Creo que aún estamos a tiempo. Me refiero a no dividirnos en el
campo del obradorismo. La 4T es el espacio de transformación más
importante que ha habido en este país desde hace un siglo. Hay
que cuidarla. Pero cuidarla y respetarla exige un compromiso: señalar lo
que no nos parece. Si la embalsamamos, si la convertimos en una iglesia,
si dejamos de cuestionar algunas decisiones de sus dirigentes, no estare-
mos cuidando a la 4T, sino traicionando al movimiento popular.
Si seguimos por el camino del todo o nada, en el cual no cuestionamos
algunas medidas que son claramente regresivas, o conservadoras, (ejem-
plo: la prisión preventiva oficiosa), es allí donde estaremos haciéndole el
juego a la derecha. Sin darnos cuenta. Callarse es hacerle el juego a la
derecha. Desviar la mirada ante la acumulación de “inconvenientes”; eso
es hacerle el juego a la derecha. Porque perder los escrúpulos, despreciar
a los derechos humanos, ningunear los valores de la izquierda, para pe-
lear solamente por el poder; estigmatizar compañeros valiosos que han
aportado tanto al movimiento, eso, es hacerle el juego a la derecha.
El idealismo tiene sus límites, lo concedo. Pero el pragmatismo tam-
bién. Si todo es pragmatismo, nos convertimos en instrumentos del poder
y no del cambio profundo. La transformación profunda exige, en determi-
nados momentos, dar batallas éticas. De lo contrario, terminamos única-
mente en un cambio escenográfico y no estructural.
Hago un llamado modesto, desde mi humilde trinchera, a que los líde-
res de este movimiento popular al que llamamos 4T no sigan promoviendo
el camino de la descalificación a las voces críticas que vienen del mismo
campo popular. Que abandonen un poco la susceptibilidad, y recuerden
sus tiempos de militancia, y recuerden el espíritu dialoguista, librepensa-
dor y democrático que los animó. Entendemos muy bien que sin poder no
se puede transformar. Y que conservar o conquistar el poder exige ciertas
alianzas y maniobras, algunas que desafían incluso nuestro propio espinazo moral.
Y se reconoce el valor político y el coraje de quienes encaran esa tarea.
Pero hoy mucha gente ha dejado de cuestionar la realidad política para
justificar lo injustificable, por el solo hecho de que trae el sello de Morena.
Hay una suerte de obediencia debida, donde la militancia se ha convertido
en obsecuencia. Morena no es la
causa, la causa es la justicia. En todos
sus ámbitos.
Creo que estamos a tiempo de fre-
nar esta división. Podemos disentir
con algún compañero. Pero cancelarlo
por el solo hecho de que nos inco-
moda lo que dice, es aislarnos en el
calor del dogma, y renunciar a la
misma revolución de las conciencias
que queremos promover.
En todo movimiento surgen los que
son más papistas que el papa. Aque-
llos que andan señalando con voca-
ción de sargentito a quienes se atre-
ven a desafiar el dogma. Los fanáticos
no ayudan a la izquierda, la contami-
nan y la empobrecen, porque la iz-
quierda tiene DNA crítico. Sustituir a
voces valiosas por sargentitos no es
sólo una injusticia: es un error estraté-
gico. Si el movimiento decide que-
darse solo con los acólitos y desechar
a los que tienen una mirada más com-
pleja de la realidad, perderá el rumbo.
Con alcahuetería y delación no se
defiende un movimiento transforma-
dor. Porque, para transformar la reali-
dad, es indispensable criticarla. Por
más réditos en el corto plazo que
pueda tener para la dirigencia el pro-
mover feligreses, implica un retroceso
y una descomposición.
Debemos promover la cultura del
pensamiento crítico, no la cultura de la
cerrazón. Revolución de las concien-
cias, no reclutamiento de las concien-
cias. Ganar las elecciones no equivale
a transformar. La soberbia nunca lleva
a buen puerto. El verdadero enemigo,
la verdadera derecha, es demasiado
feroz y peligrosa como para andarnos
peleando entre nosotros.
Serenidad, madurez, honestidad
intelectual, para saber reconocer allí
donde nos hemos equivocado. La
causa es la justicia. Y la fraternidad.
Nunca lo olvidemos.
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