulo de sangre? Él lo creó y le dio forma armoniosa. E hizo de él una pareja: varón y hembra. ¿No será capaz de devolver la vida a los muertos?» (Corán 75: 36-40). «Dice: "¿Quién dará vida a los huesos, estando podridos?" Di: "Les dará vida Quien los creó una vez primera -Él conoce bien toda creación"» (Corán 36: 78-79).
Dios puede devolver la vida a los difuntos, pero ¿resucitarán sólo las almas o lo harán también los cuerpos? ¿Resucitarán los mismos cuerpos que tuvimos en vida u otros que Dios creará como recrea la planta a partir de la semilla? Estas y otras preguntas similares sobre el más allá se las plantearon ya los teólogos musulmanes y los sufíes. Pero no tienen respuesta.Los politeístas de Quraiš se burlaban de la vida después de la muerte y el Sagrado Corán les responde con contundencia, con un tono intimidatorio y con imágenes tangibles del Paraíso y del Infierno. La amenaza del tormento en el Día de la Resurrección es la amenaza del castigo que los politeístas merecen por apropiarse de las riquezas de La Meca y por oprimir económicamente a los huérfanos, a los pobres y a los necesitados:
«No honráis al huérfano, ni os animáis unos a otros a alimentar al pobre, sino que devoráis vorazmente la herencia y amáis la hacienda con desordenado amor»(Corán 89: 17-20).
Por eso, dice Dios, los ricos de Quraiš os consumiréis en el Infierno. Los creyentes, por el contrario, gozarán del Paraíso, paladearán en sus estancias toda delicia y ese goce les hará olvidar tantas privaciones como sufren en este mundo. Los politeístas se debaten entre el terror al Infierno y el apetito del Paraíso. A este conflicto existencial alude Dios cuando afirma: «Hemos creado al hombre en aflicción» (Corán 90: 4). Dios los aterroriza con el Infierno y al mismo tiempo, en la esperanza de que se unan a los creyentes, excita en ellos el apetito de las bienaventuranzas. Esta conjugación de temor y anhelo está presente incluso en la invitación a la sumisión a Dios:
«¡Invocad a vuestro Señor humilde y secretamente! Él no ama a quienes violan la ley. ¡No corrompáis en la tierra después de reformada! ¡Invocadle con temor y anhelo! La misericordia de Dios está cerca de quienes hacen el bien» (Corán 7: 55-56). «Y nunca enviamos tales signos sino para comunicar una advertencia.  Y, he ahí, que te dijimos Oh Profeta: “Ciertamente, tu Sustentador circunda a toda la humanidad con Su conocimiento y poder: y, así, hemos dispuesto que la visión que te hemos mostrado no sea sino una prueba para los hombres –como también el árboldel infierno, execrado en este Qur’án. Y con la mención del infierno les hacemos llegar una advertencia: pero si están empeñados en negar la verdad, esta advertenciano hace sino aumentar su ya desmesurada arrogancia”». (Corán 17: 59-60)
Publicado en el periódico marroquí al-Ittihad al-Ichtiraki en febrero de 2010.
Traducción del árabe: María del Pilar Suárez Maseda y Manuel Feria García.

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