"Moctezuma Ilhuicamina, el flechador del cielo, había dejado desde temprana hora la tibieza de su Palacio para ser conducido en andas hasta el embarcadero real, en donde no tardó en abordar la Canoa de Trono de Oro que lo llevaría hasta el Cerro de la Estrella. El señor de Tenochtitlán ansiaba llegar hasta la cúspide del Cerro para observar desde el más alto adoratorio el penacho de humo que brotaba del corazón del Popocatépetl o cerro que humea. Moctezuma en sus horas de meditación había llegado a la conclusión de que las montañas eran el camino y el lugar de comunicación de los dioses. Por eso, el quinto emperador de los aztecas se sentía místicamente atraído por el Popocatépetl.
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jueves, 5 de agosto de 2021
"Moctezuma Ilhuicamina, el flechador del cielo
Por horas y horas del día o de la noche y desde las Terrazas de su Palacio contemplaba aquella columna de humo que parecía brotar del blanco inmaculado de la nieve que le fascinaba, al grado que deseaba saber por boca de los sacerdotes sabios el porqué de las humaredas que se observan nítidamente desde los adoratorios del Cerro de la Estrella. Cuando sus servidores depositaron las andas de silla de oro en el umbral del principal adoratorio apresurado mandó llamar a los sacerdotes para que le descifrara el misterio del enojo del dios blanco. No tardaron los servidores de los dioses en presentarse ante su señor. Fue el más anciano y más sabio aquel que todas las noches observaba el cielo quien habló:
-Señor, apenas había dado asiento nuestro dios huitzilopochtli a sus hijos en medio de la laguna cuando el dios blanco mostró su inconformidad por la falta de ofrendas y devociones haciendo brotar por dos veces el fuego de sus entrañas. En aquel entonces nuestros padres presenciaron su enojo: las nieves que lo cubrían se derritieron formando ríos de hielo, además su cólera fue de carácter violento pues arrojó gases y cenizas y sus ruidos fueron muy fuertes.
-¿Se han olvidado los servidores de los dioses de darle culto?
-Nada de eso señor el dios blanco es visitado de tiempo en tiempo Pero ha estado quieto tranquilo sin humo y sin ruido más ahora señor su enojo es grande hay lumbre en su ceño
-Bien-dijo el gran señor-no cabe duda de que el dios que habita en la casa del Popocatépetl está enojado y quiere ofrendas...que vaya un grupo de nobles acompañado por un pequeño ejército de aguerridos guerreros para que descubran el misterio de las bocanadas de humo que arrojan el dios blanco y que la ofrenda sea abundante y valiosa.
Días después del corazón de Tenochtitlán partía la caravana de nobles y guerreros cargados con ricos presentes atravesaron tierras hostiles y lucharon contra enemigos humanos y animales feroces. Pero a pesar de las inclemencias de la travesía ellos seguían inmutables su camino como la había ordenado su señor. Y mientras más se acercaban al dios blanco de la columna de humo, la naturaleza misma les oponía feroz resistencia perdiendo la vida muchos nombres y muchos guerreros y disminuyendo considerablemente el número de los componentes de la caravana. Un grupo reducido de estos lograron llegar hasta su cráter y por primera vez los valiosos presentes fueron arrojados al bullente corazón de fuego.
Cuando regresaron los pocos supervivientes, el rey ansiosamente les llamó a su presencia para que le dieran noticias del suceso.
-Señor, llegamos hasta el corazón de fuego del dios blanco. Su pecho es muy grande y profundo, y de esa profundidad brotan fuego y humo. Sus paredes son lisas y tienen derrumbes constantes que caen en su fuego sagrado, hirviendo cómo hierve el agua el fuego. El dios blanco, señor, no está muerto sino que, vivo, vive con enojo.
-¿Pero con las ofrendas que le dimos no calmará su cólera? inquirió El Gran Señor.
-Por ahora el dios blanco no permitirá que su fuego corra monte abajo
Su humo no es presagio de catástrofe. Sus capas de piedra derretida, sus brechas,sus arenas y sus cenizas no caerán ahora sobre los bosques que cubren las laderas pero llegará un día, un día aciago que los dioses han escrito para llenar de luto a Tenochtitlán. Y entonces sí desgarrará su pecho en pedazos dejando escapar su corazón de fuego. Ese entonces será en 1519 tiempo aciago para Tenochtitlán, y por los caminos de agua y de tierra se escucharon voces en el aire como de una mujer que ande llorando y diciendo de esta manera: “Oh, hijos míos, ya estamos a punto de perdernos”. Habran otras voces que dirán: “Oh hijos míos, ¿A dónde os llevaré?
Al escucharlo, Moctezuma Ilhuicamina, el flechador del cielo, guardó silencio pero en sus pupilas oscuras hubo un gran reflejo de profunda tristeza".
Meza, O. (2006). Leyendas Prehispánicas Mexicanas. Panorama Editorial.
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