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En medio año de gobierno, la cuarta transformación (4T) del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, tiene dos rostros: el extasiado de AMLO, cuando asumió la presidencia tras más de una década de buscarla, y el de Arturo Herrera, el nuevo secretario de Hacienda, cuya imagen atribulada pronto llegó a las redes con el fondo musical de The Sounds of Silence.
Carlos Urzúa —un economista que había sido vital para convencer a los grandes capitales en México de que un presidente de izquierda mantendría disciplina financiera— renunció a su cargo con una carta que incluía dos párrafos que explotaron como cargas de profundidad para el barco mal armado de la 4T. Urzúa, el tercer funcionario de alto rango que abandona el gobierno de AMLO, escribió que las políticas públicas se deciden sin evidencia ni estimación de su impacto y que algunos funcionarios imponen individuos sin mérito ni conocimiento en una secretaría técnica tan crítica como Hacienda.
El gobierno de México hace tiempo que no da demasiadas buenas noticias y ahora está asomándose una muy mala: todo parece indicar que la economía entrará en recesión. Por eso es especialmente lúgubre la renuncia de Urzúa y muy preocupante su alerta: la 4T no tiene un plan para cambiar y mejorar al país; es territorio de la improvisación.
AMLO llegó al poder con eslóganes que simulaban un proyecto, pero una vez en la presidencia ya no pudo simular más. Urzúa lo dejó entrever: sin racionalidad —en la economía, pero también en otras áreas— solo queda el capricho de un hombre.
Antes de su renuncia, Urzúa había tenido desacuerdos y tensiones públicas con el presidente. AMLO y su secretario ya habían diferido sobre el crecimiento posible de México. Poco después de la renuncia, AMLO fue todavía más allá y dijo que Urzúa —el mismo hombre que manejó la economía de Ciudad de México cuando el presidente era su jefe de Gobierno— tenía una concepción “neoliberal” del desarrollo.
Los desacuerdos y tropiezos son comprensibles. Todo gobierno en sus primeros años sufre golpes propios de la curva de aprendizaje. Pero la de Urzúa no es una renuncia cualquiera. Cuando el hombre a cargo de la segunda economía de América Latina da un portazo diciendo que los planes del gobierno solo tienen por detrás volutas de humo y que hay conflictos de interés, deja mal parado a un movimiento autoproclamado como el gran transformador de la nación. El desprecio por la racionalidad y el afecto por prácticas poco transparentes y cuestionables desmerece la promesa de cambio e iguala a AMLO con el pasado que dice querer enterrar.
Pero aunque Urzúa ha herido a la 4T, no la llevará a la muerte, y esas son buenas y malas noticias para AMLO. Buenas porque todavía tiene una ascendencia casi mística sobre buena parte del electorado, y mientras esos votantes sientan que es uno de los suyos el que está librando una batalla contra fuerzas ominosas del pasado, le tolerará derrapes y escándalos como la cancelación arbitraria de un aeropuerto y la construcción polémica de otro, el ambientalmente peligroso Tren Maya, la controversial refinería Dos Bocas, recortes toscos en la ciencia o la cultura. Y son malas, curiosamente, por lo mismo: porque mientras crean en él, AMLO no tendrá incentivos para cambiar.
Pero ¿puede AMLO cambiar? La carta de renuncia de Urzúa y la presentación de Herrera revelan que no. El nuevo secretario parecía un hombre débil, un cordero sacrificial, cuando como jefe de la economía debe exhibir entereza. Allí, al frente, desanimado y desarmado, con AMLO dos pasos detrás ordenando el mundo, su rostro era el de un contador público obediente.
Urzúa dejó a Herrera en un cepo: un secretario de Hacienda debe decidir política pública considerando factores objetivos, no caprichos, pero si tiene criterio propio no tendrá cabida en la 4T. Herrera parece no tener elección en esa disyuntiva: o sigue a Urzúa —y es coherente y defiende medidas sostenibles— o sigue a AMLO. Y seguir al presidente es obedecer sin cuestionar.
AMLO, un líder personalista en cuya cosmovisión no hay otra verdad que la suya, no llamó por error “cuarta transformación” a su gobierno incluso antes de haber llegado a la presidencia. En su visión mesiánica, él ya es una de las grandes figuras de México con el cura Hidalgo, Benito Juárez y Francisco I. Madero. Y no cambiará ahora que tiene el poder. Desprecia toda realidad que lo contradiga y morirá con su “yo tengo otros datos”. Así, aunque México desacelera, AMLO insiste en que crecerá dos por ciento y el país ya se transformó porque él así lo ha decretado.
Es posible que AMLO haya conseguido en Herrera el amanuense que tanto precisa. El que no se irá acusando, como Urzúa, que los planes estratégicos son fantasías de trasnoche. Puede que Herrera sea un tipo de buena voluntad, pero AMLO es un patrón de vieja época y querrá que obligue a los números a obedecer su deseo.
Tal vez, entonces, sea hora de que los funcionarios del gobierno empiecen, como Urzúa, a plantarle cara a su líder y rechazar la retórica hiperbólica de la salvación nacional. Una corrección realista va en beneficio de la propia 4T. Dado que AMLO no escucha a quien lo contradice, está en sus aliados más cercanos negarse al presidente cuando sea necesario para conducir a México con sensatez y certidumbre. Nadie quiere enfrentar la posibilidad de que AMLO haya encontrado en Herrera a un soldado capaz de asumir la misión suicida de defender la opacidad de sus “otros datos”.
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