Palestina. Líbano: historia, Palestina y resistencia a la violencia israelí
Resumen Latinoamericano, 28 de Noviembre de 2024.
El 17 de septiembre de 2024 estallaron por todo Líbano aparatos de buscas personales que mataron indiscriminadamente al menos a 32 personas y dejaron ciegas o mutiladas a otras miles. Al día siguiente explotaron walkie-talkies que igualmente mataron y mutilaron nuevamente de manera indiscriminada. En días siguientes, aviones de combate israelíes bombardearon ciudades, pueblos, edificios de apartamentos e infraestructuras libanesas. El viernes 27 de septiembre, en uno de los ataques más contundentes, los bombardeos aéreos israelíes lanzaron 80 toneladas de explosivos anti-búnkeres sobre Haret Hreik que mataron a cientos de civiles, derribaron varios edificios y asesinaron al secretario general de Hezbolá, Sayid Hasan Nasralá, y a dos de sus asesores. Estos ataques inauguraron una espectacular escalada de bombardeos aéreos y marítimos, principalmente contra los barrios del sur de Beirut, el valle de Beqaa y el sur del país. Los ataques israelíes se han extendido hasta el distrito de Yebeil al norte de Beirut, al barrio de Bashura, en el centro de Beirut, y al área de Cola, una de las principales arterias de acceso y salida de Beirut y un importante núcleo de comunicación vial. Los ataques, algunos de los cuales han tenido como objetivos áreas densamente pobladas, son los más destructivos en la historia libanesa y en el momento de escribir este artículo continuan. El 30 de septiembre el ejército israelí anunció que había iniciado una invasión terrestre de Líbano. Hasta la fecha los ataques israelíes han matado en el país a miles de personas, herido a miles más y desplazado a más de un millón [A fecha de 22 de noviembre, el recuento del Ministerio de Salud libanés es de 3.583 muertos y 15.244 heridos. N de T.].
Estos ataques es la extensión de la maquinaria de guerra israelí que sigue cometiendo un genocidio en Gaza, atacando en el proceso a Siria, Yemen e Irán, y que amenaza con una guerra regional más amplia. Asimismo son los últimos de la larga historia de violencia israelí contra y sobre Líbano, que el Estado de Israel justifica alegando que está “dirigida” contra organizaciones que considera terroristas. En el pasado fueron la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y el izquierdista Movimiento Nacional Libanés. Hoy es Hezbolá.
Para Líbano, el asalto que se está llevando a cabo marca los días más mortíferos del país desde el fin de la guerra civil en 1990. Asimismo se está produciendo en el contexto de una secuencia de crisis que desencadenó el levantamiento popular de 2019 y su posterior represión, que se mantuvo durante la pandemia de Covid, durante la explosión del Puerto de Beirut, y en un [contexto de] vacío de poder y de colapso económico del que Líbano apenas había comenzado a recuperarse. Estas crisis están indeleblemente ligadas al posicionamiento de Líbano respecto a múltiples potencias regionales y externas. En su relativamente corta historia desde 1920, Líbano ha sido objeto de diversas intervenciones promovidas por ambiciosos intereses; intervenciones que han sido a la vez una bendición y un perjuicio para el pequeño país. Desde la Segunda Guerra Mundial, Beirut (y Líbano en general) ha servido de refugio político, cultural y social tanto para poblaciones árabes como para figuras políticas despreciables. Líbano ha tenido durante mucho tiempo una prensa más libre que cualquier otro país árabe, y su constitución garantiza la libertad de religión, expresión, reunión y asociación. Las diferentes universidades libanesas cuentan con planes de estudios en inglés, francés y árabe y no están sujetas a la censura gubernamental. Estos factores han convertido a Líbano en un importante centro editorial y artístico, así como en un destino popular de educación superior en toda la región.
Como los puertos y la economía en general estaban relativamente bien desarrollados, Líbano sirvió como puerta de acceso económico para Siria. También entraron en juego los intereses petroleros cuando los promotores militares y civiles estadounidenses se sirvieron del país para garantizar el acceso al petróleo, las bases militares, el transporte aéreo y la expansión comercial en la región.[1] Con el auge petrolero de la década de 1970, los productores de crudo del Golfo y otros inversores destinaron fondos al sector bancario libanés, que desde la década de 1950 se enorgullece de contar con leyes de secreto bancario (ligeramente modificadas en 2022). Los sectores turístico y de servicios libaneses se expandieron en la década de 1960 debido en parte a los intereses del Golfo, y han dado empleo no sólo a trabajadores libaneses sino también a palestinos, sirios y otros inmigrantes. Estados Unidos también ha intervenido dando apoyo al Estado israelí, que de manera sostenida ha infligido violencia contra la población civil libanesa. Ya antes del establecimiento del Estado de Israel, la visión sionista incluía dentro de sus fronteras el sur de Líbano y las aguas del río Litani.
Independientemente de quién haya estado en el poder en Líbano o de quién lidere la resistencia, los intereses estratégicos del país frente al Estado de Israel se han mantenido relativamente constantes desde 1948. Estos son: el derecho al retorno de las personas refugiadas palestinas en Líbano, la liberación del territorio libanés ocupado por el Estado israelí que garantice los recursos naturales como el agua y el gas, y que poner fin a las violaciones del espacio terrestre, marítimo y aéreo de Líbano por parte del ejército israelí.
Esta breviario básico sitúa la última guerra israelí contra Líbano y contra la resistencia a ella en el contexto más amplio del desarrollo político de Líbano y su relación con Palestina. Empieza por ofrecer una visión histórica de la formación de Líbano describiendo el papel de las fuerzas externas e internas en la configuración del país a lo largo del siglo XX (Parte I y Parte II). Luego detalla cómo encajan en esta trayectoria la recurrente violencia israelí, así como los movimientos de resistencia y los partidos políticos palestinos y libaneses (Parte III). Concluye con una explicación de las crisis recientes que vienen exacerbando los efectos devastadores de los continuos y cada vez más intensos ataques israelíes contra Líbano (Parte IV).
I. Creación de nuevos Estados y nuevos centros: del Período otomano al Mandato
Imperio otomano
Durante el período otomano no existía “Líbano”. Aquello a lo que los expertos y algunos sectores académicos se refieren como “Líbano otomano” se centra en gran medida en el Monte Líbano, que se convirtió en el locus geográfico-ideológico del Estado mandatario posterior a la Primera Guerra Mundial. En cambio, en los siglos XVIII y XIX, las ciudades y pueblos que más tarde constituirían Líbano formaban parte de los mismos distritos administrativos otomanos que se separarían en los mandatos de Palestina, Líbano y Siria. Como resultado, las comunidades que integraban el norte de Palestina y el sur de Líbano estaban profundamente entremezcladas y lo seguirían estando hasta la primera mitad del siglo XX.
Durante el período de reforma otomana llamado Tanzimat (1839-1876), el imperio reorganizó sus distritos administrativos en vilayets (gobernaciones). Por ejemplo, el vileyato de Siria (al Sham) llegó a incluir el área desde el sur de Alepo hasta Aqaba y desde el este del Mediterráneo hasta el desierto sirio, con la excepción del Monte Líbano, que se gobernaba como una provincia semiautónoma, o mutasarrifiyya, después de 1861. Durante ese período, el estado otomano también separó Jerusalén, Yafa, Hebrón y Gaza del vileyato y gobernó esa área directamente, dejando Nablus, Akka, Haifa y Galilea en el vileyato de Siria.[2]
Poco después, el Estado otomano separó aún más las partes norte y central de Palestina del vileyato de Siria, incluyéndolos al recién establecido vileyato de Beirut, que incluía Acre, Nazaret, Nablus, Trípoli, la Beqaa y Latakia, áreas que constituirían Palestina, Siria y Líbano posteriores a la Primera Guerra Mundial. Antes de convertirse en la capital de esta nueva provincia, Beirut había sido una pequeña ciudad portuaria cuya importancia económica palidecía en comparación con las principales ciudades portuarias de Trípoli, Sidón y Haifa.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano se unió a las Potencias Centrales [Alemania, Austria-Hungría y Turquía]. Una combinación de confiscación de alimentos por parte de los otomanos, bloqueo naval aliado y especulación local con la guerra desencadenó una hambruna devastadora en la Siria otomana que provocó la muerte de uno de cada seis civiles y repercutió en las fronteras de Líbano de posguerra.[3]
Mandato francés e independencia
Tras la Primera Guerra Mundial, la victoria aliada conllevó desmantelar lo que quedaba del Imperio Otomano. Los mandatos de la Liga de Naciones consagraron el Acuerdo Sykes-Picot de 1916 de franceses y británicos, que se repartieron entre ellos las provincias árabes otomanas. Gran Bretaña recibió el mandato sobre Iraq y Palestina, que en 1922 se dividió en los mandatos de Palestina y Transjordania. Francia recibió el mandato sobre Siria. En 1920, Francia separó el Gran Líbano de Siria, combinando el Monte Líbano con Trípoli, Beirut, Sidón (Saida), Tiro (Sur), Akkar y el valle de Beqaa. Los franceses habían incluido este último territorio para impedir futuras hambrunas a pesar de la oposición en Siria y de muchas comunidades y partidos políticos libaneses.[4]
El movimiento sionista ejerció sin éxito su lobby ante Gran Bretaña y Francia para que incluyeran el río Litani, ahora en el sur de Líbano, en el mandato para Palestina.[5] La mayoría de las poblaciones consideraron que bajo esos nuevos mandatos las fronteras eran ilegítimas. No sólo venían impuestas por potencias occidentales que ya desde el principio se reconocían como imperialistas, sino que además amputaban antiguas redes sociales, económicas y político-religiosas que atravesaban estos territorios ahora divididos.[6]
Durante las siguientes dos décadas, las autoridades del Mandato y las élites locales sembraron diferencias sectarias que enmarañaron las instituciones políticas, económicas, burocráticas y sociales de Líbano y, por extensión, la vida cotidiana. Líbano acabaría por reconocer 18 sectas: alauí, católica armenia, ortodoxa armenia, asiria, católica caldea, ortodoxa copta, drusa, católica griega, ortodoxa griega, ismailí, judía, católica romana, maronita, protestante, suní, chií, católica siria y ortodoxa siria. Muchas de las diversas formas en que las sectas dan forma a la vida libanesa surgieron de esta institucionalización.
Por ejemplo, el sistema de gobierno político-sectario libanés fue ideado en parte en el Pacto Nacional, un acuerdo tácito de 1943 entre dirigentes maronitas y suníes con objeto de mantener el equilibrio político sectario. A pesar de que nunca se formalizó, por costumbre el primer ministro siempre ha sido suní, el presidente maronita y el presidente del parlamento chií. Además, casi todos los cargos, desde los miembros del parlamento hasta los alcaldes y los profesores de la universidad pública, han sido designados por sectas. Un elemento central de la distribución sectaria del poder son las 15 leyes sobre el estatuto personal del Líbano (correspondientes a 15 de las 18 sectas) y su papel en los registros censales y en la burocracia: al nacer, el Estado asigna a cada ciudadano o ciudadana la secta de su padre, y niega a las mujeres el derecho a transmitir la ciudadanía a sus hijos e hijas bajo el pretexto de que amenazaría el supuesto equilibrio demográfico entre religiones y sectas.[7]
Los musulmanes chiíes estaban subrepresentados en este sistema político-sectario debido en parte a la naturaleza deficiente del censo de 1932 en el que se basó la distribución inicial.[8] Con el tiempo, la distribución desigual del poder y de las oportunidades se hizo más pronunciada dado que el sistema no incorporaba los cambios demográficos. Cuando la secta se convirtió en un medio para canalizar recursos estatales hacia las comunidades, las zonas rurales chiíes experimentaron una pobreza desproporcionada, un problema agravado por las elites feudales chiíes terratenientes.
A pesar de la imposición de estas nuevas fronteras políticas, la gente continuó moviéndose a través de ellas dispuestos a mantener sus redes previas a la guerra, aunque cada vez con más dificultad. Los comerciantes de Beirut siguieron comerciando con Haifa (Palestina). Peregrinos de diversas confesiones religiosas de toda la región cruzaban obstinadamente las fronteras para visitar santuarios.
Continuidades con Palestina
La contigüidad territorial (y topográfica) entre el norte de Palestina y el sur de Líbano era un recordatorio visual de lo estrechamente ligados que estaban sus destinos. Un territorio verde pero rocoso con olivares e importantes vías fluviales conectaban estos espacios, al igual que los campesinos, que trabajaban extensiones de tierra agrícola desde Acre hasta Tiro.
Históricamente, Yabal ‘Amil —área que comprende gran parte del sur de Líbano—era un centro neurálgico clave en la vida socioeconómica y cultural regional, con personas, bienes e ideas que atravesaban el norte de Palestina hasta la actual Siria. Muchas familias ‘Amili tenían parientes en lo que luego se convirtió en Palestina y Siria. Haifa, no Beirut, era el centro de sus actividades económicas. Los comerciantes de tabaco de Bint Ybeil vendían sus productos en las ciudades palestinas, al igual que los zapateros en Mashghara. La libra palestina era mucho más común en el sur de Líbano que la libanesa.
El sur de Líbano y el norte de Palestina también tenían trayectorias anticoloniales entrelazadas. La revuelta palestina de 1936 tuvo un impacto más inmediato y profundo en el sur libanés que la revuelta drusa siria de la década anterior. Bint Ybeil se convirtió en un centro de múltiples movimientos de resistencia anticolonial, incluido el suyo propio contra el mandato francés. Los palestinos compraron armas en el sur de Líbano en los meses previos a la revuelta de 1936.[9
Durante la Nakba de 1948 (ver más abajo), que trajo a más de cien mil refugiados palestinos y palestinas a Líbano, los residentes del sur libanés fueron testigos de primera mano de la violencia que las milicias sionistas infligían a las y los palestinos. Los designios sionistas sobre las aguas del río Litani provocaron esa violencia al norte de la frontera del Mandato al menos en una ocasión. Los efectos dominó de los desplazamientos masivos de población de la Nakba han tenido profundas consecuencias en los años siguientes de Líbano.
II. “Ni vencedor ni vencido”: el conflicto civil en la segunda mitad del siglo XX
El conflicto civil de 1958
El conflicto civil de 1958 en Líbano tuvo que ver con la Guerra Fría y con la permanente división entre las élites que entendían que Líbano era parte integrante de la región y aquellas otras que desarrollaron un nacionalismo libanés chauvinista basado en las fronteras trazadas por Francia. Aunque es cierto que al presidente libanés Camille Chamun (en el cargo entre 1952 y 1958) le persiguieron múltiples acusaciones de corrupción y soborno, fue su posición pro-estadounidense a raíz del creciente nacionalismo árabe inspirado por el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, la que desencadenó este conflicto. En 1957, Chamun respaldó la Doctrina Eisenhower de Estados Unidos (una directiva contra la URSS y los regímenes nacionalistas árabes supuestamente prosoviéticos). Otros miembros del gobierno libanés se opusieron. En las semanas siguientes, el conflicto se fusionó en torno a dos polos: un flanco pro-occidental que aspiraba a mantener a Chamun en el poder y un flanco nacionalista árabe favorable a Naser cuyos llamamientos para la destitución de Chamun también estaban ligados con las desigualdades socioeconómicas engendradas por el sistema sectario que él mismo había impuesto.
En 1958 estalló la violencia en sectores de Beirut, Trípoli y Chuf. El 18 de julio, motivado por el golpe de Estado nacionalista árabe en Iraq el embajador de Estados Unidos en Líbano activó la Doctrina Eisenhower, y la VIª Flota de la Armada estadounidense llegó 24 horas después. Estados Unidos acabó negociando un acuerdo por el cual Chamun dejaba el cargo según lo previsto y Fuad Shihab se convertía en presidente, tras lo cual las tropas estadounidenses se fueron. El gobierno libanés siguió dividido entre leales y opositores al status quo en un punto muerto que Shihab denominó “ni vencedores ni vencidos”. Sin embargo, a pesar de estas transiciones, el episodio del conflicto civil de 1958 duró meses, hasta diciembre de 1958, cuando todas las partes en conflicto finalmente acordaron un alto el fuego.[10]
La intervención estadounidense aseguró que la crisis de 1958 en Líbano se considerase un asunto regional e internacional de la Guerra Fría, pero no logró enmascarar las permanentes tensiones locales entre las elites políticas maronitas y suníes a expensas del resto del país. El mantenimiento del sectarismo sin reformas nutrió las rivalidades políticas por las que los líderes convirtieron a las regiones y grupos marginados en chivos expiatorios, en lugar de un desarrollo desigual que privilegiaba las finanzas, el comercio y los servicios en Beirut a expensas del país.
Este período también estuvo marcado por una rápida urbanización que condujo a la formación de un anillo de suburbios depauperados y densamente poblados alrededor de Beirut. Las comunidades, como las armenias de Beirut y las chiíes del sur y de la Beqaa, asentadas en esos nuevos barrios, lucharon contra la pobreza nacida de la falta de oportunidades económicas y de servicios públicos.
1975-1990: Guerra Civil
Con la expansión de este llamado cinturón de miseria, las élites libanesas caracterizaban cada vez más a los inmigrantes pobres que llegaban a la ciudad –especialmente a los y las refugiadas palestinas– como una presencia no sólo molesta sino nefasta y desestabilizadora. El 13 de abril de 1975, militantes del Partido falangista cristiano maronita, de derechas, atacaron un autobús con personas refugiadas palestinas que se dirigían al campamento de Tel al Zaatar, en el noreste de Beirut. En enero de 1976, otra milicia maronita, encabezada por el hijo del ex presidente Chamun, masacró a centenares de palestinos y musulmanes libaneses en la zona de Karantina, con la pretensión de lograr un “Beirut Oriental” puramente cristiano. La OLP y sus aliados tomaron represalias y llevaron a cabo una masacre en la ciudad cristiana maronita de Damur. A lo largo de la guerra, los políticos y los dirigentes de las milicias identificaron diferentes regiones de Líbano, tanto urbanas como rurales, como barrios marginales sin ley, y a sus habitantes como transgresores y/o insurgentes extranjeros para legitimar una violencia a terrible contra ellos.
Las milicias maronitas llamaron a la intervención extranjera (primero, al ejército sirio y después, al israelí) del país para evitar su derrota. El ejército sirio participó en el asedio y bombardeo de 1976 del campo de refugiados de Tel al Zaatar para desbaratar a las facciones palestinas. Posteriormente, el derechista Frente Libanés, una coalición de milicias rivales mayoritariamente maronitas que incluía a las Fuerzas Libanesas (el ala militar de la Falange)– arrasó el campamento y masacró a sus habitantes. El Frente Libanés se fusionó en torno a una ideología supremacista cristiana, el chovinismo libanés y una oposición a la presencia de la OLP en Líbano.
El izquierdista Movimiento Nacional Libanés, bajo el liderazgo de Kamal Yumblat, formó la otra principal coalición de milicias en los primeros años de la guerra. Este grupo era aliado de la OLP. En 1982, el mismo año de la intensa invasión israelí de Líbano (ver más abajo), la guerra se extendió a las montañas del este de Beirut, donde una milicia del Partido Socialista Progresista, principalmente druso, asistida por el ejército sirio (cuyas alianzas habían cambiado) y algunas facciones de la OLP, lucharon contra las Fuerzas Libanesas. Además del desplazamiento forzado y las masacres, esta “Guerra de la Montaña” (1982-1984) también acabó con la derrota militar de las Fuerzas Libanesas y su retirada de la zona.
Algunos de los peores combates durante la guerra civil se produjeron entre milicias de la misma secta, a menudo por el control de una región, por recursos económicos o por posiciones de poder. Por ejemplo, en 1988 las tensiones entre las dos principales milicias chiíes, Amal y Hezbolá, llegaron a tal extremo que Irán y Siria intervinieron para negociar un acuerdo entre las partes por el que esencialmente se cedía el control de los barrios del sur de Beirut a Hezbolá. Los años finales de los 70 y principios de los 80 también se caracterizaron por las masacres perpetradas por las milicias maronitas contra dirigentes maronitas rivales y contra sus familias, mientras las Fuerzas Libanesas bajo el liderazgo de Bashir Gemayel consolidaban su poder. Las batallas finales de la guerra también se produjeron entre dos fuerzas maronitas, cada una dirigida por un general del ejército que más tarde se convertiría en presidente: Michel Aun (en el cargo de 2016 a 2022) y Elias Hrawi (en el cargo de 1989 a 1998).
El Acuerdo de Taif de 1990 que puso fin a la violencia de la guerra civil se mantuvo firme en el lema “ni vencedores ni vencidos”. Al mismo tiempo, Siria mantuvo su presencia y control del aparato militar y de seguridad de Líbano, que utilizó para manipular la política libanesa para privilegiar los intereses sirios. 25 milicias y al menos seis ejércitos y agencias de inteligencia extranjeros participaron en la guerra civil, matando a más de 150 mil personas y mutilando a miles más. La Ley de Amnistía General eximió retroactivamente a casi todos los responsables legales de crímenes cometidos antes de 1991, permitiendo a la mayoría, si no a todos, continuar en el poder. El Acuerdo de Taif se incorporó a la constitución libanesa pero su estructura como hoja de ruta para eliminar gradualmente el sectarismo político nunca se aplicó.
Estancamiento posterior a 1990
La guerra civil afianzó el sectarismo de otras formas en los barrios de Beirut y fuera de la capital. Si bien el Acuerdo de Taif otorgaba a los desplazados el derecho a regresar a sus hogares, no incluía a los residentes no libaneses. Además, muchos libaneses que habían sido desplazados no regresaron a sus barrios de origen. Persistieron los desplazamientos de población entre los barrios del este y del sur de la capital, dando lugar en el sur de Beirut al barrio predominantemente chií conocido como Dahiya. El desplazamiento en tiempos de guerra de muchos de los cristianos de Beirut desde la parte occidental de la ciudad hacia el este consolidó a esta última como cristiana. Estos y otros desplazamientos en tiempos de guerra, tanto forzosos como voluntarios, propiciaron la casi completa segregación sectaria de gran parte del país.
Tras la guerra, los grupos de milicias que habían surgido de los partidos políticos volvieron a su estatus de partido político y participaron en las elecciones de 1992. Hezbolá, que se había formado durante la guerra (ver más abajo), se unió a esta constelación de partidos políticos pero conservó sus armas para continuar la resistencia contra la ocupación israelí en el sur, una estipulación prevista en el Acuerdo de Taif. La decisión de operar dentro del Estado libanés se tomó bajo el liderazgo del recientemente asesinado Sayid Hasan Nasralá, convertido en secretario general de Hezbolá en 1992, después de que el ejército israelí asesinara a su predecesor.
Con el tiempo, Hezbolá obtuvo un número cada vez mayor de escaños en las elecciones municipales y parlamentarias y desarrolló una reputación –incluso entre sus oponentes ideológicos– de partido eficaz y menos corrupto, debido a la falta de posiciones políticas heredadas entre sus miembros y a la ausencia de exhibiciones ostentosas de riqueza entre su clase política. El partido también construyó una amplia red de asociaciones caritativas, centros para discapacitados, hospitales, mezquitas y escuelas. Al igual que otros partidos políticos libaneses, Hezbolá forma parte integral de la sociedad. El partido ha idi obteniendo sólidamente la mayoría de votos y la mayor cantidad de los votos inter-sectarios en las elecciones parlamentarias; la gente lo apoya por diversas razones: su historial de resistencia, su ideología religiosa, su enfoque del apoyo político-económico, sus políticas a nivel municipal, y sus conexiones personales. Su popularidad se disparó en 2000, después de que la larga resistencia liderada por Hezbolá obligara al ejército israelí a retirarse de las zonas del sur de Líbano que había ocupado desde 1978 (ver más abajo).
A partir de 2005, Hezbolá y el régimen sirio estuvieron implicados en una serie de asesinatos políticos destinados a mantener su influencia en el gobierno libanés pero cambiando la trayectoria de la política libanesa. Por primera vez, y en un entorno regional que avivó el sectarismo [ocupación estadounidense de Iraq], las tensiones sectarias entre suníes y chiíes pasaron a primer plano. El 14 de febrero de 2005, el Primer Ministro Rafiq al Hariri, un promotor inmobiliario multimillonario convertido en político, fue asesinado en pleno centro de Beirut por un coche bomba que también mató a otras 21 personas e hirió a más de 200. El asesinato de Hariri galvanizó el país y dio lugar a dos movimientos de protesta competitivos en marzo de 2005. Uno liderado por el Movimiento Futuro, suní, encabezado por el hijo de Hariri, Saad, que exigía la retirada militar, económica y política de Siria de Líbano. En respuesta, Hezbolá y sus aliados salieron en defensa de Siria en una contraprotesta. A finales de abril, las tropas sirias se habían retirado del país.
Ese mismo año, Hezbolá aumentó sus escaños parlamentarios y participó en el gobierno por primera vez. A principios de 2006, la Unión Patriótica Libre, un partido mayoritariamente cristiano, y el Partido Armenio Tashnag formaron una coalición con Hezbolá. Si bien la popularidad del partido aumentó cuando combatió contra el ejército israelí hasta un punto muerto en 2006 (ver más abajo), el impulso duró poco. La brecha entre Hezbolá y sus aliados y el Movimiento Futuro y sus partidarios se amplió. Los asesinatos políticos continuaron. Una sentada encabezada por Hezbolá tomó el centro de Beirut durante casi un año y medio. Y se promulgó una huelga general para protestar contra el plan de reforma económica neoliberal del primer ministro del Movimiento Futuro.
En 2008, los enfrentamientos desembocaron en disparos cuando, en respuesta a las amenazas del gobierno de cerrar su red de comunicaciones, Hezbolá y sus aliados tomaron el control militar de la zona de mayoría suní de Ras Beirut y apuntaron sus armas bajo premisas sectarias contra libaneses por primera vez desde que acabara la guerra civil. Como respuesta emergieron cuadros del Movimiento Armado Futuro y se hallaron escondites de armas por toda la ciudad. Varias personas murieron en ambos bandos durante diversas escaramuzas callejeras armadas. Qatar intervino para mediar, y el posterior Acuerdo de Doha le dio a Líbano un nuevo presidente, una nueva ley electoral y una distribución de puestos en el gobierno que otorgó a Hezbolá y a sus aliados poder de veto. Si bien Líbano no ha vuelto a ver este tipo de violencia política entre partidos desde 2008, las tensiones entre las formaciones se manifiestan regularmente en espectaculares renuncias del gobierno y largos períodos de parálisis política, incluidas vacantes presidenciales.
III. Líbano en relación con Palestina, el Estado de Israel y Estados Unidos
La Nakba y la Naksa
La Nakba de 1948, durante la cual las milicias coloniales sionistas compuestas principalmente por colonos judíos europeos mataron al menos a 15.000 palestinos y palestinas y desplazaron a 700.000 más, impactó profundamente en Líbano en varios aspectos. Una de las zonas en disputa de la frontera sur incluye siete aldeas que en 1948 fueron despobladas violentamente por estas milicias junto con más de 500 aldeas en Palestina. La violencia continuó después de que el Estado de Israel declarara unilateralmente su independencia en 1948. Una unidad del ejército israelí entró en la aldea libanesa de Hula a finales de octubre de 1948 y durante dos días masacró a todos los civiles que permanecían en la aldea.
Más de cien mil palestinos y palestinas fueron expulsados a Líbano durante la Nakba. En ese momento, estas personas refugiadas constituían aproximadamente una décima parte de la población residente. Finalmente, Naciones Unidas estableció 16 campamentos oficiales de personas refugiadas palestinas en Líbano. En su punto máximo, el número de los y las refugiadas palestinas superó probablemente el medio millón de personas, más del 10% de la población residente total en Líbano, aunque hoy la UNRWA estima que ronda los 250.000.
Líbano también se vio afectado por la Naksa de 1967, cuando el ejército israelí derrotó a los ejércitos egipcio, sirio y jordano y ocupó Jerusalén Oriental, Cisjordania, Gaza, los Altos del Golán y la península del Sinaí. Las tropas israelíes se retiraron del Sinaí en 1982 pero siguieron ocupando otras regiones, también el Golán, que incluye un área llamada Granjas de Shebaa que tanto Líbano como Siria afirman que es territorio libanés. La Naksa también provocó desilusión con los movimientos nacionalistas y de izquierda árabes, creando un vacío ideológico para la resistencia contra el colonialismo israelí y la violencia estatal.
Invasiones israelíes y asedio a Beirut
En 1969, la OLP y el ejército libanés, entre otros signatarios, firmaron el Acuerdo de El Cairo que permitía a la primera operar desde el sur de Líbano y situaba a los campamentos de refugiados bajo el control la organización palestina. Tras la violencia entre el ejército jordano y la OLP y sus aliados en septiembre de 1970, conocida como Septiembre Negro, la OLP trasladó la mayoría de sus fuerzas a Líbano. En abril de 1973, combatientes israelíes invadieron Beirut por mar y asesinaron a tres dirigentes de la OLP en Beirut en un asalto que también acabó con la vida de varios civiles libaneses y palestinos. Durante la guerra civil libanesa (ver arriba), que comenzó dos años después, el Estado israelí invadió Líbano dos veces.
El 14 de marzo de 1978 las fuerzas israelíes invadieron el sur de Líbano, supuestamente para desalojar a la OLP y detener el lanzamiento de cohetes y las operaciones transfronterizas. Llamaron a su invasión “Operación Litani” y, fiel a su nombre, las fuerzas israelíes ocuparon territorio hasta el río Litani, matando a cerca de dos mil libaneses y palestinos en el transcurso de una semana y desplazando a 250.000 personas. La Resolución 425 del Consejo de Seguridad de la ONU pidió la retirada inmediata de las tropas israelíes del sur de Líbano. Se creó la Fuerza Provisional de Naciones Unidas en Líbano (FPNUL) que se desplegó en el sur del país. Las tropas israelíes se retiraron en abril de ese año dejando al Ejército del Sur de Líbano (ESL) como su milicia a cargo de su ocupación. El principal aliado del Estado israelí durante esta fase de la guerra fueron las Fuerzas Falangistas Libanesas, dirigidas por Bashir Gemeyel. Las Fuerzas Libanesas estaban comprometidas con la expulsión de la OLP de Líbano y el mantenimiento de la dominación cristiana en el aparato estatal.
Cuando el ejército israelí y sus aliados maronitas no lograron destruir la presencia palestina en el país, las tropas israelíes invadieron nuevamente Líbano en 1982. Esta vez, la invasión y ocupación se extendió a Beirut y mató aproximadamente a 20.000 personas, principalmente civiles, de los cuales al menos 5.500 estaban en la parte occidental de Beirut. En el curso de la invasión, las fuerzas israelíes sometieron a Beirut occidental a un asedio devastador, cortando la electricidad, el agua y el acceso a los alimentos durante tres meses. Durante el asedio, el ejército israelí llevó a cabo de manera recurrente ataques aéreos y bombardeos de saturación en Beirut, matando a centenares de civiles libaneses y palestinos, a menudo bajo el pretexto de un asesinato selectivo de un dirigente de la OLP o la destrucción de su infraestructura. En agosto, Estados Unidos negoció un acuerdo por el cual la OLP aceptaba salir de Líbano a Túnez y trasladar a muchos de sus cuadros a otros países árabes. Estados Unidos (y otros países, incluido Francia) enviaron marines a Beirut para supervisar la evacuación y se vieron envueltos en la guerra como participantes activos en apoyo de los aliados del Estado de Israel, los falangistas. Gemeyel fue elegido presidente de Líbano [23 de agosto de 1982] pero fue asesinado el 14 de septiembre, antes de poder asumir el cargo.
Tras su asesinato, el ejército israelí rodeó los campos de refugiados de Sabra y Chatila. Además de miles de palestinos, los campos albergaban a musulmanes chiíes desplazados del sur y a otros libaneses empobrecidos. Entre el 16 y el 18 de septiembre, bajo la protección del ejército de Israel y del entonces su ministro de Defensa, Ariel Sharon, una unidad de la milicia de las Fuerzas Libanesas entró en los campos y violó, mató y mutiló a miles de refugiados y refugiadas civiles indefensos.
Formación de Hezbolá y de la Resistencia Islámica
Hasta finales de la década de 1960, buena parte de los miembros del Partido Comunista Libanés eran musulmanes chiíes. Por aquel entonces, el carismático clérigo Sayid Musa al Sadr recurrió a la cosmología chií para movilizar a la gente con el objetivo de obtener mayores derechos políticos y económicos para los musulmanes chiíes dentro de las estructuras del Estado libanés. Cuando comenzó la guerra civil en 1975, este movimiento formó un brazo armado llamado Amal, la primera milicia chií del país.
Tres acontecimientos impulsaron este movimiento y condujeron a la fundación de Hezbolá. Primero, en 1978, al Sadr desapareció durante un viaje a Libia, dejando un vacío de liderazgo. En segundo lugar, la revolución iraní de 1979 que dio lugar a la República Islámica proporcionó una alternativa ideológica al capitalismo occidental para aquellos que previamente habían optado por el comunismo. Lo más significativo fue que las invasiones israelíes de Líbano y el asedio y las masacres de 1982 de Sabra y Chatila catalizaron una resistencia. Pequeños grupos de jóvenes chiíes armados comenzaron a luchar contra los invasores israelíes y a ellos se unieron muchos dirigentes de Amal. En 1984, Irán orquestó un encuentro que reunió a estos grupos, lo que condujo al establecimiento de Hezbolá y su brazo armado, la Resistencia Islámica. En febrero de 1985, Hezbolá anunció su existencia en una “Carta abierta a los oprimidos de Líbano y del mundo”, en la que afirmaba que su razón de ser era la expulsión de los ocupantes israelíes de Líbano, Palestina y Jerusalén. El manifiesto se revisó en 2009 para eliminar la parte que reclamaba un Estado islámico y afirmar el compromiso de Hezbolá de trabajar dentro del marco de un Estado libanés multisectario.
1983: participación de Estados Unidos y bombardeo de los marines
En Estados Unidos se considera a Hezbolá como el “Equipo A de los terroristas” porque se asocia a la organización con los ataques al cuartel de los marines estadounidenses y a su embajada en Beirut en 1983. Ese año, Estados Unidos había incrementado su presencia militar en Líbano para apoyar a las Fuerzas Libanesas cristianas de derecha y al partido Falange, una presencia que muchos consideraban una ocupación extranjera. En abril, un atentado con coche bomba en la embajada de Estados Unidos mató a 17 miembros del personal estadounidense y a decenas de libaneses que trabajaban allí. En el verano de 1983, los buques de guerra estadounidenses comenzaron a bombardear Beirut y las montañas circundantes desde el mar pasando a ser participantes activos del conflicto. Estados Unidos también intercambió fuego de artillería directo con varias milicias y, al menos en una ocasión, utilizó aviones de combate F-14.
En octubre de 1983, combatientes chiíes condujeron camiones llenos de explosivos hacia el cuartel del ejército de EEUU en Beirut y lo hicieron estallar matando a 241 soldados estadounidenses. Un grupo llamado Yihad Islámica, que según Estados Unidos es una rama de Hezbolá, asumió la responsabilidad de los atentados. Aunque su objetivo eran soldados involucrados en una guerra, Estados Unidos lo calificó de ataque terrorista. Tras el ataque al cuartel, el ejército estadounidense continuó interviniendo en la guerra tanto con poder aéreo como naval, hasta que el ejército libanés colapsó en 1984.
1978-2000: Ocupación israelí del sur
En 1985 el ejército israelí se retiró de la mayor parte de Líbano aunque continuó ocupando alrededor del 10% del sur del país, incluida parte del río Litani, cuya importancia había reiterado el primer ministro israelí, David Ben Gurion, en 1956. La Resistencia Islámica de Hezbolá tomó la iniciativa en la lucha contra esa ocupación junto con muchos otros contingentes de resistencia.
Los pueblos del sur ocupado quedaron aislados del resto del país y muchos de sus residentes no pudieron regresar. Quienes permanecieron tuvieron que hacer frente a decisiones imposibles como tener que participar en la economía de ocupación israelí para poder sobrevivir. El ejército israelí siguió incrementando su milicia libanesa, el Ejército del Sur de Líbano, que integró a sus mandos y cuadros a las mismas milicias y movimientos maronitas de derecha, aunque la milicia también incluía a drusos y algunos combatientes chiíes.
Los niveles de respaldo nacional a la resistencia aumentaban con cada ataque israelí contra civiles e infraestructuras libanesas, tanto dentro como fuera de la zona ocupada . En 1993, más de cien civiles libaneses murieron en ataques israelíes durante siete días. Los aviones de guerra de Israel destruyeron centrales eléctricas en Beirut en 1996, 1999, y 2000. El 18 de abril de 1996, en una operación denominada “Uvas de la ira”, el ejército israelí bombardeó un búnker de Naciones Unidas en Qana, en el sur de Líbano, donde se habían refugiado 800 personas, matando a 106 civiles e hiriendo a 116 soldados libaneses y 4 fiyianos miembros de la Fuerza Provisional de Naciones Unidas para Líbano.
Las fuerzas de ocupación mantuvieron asimismo un famoso centro de detención en la aldea libanesa ocupada de Jiam, donde civiles libaneses, mujeres y hombres, combatientes de la resistencia eran detenidos, interrogados y torturados por tropas israelíes y sus colaboradores libaneses.
Para finales de los años 90, la ocupación del sur de Líbano había pasado a ser financiera y políticamente costosa. En su intento de convertirse en primer ministro de Israel en 1999, Ehud Barak hizo de la retirada una promesa de campaña electoral y, cuando ganó anunció que se produciría en julio de 2000. Un incremento de deserciones del ESL aceleró la previsión, y el 23 de mayo las tropas israelíes comenzaron una retirada caótica junto a escasos miles de combatientes del ESL y sus familias, que huyeron al otro lado de la frontera. El 25 de mayo de 2000, Líbano quedó liberado de la ocupación israelí que había durado 22 años.
Los temores de que la desocupación creara el caos y diera lugar a violencia sectaria fueron infundados pues Hezbolá mantuvo el orden en la zona fronteriza e impidió que sus miembros ejercieran venganza informal contra quienes habían colaborado con la ocupación.
No obstante, se sigue manteniendo una disputa territorial sobre las Granjas de la Shebaa. Los 40 km. cuadrados a lo largo de la frontera siguen bajo ocupación israelí. Tanto Líbano como Siria afirman que las Granjas de la Shebaa forman parte de Líbano. El Estado israelí afirma que son parte de los Altos del Golán y, por tanto, parte de la Siria ocupada por Israel.
La guerra de 2006 y la ‘Doctrina Dahiya’ de Israel
Tras la liberación del sur de Líbano, tanto el Estado de Israel como Hizbolá siguieron una reglas del juego no declaradas que limitaban los ataques a instalaciones y personal militar. Entre 2000 y 2006, Hezbolá no llevó a cabo ningún ataque deliberado contra objetivos israelíes y solo mantuvo activo un contingente de unos 500 combatientes. Los informes de los observadores de Naciones Unidas documentan que el número de violaciones israelíes en la frontera es diez veces mayor que el de las cometidas por Hizbolá. Las fuerzas israelíes secuestraron a pastores y pescadores. Hizbolá secuestró a un empresario israelí en 2000 y cuatro años después negoció un acuerdo a través de mediadores alemanes para intercambiar al empresario y tres cadáveres de soldados israelíes por centenares de presos y presas libaneses y palestinos. Parecía que estas negociaciones habían sentado un nuevo precedente para los intercambios de presos a través de un mediador tercero europeo.
Operando desde esta premisa, el 12 de julio de 2006, combatientes de Hizbolá capturaron a dos soldados israelíes y declararon que lo habían hecho para iniciar otra ronda de negociaciones para la liberación de tres libaneses que seguían detenidos en Israel. En esta ocasión, sin embargo, el Estado de Israel lanzó una guerra de 33 días contra Líbano a una escala sis precedentes desde la invasión de 1982, con el objetivo declarado de desarmar y expulsar a Hezbolá dels sur de Líbano. Un testimonio filtrado de las declaraciones del primer ministro israelí, Ehud Olmert, ante la Comisión Winograd (una investigación israelí sobre los supuestos fracasos de la guerra de 2006) revelaría más adelante que el Estado israelí ya había planificado una guerra contra Líbano meses antes de que los dos soldados israelíes fueran capturados.
Y los informes sugieren que la diplomacia estadounidense ya conocía tales planes con antelación.
El poder aéreo israelí se reforzó con un bloqueo naval y una invasión terrestre. Hezbolá volvió a liderar la resistencia. En el transcurso de 33 días, los ataques israelíes mataron a 1.191 libaneses mayoritariamente civiles, e hirieron a miles. El Estado israelí informó de 158 muertes, la mayoría de las cuales eran soldados. Medio millón de personas fueron desplazadas en Líbano, casi una octava parte de la población del país.
Los aviones de combate israelíes también causaron daños a las infraestructuras del país por valor de 3.000 millones de dólares, arrasando pueblos enteros en el sur de Líbano y destruyendo pistas de aterrizaje, carreteras, puentes, centrales eléctricas, instalaciones de tratamiento de aguas residuales, puertos, gasolineras, torres de telefonía móvil, fábricas y silos de trigo en todo el país. Los ataques aéreos israelíes destruyeron barrios enteros en Dahiya, que en 2006 se había convertido en una parte integral de Beirut: una parte vibrante y densamente poblada de la ciudad con viviendas, escuelas, negocios y cafés.[11] Sólo en uno de estos barrios, Haret Hreik, los bombardeos israelíes destruyeron 250 edificios residenciales con 3.000 apartamentos. El general israelí a cargo del comando norte, Gadi Eisenkot, denominó este nivel de destrucción, desarrollado e implementado en la guerra de 2006, la “Doctrina Dahiya”.
Reflexionando sobre la guerra, el general Gadi Eisenkot resumió la doctrina: “Lo que ocurrió en el barrio Dahiya de Beirut en 2006 sucederá en cada una de las aldeas desde las que se ataque a Israel […]. Aplicaremos una fuerza desproporcionada contra ellas y causaremos daños severos y destrucción donde quiera que sea. Desde nuestro punto de vista, estas no son aldeas civiles, son bases militares […]. No se trata de una recomendación. Es un plan. Y ha sido aprobado”. [12]
La Doctrina Dahiya, que exige explícitamente el uso de una fuerza desproporcionada y atacar a civiles e infraestructura civil, ha regido los múltiples y devastadores ataques israelíes contra Gaza desde 2008, incluido el genocidio actual.
La adopción de la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU acompañó a un alto el fuego pero, al igual que la Resolución 425 del Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas, nunca se aplicó plenamente. Hoy, el gobierno israelí y Estados Unidos exigen que Líbano aplique la parte que le corresponde de dicha Resolución 1701 y que retire a los combatientes profesionales de Hezbolá más allá del río Litani, aun cuando el Estado israelí ni siquiera ha acatado la mencionada Resolución.
En Líbano, a pesar de los desacuerdos sobre el grado de responsabilidad que debería asumir Hezbolá, la guerra se caracterizó por la participación activa de organizaciones de la sociedad civil tanto sectarias como no sectarias, que coordinaron la ayuda y la vivienda para los desplazados. Por ejemplo, la mayoría de las escuelas, independientemente de su afiliación sectaria y religiosa, se convirtieron en refugios temporales para los desplazados internos. El apoyo popular a Hezbolá y a su dirigente, Sayid Hasan Nasralá, aumentó.
Los esfuerzos de reconstrucción liderados por organizaciones afiliadas a Hezbolá comenzaron el día que entró en vigor el alto el fuego pero, en cierto modo, Líbano nunca se ha recuperado de todo de las consecuencias de la guerra de julio. Además de la mantenida desconfianza entre Hezbolá y el Movimiento Futuro, las municiones sin detonar procedentes de los millones de bombas de racimo (submuniciones) lanzadas por aviones israelíes, además de los residuos de fósforo blanco, hicieron que gran parte de la tierra cultivable en el sur quedara inutilizable y resultara peligrosa, lo que afectó de manera definitiva los medios de vida de la población de la zona incluso después de que pudieron regresar a sus hogares y reconstruir.[13]
IV. Crisis secuenciales: desde la guerra civil siria hasta la guerra en Gaza
Guerra civil siria y personas refugiadas
Las revueltas sirias y la posterior guerra civil abrieron un nuevo capítulo para Líbano. Hezbolá envió combatientes para intervenir militarmente en la guerra civil siria del lado del gobierno de Bashar al Asad en 2012. Desde entonces, Hezbolá ha sido el partido político más polarizador en Líbano. Su participación probablemente condujo a la serie de devastadores atentados con coches bomba en Dahiya (reivindicados por grupos extremistas suníes opuestos al régimen sirio) que mataron a decenas de civiles en 2013 y 2014. Esta decisión tuvo repercusiones en todo el partido provocando intensos desacuerdos entre sus dirigentes y partidarios. También expuso mediante nuevas formas las redes de inteligencia y seguridad del partido. Es posible que en retrospectiva se señale que esta decisión de 2012 fue el factor más importante en la erosión del apoyo popular a Hezbolá, lo que contribuyó a su vulnerabilidad y permitió los asesinatos israelíes de muchos de sus principales dirigentes en septiembre de 2024.
Antes de la guerra siria, cientos de miles de sirios y sirias vivían y trabajaban en Líbano, en su mayoría como mano de obra semicualificada y no cualificada en las industrias agrícola y de la construcción. La violencia en Siria provocó la afluencia de alrededor de un millón y medio de personas sirias refugiadas a Líbano. Aproximadamente un millón estaban registradas oficialmente ante el ACNUR en 2016, y quizás un millón adicional residía extraoficialmente en el país en el punto más álgido, lo que efectivamente hizo crecer la población residente total de Líbano en un 30%. Esta rápida transformacional de la población ejerció una enorme presión sobre los ya escasos servicios que proporcionaba por el Estado y ha llevado a un aumento de la violencia, la rabia y la intolerancia contra las personas refugiadas sirias.
Levantamientos populares y 2019
La segunda década del siglo XXI vio múltiples movilizaciones libanesas en protesta contra la corrupción gubernamental y su permisibilidad por el sistema sectario de reparto del poder.
En 2011, durante la ola de levantamientos en todo el mundo árabe, un movimiento de protesta de corta duración, antisectario y contra el régimen, se extendió por todo el país aunque se desvaneció en pocos meses. En 2015 se produjo un nuevo movimiento de protesta generalizado y sostenido contra la corrupción que se manifestó en la crisis de la gestión de residuos en todo el país. Los manifestantes se enfrentaron con la policía, que les bloqueó el acceso al parlamento y trató de dispersarlos.
En 2019, el plan de ingeniería financiera del Banco Central libanés, que había vinculado la libra libanesa al dólar estadounidense a una tasa de 1.507 a uno desde 1997, colapsó. Lo que había sido un declive financiero gradual se aceleró a medida que el tipo de cambio del mercado negro entre el dólar estadounidense y la libra libanesa caía respecto al tipo oficial. En el verano de 2019 la tasa en el mercado negro era de 15.000 a uno. A principios del otoño el gobierno comenzó a aplocar medidas de austeridad planificadas e impuso nuevos impuestos a una población que ya estaba sufriendo financieramente. Posteriormente, en octubre, estallaron más de 100 incendios forestales entre los peores que el país había visto jamás y se extendieron incontrolablemente por las montañas Chuf, provocando la huida de los residentes y el abandono de sus hogares. El gobierno libanés no había hecho el mantenimiento del escaso equipo de extinción de incendios con que contaba. Eran muchos los que estaban convencidos de que los funcionarios del gobierno se habían embolsado los fondos donados para ese fin.
El 17 de octubre cientos de miles de libaneses y libanesas salieron a las calles declarando una revolución contra la corrupción política y el sistema sectario. Los desencadenantes inmediatos fueron un nuevo impuesto mensual a la popular aplicación de comunicaciones WhatsApp, las medidas de austeridad y el espectáculo del fracaso del gobierno para extinguir los incendios forestales. Pero este momento se venía gestando desde al menos una década atrás. Cientos de miles de personas salieron a las calles, se declararon en huelga, bloquearon carreteras y paralizaron de hecho el país. Las protestas fueron regionales, expresamente transversales y antisectarias, multigeneracionales y, en determinadas acciones, involucraron la cooperación de diferentes clases socioeconómicas. Las fuerzas de seguridad del Estado libanés, así como grupos de hombres armados de diferentes partidos sectarios, intentaron reprimir las protestas, que se vieron aún más debilitadas por la creciente polarización entre los manifestantes. En febrero de 2020, el inicio de la pandemia de Covid-19 puso fin de manera efectiva a la intensa movilización. La ya afectada economía se paralizó.
Explosión portuaria
En este contexto, el 4 de agosto de 2020 sacudió Líbano una de las mayores explosiones no nucleares jamás vividas cuando unas 3.000 toneladas de nitrato de amonio almacenadas en un almacén en el puerto de Beirut explotaron causando la muerte de 219 personas e hiriendo a otras miles. Provocó daños inmensos en múltiples barrios de Beirut y dejó a cientos de miles de personas sin sus viviendas. La destrucción de los silos de cereales del puerto contribuyó a la escasez de pan y al hambre generalizada. Ante esta catástrofe, las autoridades gubernamentales no tomaron medidas eficaces. La investigación del gobierno sobre la causa de la explosión rápidamente se vio envuelta en tensiones políticas. Hezbolá y otros grupos políticos intentaron bloquear la investigación para ocultar sus diferentes y superpuestas responsabilidades por el desastre, desde el almacenamiento hasta la corrupción y la negligencia criminal. Hasta la fecha nadie ha rendido cuentas.
Colapso económico
A raíz de la revolución, la explosión del puerto y la pandemia, el colapso financiero de Líbano se aceleró rápidamente, exacerbado por la corrupción del sector bancario y del Estado. Los bancos cortaron ilegalmente el acceso a cuentas corrientes y de ahorro cuando la inflación se disparó y la libra libanesa se devaluó en un 98%. El Banco Mundial advirtió en junio de 2021 que la crisis económica de Líbano corría el riesgo de ser una de las peores de la historia moderna. Unos meses más tarde, el gobierno eliminó los subsidios al combustible, las plantas de energía se quedaron sin combustible y la red pública de electricidad de todo el país (que ya era incompatible con los sistemáticos cortes de energía diarios durante décadas) comenzó a proporcionar, en el mejor de los casos, unas escasas horas de electricidad al día. Algunas partes del país sufrieron apagones totales. A ello le siguió la escasez generalizada de artículos de primera necesidad, incluidos combustible y medicinas, una inflación vertiginosa y el aumento del desempleo. En febrero de 2023, el Estado libanés desvinculó la libra del dólar devaluando el tipo de cambio oficial, pero aún así no se acercó a los tipos del mercado negro. Al momento de escribir este artículo, la moneda nacional se ha estabilizado en el mercado negro alrededor de 89.000 libras por dólar.
Actualmente, frente a una inflación de más del 200% y un desempleo generalizado, la mayoría de la gente en Líbano lucha por sobrevivir. Los ingresos se han reducido en un 95%. Han aumentado las tasas de emigración y la dependencia de las remesas. El impacto acumulativo de esta serie de crisis en espiral ha llevado a un aumento extraordinario del empobrecimiento multidimensional tanto para los y las libanesas como para las personas residentes no ciudadanas, incluidas las refugiadas sirias, y se estima que el 80% de todas las personas en Líbano viven en la pobreza.
De nuevo ‘la Doctrina Dahiya’
En los días posteriores a los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023, Hezbolá y el Estado de Israel empezaron a intercambiar disparos a través de la frontera; el partido pretendía dar apoyo a la resistencia anticolonial en Gaza e intervenir contra el genocidio de los y las palestinas. El ejército israelí ha llevado a cabo alrededor del 82% de estos ataques, que hasta el 6 de septiembre de 2024 habían matado al menos a 646 personas en Líbano, mientras que los ataques de Hezbolá mataron al menos a 32. Momentos de escalada siguieron al asesinato israelí del comandante de Hezbolá, Fuad Shukr en Líbano, y del líder de Hamas, Ismail Haniyeh, en Irán, a finales de julio.
El asesinato indiscriminado de personas que portaban buscapersonas de un envío asociado con Hezbolá el 17 de septiembre de 2024 marcó el inicio del ataque a gran escala del Estado de Israel contra Líbano. Los responsables israelíes celebraron los ataques por matar a miembros de Hezbolá y elogiaron la capacidad de sus servicios de inteligencia para atacar al partido. Pero “un miembro” de Hezbolá puede ser un político, un burócrata, un asistente administrativo, un conserje, un conductor, un médico o un enfermero, un profesor o una persona que vota al partido en las elecciones. Los buscapersonas que explotaron el 17 de septiembre fueron utilizados también por personas no asociadas con el partido y explotaron, hirieron y mataron a otras personas, incluidos menores de edad.
Desde el 23 de septiembre los bombardeos israelíes, casi ininterrumpidos, han asesinado a cerca de 2.000 personas en Líbano, incluidos 127 menores; han herido a más de 9.000 y desplazado a más de un millón, una quinta parte de la población.[A fecha de 22 de noviembre el recuento del Ministerio de Salud libanés documenta 3.583 muertos y 15.244 heridos. N de T.]. Tres días después del asesinato del secretario general de Hezbolá, Sayid Hasan Nasralá, el 27 de septiembre, su adjunto, el jeque Naim Qasem, se dirigió al público y afirmó que la resistencia continuaría y que Hezbolá estaba en el proceso de designar al sucesor de Nasralá como secretario general. Las fuerzas israelíes comenzaron una invasión terrestre el 30 de septiembre y fueron rechazadas por las fuerzas de Hezbolá en la frontera. Irán entró en escena el 1 de octubre, enviando cientos de misiles balísticos al territorio israelí. En este momento continúan los bombardeos israelíes y los combates dentro de Líbano entre tropas israelíes y Hezbolá.
Mientras ejecuta la Doctrina Dahiya por segunda vez en Líbano, el Estado de Israel continúa atacando deliberadamente civiles e infraestructura civil. No sólo los civiles libaneses, sino también los más de dos millones de personas sirias y palestinas, y trabajadores migrantes y refugiados de otros países que viven y trabajan en Líbano, están siendo heridos, asesinados y desplazados. La afirmación del gobierno israelí de que su objetivo en Líbano es eliminar a Hezbolá equivale a su afirmación de que el objetivo en Gaza es eliminar a Hamás. Al igual que con el genocidio israelí en Gaza y la violencia actual en Cisjordania, Estados Unidos ha mantenido su apoyo a la escalada de agresión israelí en Líbano y en la región en general. Mientras las fuerzas israelíes continúan atacando Líbano, Gaza, Cisjordania, Siria, Yemen y potencialmente Irán, son los civiles de la región los que siguen sufriendo, y son muchos en todo el mundo los que siguen preguntándose si existe alguna línea que el Estado de Israel no vaya a cruzar.
Fuente: Rebelión
No hay comentarios:
Publicar un comentario