¿Cuánto tiempo permanece el coronavirus dentro del cuerpo?
Los investigadores están dilucidando cuánto persiste el virus en el cuerpo y si las personas pueden volver a infectarse rápidamente.
El viernes 13 de marzo fue un día desafortunado para Fiona Lowenstein. Durante el fin de semana, la joven de 26 años comenzó a tener fiebre, luego a toser y, pronto, se quedó sin aire; le era tan difícil respirar que casi no podía hablar. En el hospital, resultó positiva de COVID-19. Fue internada y se le suministró oxígeno. A los dos días, había mejorado lo suficiente como para irse a casa, pero sus síntomas no terminaron allí.
Comenzó a tener diarrea intensa, perdió el olfato y el dolor de garganta y la urticaria la acosaban. Lo más preocupante fue cuando, luego de un mes de sus síntomas iniciales, comenzó a tener fatiga intensa y graves dolores de cabeza. Lowenstein comenzó a mezclar las palabras y a luchar por concentrarse; se olvidaba lo que quería decir a mitad de la oración. “Sentía como que me había atropellado un camión”, cuenta. “Había días en los que podía trabajar, pero al día siguiente tal vez no podía ni levantarme de la cama”.
Los científicos siguen intentado entender por qué los pacientes de COVID-19 como Lowenstein están teniendo este tipo de recaídas—a veces semanas o meses después de enfermarse.
Es posible que los pacientes a largo plazo sigan resistiéndose al virus porque algunos de los coronavirus pueden quedarse en sus tejidos. Los investigadores están averiguando cuánto permanece vivo el virus dentro del cuerpo, una situación conocida como persistencia del virus. Esto puede ser diferente a la excreción viral, el tiempo que alguien que haya tenido COVID-19 expulsa los fragmentos virales, lo que puede provocar falsos positivos en pruebas de diagnóstico.
Es importante entender la persistencia del COVID-19 dado que este conocimiento determina cuánto tiempo la persona contagia, cuánto tiempo debería permanecer aislada y hasta si es posible volver a infectarse.
“Persistencia es una palabra engañosa”, señala Mary Kearney, científica senior que estudia la resistencia a los medicamentos del VIH en el Centro de Investigación de Cáncer del Instituto Nacional de Cáncer. Señala que es especialmente engañosa porque los científicos no saben cómo la persistencia del coronavirus puede variar de acuerdo al individuo o, incluso, al órgano.
Kearner explica que el coronavirus tiene un genoma de ARN en vez de ADN. En otras familias de virus ARN, como la hepatitis C, las infecciones persistentes pueden desencadenar enfermedades hepáticas o cáncer, incluso décadas después de la infección original. “Si hay persistencia a largo plazo, puede haber consecuencias a largo plazo”, menciona. Así que, aunque estos efectos todavía no son evidentes para COVID-19 dada su novedad, deberían ser investigados.
Persistencia versus reinfección
Los científicos utilizan tres categorías generales para definir la persistencia. Con las infecciones virales severas— como el norovirus que produce dolor de estómago— las personas desarrollan síntomas rápidamente y se recuperan completamente en días. Algunos invasores pequeños se quedan— entre ellos, el virus de la varicela-zóster que inicialmente provoca varicela, pero luego se vuelve latente en las neuronas por el resto de la vida del paciente. Otros, como el poliovirus, se manifiestan de forma grave en la mayoría de las personas, pero solo persisten en algunas de ellas, quienes tienen problemas para limpiar al virus de sus cuerpos.
Un factor que complica al COVID-19 es que muchas de las pruebas utilizadas por doctores que hacen el seguimiento de pacientes— o investigadores que recogen muestras en los interruptores de luz de los hospitales—usan el método de reacción en cadena de la polimerasa (PCR, por su sigla en inglés). Esta prueba busca fragmentos genéticos del virus que son expulsados durante la respiración de las personas o en muestras de heces, orina u otras secreciones. Una prueba PCR puede decirnos si la persona ha contraído la enfermedad recientemente, pero no logra distinguir entre el virus vivo replicándose y los restos virales no infecciosos.
“Aun cuando el virus ya no es infeccioso, hay un periodo de tiempo en el que todavía se puede detectar su ARN”, explica Andrew Karaba, miembro del programa de enfermedades infecciosas de la Universidad Johns Hopkins.
Para buscar virus vivos, los investigadores deben hacerlos crecer desde muestras en tubos de cultivo celular o placas de Petri. Eso no es simple; los hisopados nasales pueden secarse demasiado, o pueden dejar escapar alguna célula infectada. En otros casos, la muestra puede no retener suficientes partículas de virus para el crecimiento. Además, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos recomiendan que el virus SARS-CoV-2 sea aislado y estudiado en laboratorios seguros con un nivel de bioseguridad 3 o mayor.
A pesar de que la cantidad de estudios de virus vivos de SARS-CoV-2 ha sido limitada, algunos han brindado pruebas sobre cuánto dura el virus. Un estudio en Alemania observó nueve casos moderados y halló que los virus vivos no podrían crecer de hisopados de garganta o muestras de esputo ocho días después de que los síntomas aparecieran. El trabajo también descubrió que las personas emiten altas cantidades de ARN viral durante los primeros días de infección.
Otro estudio en Nature separó el virus vivo de nueve pacientes de COVID-19 durante la primera semana de síntomas. Uno tenía virus que podía cultivarse luego de nueve días; los investigadores también encontraron fragmentos de ARN viral en varias muestras luego de 31 días. Un tercer estudio hecho a 89 residentes de un hogar de ancianos, publicado el 28 de mayo en New England Journal of Medicine, también halló que los pacientes podían esparcir el virus vivo por hasta nueve días.
Resurgimiento
Calcular la verdadera ventana de la persistencia viral ayudará a resolver si las personas se están infectando nuevamente con COVID-19, si desarrollan una inmunidad duradera— y, en última instancia, cuánto tiempo tienen que estar aisladas las personas enfermas.
Hasta ahora, para los casos en los que parece haber síntomas duraderos, la reinfección no parece ser la explicación. Recientemente, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Corea del Sur han localizado los contactos de 285 pacientes que han vuelto a dar positivo luego de un resultado negativo de PCR.
El estudio no halló evidencia alguna de que alguno de los pacientes pudiera transmitir el virus a otros, o que se hayan infectado nuevamente por los contactos a su alrededor.
“Usualmente, cuando las personas se recuperan de alguna infección viral severa, su respuesta inmunológica mata las células afectadas para eliminar el virus”, explica Diane Griffin, viróloga de la Facultad de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins. Sin embargo, cuando los virus infectan células de larga vida, como las neuronas, el sistema inmune no puede darse el lujo de destruirlas. Eso significa que “no te deshaces de todo el genoma del virus”, señala; por el contrario, el virus puede esconderse en algunas partes del cuerpo por largos períodos.
Si es así, esta persistencia podría ser la clave para la inmunidad a largo plazo. Griffen indica que, incluso si el virus no se propagase profusamente, si sus proteínas se siguen produciendo en una pequeña cantidad de células, sus fragmentos podrían obligar al cuerpo a mantener una respuesta inmunológica— evitando que te contagiaras de nuevo.
Esto es así incluso para infecciones como el sarampión, en las que las neuronas de larga vida no son su principal objetivo. En estudios con monos, Griffin halló ARN viral de las células del sistema inmune, denominadas linfocitos, seis meses después de la aparente recuperación. El virus podría durar aún más en células humanas, señala. Sin embargo, el sarampión produce inmunidad de por vida y Griffen sospecha que el ARN persistente podría explicar ese efecto.
Otros concuerdan con ella. “Algunos aspectos del sistema inmune existen como los conocemos porque estamos crónicamente infectados”, explica Skip Virgin, vicepresidente ejecutivo y director científico de la empresa biotecnológica Vir.
Avindra Nath, directora clínica del Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares del Departamento de Salud de Estados Unidos, indica que “una posible función inmunológica persistente” podría ser perjudicial para los pacientes de COVID-19, y podría formar parte de lo que se denomina tormenta de citocinas, una reacción exagerada del sistema inmune. Dichas respuestas inmunológicas podrían ayudar a explicar las potenciales recaídas y algunas de las complicaciones a largo plazo, explica Nath, quien ha comenzado a desarrollar un estudio a largo plazo sobre el tema.
No obstante, los individuos pueden manifestar una infinidad de niveles de persistencia viral e inmunidad, lo que podría hacer que el desarrollo y la distribución de la vacuna sea aún más desafiante. “La misma partícula viral no tendrá el mismo efecto en todas las personas”, señala Santosh Vardhana, oncólogo del Centro de Cáncer Memorial Sloan Kettering. Esa es la razón por la que pocas vacunas otorgan inmunidad universal, explica Vardhana, quien está investigando cómo la inmunidad adaptable podría ayudar a los pacientes con COVID-19.
Esta variedad de respuestas también puede hacer que sea más difícil recomendar el tiempo de aislamiento de las personas enfermas. Actualmente, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos recomiendan que los casos de COVID-19 se aíslen por 10 días luego de que comienzan a sentirse mal, o tres días desde que la fiebre se va. Si no tuviste síntomas, la ventana de los 10 días comienza luego de tener el resultado positivo de la muestra de COVID-19.
Vardhana aconseja que, tanto para la búsqueda de la vacuna como para tratar mejor a los pacientes, “tenemos que pensar en la respuesta inmunológica con COVID-19 con más complejidad”.
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