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jueves, 17 de septiembre de 2020

Migraciones mayas y yucatecas a Cuba

 

Migraciones mayas y yucatecas a Cuba

Para citar este artículo

El largo tiempo colonial

La lectura de documentos coloniales, crónicas, censos y hallazgos arqueológicos en la parte más antigua de la ciudad de La Habana, conocida como La Habana Vieja, amén de textos contemporáneos de primera mano, confirman la presencia yucateca en Cuba desde inicios de la época colonial hasta la primera mitad del siglo XX.

Con la información disponible es posible dibujar la imagen de una costumbre, por así decir, vieja y constante, libre y forzada, de los yucatecos y otros mexicanos de irse a vivir a la isla de Cuba por tiempos cortos y largos, por muchos y diversos motivos. En una cuenta histórica tan larga, los viajes, los escenarios, las circunstancias y los ambientes sociales que rodearon a los migrantes fueron transformándose, como lo iban haciendo las sociedades de origen y de destino alrededor de los procesos que impuso la conquista-colonización europea primero, y después, los que iría configurando el desarrollo del capitalismo en las sociedades poscoloniales y sus historias políticas.1 Y sin embargo, es posible decir que los movimientos de población yucateca y sus relaciones intracaribeñas a partir del siglo XVI, fueron dejando una huella perceptible en la isla de Cuba.2

La ubicación de la península de Yucatán fue en todos sentidos importante para las potencias comerciales de la época colonial, sea por su producción agrícola tropical, el tráfico de esclavos o como punto de abastecimiento del intenso tráfico marítimo de la zona.3 En la isla de Cuba la conquista se dio, como en otras islas vecinas, en términos de exterminio y con infinitas e inauditas crueldades, como atestiguó fray Bartolomé de las Casas: “De los 80 mil indígenas estimados para 1515, el número de sobrevivientes no supera los 1 350 hacia 1570”.4 La población crecería por inmigración y el proceso de “volver a llenar la isla” se extendería a lo largo de los cuatro siglos que abarcó la Colonia.5

El régimen de esclavitud directa no se limitaba a los negros traídos de España o de África; la clase dominante reparaba poco en la procedencia racial de los sometidos. Con datos de una carta memorial escrita por el obispo Sarmiento en 1554, el investigador cubano Gabino la Rosa Corzo calculó que la población de las principales villas de Cuba a mediados del siglo XVI ascendía a unos dos mil habitantes entre blancos, indios (encomendados, naborías, esclavos y naturales) y negros, entre los que se incluyeron “indios de Yucatán”.

También hubo esclavos importados legalmente. Una Real Cédula de 1509 autorizaba la importación de indios “de las islas comarcanas a La Española” y más tarde (1526), cuando a Francisco de Montejo se le encargó la conquista de Yucatán, se le autorizó a esclavizar a los indígenas “que se rehusaran a aceptar la soberanía del rey y el cristianismo, al tiempo que se le concedía permiso para el tráfico de indios de rescate”.6

El autor cubano Sergio Valdez Bernal sobre el mismo tema escribió que uno de los primeros intercambios mercantiles entre los españoles residentes en Cuba y los colonizadores de Yucatán consistió en llevar a Cuba indios a cambio de alimentos u otros objetos.7 Cita una carta de 1534, del gobernador en Cuba Manuel de Rojas, quien sucedió a Velásquez, donde se le solicita al rey de España continuar con el envío de esclavos indios mexicanos, tanto de la Gobernación de Nuño de Guzmán (zona del Pánuco) como de la tierra donde gobierna Francisco de Montejo: “trayendo esclavos llevan vestias [sic] y otras cosas que avían menester”. El tráfico de esclavos huastecos desde el Pánuco parece haberse interrumpido pronto, pero el tráfico desde Yucatán se mantuvo varios siglos.

En una vieja crónica sobre La Habana se dice que “Desde 1564 se conocía el barrio de Campeche que comprendía desde la Merced hasta Paula y se componía de chozas con miserables conucos y labranzas y era habitado por indios que venían de Campeche y fueron reducidos a policía en 1575 dándoseles un protector que lo fue Diego Díaz […]”.8

Para mediados del siglo XVIII, otro autor localizó “a un buen número de indios yucatecos” como fuerza de trabajo esclava en las fortificaciones de La Habana, y también se habla de los “mecos” y “mecas” utilizados en el servicio doméstico de las familias aristocráticas cubanas, y de otros mexicanos a quienes decían “guachinangos”.9 Dice el historiador mexicano Antonio García de León que en el siglo XVIII los “guachinangos” eran la gleba del Altiplano, gentes “vagas y mal entretenidas” que, sometidos a razzias por el ejército borbónico, eran utilizados como trabajadores “forzados” para la construcción de los baluartes y fuertes en Veracruz, La Habana, San Juan de Puerto Rico, La Florida y Santo Domingo. La palabra parece provenir del nombre de un pescado pargo rojizo (Lutjanus campechanus), de carne blanca y suculenta, muy común en el Golfo. Es también un americanismo que, producto de esta historia, significa “astuto”, “burlón” o “zalamero”. En Puerto Rico significa “burlón” y en Cuba “alguien de carácter sencillo y apacible”.10

Para finales del siglo XVIII se encontraron evidencias históricas de indios apalencados (los que se fugaban para refugiarse en lugares apartados y se unían para subsistir sembrando y construyendo poblados con sistemas de vigilancia y defensa) cuya procedencia era yucateca.11 Y desde 1849 hay información sobre mayas en las cifras de cimarrones capturados, es decir, colonos fugados; el último año en que se registraron cimarrones yucatecos fue en 1856 en Cárdenas, Cuba.12 De cualquier modo las cifras de cimarrones yucatecos son bajas, especialmente en relación con el número de chinos fugados, quienes incluso en algunos años llegaron a ser más que los cimarrones africanos de algunas etnias.13 De la Rosa Corzo atribuye este hecho a que los yucatecos emigraron en grupos familiares y los chinos solos, lo que marca una distinción importante en cuanto a las condiciones que rodearon su vida cotidiana.14 Por su parte, los yucatecos, que se obligaban por contrato a trabajar por diez años, podían llevar a su mujer para su cuidado y asistencia, además de que tenían acceso a su comida acostumbrada: maíz, tortillas, atole, chile, pozole y otros.15

Estos mayas no eran otros que los inmigrantes forzados que a partir de marzo de 1849, cuando en Yucatán ya había comenzado a librarse la llamada guerra de Castas, empezaron a recibir papeles para viajar a Cuba. Dice la información de archivo que se libraron pasaportes a 135 indios contratados para servir en La Habana. Un mes después viajaron otros 185 mayas a Cuba, pero éstos, que igualmente iban para servir en La Habana, tenían la categoría de prisioneros y los acompañaban algunas mujeres e hijos.16

Para el año de 1861 un censo cubano registró 1 046 yucatecos en Cuba (712 hombres y 334 mujeres). Muy interesante resulta saber que el criterio de este censo englobaba como raza blanca de la isla de Cuba a las “razas” europea, yucateca y asiática.17 Los yucatecos, pese a constituir una minoría, son considerados como componente racial de la población, lo que puede indicar que los yucatecos se mantenían como grupo constante, distintivo e identificable.

Los movimientos migratorios de Yucatán a Cuba a la mitad del siglo XIX están vinculados a la insurrección de los mayas yucatecos iniciada en 1847, que obligó a ricos y pobres a salir de Yucatán, unos como asustados aristócratas huyendo del peligro; otros como trabajadores “libres”, enganchados junto con insurrectos apresados, desterrados y vendidos a “casas de contratación”, para trabajar en haciendas azucareras cubanas y como sirvientes en las casas ricas.18 También hubo migración económica clásica de personas en busca de trabajo que al no encontrarlo o salir huyendo de situaciones de trabajo difíciles, buscaban regresar a su lugar de origen, como sugiere la documentación consular de archivo que repetidamente informa sobre los repatriados “en un estado de absoluta carencia de recursos”, a quienes se les pagaba el pasaje de regreso a la patria en barco.19

Varias de las relaciones que relatan los antiguos cronistas sobre la vida en Cuba colonial han encontrado su referente material en las investigaciones arqueológicas que se han realizado en Cuba. En sitios excavados en la vieja ciudad de La Habana se halló una variedad de fragmentos de vasijas perteneciente a familias cerámicas coloniales de la ciudad de México, y en una casa de la calle de Mercaderes “se encontró también una de las patas de un metate en las excavaciones de salvamento allí realizadas, junto con cerámica mayólica española del siglo XVI y aborigen de transculturación”.20 También encontraron metates en la finca La Ignacia y en Guanajay, en la provincia de La Habana, en la antigua provincia de Pinar del Rio y en Puerto Padre, provincia de Oriente en 1915, que para Fernando Ortiz son definitivamente mexicanos. Lugo y Menéndez reportan metates con manos en varios sitios de La Habana Vieja, y conforme avanzaba el siglo XVII empezó a circular en Cuba la cerámica mayólica procedente de Puebla, México, para sustituir a la mayólica sevillana del siglo XVI.

Una excavación arqueológica más reciente encontró en la Habana Vieja cerámica roja bruñida “azteca” (cuencos y cántaros), fechada a principios del siglo XVI, en varias casas y sitios del viejo Barrio de Campeche, habitado según todas las fuentes por indios de Yucatán, y que fue nutriéndose de vecinos de la villa y de yucatecos urbanos no indios a lo largo del siglo XVIII.21

De modo que hay evidencias materiales y culturales de la presencia de yucatecos y mexicanos en Cuba comprobables a partir del siglo XVI. ¿Pero no es plausible que hayan existido relaciones previas?

Palabras como maíz, huracán, barbacoa, cacique, hamaca, mamey, bejuco, coa y otras en el vocabulario de México son voces antillanas, concretamente taínas, y de antiguo uso. En reciprocidad, palabras mexicanas de uso común en Cuba y consignadas por los primeros españoles: chapapote (por chapopote), jícama, papalote, cacao, tamal, apazote (por epazote) ¿no pueden haber sido aprendidas en tiempos anteriores a los españoles y por ende ellos las encontraron vigentes en los vocabularios nativos? La posibilidad existe en términos de la navegación posible entre la península yucateca y la isla de Cuba. Si los mayas históricos eran navegantes al igual que los taínos, los nativos más desarrollados en las Antillas, y hacían sus rondas comerciales costeando por la península, podían haber tenido encuentros casuales con los taínos si encontraban una corriente procedente del Caribe desde el actual Cabo Catoche y así llegar al punto más occidental de Cuba, que es el Cabo de San Antonio; el recorrido es de 110 millas náuticas (alrededor de 220 km).

Las migraciones recientes

Datos censales más recientes, del siglo XX, como los que ofrece el investigador cubano Luis Ángel Argüelles, dicen que había 3 469 mexicanos viviendo en Cuba en 1919, un poco más del doble de los que había en 1907; para 1931 había una cantidad similar, 3 352 contabilizando a los hijos; en 1943 la cifra de mexicanos desciende a 1 908; el censo de 1953 da la cifra de 1 242, y en el de 1970 se afirma censos citados, los hijos de los mexicanos nacidos en Cuba ya se contabilizaron como cubanos. Prácticamente todos vivían en la provincia de La Habana y pertenecían en dos terceras partes al estrato de edad de más de 50 años, lo cual puede sugerir que se trata de inmigrantes de tiempo atrás.22

Veamos otros números. En diversos informes de inmigración que se hicieron en la República de Cuba, encontramos que en 1915 entraron 714 mexicanos; en 1916 lo hicieron 662, en 1917, 526, en 1920 entraron 178, en 1924 ingresaron 304 y en 1925 fueron 220 (véase cuadro 1). Desde 1930 el número de inmigrantes fue decreciendo, hasta llegar a una sola entrada en 1962. De los mexicanos que entraban a Cuba, podemos estimar que los yucatecos constituían casi la cuarta parte, si se toman en cuenta las tendencias en cuanto a proporciones de los mexicanos matriculados en el consulado mexicano en La Habana.23

Entre los inmigrantes, el grupo mayoritario es de personas que se dedican a oficios y ocios muy diferentes: hacendados, banqueros y empresarios en busca de ampliar sus negocios; costureras, sastres, jornaleros, mecánicos, además de exiliados políticos de todos los signos y perseguidos por la justicia mexicana; actores, artistas y deportistas y, en algunas épocas, estudiantes y profesionistas que migraron temporalmente para recibir entrenamiento académico o profesional. Hay también esposas e hijos siguiendo al marido y padre, como también servidumbre doméstica que acompaña a las familias de los patrones.

El año de 1913 registra, además de una cantidad alta de mexicanos que salieron hacia Cuba desde el puerto de Progreso, la salida de coreanos, algunos de los cuales habían llegado desde Veracruz, pero otros podrían ser los que huían de las haciendas yucatecas hacia Cuba por los malos tratos recibidos. Los primeros trabajadores coreanos habían llegado a Yucatán en 1908 y en 1909 ya habían empezado a huir a Cuba.

La colonia yucateca, sus asentamientos y huellas

Luego de la ocupación de Yucatán por fuerzas carrancistas a cargo de Salvador Alvarado, llegaron a Cuba a principios de 1915 numerosos yucatecos de las familias más ricas y poderosas.24

Adolfo Dollero, un italiano residente en Cuba, escribió sobre la presencia extranjera en Cuba desde su perspectiva aristocratizante.25 De la colonia yucateca dijo que “actualmente es una de las más numerosas y cuenta con varios magnates del talento y del dinero. Como lógica consecuencia de lo que pasa hace años en la república hermana, elementos valiosos se han visto obligados a emigrar en busca de paz y de seguridad personal y para sus familias.” Entre los elementos “valiosos” se contaban exgobernadores, hacendados, abogados, obispos y banqueros junto con políticos famosos caídos en desgracia temporal; sucesivamente porfiristas, maderistas, huertistas y luego anticallistas y un poco después, anti socialistas. Hubo también empresarios yucatecos que hicieron un incesante trabajo al presentar propuestas para desplazar a Cuba del mercado de la jarcia y el henequén, e incluso el administrador de la International Harvester en Cárdenas era un yucateco.26 En su destierro los políticos formaron clubes, algunos con fines de propaganda, otros para enfrentar el ocio, entre los cuales había un Centro Mexicano de Auxilios Mutuos de los huertistas y un Círculo Mexicano de La Habana en 1918, para “procurar a los emigrados mexicanos y sus familiares todas las diversiones sociales que las clases altas y cultas acostumbran”.27

La cifra más alta de inmigrantes mexicanos, 2354 personas, la encontramos en el periodo 1914-1917. Entre 1914-1916 es mayor la

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migración familiar; es posible suponer un fenómeno similar al que se dio en el siglo XIX, cuando las “buenas familias” huían de la situación de desasosiego social. Ahora lo hacían, unos, por las leyes modernizadoras y democratizadoras que iba dictando Alvarado, y otros, parejas que buscaban acomodarse en el servicio doméstico. En febrero de 1919 la Cancillería informó al gobernador del estado de Yucatán que “en virtud de ser muy frecuentes las solicitudes para expedición de pasaportes a ciudadanos mexicanos con rumbo a Cuba […] se le autoriza expedir pasaportes sin necesidad de consultar en cada caso”.28

A partir de 1925 vuelven a emigrar a Cuba más niños, más mujeres y más parejas casadas. Con información, aunque incompleta, de los mexicanos matriculados en el Consulado mexicano en La Habana entre 1925 y 1958, las ocupaciones de los inmigrantes eran, en orden descendente: comerciante, hogar, empleado, mecánico, jornalero y profesor. Curiosamente, los jornaleros yucatecos siguen apareciendo entre los matriculados del consulado mexicano en La Habana hasta 1953.29 En las cifras totales de mexicanos, los jornaleros bajan su participación en la inmigración a partir de 1927, antes de la caída de los precios del azúcar y de la ley cubana de 90 por ciento de nacionalización del trabajo para frenar la inmigración.30

La misma fuente consular mexicana en Cuba nos dice que los yucatecos vivían sobre todo en la ciudad de La Habana y, dentro de ella, en la zona centro, en lo que hoy se llama Habana Vieja y en Regla; aunque había algunos, los menos, que habitaban las zonas residenciales de Vedado y Miramar, tan parecidas en su estética arquitectónica y urbanística al Paseo Montejo, la Avenida Colón, y algunas calles de las colonias García Ginerés e Itzimná en Mérida, asiento de palacetes de la “casta divina”, como los bautizó Salvador Alvarado. También vivían en ciudades del interior como Camagüey y Cárdenas, zonas sobre todo de cultivo henequenero, aunque también de caña de azúcar, y en un famoso ingenio, Central Manatí, fundado unos años antes de la Primera Guerra Mundial por capital estadounidense, y entre cuyos obreros extranjeros trabajaron yucatecos, coreanos y curazaleños. En esta zona habrían vivido los mecánicos y jornaleros, y se ubicaban propiedades y negocios de empresarios yucatecos.31 Los yucatecos acaudalados eran directores o administradores de empresas henequeneras y de cordelería y banqueros.

Cuando durante el trabajo de campo en Cuba interrogaba a amigos, conocidos y futuros informantes, intelectuales y gente común, si sabían de la presencia de yucatecos en la isla de Cuba, casi siempre respondían afirmativamente. Habían visto, oído o sabido de ellos; algunos incluso presumían de parentescos mayas de antiguo y reconocían los hipiles de las yucatecas.32 También se recordaba la pulcritud de los empleados domésticos yucatecos.

Las referencias en la literatura, especialmente de Carpentier, algunas autobiografías y relatos costumbristas, así como los testimonios —presenciales y no—, eran vastas y dan fe de la presencia física de los yucatecos —abarcando a los coreano-yucatecos— y de su definitiva inclusión en la memoria colectiva. Se les ubica sobre todo en La Habana, pero también en Santiago, Pinar del Río, Camagüey, Matanzas, Cárdenas y Madruga, donde existe un asentamiento maya-yucateco de campesinos originado posiblemente a finales del siglo XIX.

En La Habana había existido un Café O’Reilly (desaparecido en los años 50, cuando murieron los dueños) donde podía encontrarse mole, chiles jalapeños y otros chiles. Y en Regla había un Bar México “que era como un galerón de los de Garibaldi” en la ciudad de México. Otras referencias indispensables, como el intercambio musical, las visitas de cantantes y artistas, el gusto cubano por las películas mexicanas, el teatro regional, la comida y el habla popular mexicana, habían ido conformando la presencia cultural de “lo” mexicano y yucateco en Cuba.

La ciudad y puerto de La Habana, que acogió a la mayor parte de los yucatecos y mexicanos cuando emigraron, y recreada por literatos, poetas e historiadores, la recorrí buscando darle corporeidad a los rastros que en forma de anotaciones de cédulas consulares, habían dejado los mexicanos. De acuerdo con datos de las matrículas, las calles donde comúnmente vivían los mexicanos y yucatecos en La Habana Vieja y Centro Habana eran la O’Reilly, Teniente Rey (hoy Brasil y antes Oficios), Paula (hoy Leonor Pérez), Sol, Egido, San Ignacio, Dama, Aguacate y Compostela.33 A más de treinta años de distancia del cese de la migración a Cuba, lo milagroso fue encontrar mexicanos o sus descendientes, si no en las mismas calles, sí en las aledañas y en los mismos barrios. En otros casos las casas estaban ahí, pero los moradores habían muerto o habían regresado a México; también había lotes baldíos. Una de las calles más citadas en las matrículas era la de Paula, casi frente a la Estación Central de Trenes, pero de los mexicanos no había huella ni memoria; sin embargo, ahí estuvieron dos hoteles, el Martin, que cerró a principios de la Revolución cubana, y el Miami —el cual según la entrevista con un vecino que llevaba 50 años viviendo en la misma casa— daba hospedaje por temporadas largas.

En ese sentido resulta muy interesante que el espacio (Barrio de Campeche) de la vieja ciudad, que en los primeros tiempos de la Colonia se destinó a albergar las viviendas de trabajadores emigrados, forzados y libres —y cuya procedencia de origen dio nombre al barrio—, haya permanecido como referente territorial de los mexicanos a pesar de las transformaciones urbanas y la vecindad con ocupantes de otras naciones.

En la pequeña muestra de mexicanos y yucatecos entrevistados figuran yucatecos empleados domésticos, mecánicos de ingenios, y coreano-yucatecos, profesionistas de clase media y una viuda de alto funcionario cubano. Exceptuando a la viuda que vivía en una casa grande y lujosa, el resto lo hacía en pequeños departamentos, algunos en cuartos de hotel o de casas que habían sido divididas. En común tenían una forma de guardar los nexos con México que se simbolizan en la tenencia de un pasaporte mexicano y el afecto a la comida originaria, dos vínculos fuertes que salían a relucir en las conversaciones con bastante frecuencia y nostalgia, y que reforzaban su identidad frente a los cubanos.

La importancia real y simbólica que mantiene el tema de la gastronomía entre los yucatecos y mexicanos en Cuba es admirable. No importa cuántos años han vivido en Cuba, el recuerdo de su comida original no se ha desplazado de la memoria, y en muchos casos de la práctica, misma que es más fácil reproducir a unos que a otros, depende de su nivel de ingreso, y de su posibilidad de viajar a México o de recibir la visita de familiares para allegarse las materias primas para los guisos yucatecos y mexicanos.34 Las costumbres que se vinculan a la alimentación, tanto si se trata de las “maneras de mesa” como de los ingredientes y los platillos, es uno de los hábitos más tempranamente aprendidos en la vida. Sydney Mintz, entre otros, ha reconocido la profundidad que tiene la comida en las personas: “Los hábitos alimentarios pueden actuar como vehículos de emociones profundas. Por lo general se los aprende pronto y bien y suelen ser inculcados por adultos afectivamente importantes; por eso pueden adquirir un poder sentimental perdurable.”35 Esas primeras vivencias infantiles alrededor de la comida que hacía la madre, mostraron su fuerza en inmigrantes yucatecos mayores de 60 años de edad al momento de las entrevistas en Cuba, cuando hablaron larga y nostálgicamente de tamales vaporcitos, frijoles kabax (frijoles negros de la olla), chirmole, pavo, cochinita pibil o tortillas. Hablando de sus gustos gastronómicos y las maneras de comer, los inmigrantes se separaban en un “nosotros” distinto de “ellos”, los cubanos, independientemente de su adscripción de clase y aunque no tuvieran acceso a esos alimentos. En el caso del caserío maya en Madruga, dejaron de comer tortillas de maíz cuando murió la última mujer que las sabía preparar, en la década de 1980, “ahora la gente nueva no conoce nada de eso” afirmó el viudo.

Como he mencionado, en muchas de las tempranas migraciones de los yucatecos a Cuba, se viajaba en familia y se cargaba con los utensilios de cocina apropiados para cocinar lo conocido-aprendido-heredado. Las evidencias arqueológicas lo han comprobado, los metates ahí están y seguramente también los objetos para moler, de piedra o de madera. Los contratos de la fuerza de trabajo esclavizada del siglo XIX que permitían al trabajador viajar con esposa y tener acceso a su acostumbrada comida, significa que llevaban como capital el saber culinario de sus mujeres.36 En el caso de los yucatecos-coreanos-cubanos, llama la atención la misma filiación a la sazón de la cocina yucateca que practicaban sus madres, y también es visible en la cocina cubana actual que se hace en casa.37 Esta cocina con tantos siglos de intercambios y contactos recreó sabores con indiscutibles legados culinarios mexicanos.38 En los recetarios familiares se incluyen, por ejemplo: tamales de elote tierno, también llamados tallullos o tayuyos, tamal de cazuela, que se hace con harina de maíz; mole de olla, atol [atole], pinol [pinole], el “hojaldre” yucateco que en La Habana se llama “pastelón”; además del uso del epazote que ahí le dicen apazote, la jícama (o jiquima), el achiote, allí llamado bija, el tomate y el aguacate.39 Lo interesante es que las amas de casa cubanas entrevistadas no reconocían como mexicanos esos platillos o ingredientes y sus nombres. Seguramente es un índice que denota la antigüedad de la apropiación cultural.

Otra importante huella de la presencia mexicana y yucateca en Cuba son las casi cien palabras del español mexicano en el español cubano para nombrar vegetales, animales, objetos y platillos; la gran mayoría tiene etimología náhuatl y el cubano común no las distingue como de origen mexicano. El origen lo reconocen cuando se trata de adopciones más recientes, como la palabra “desmadre”.

La huella mexicana más fácilmente identificable en Cuba es la música, si bien durante una larga época lo fueron también las películas. Pero el intercambio musical, aunque con interrupciones de origen político, ha continuado, y no sólo en las ciudades. Un insigne folclorista cubano nos dijo que en casi toda la zona campesina de Pinar del Río se escucha música mexicana ranchera “porque incluso entraban muy fácilmente las estaciones de radio de México. Pero por otra parte en zonas de Oriente pasa exactamente igual. Hay mariachis formados exclusivamente por cubanos y […] es muy frecuente que en programas de música campesina figuren las canciones ‘rancheras’ (emparentadas con la emblemática película Allá en el rancho grande) o corridos porque la influencia de la música mexicana en zonas del interior nuestro es muy notable”.40

Quizá, y esto es una hipótesis a discutir, el apego que los yucatecos mantuvieron durante tiempos tan largos a identidades tan primarias como la sazón de una cierta comida y la reproducción de su música, a lo que debemos añadir los símbolos religiosos, notablemente la Virgen de Guadalupe, marcó una práctica distintiva dentro de la población que adoptó parte de ese bagaje. En otras palabras, la expresión de la identidad yucateca fungió como facilitadora en los procesos de apropiación y mestizaje cultural visibles en la cultura popular cubana. Curiosamente, el mismo proceso sucede en Yucatán, toda proporción guardada por el volumen de los inmigrantes, con los mecanismos de adaptación-apropiación-reinvención de la comida libanesa, algunos de cuyos platillos han ingresado al recetario yucateco. Lo que por lo demás parece suceder en el ejemplo de la cocina hispana en Estados Unidos o en distintas partes del mundo que reciben inmigrantes.

¿Cómo sería de significativa la presencia yucateca que un censo cubano hablaba de una “raza yucateca”? Como se ha demostrado en muchos estudios sobre inmigrantes, las maletas y bultos de los viajeros llevan mucho más que ropa. Lo que resta por dilucidar es la huella en el otro sentido, es decir, ¿cómo ha influido la experiencia cubana en el ser yucateco? Hasta ahora sabemos algo en el tema de la música. Con semejanzas aparentes, las diferencias son grandes. Pero eso es materia de otro texto. Por lo pronto siempre me llamó la atención que la larga tradición de relaciones —intracaribeñas en varios aspectos— que han tenido los yucatecos con Cuba no se ha reflejado ni en el tono y ritmo del habla, tan pausado en los yucatecos, ni en el lenguaje del cuerpo que es tan diferente, especialmente en el andar y bailar; ¿será el peso de la población maya-yucateca expresado en la sobriedad de los movimientos corporales, tan distintos de la cadencia caribeña?

Las migraciones mexicanas y yucatecas a lo largo de tantos siglos no fueron cuantitativamente importantes, pero su carácter continuo y las peculiaridades culturales de los migrantes influyeron para que el peso cualitativo fuera significativo, de manera que su presencia en Cuba no sólo pasó inadvertida sino que ejerció una influencia observable al ojo etnográfico.

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Winocur, Marcos, Historia social de la Revolución cubana (1952-1959), las clases olvidadas en el análisis histórico, 2ª. ed., México, Facultad de Economía-UNAM, 1989.

Autora: Victoria Novelo O., Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Unidad D.F.

  1. La región caribeña, además de tener como escenario histórico a la economía de plantación y la esclavitud, contiene también la experiencia de la aniquilación parcial o total de su población nativa por la conquista europea; el establecimiento de la trata negrera para obtener fuerza de trabajo y la presencia de un amplio proceso inmigratorio (de Europa, Asia, África) que permitió poblar los territorios y cuyo carácter varió una vez abolida la esclavitud cuando se inició un proceso migratorio intra-caribeño. El entramado histórico es generalizable en mayor o menor medida (las diferencias regionales tienen que ver con el auge azucarero en las pequeñas y grandes Antillas y los procesos de inmigración que alentó en el resto de la región, las etapas de abolición de la esclavitud, las luchas de independencia, nacionalistas y clasistas así como la supervivencia y resistencia de las poblaciones nativas). Los territorios caribeños se integran geográficamente por las Antillas y porciones importantes de tierra firme como las Guayanas, la zona costera de Venezuela y la península de Yucatán; algunos autores agregan el estado de Veracruz en México y el nordeste brasileño; Joel James Figarola, “Sociedad y nación en el Caribe”, en Cultura del Caribe, núm. 18, 1988; Manuel Moreno Fraginals, “En torno a la identidad cultural en el Caribe insular”, en Casa de las Américas, núm. 118, 1980; Manuel Moreno Fraginals, “Peculiaridades de la esclavitud en Cuba”, en Cultura del Caribe, año 4, núm. 8, 1987, pp. 4-10; José del Val, “México y el Caribe (el ocaso de las identidades nacionales)”, en Cultura del Caribe, núm. 18, 1988, pp. 197-205; Pablo Mariñez, “Problemas de identidad cultural en el Caribe”, en Cultura del Caribe, núm. 18, 1988, pp. 330- 338; Juan Manuel de la Serna, “Migración y cultura en el Caribe”, en Cultura del Caribe, núm. 18, 1988, pp. 185-196; Rose M. Allen, “Emigración laboral de Curazao a Cuba a principios del siglo XX: una experiencia”, en Revista Mexicana del Caribe, año V, núm. 9, 2000, pp. 40-103. [↩]
  2. En cuanto a las comunicaciones, Yucatán se unió a México por aire y tierra hasta principios de la década de 1960; antes, por la vía marítima, se viajaba de Progreso a La Habana en dos horas y se hacía el mismo tiempo a Veracruz, donde había tren para ir a la ciudad de México. Además de la reciente incorporación de Yucatán al mapa carretero y aéreo de México, la historia cultural local, con un esquema social clasista y étnico muy peculiar donde los mayas —sus costumbres e idioma— han tenido un protagonismo importante, le han dado un sello muy distintivo a la sociedad yucateca. [↩]
  3. Antonio Betancourt Pérez y José Luis Sierra Villarreal, Yucatán una historia compartida, 1989. [↩]
  4. Fray Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, 1986, vol. 1. [↩]
  5. Marcos Winocur, Historia social de la Revolución cubana (1952-1959), las clases olvidadas en el análisis histórico, 1989, pp. 13-17. [↩]
  6. Los indios de rescate eran los esclavos de otros indios. Montejo, años después, se asoció con un rico comerciante para hacer el tráfico de mayas a las Antillas; Marcos Winocur, op. cit., p. 15; Enrique Sosa Rodríguez, Carlos E. Bojórquez Urzaiz y Luis Millet Cámara, Habanero campechano, 1991, p. 15. [↩]
  7. Sergio Valdez Bernal, “Sobre los indoamericanismos no aruacos en el español de Cuba”, en Anuario L/L, núm. 5, 1974. [↩]
  8. José María de la Torre, Lo que fuimos y lo que somos o La Habana antigua y moderna, 1857. [↩]
  9. Gabino La Rosa Corzo, Los cimarrones de Cuba, 1988, p. 25, n. 19 citando a Francisco Pérez Guzmán, quien revisó los papeles del Archivo General de Indias, Sevilla, Audiencia de Santo Domingo, leg. 2122. [↩]
  10. Antonio García de León, comunicación personal, 2009. [↩]
  11. Gabino la Rosa Corzo, op. cit., pp. 20-24. [↩]
  12. Moisés González Navarro (Raza y tierra. La guerra de castas y el henequén, 1979) encontró evidencias de que en febrero de 1848 tuvo lugar la primera petición de un yucateco dueño de un ingenio en Cuba para llevar indios mayas a trabajar en su plantación. La solicitud se hizo ante la Junta de Fomento de Cuba. Se trata de Simón Peón, quien quería construir un ingenio servido exclusivamente por indios de Yucatán, ya que “la mejor de todas las razas es la indígena cuando es dirigida y gobernada por personas inteligentes”; Jaime Sarusky, Los fantasmas de Omaja, 1986. La casa de contratación de los Goicuría, en carta al gobernador de Yucatán, pide autorización para hacer contratas, puesto que se le facilitaba hacerlo en el distrito de Valladolid, “de algunos individuos de la clase de recogidos en el campo enemigo […] para pasar a La Habana […]”, Archivo General del Estado de Yucatán (AGEY), Fondo Poder Ejecutivo, Sección Gobernación, caja 59, 62. [↩]
  13. Gabino La Rosa Corzo, op. cit., pp. 76-77. [↩]
  14. Adolfo Dollero (Cultura cubana, 1916, p. 408) narró la dura vida de los chinos que llegaban a Cuba más que diezmados por las condiciones de los viajes y luego por los maltratos recibidos. Por un tratado del año 1877, España se vio obligada a repatriar a los chinos de cierta condición social, a sus familiares, los ancianos y los huérfanos, los demás debían marcharse de Cuba en el término de 60 días: “Encorvados, viejos a los 30 años, trabajan convertidos en máquinas de las 6 o las 7 de la mañana hasta horas avanzadas de la noche, alimentándose mal y preocupándose solamente de reunir dinero que en gruesos bultos envueltos en el pañuelo llevan al Banco Nacional pala Shangai o pala Honkon”. [↩]
  15. Moisés González Navarro, op. cit., pp. 115-116. Los domingos podían comer carne cocida bajo tierra y una buena dosis de aguardiente. [↩]
  16. AGEY, Sección Gobernación, Fondo Poder Ejecutivo, Serie Lista de Pasaportes, año 1848-1851, caja 30. [↩]
  17. Luis Ángel Argüelles Espinosa, Temas cubano-mexicanos, 1989, p. 101. [↩]
  18. La contrata de mayas como “colonos” teóricamente libres escondía un trabajo esclavizado. La venta de personas se mantuvo unos 12 años hasta que Benito Juárez lo prohibió en 1861. Las casas de contratación conocidas en el tráfico de africanos, chinos y yucatecos eran las firmas Zangroniz y Hnos. y Goicuría y Cía.; Jaime Sarusky, op. cit., p. 97; Moisés González Navarro, op. cit., pp 148-149. En otra investigación se añade al personaje Pancho Marty (Francisco Marti y Torrens) como traficante de familias mayas a Cuba desde 1847 a 1853. Todo el gran capítulo de la migración forzada de mayas a Cuba se cierra alrededor de 1860, si bien la rebeldía maya continuó hasta el siglo XX, mientras comienza la importancia de la plantación de henequén en la economía yucateca. [↩]
  19. Archivo Histórico de Relaciones Exteriores (AHRE), México, Archivo de concentración 44-22-93, 1887. En carta fechada en La Habana en marzo 24 de 1887, el cónsul A.C. Vázquez se dirige al Secretario de Relaciones Exteriores. [↩]
  20. Leandro Romero Estébanez, “Sobre las evidencias arqueológicas de contacto y transculturación en el ámbito cubano”, en Revista Santiago, núm. 44, 1981, pp. 71-105. [↩]
  21. Karen Mahé Lugo Romera y Sonia Menéndez Castro, Barrio de Campeche: tres estudios arqueológicos, 2003, pp. 20-21. [↩]
  22. Luis Ángel Argüelles Espinosa, op. cit., pp. 102-104. [↩]
  23. Las matrículas eran credenciales que daba el Consulado mexicano en La Habana a los que se registraban como mexicanos inmigrados. Parece que se registraban menos de la mitad de los residentes. Es interesante anotar que esta “tradición” de los desplazamientos de pobladores de la península de Yucatán a la isla de Cuba ha tenido su contraparte en la migración de cubanos a Yucatán, si bien el carácter de esa migración ha sido distinto. [↩]
  24. Entre ellos el gobernador depuesto. El enviado especial de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México en Cuba, Salvador Martínez Alomía, informó al general Salvador Alvarado, en carta del 28 de junio de 1915, sobre el “bribón Ortiz Argumedo” quien con dinero de Yucatán compró a través de un tercero el buque Teresa, supuestamente para preparar una expedición para Yucatán; AGEY, caja 497, Cartas, junio 28, 1915. [↩]
  25. Adolfo Dollero, op. cit. [↩]
  26. Algunos nombres: Sixto E. García perteneciente a una acaudalada familia de Mérida; el ex gobernador Humberto Canto Echeverría, el hermano del gobernador González Beitia; Alfonso Capetillo Cirerol, el Chato Iturralde. [↩]
  27. Victoria Novelo, Yucatecos en Cuba, etnografía de una migración, 2009, pp. 76-77 y 80; Luis Ángel Argüelles, op. cit., pp. 115-131. Felipe Carrillo Puerto, del Partido Socialista del Sureste, había ganado las elecciones en 1922; pero la oposición lo asesinó cuando pensaba embarcarse rumbo a Cuba. En abril de 1924 los insurrectos fueron derrotados por Obregón y varios de ellos también huyeron a Cuba, entre ellos uno de los acusados del asesinato de Carrillo Puerto. [↩]
  28. AGEY, Fondo Poder Ejecutivo, Sección Cancillería, caja 646. [↩]
  29. Para tener claras las proporciones, la emigración antillana representó 40 por ciento de toda la inmigración durante las tres primeras décadas del siglo XX, y a esa cifra Haití y Jamaica aportaron 95 por ciento de los braceros. [↩]
  30. Con un absoluto monopolio estadounidense en el azúcar cubano, “en 1919 la producción llegó a su máximo nivel. El año 1920 fue llamado año de la Danza de los millones, pero lamentablemente, la economía azucarera de Cuba cayó por el descenso de los precios del azúcar […]”; durante 1920-21 se decretó un año de moratoria bancaria y sólo las empresas con suficiente capital pudieron sobrevivir. Con la depresión económica en Cuba, en 1933 se lanzó la ley de 90 por ciento de nacionalización del trabajo para frenar la inmigración; con ella se repatriaron miles de antillanos entre 1933 y 1934, si bien otras fuentes hablan de una fuerte emigración de Cuba en el año 1920; José Millet y Julio Corbea, “Presencia haitiana en el oriente de Cuba”, en Cultura del Caribe, año 3, núm. 10, 1987, p. 73; Rose M. Allen, op. cit., pp. 85-87, donde se cita a Manuel Moreno Fraginals. [↩]
  31. Con otras fuentes, Alejandro García Álvarez (“Traficantes en el Golfo”, en Revista de Historia Social, núm 17, otoño de 1993, pp. 44-46) comprueba que para el año 1860, 40.6 por ciento de los yucatecos residía en zonas urbanas de La Habana y en especial en el centro mismo de la ciudad intramuros. Para el mismo año los yucatecos viviendo en Cárdenas lo hacían sobre todo en ingenios (centrales) y para el año 1899, la mayoría de los mexicanos, comprendidos los yucatecos que no los distingue la fuente, seguían viviendo sobre todo en La Habana (846 de 1108). [↩]
  32. Los yucatecos llaman hipil al traje femenino que en otros lugares de México llamamos huipil. [↩]
  33. Para los domicilios, tomamos los datos más recientes que había en el Consulado que eran los de 1960-1962; AHRE, México, D.F. [↩]
  34. La posibilidad de cocinar “mexicano” ha tenido oportunidades y obstáculos; depende de la etapa en que se vivió. Cuando hice el trabajo de campo Cuba iniciaba un periodo muy grave en materia de acceso a muchos productos y servicios. El colapso del socialismo soviético iniciado con la caída del Muro de Berlín en 1989, y concretado en 1991 con la desaparición del Estado soviético, en Cuba se conoció como “periodo especial”, mismo que en el terreno de la alimentación del pueblo común se expresó en serias restricciones y era difícil conseguir alimentos no garantizados por la libreta de racionamiento. Por eso las preguntas sobre cuál era la alimentación habitual, muchas veces se respondieron “lo que se pueda”. Los mexicanos con posibilidades de viajar a México eran los afortunados que podían traer ingredientes, especias y productos para cocinar a su gusto. La posibilidad de conseguir más alimentos iba de la mano con el acceso de los cubanos a los dólares y a la posibilidad de comprar en el mercado negro. [↩]
  35. Sydney W. Mintz, Sabor a comida, sabor a libertad, 2003, p. 99. [↩]
  36. El concepto “cocina” lo uso en el sentido de un conjunto de platillos y sazones y maneras de preparación, que tienen una identidad local, regional y hasta nacional reconocida: la cocina poblana, la cocina yucateca, la veracruzana, la cocina francesa, etcétera, que básicamente se practica en familia, aunque también ha dado lugar a la apertura de restaurantes con comidas “nacionales”. [↩]
  37. Los restaurantes mexicanos, como los de otras minorías e incluso, mayorías étnicas (caso de los españoles), no sobrevivieron la etapa de las grandes migraciones a Cuba ni la conversión de Cuba en país socialista después. Las comidas con las que los cubanos se identificaron pasaron a la casa; el arroz con pollo es un buen ejemplo de la divulgación y popularización de la paella. Con la creciente importancia del turismo, el número de restaurantes de especialidades ha crecido notablemente. Una página turística en Internet apunta, tan sólo en La Habana, 73 restaurantes de especialidades cubanas y de otros países. [↩]
  38. Sydney Mintz ha escrito cómo los esclavos con lo que tuvieron a su alcance, crearon la “cocina caribeña” que, al mismo tiempo que influyó en el gusto de sus amos, creó una variedad de términos gastronómicos a menudo procedentes de África. Señala que ciertos productos del nuevo mundo se volvieron parte de las cocinas africanas y regresaron a América africanizadas (yuca, cacahuates, maíz). En Cuba y Yucatán es popular el vegetal “quimbombó” u okra, de origen asiático pero que llegó de África, y el lechón, gusto iniciado por los amos españoles. El plátano llego de las islas Canarias, la papaya, las papas, los tomates y los chiles son americanos. [↩]
  39. También figura la champola de guanábana (bebida refrescante preparada con leche y guanábana), común en Cuba y Yucatán, pero la palabra parece ser de origen isleño según el Diccionario de la Real Academia española (Cuba y República Dominicana). Obviamente los platillos que enlistamos pueden cocinarse cuando se pueden conseguir los ingredientes, asunto no muy sencillo en Cuba. [↩]
  40. Entrevista con Isaac Barrial, La Habana, 20 de diciembre, 1990. [↩]

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