El conflicto Israel-Palestina y “hasta que todo vuelva a empezar”
Por Carlos Martínez Assad
Los cancilleres de Alemania, Eslovenia y la República Checa caminaron muy serios al lado de Benjamín Netanyahu quien, por el contrario, sonreía al mostrarles los estragos de unos de los proyectiles lanzados por Hamás en Tel Aviv el pasado 19 de mayo. El recorrido no incluyó la visita a los sitios impactados por la artillería israelí en Gaza, a fin de que los enviados de esos países tuvieran una visión completa de lo sucedido y vieran las más de 16 mil viviendas dañadas, los 800 edificios destruidos junto con las 300 instalaciones esenciales. No es casual, porque los 27 países de la Unión Europea nunca han logrado un consenso para hacer un llamado enérgico para deponer las armas a ambos bandos de una guerra que causó tantas muertes.
Un acuerdo del cese del fuego llegó al día siguiente por mediación de Egipto y la influencia de Catar. La guerra de 11 días pudo esperarse, pero no la virulencia que alcanzaría. Fue el costo del impasse que ha prevalecido en los últimos años por el aggiornamiento palestino, que dejó de ser importante para los países árabes; por los acuerdos de Abraham se permitió a Baréin, Emiratos Árabes e incluso Arabia Saudita avanzar en el establecimiento de relaciones con Israel, con la renuncia explicita a mantener en sus agendas la causa palestina, para enforcarse en sus propios problemas.
Sucedió en el contexto de la propuesta del fracasado plan de paz del expresidente Donald Trump. Ningún país en la región respondió con énfasis a ese despropósito suscrito sólo entre Estados Unidos e Israel, que excluyó a Palestina. No obstante, la guerra reciente ha vuelto a colocarla en la primera línea del acontecer en el Medio Oriente, porque no puede ignorarse la presencia de más de 5 millones de palestinos, repartidos principalmente en Cisjordania, Gaza, Líbano y Jordania.
La suma de agravios influyó en la desmedida reacción de Hamás al amenazar con bombardear con sus cohetes a Israel el 6 de mayo si la policía no se retiraba del sagrado lugar de la Explanada de las Mezquitas, en Jerusalén. La policía había irrumpido allí sin importar lo que ese lugar representa para los musulmanes, a quienes impidió el libre acceso -como se acostumbra- por la Puerta de Damasco para celebrar las fiestas del Ramadán. Muy cerca se encuentra el barrio de Sheik Jarref, donde desde semanas atrás se daban movilizaciones para impedir la expropiación de sus tierras por parte de Israel para otorgárselas a los colonos. Y hay que recordar que en la Cisjordania palestina viven 323 mil palestinos y un poco más de 200 mil israelíes en los asentamientos. A los que es parte sensible del asunto se agrega que mientras los israelíes pueden reclamar legalmente una antigua propiedad, los palestinos no pueden hacerlo, por subterfugios legales.
La coyuntura se dio en medio de una limitada capacidad negociadora de estados Unidos, que el presidente Joseph R. Biden trata de recuperar, sin prisa. Ya dio un paso restituyendo los fondos que otorga a la ONU para los refugiados palestinos, que la anterior administración les había retirado, pero la redujo 50%. También se ha limitado la influencia de la Liga Árabe desplazada en la región y el vacío que deja ha sido ocupado por países no árabes, como Irán, Rusia y Turquía.
Netanyahu desde Israel pudo actuar sin miramientos, aprovechando ese impasse de la política. Sin embargo, enfrenta serias dificultades internas, porque después de cuatro elecciones en dos años no ha logrado formar gobierno. Su belicosa postura pudo tener la intención de sumar fuerzas conservadoras y reforzar su apoyo en vista de nuevas elecciones. Abonaron a estos los tropiezos de la Autoridad Palestina, que gobierna Cisjordania con una presencia disminuida, sobre todo en Gaza, con el gobierno de facto de Hamás. Para mantenerse en el poder, Mahmud Abás debió cancelar las elecciones programadas para el 22 de mayo y restarle poder a esa organización que Estados Unidos e Israel califican de terrorista.
La sociedad ha cambiado, y mucho; los jóvenes son los hijos de quienes nacieron luego de la creación del Estado de Israel, que los palestinos llaman Nakba, y la mayoría de quienes integran los bandos no son los que crecieron luego de la guerra de 1967, cuando Israel consolidó su hegemonía territorial. Los jóvenes, como el resto del mundo, cargan con la incertidumbre del futuro, el cuestionamiento de los valores, la preocupación por el empleo y por sus formas de supervivencia, buscan nuevas identidades y formas de asociación, y son parte de la generación que en la región vivió la llamada Primavera Árabe.
El descontento social puede contribuir a explicar la violencia de las manifestaciones y los conflictos interculturales alcanzaron una fuerza desconocida. Sus expresiones han rebasado límites, se vandalizan cementerios musulmanes y judíos, son agredidas las sinagogas y las mezquitas, la intolerancia reaparece con toda su brutalidad y alcanza a las personas. En varias ciudades mixtas, como Lod y Haifa, la violencia ha arrasado con la vecindad de muchos años. El asunto se vislumbró hace más de 10 años, cuando el cineasta palestino Scandar Copti, en la cinta Ajami, hizo el crudo retrato de esa difícil convivencia entre jóvenes musulmanes y judíos en Jerusalén, donde comparten lo que puede llamarse vida, siempre con la desconfianza del otro.
Si a alguien le interesa aclarar lo sucedido con esta guerra debe investigarse lo sucedido en Al-Aqsa los días previos al cumplimiento de Hamás de emplazar sus cohetes hacía Israel. Debe explicarse porque la policía actuó, conociendo los antecedentes de lo que desencadenado la profanación de ese lugar, que luego de la visita del exprimer ministro, Ariel Sharon, desencadenó la Intifada del año 2000.
Este ha sido un mal año para los palestinos pero también para israelíes. Ambos vivieron 11 días de terror por los bombardeos y debieron aportar su cuota de compatriotas muertos. Sobre el desastre humanitario al que conducen estos conflictos, es difícil agregar algo a las fotografías, videos e información que llega de uno y otro lado en el momento en el que acontecen: edificios y viviendas destruidas, personas confundidas con los escombros, cuerpos mutilados, muerte…
Allí quedan la destrucción y el eco de las palabras de los líderes de Estados Unidos y de la Unión Europea del “derecho de Israel a defenderse”, que hizo sin atender al final de la misma oración “de manera proporcionada y respetando el derecho humano internacional”. Tampoco se escucha la recomendación del canciller de Luxemburgo, Jean Asselborn, de “dar esperanza a los palestinos poniendo fin a la colonización”. Queda la frase del amigo que vivió el conflicto y que celebró el cese del fuego con el pesimismo de “hasta que todo vuelva a empezar”.
*Publicado en revista Proceso, número 2326, el 30 de mayo de 2021.
Seminario Universitario de Culturas del Medio Oriente
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