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jueves, 22 de noviembre de 2018

Castigo por aclamación

22 de Noviembre de 2018
Pollice verso es una expresión latina que significa “pulgar volteado” y era usada en el contexto de los combates de gladiadores, un espectáculo para entretener al pueblo en la antigua Roma.
Tales combates se escenificaron durante cerca de mil años, alcanzando su pico entre el siglo I AC y el siglo II de nuestra era.
En sus Sátiras, el poeta romano Juvenal —que vivió en ese tiempo, entre los años 60 y 128— describe cómo la turba señalaba con un pulgar volteado al gladiador derrotado que enseguida debía ser sacrificado (verso pollice vulgus cum iubet occidunt).
De eso me acordé al escuchar al presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, decir que él no estaba por castigar los presuntos actos de corrupción cometidos por quienes serán sus predecesores en la Presidencia de la República, pero que lo haría si el pueblo se lo pedía.
El martes por la noche, López Obrador dijo al periodista Ciro Gómez Leyva, en Imagen Televisión, que la corrupción y la impunidad son los principales problemas de México y que éstos nunca se habían padecido tanto como durante el “periodo neoliberal”.
Sostuvo que para castigar a los responsables de lo que él llamó una “tragedia nacional” se tendría que empezar con el castigo a los de arriba, refiriéndose a los presidentes vivos de esa etapa de la historia reciente —Carlos Salinas de GortariErnesto ZedilloVicente FoxFelipe Calderón y Enrique Peña Nieto—, pero que “es mejor para el país, en una decisión de Estado, un punto final y decir ‘vamos a olvidar esa horrible historia’”.
Abrir expedientes en contra de expresidentes, agregó López Obrador, nos llevaría a una confrontación permanente como país y no a resolver la impunidad y la corrupción.
“Pero si la gente dice ‘no le hace que nos confrontemos, queremos justicia´, se hace justicia de arriba para abajo”, afirmó. Y, a pregunta expresa, apuntó que, en ese caso, el primero en la lista, por orden cronológico, sería Salinas de Gortari.
Las palabras de López Obrador permiten asomarnos a su visión de la justicia que a ratos parece confundirse con la venganza. Me fue imposible no imaginarme al próximo Presidente de México en el papel de César, preguntando a vulgus qué hacer con el derrotado y oteando la gradería en busca de pulgares volteados. Desearía que el Presidente de la República, elegido con la mayor cantidad de votos de la historia, fuese alguien que tuviera por faro el Estado de derecho y el debido proceso.
Coincido con él en que la impunidad es el principal problema que tiene México. Es la fuente de todos nuestros males. El no someter a la justicia a quien viola la ley conduce a la corrupción y a las demás expresiones de la criminalidad.
La aplicación de las sanciones no debiera ser una cuestión discrecional. Lo que debe regir es la comprobación de que se cometió un delito. El papel del Ministerio Público es aportar las pruebas para que un juez juzgue y aplique la sanción.
“No es mi fuerte la venganza (…) creo en el perdón y pienso que es lo que más conviene al país”, dijo López Obrador a Gómez Leyva. Como digo, en el vocabulario del tabasqueño, justicia y venganza a veces aparecen como sinónimos.
“Así como creo en esta amnistía política, así pienso que hacia adelante debe haber cero impunidad, cero corrupción, que no se perdone a nadie”, añadió.
El Presidente electo parece creer que antes de él era el diluvio y que una vez que llegue al poder jamás volverá a llover. Sigue confiando en que su ejemplo volverá respetuosos de la ley a los hombres.
Yo quisiera que el Ejecutivo con mayor legitimidad de la historia acabara con el voluntarismo de la figura presidencial. Que la procuración de justicia recayera en un fiscal autónomo que no tuviese que consultar al Presidente sobre si un delito debe ser perseguido o no.
Que, para ello, los únicos criterios sean que el delito no haya prescrito y que existan evidencias suficientemente sólidas para integrar una carpeta de investigación y someter el caso a un juez a fin de que éste vincule a proceso al inculpado.
La justicia no debe depender de la voluntad del Ejecutivo ni de la sed de venganza del pueblo. En meses recientes, hemos visto que la turba comete graves equivocaciones cuando hace justicia por propia mano, como ha sucedido en los lamentables casos de linchamiento.
La ley es lo que necesita una sociedad para superar diferencias de criterio y para no dejar a los instintos elementales la resolución de los conflictos.
La falta de respeto a la ley es lo que más ha dañado a México. La corrupción, el robo, el secuestro, el asesinato, la extorsión y otros actos delictivos nunca desaparecerán, pero se volverán excepcionales en la medida en que quienes se sientan tentados de cometerlos sepan que la justicia puede alcanzarlos.

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