Las alabanzas más excelsas son para Allāhel altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
La creación está llena de signos (ayat) para conocer. Unas veces son grandes, otras pequeños. Signos que se entretejen con otros o que se manifiestan en solitario recordándonos la gloria de Allāh, el altísimo. Signos que marcan nuestra vida, que nos guían hacia la diversidad. Una diversidad tan plural que acaba disolviéndose en el mismo principio de donde surgió: El uno.
Queridas hermanas, queridos hermanos sin embargo en nuestro mundo los signos están esclerotizados. Poco a poco han sido asfixiados y su referencia a la realidad (ḥaqīqa) se apaga para nosotros, mientras nuestra mirada se convierte en fugar, sin capacidad de reflexión ni recuerdo (dhikr). Perdemos la visión universal para primar lo concreto, y claro, al final eso se manifiesta en nuestra mente, lengua y acciones. Nos volvemos pobres con respecto a lo que Allāh, que exaltado sea su nombre, ha querido que experienciemos.
El signo (aya) es aquello que permite que nosotros podamos comprender lo que nos excede, referenciar lo inefable y encontrar esas pequeñas pistas que Allāh nos ha dejado para disfrutar de su bendita creación. Así, el Altísimo dice en el Corán en el capítulo de los Bizantinos (al-Rūm):
Y entre Sus signos está la creación de los cielos y de la tierra, la diversidad de vuestras lenguas y de vuestros colores. Ciertamente hay en ello signos para quienes conocen. (Corán 30:22)
Esta aleya del Corán nos exhorta a leer entre líneas la creación y no contentarnos con lo literal ni con nuestra visión. Nuestra visión, para que sea completa, necesita de una respiración profunda y de un recuerdo sobre Él, que exaltado sea su nombre, y sobre su amado Profeta ﷺ. Pues la creación es diversa en lo manifiesto (hadhir) y en lo oculto (ghayb) y no solo somos materia finita sino espíritu indestructible (rūḥ). Nosotros también somos signos que esperamos a ser descifrados y puestos en contexto, dando paso a construir el texto más bello jamás creado: La creación de Allāh, el altísimo.
Somos parte de ese texto, somos signos que junto a tantos otros generamos el texto de la existencia. ¿Por qué no somos capaces de leer contextos? ¿Por qué nos quedamos solo con la parte que nos toca a nosotros? Si somos capaces de leer los signos y ponerlos en contexto, seguramente, seremos capaces de vivir plenamente y comprender mejor lo que acaece. A veces nuestra razón es limitada, pero nuestro corazón se convierte en el órgano de la plena intelección.
Queridas hermanas, queridos hermanos, por eso a mi me fascinan como funcionan los signos y como referencian las realidades. El islam es un camino de signos y no de ceguera o imitación (taqlīd). Estemos atentos a los regalos de Allāh, el altísimo, y enriquezcamos nuestra existencia, pues –como dice el ḥadīth qudsī– Él es un tesoro que quiere ser conocido por sus siervos. Por eso, os propongo el ejercicio de que hoy reflexionemos en conjunto sobre un signo concreto: la letra mim (م).
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La mim (م) como letra es, aparentemente, frágil. Es, aparentemente, tan frágil como el ser humano. Cualquier signo descontextualizado tiene un sentido frágil. Al profano nada le remite, pues es una letra aislada. Las letras por si solas y sin contexto son solo trazos de tinta en un papel. Son nuestros ojos e intelecto el que las contextualizan y nos dan más información, la que nos hace mirar más allá y darle sentido.
Tras mirar esos trazos de tinta sobre un papel o una pantalla empezamos a comprender que algo más hay. Igual que cuando leemos la creación vemos que no estamos solos, que dependemos de otros. Los trazos de las letras juntos se metamorfosean en palabras que adquieren sentido. Tal y como nosotros cuando reconocemos otros signos de la creación. Y así vamos leyendo ya sean palabras, ya sean realidades.
Sin embargo, el que conoce (‘arīf) profundidad no necesita de un contexto finito puesto que en la letra misma ve el Universo entero. Porque cada signo dado por Allāh, el altísimo, contiene dentro de sí infinitas lecturas, aunque nuestros ojos no sean capaces de descifrarlo, al igual que la mim (م) contiene lecturas vertiginosas y llenas de sabiduría.
Por eso, no solo se leen las palaras sino también los signos. En el caso de la mim (م) una letra tan pequeña encierra un poder inmenso. Pues es la letra que como prefijo en la lengua árabe crea espacios y sustantivos a partir de las raíces trilíteras. La mim (م) es la que despliega la concreción en el significado. ¡Alḥāmdulillāh! Sin la humilde letra mim (م) no habría concreción en la realidad y todo sería abstracto. Todo serían ideas y no habría vida.
Decían los maestros antiguos, que Allāh tenga en su recuerdo y paraíso, que la mim (م) es pura manifestación (tajālli) porque cuando confronta al nombre de Allāh Aḥad (El único) surge el nombre del Profeta ﷺ Aḥmad (El Alabado). Un ejemplo ínfimo del poder del frágil signo en el contexto. Y otra mim más delante de Aḥmad genera Muḥammad, el nombre del Profeta. Y, entonces, ¿vamos a seguir pensando que los signos no tienen poder, que son frágiles? ¿Vamos a ignorarlos?
Este es un pequeño ejemplo de cómo un signo determina la percepción de una realidad que nos excede. Acaso cuantos podríamos mencionar en nuestra vida cotidiana que pasan completamente desapercibidos por nosotros en nuestra vertiginosa vida, siempre acelerada, siempre asfixiada. Nosotros, la gente del salām (paz), necesitamos urgentemente leer la realidad con otros ojos. Calmarnos y volver a decir ¡Alḥāmdulillāh! por la complejidad que vivimos. Por qué si una letra puede dar sentido al elegido de la creación, que no podrá hacer con nosotros. No seamos ciegos y busquemos el tesoro escondido, ese que nos hará ser mejores y alcanzar el salām.
Queridas hermanas, queridos hermanos yo os invito a ser conscientes de todos los signos, a disfrutar y a crecer con ellos. A ver el mundo hasta donde alcancemos, pero a verlo con la conciencia de la plenitud. Esto que parece baladí, es algo importante porque de ello dependerán nuestras acciones. No hay más satisfacción que saberse en la realidad (ḥaqīqa) porque ese es nuestro objetivo como creyentes. Así que pidamos a Allāh que nos abra los ojos y el corazón para vivir más allá de lo material y ser conscientes de sus signos.  
Pidamos Allāh que nos otorgue el conocimiento profundo para que nuestras acciones solo obedezcan a la auténtica realidad (ḥaqq bi l-haqq) como es su deseo.
Pidamos Allāh que nos mostremos, más allá de la aparente fragilidad, en verdadera plenitud del significado de la existencia.
Pidamos Allāh fuerza para aceptar nuestras responsabilidades y el mandato divino durante el camino de nuestras vidas.
Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.
Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pidamos a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.