México:
Yucatán de los pueblos indios y Mérida, ciudad de los blancos: ¿racismo natural en el mundo?
Mérida de Yucatán, México, con casi un millón de habitantes, festejará –con gran romería, bombo y platillo- su 469 aniversario de fundación. No importan los millones de pesos que se dilapiden en los festejos civiles y eclesiásticos, lo importante es que la gente se divierta y olvide cualquier discriminación, desigualdad o miseria. Si los gobiernos y los empresarios no distraen al pueblo ni encuentran cómo desviar su enojo, su descontento y sus protestas, puede resultar peligroso. Cuando a los seres humanos les falta un dios, una imagen, una idea fija o una festividad dónde sostenerse, se derrumba; resulta difícil vivir ateniéndose a una ideología libertaria porque parecen todos buscar la seguridad. Si no les dejas una creencia no tendrán donde descansar. Por eso existen símbolos tales como dioses, himnos, banderas, héroes, patria y construyéramos nuestras vidas e historias. Los festejos como el de Mérida son más que necesarios.
Las ciudades, en particular las grandes capitales, han sido en todo el mundo, las poblaciones con mayores privilegios: con cultura urbana, más escuelas, casas grandes y cómodas, muebles, vestidos imitando modas de otros países. Los pueblos, por el contrario, conservadores de sus culturas originales, con pobreza y miseria en sus casas y vestidos, y lengua propia. Nunca los campesinos –vistos como inferiores- han sido bien aceptados en las ciudades. Lecturas sobre la entrada de los campesinos zapatistas y villistas que decidieron transitar en 1914 de la Convención de Aguascalientes a la ciudad de México demuestran que la inmensa mayoría de los habitantes de la capital, llenos de terror y propaganda racista, determinaron esconderse o huir de la capital porque desfilarían en ella campesinos ignorantes, bandidos, asaltantes, robavacas, la pelusa y cuanto adjetivo racista pudiera ponérseles. La ciudad era de los blancos, los educados, la gente bien.
Apunta un acucioso investigador, Michel Antochiw: Los Montejo padre, hijo y sobrino, conquistadores de Yucatán y fundadores de Mérida, así como sus acompañantes coetáneos y aún después, a lo largo del primer siglo que siguió a la conquista, quisieron por razones de seguridad y de fundado temor, ante la rebeldía pertinaz de los mayas que nunca pudo abatirse totalmente (según lo demuestra la rebelión de Jacinto Canek a mediados del siglo XVIII y la cruenta y prolongada Guerra de castas estallada en 1848 y no concluida sino hasta empezado el siglo XX), hacer una ciudad "Blanca", esto es, para los blancos. Esa fue su intención y su diseño original (de ahí las puertas de acceso a la ciudad más allá de las cuales estaban los "barrios de indios". Así que el blanco de las paredes y del vestido, nada tuvieron que ver; y esto de “Mérida la Blanca” es sólo un invento de poetas para esconder en racismo natural.
Mérida no podía escapar de esa realidad en el pasado y en el presente. La Mérida hasta hoy idealizada, recordada con tristeza y añoranza, es la ciudad de las familias ilustres, de los “buenos modales”, de los paseos vespertinos, de los bailes elegantes, los juegos de canasta, de los domingos de misa y las diversiones sanas. Los indios –hoy también llamados indígenas- “sólo son buenos para trabajar en sus pueblos, donde están contentos y no deben salir”; así pensaban y piensan hoy muchos que añoran a la Mérida de 1940 de poco más 96 mil habitantes o de los poco más 142 mil de los años cincuenta. Hoy la “desconocen”, no la quieren, porque está cerca del millón de habitantes –la mayoría indígena- que llegó de los pueblos y las hacienda donde hasta mediados de los años sesenta trabajaban el henequén y vivían en paz. Quizá por eso se añora aquella ordenada y muy leal ciudad de Mérida.
Pero el racismo y la alcurnia de las ciudades está emparentado con la desigualdad económica de los pobladores. Si bien, al parecer, en el feudalismo el concepto de raza y propiedad de la tierra era determinante, en el capitalismo hoy dominante basta con ser rico: banquero, industrial, gran comerciante, millonario, para que “se borre” el origen racial. ¡Qué poderoso es don dinero! En Europa, los EEUU, México, se desprecia a los que no tienen dinero y buscan trabajo e ingresos; pero a cualquier turista o viajero (que no sea mochilero como yo) que traiga dinero para gastar, recibe todas las atenciones. ¡Imaginen la caravana de cientos de kilómetros de policías cuidando de los asaltos a los antes despreciados y perseguidos emigrantes braceros que regresan a México de los EEUU cada año con dinero y regalos! Pareciera que el racismo tradicional desaparece. ¿Por qué en España, Europa, EEUU, México se persigue a africanos y migrantes?
“Hoy festejas tu cumpleaños y mañana no tienes qué comer”, dicen por estos lugares; sí pero “lo bailado y lo comido nadie te lo quita”, por eso algún poeta decía que “nuestra América es fiestera por naturaleza”. El investigador Carlos Kirk me enseñó que las fiestas en las comunidades indígenas en lugar de significar derroches o “gastar lo que no se tiene”, sirven para estrechar lazos de solidaridad, de ayuda mutua, de parentesco y amistad. Nadie se muere de hambre en la comunidad, porque siempre habrá un pedazo de pan y “más agua para los frijoles” para quien lo necesite. En el capitalismo las fiestas “dirigidas al pueblo”, por el contrario, buscan entretenerlo, enajenarlo, mediatizarlo para luego utilizarlo. La misma función de la televisión. ¿Qué importa a los gobiernos, al poder, que haya gigantescos déficit de plazas de trabajo, que el trabajo se pague con salarios miserables, de camas de hospitales y que la gente viva en la desesperación?
En Mérida “la blanca” o de los blancos sigue presente su pasado españolista y clerical. A pesar que el levantamiento indígena de 1994 del EZLN sacudió la conciencia del país al demostrar el profundo racismo, desprecio y explotación que ha existido en la nación contra la raza indígena durante 500 años, parece que de nada sirvió porque la derechización en la República sigue adelante. El llamado “nacionalismo revolucionario” desapareció en los setenta para instalar con fuerza el neoliberalismo reprivatizador.
La ideología y los símbolos del colonialismo parecen estar presentes ahora respaldados por “la modernidad” capitalista que lo cubre. Sin embargo el terrible racismo abierto y encubierto sólo desaparecerá en el mundo cuando las diferencias económicas y sociales también se acaben. Mérida no es una excepción, no es mejor ni peor, sólo forma parte del mundo del capitalismo. Cada año seguirá festejándose su aniversario. ¿Puede esperarse otra cosa?
Pedro Echeverría V.
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