Imperialismo y vacunas
Lo mismo que la declaración de pandemia, las vacunas expresan las contradicciones entre las grandes potencias y cada país sigue la política que le imponen dichas potencias, sin que tengan margen para añadir o quitar.
Al mismo tiempo, las opiniones que se difunden son consecuencia de lo mismo y, en el caso de España, siguen a la Unión Europea, que también carece de margen de maniobra porque ni siquiera ha sido capaz de fabricar una vacuna propia.
Un pequeño grupo de potencias marca la pauta: “El principal asesor de la Casa Blanca para el Hemisferio Occidental en materia de seguridad, Juan González, alertó en Buenos Aires sobre la estrategia que mantienen Rusia y China respecto de la venta y distribución de vacunas al mundo y advirtió que sólo Estados Unidos cuenta con un plan global de recuperación pospandemia” (1).
La traducción al román paladino es la siguiente: las vacunas no son un instrumento de salud pública sino de hegemonía. Sólo las multinacionales ligadas al imperialismo pueden distribuirlas, y si alguien no obedece, no tendrá dinero para salir de la pandemia, o sea, de la bancarrota económica.
El seguidismo es la otra cara de la hegemonía. La mayoría de los países se limitan a seguir la corriente de las grandes potencias y no tienen que plantearse grandes interrogantes, que les llegan resueltos de fábrica. No obstante, al salir del rebufo, las cosas se ven de una manera muy distinta y, desde luego, mucho más diversa y, por lo tanto, compleja.
La perspectiva empieza a desconcertar desde el momento en el que se empiezan a conocer determinadas claves, como que la vacuna rusa Sputnik fue la primera que se elaboró en el mundo y que los primeros ensayos de vacunas comenzaron en agosto del año pasado, solo cinco meses después de que se declarase la pandemia a escala mundial (2).
Ahora bien, como los asuntos sanitarios no son políticos por sí mismos, alguien los “politiza” y, ese naturalmente, sólo puede ser el Kremlin: “Moscú reclamó victoria en la carrera por la vacuna, como hizo décadas atrás en la carrera espacial al lanzar el satélite Sputnik […] Su despliegue politizado solo sirvió para profundizar el escepticismo en torno a ella”, sentenció el New York Times (3). El 3 de febrero The Lancet había santificado a la vacuna rusa, pero una revista médica no puede cambiar un dogma ideológico que —como todo lo demás— también viene de fábrica.
Sputnik es la segunda vacuna más utilizada en el mundo. Hay 60 países con una población total de más de 3.000 millones de personas que se están vacunando con ella.
Algunos países la combinan con alguna de las vacunas chinas, que se utilizan en 45 países con una población de otros 3.000 millones de personas.
La vacuna rusa está siendo utilizada en los grandes países asiáticos (India, Pakistán, Irán, Filipinas) y en el norte de África (Argelia, Túnez, Marruecos, Libia, Egipto). Es un interesante indicador de su confianza en Rusia.
La penetración de las vacunas rusas también es muy elevada en los países más grandes y poblados de América Latina, como Brasil y Argentina. En México la naturaleza política de las vacuna conduce a titulares periodísticos de tipo “México fue una potencia en vacunas”, pero ahora espera la del coronavirus “mirando al exterior” (4).
Como tantas otras mercancías, las vacunas son un vector de influencia mundial, es decir, que una potencia puede medir su radio de acción en función de los países que distribuyen su vacuna. Por lo tanto, no puede extrañar que Estados Unidos ponga reparos a la aprobación de la vacuna rusa por razones que —obviamente— no son sanitarias.
Para muchos países las vacunas son “la solución” a la pandemia sólo si no son rusas, ni chinas, ni cubanas, de manera que antes dejarían morir a su población que vacunarla con ellas y, en consecuencia, reconocer que han tenido que recurrir a esos países para que les solucionen sus problemas sanitarios, tanto si son reales como si son ficticios.
En varios países los movimientos contra las vacunas no proliferan por sus secuelas adversas sobre la salud sino por motivos claramente políticos, que tienen su origen en la procedencia de la vacuna de países, como China, por ejemplo.
Hay periódicos que sólo hablan de los efectos adversos de las vacunas en países donde la vacuna procede de Rusia o China. Entonces menudean titulares como “Argentina reporta 317 casos adversos tras suministrar la vacuna rusa”, a pesar de que sólo llevaban dos días poniendo inyecciones (5).
Los organismos reguladores, como la FDA en Estados Unidos o la EMA en Europa, no pueden aprobar ese tipo de vacunas porque en la medida en que las vacunas rusas (o chinas, o cubanas) se difunden, el mercado se estrecha para las grandes multinacionales farmacéuticas. Por ejemplo, si la EMA aprobara la Sputnik, Rusia quedaría como el baluarte más importante de la sanidad mundial, lo cual no puede ocurrir bajo ninguna circunstancia. De ahí que la EMA haga lo que le dicten las multinacionales farmacéuticas (por motivos económicos) y los Estados europeos más fuertes (por motivos estratégicos).
Lo estamos comprobando dentro de la Unión Europea, donde tres países miembros, como Hungría, han prescindido de la Unión Europea y están distribuyendo vacunas rusas, chinas e incluso la india (6). También Eslovaquia comenzó a distribuir la vacuna rusa, sin tener en cuenta los criterios de la Unión Europea.
(1) http://www.surysur.net/estados-unidos-advierte-a-la-argentina-sobre-sus-relaciones-con-rusia-y-china/
(2) https://www.abc.es/sociedad/abci-vacuna-sputnik-v-que-paises-la-tienen-nsv-202104151047_noticia.html
(3) https://www.nytimes.com/es/2021/02/03/espanol/vacuna-sputnik.html
(4) https://elpais.com/sociedad/2020-06-10/mexico-fue-una-potencia-en-vacunas-ahora-espera-la-de-la-covid-19-mirando-al-exterior.html
(5) https://www.vozpopuli.com/internacional/argentina-vacuna-rusa-sputnik-efectos-adversos_0_1424857743.html
(6) https://www.elperiodico.com/es/internacional/20210322/hungria-aprueba-nuevas-vacunas-combatir-11599175
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