Mensaje de Navidad del Arzobispo Carlo María Viganó: “A todos vosotros, listos para combatir la buena batalla por la Verdad y por el fin de esta pesadilla distópica…”
VEN, SABIDURÍA, que ordena los acontecimientos terrenales; ven y enseña el camino de la prudencia y la gloria. Estas son las palabras tomadas de un antiguo himno de Adviento, que se remonta al siglo VIII. En ellos el alma cristiana invoca la venida de Nuestro Señor Jesucristo, la Sabiduría del Padre, para que muestre cómo cruzar ileso este valle de lágrimas – la via prudentiæ – y alcanzar la bienaventuranza eterna en el cielo – la via gloriæ.
Me dirijo a todos ustedes, queridos hermanos y hermanas, que durante estos dos años de locura médica han resistido valientemente al chantaje de una autoridad civil en todas partes esclavizada por el poder globalista, en la traición de la ley natural y de Dios, y en la violación de las leyes de los Estados. Un golpe planetario intenta hacer posible el Gran Reinicio con el que establecer la odiosa tiranía del Nuevo Orden Mundial.
Me dirijo ante todo a vosotros, madres y padres de familia, que en estas horas de resurgimiento de las absurdas represiones de las libertades fundamentales se encuentran teniendo que pagar con segregación y discriminación por su decisión de no someter a sus hijos a la denominada vacunación. Su frágil equilibrio psicofísico ya se ha visto cruelmente comprometido por meses de lecciones remotas, la imposición de mascarillas y los martillazos de los maestros. La autorización del suero genético para niños, que hoy se presenta como indispensable y seguro para contener un virus que no representa una amenaza para ellos y que en cambio pone en riesgo irreversible su sistema inmunológico y su propia salud, es la última decisión vergonzosa de personas corrompidas de alma y descarriadas de mente, por las que se puede sacrificar la vida inocente de un niño en el altar del sanitario Moloch.
Sed orgullosos defensores de vuestros niños, de quienes sois responsables ante Dios tanto de su salud física como de la salvación de sus almas. Ponedlos bajo el manto protector de la Virgen santísima, consagrándolos a Aquella que, con San José, consiguió sustraer a la furia de Herodes “la vida amenazada del niño pequeño Jesús”, huyendo a Egipto. No olvidéis, queridos padres, que el Señor mira con amor a los niños con un amor especial, y no dejará de asegurarles a ellos y a vosotros Su santa protección.
A vosotros empleados y trabajadores, que están suspendidos del trabajo y privados de pago por no querer ceder al chantaje de la vacuna; a vosotros artesanos y comerciantes, restauradores y pequeños empresarios a quienes el Estado ha impuesto cierres injustificados que no han tenido otro propósito que el de empobrecerlos; a vosotros militares y policías obligados a elegir entre la obediencia jerárquica y el juramento de lealtad a la Constitución; a vosotros médicos y paramédicos, expulsados de hospitales, clínicas y residencias de ancianos por no dejarles inocular el suero genético, les digo: ¡Resistan!
Aquellos que quisieran obligarte a poner en riesgo tu salud con la extorsión temen tu determinación y saben que puede ser un consuelo y un ejemplo para tus compañeros y amigos. ¡Resistan! porque tienen el derecho sagrado de rechazar un tratamiento médico que ha resultado ineficaz, nocivo e incluso letal, que constituya una terapia genética y que no tenga como objetivo garantizarnos salud y protección, sino esclavizarnos, enfermarnos crónicamente o exterminarnos. ¡Resistan! porque no es cediendo al chantaje que conquistaréis las libertades que os han sido arrebatadas. ¡Resistan! porque como hijos de Dios sabéis que tenéis de vuestro lado al Señor del Tiempo y de la Historia, y no a un acólito de corruptos al servicio del Maligno.
A vosotros, los ancianos y los enfermos, obligados a permanecer en residencias de ancianos o en hospitales; a vosotros segregados de sus familias y de los seres queridos, tratados como marginados por médicos y enfermeras, les digo: ¡no se desanimen por su soledad, no cedan a la desesperación y la desesperación! Tenéis la oportunidad de hacer un buen uso de vuestros sufrimientos, ofreciéndolos al Señor en unión con Sus tribulaciones en la Cruz, para la remisión de los pecados, en reparación de las ofensas contra Dios, en sufragio de las almas del Purgatorio. ¡Orad! Orad a la Santísima Virgen para que te ayude y os proteja. Recita el Santo Rosario, pidiendo a Nuestra Señora que salve a nuestra querida Italia y al mundo entero de este infernal azote. Orad a los santos para que sean amigos vuestros y estén cerca de vosotros en las horas de silencio y abandono. Orad a los Ángeles para que guarden a los demás enfermos, para que puedan recibir los sacramentos y tengan la gracia de confesarse y tener una muerte santa, con el consuelo de un sacerdote. Ofreced vuestros sufrimientos, angustias, lágrimas a Nuestro Señor, y Él os corresponderá con Su paz y santo abandono a Su voluntad. Y no os olvidéis de guardaros en gracia de Dios, porque no os es dado saber ni el día ni la hora.
A todos vosotros, listos para combatir la buena batalla por la Verdad y por el fin de esta pesadilla distópica; a vosotros que enfrentan las burlas y los insultos de quienes los consideran socialmente peligrosos solo porque no se rinden a la experimentación masiva, les digo: ¡ánimo, no cedan ahora mismo! Esta farsa criminal, hecha de mentiras y engaños, no durará mucho, porque solo la Verdad nos libera. Vuestra batalla por la Verdad, si se libra para la gloria de Dios, derrotará la oscuridad del fraude, revelará las malas intenciones de la élite, disipará a los corruptos y a los traidores. Y no os dejéis seducir por quienes, ante la inminencia del derrumbe de este castillo de falsedades criminales, intentarán convenceros de que es inútil combatir, inútil luchar. Os dicen que vosotros estan unos miles, que representan una minoría, que vendrán a “rastrearlos” puerta a puerta, que son desertores. Sin embargo, mirando a las personas que hacen fila fuera de las farmacias, o las vacantes en empresas, escuelas, oficinas públicas y hospitales para comprender que vosotros sois, que nosotros somos, muchos más de los que les gustaría que creyéramos. Y aunque fuéramos pocos, nuestra fuerza no está en los números, sino en haber tomado la decisión correcta y en querer defenderla con valentía.
Cuando este crimen será denunciado y condenado, la Historia os agradecerá para vuestra constancia y vuestra fidelidad al Bien. No agradecerá a quienes os han segregado y discriminado, llamándoos infectores. No agradecerá a quienes lo chantajearon y lo privaron del trabajo y la paga legítima. No agradecerá a nadie que os haya engañado diciendo que es seguro un suero experimental ineficaz, peligroso e incluso letal. No agradecerá a quienes se han aprovechado de la confianza depositada en él por gente sencilla, que se verá traicionada y afectada en su salud. Sean capaces de resistir, con la mirada puesta en Dios, a quien llamamos “Padre Nuestro” precisamente porque nos ama y protege como un Padre amoroso y nunca nos abandona.
Y si estas pruebas os parecen dolorosas e insostenibles, tenéis que pensar que representan una anticipación de ese mundo infernal del Nuevo Orden Mundial, del cual Jesucristo y todo signo de la fe católica deben ser desterrados. ¡Regresa a Dios! Entiende que la paz, la armonía, la prosperidad no se obtienen rompiendo los mandamientos de Dios, ni blasfemando Su nombre, legitimando el pecado y celebrando el vicio. La verdadera paz, que es estabilidad del orden y espejo de la justicia divina, se obtiene sólo donde reina Cristo Rey, donde las leyes se ajustan al Bien, donde toda disciplina y arte se orienta a la mayor gloria de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, os exhorto a todos a celebrar esta Santa Navidad en su verdadera dimensión espiritual. Deja que el Niño Rey nazca en tu corazón, y comienza con una buena Confesión y una Comunión hecha con devoción. Piense en el alma y el Señor se encargará del resto. Dirija sus pensamientos a la Sagrada Familia, expulsada de la posada y obligada a buscar refugio en una cueva. Que su bendita pobreza, su aparente segregación, sea un consuelo para todos vosotros. En el alejamiento de la sociedad, en el ostracismo impuesto a los más débiles y necesitados, la magnificencia de Dios no deja de brillar con fuerza, con los coros de los Ángeles sobre el pesebre, los sencillos dones de los pastores, la adoración de los magos. Pongámonos todos en un rincón de esa cueva, contemplando qué amor infinito movió a encarnarse a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, naciendo en medio de sufrimientos y preparándose desde la cuna para el Sacrificio redentor.
A todos ustedes, mis más sinceros deseos de una Santa Navidad. Una Navidad que será verdaderamente santa, si la sabes celebrar estando cerca del Niño Jesús. Una Navidad que no será en soledad y angustia, sino en la bendita compañía de la Sagrada Familia y en la alegría del nacimiento del Salvador del mundo. Con todo mi corazón os bendigo.
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