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viernes, 7 de julio de 2017

"Mi nieta murió de hambre y también he tenido que enterrar a mi nieto. A los dos los enterré en el jardín"

Médicos de MSF atienden a un niño de sus graves heridas tras una explosión en Mosul. MSF
Cubierto de polvo, el pequeño Ahmed [nombre ficticio], de cuatro años, está sentado sobre las piernas de su padre en el exterior del hospital que Médicos Sin Fronteras (MSF) gestiona en el oeste de Mosul. El niño devora un bizcocho con tal avidez que buena parte de su rostro ha terminado cubierta de chocolate.
Por un momento, el niño parece no estar pensando en los horrores por los que acaba de pasar, como la muerte de sus dos hermanos. Su padre, Samir, consuela a la abuela del crío, que está sentada junto a él, y le ayuda a beber agua de una botella. La cara de la mujer es el espejo de las adversidades que ha atravesado esta familia.
Sólo unas horas antes huían de los combates de la ciudad vieja de Mosul. La casa donde se refugiaban estaba demasiado cerca de la línea del frente, de la batalla que libran el Estado Islámico y las fuerzas iraquíes: fuego de artillería, bombardeos, ataques suicidas, minas improvisadas y francotiradores. Esa misma mañana, la vivienda fue retomada por las fuerzas de avance. Pero la ayuda llegaba ya demasiado tarde.
"[Hace tres días] mi mujer sostenía a mi hijo cuando cayó un mortero", relata Samir. "El muro de la habitación donde estaban ellos con mi hermana se vino abajo. En un primer momento no puede entrar al cuarto. Había mucho polvo y no podía respirar. Cuando el polvo se asentó, entré y empecé a quitar ladrillos. Escuché a mi mujer gritar y di con ellas. Las cargué en brazos y las saqué de la habitación. Pero cuando terminé de retirar todos los ladrillos, vi que mi hijo estaba muerto. Tenía un mes y cinco días de vida".
Mientras Samir habla, su madre, de luto, le interrumpe con lamentos y recuerdos del pasado que narra entre lágrimas. "Mi nieta murió de hambre y también he tenido que enterrar a mi nieto. A los dos los enterré en el jardín", dice.
"Estuvimos tres días sin agua. La poca agua que bebíamos no era buena. Y ahora tenemos diarrea bebamos lo que bebamos", continúa. "Durante el ramadán nos moríamos de hambre. Ni siquiera teníamos permitido comer las sobras de la basura".
Ahora la esposa de Samir está ingresada en el hospital, se encuentra en cama con un collarín. Es por la mañana y mientras el personal médico y sanitario se prepara para recibir más pacientes, se escucha el sonido de las explosiones en el frente.
Ayer fue la jornada más intensa del hospital desde que se puso en marcha hace unos diez días. Pacientes heridos, la mayoría mujeres y niños, llegaban en ambulancia desde las líneas del frente. Un niño con quemaduras en los brazos y piernas. Una mujer en estado de shock y el rostro cubierto de sangre. Una pequeña con un vestido de flores, con la pierna derecha herida por la metralla y la izquierda amputada hasta la rodilla.
La sala de urgencias es un escenario por el que desfilan los horrores que esta guerra ha infringido a la población de Mosul. Una niña cuenta como vio morir a su hermano justo delante de ella. La sala se llena de lamentos, sollozos, gritos y también de exclamaciones de alivio.
Los familiares que acompañan a los heridos llevan la angustia dibujada en la cara: rostros famélicos, miradas perdidas, ojos llorosos y cuerpos cubiertos de sangre y suciedad.
"Hambre y sufrimiento", repite una y otra vez una anciana desde una de las camas de urgencias. Tiene 74 años y hace apenas unas horas, escapó de los enfrentamientos en Mosul. "Tratamos de convencer a los niños de que comieran al menos el concentrado de tomate... Hervíamos la harina en el agua, pues el arroz que teníamos estaba tan sucio que ni los animales lo comían", dice la mujer.
"Cada día moría gente por los bombardeos y los ataques. No sabíamos de dónde llegaban. Yo he perdido la mitad de mi peso... Y apenas podíamos ducharnos, nuestra piel tiene ya toda clases de enfermedades".
El centro de MSF es uno de los dos únicos hospitales en este área y su prioridad es la asistencia de emergencia. Los médicos trabajan a contrarreloj para que los pacientes puedan ser referidos a otros hospitales (como los ubicados en Mosul este) y seguir el tratamiento una vez se estabilicen. De ese modo, van quedando camas libres para los heridos que no cesan de llegar.
A pesar del gran flujo de entradas, sólo una pequeña parte de los miles de iraquíes que siguen atrapados en medio de los combate logran llegar al hospital. El principal temor de MSF es que los casos más urgentes estén muriendo precisamente por esto, por no poder acceder a la asistencia de emergencia.
La familia de Samir es referida a otro hospital para que se recupere. Aunque algunas de sus cicatrices no desaparecerán nunca. De los tres hijos de Samir y su mujer, ya solo queda uno vivo. Sin nada más que su ropa y sin dinero en los bolsillos, la familia subida en una ambulancia deja atrás el recinto. Aunque el vehículo no tardará en regresar con otro paciente herido desde el frente.

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