Las raíces judías del Bolchevismo
"Conviene que, en la medida de lo posible, nos ocupemos del proletariado y lo sometamos a aquellos que manejan el dinero. Con este medio levantaremos a las masas. Las empujaremos a las agitaciones, a las revoluciones, y cada una de estas catástrofes significará un gran paso para nuestras finalidades."
(Palabras del Rabí Caleb en la tumba de Simeon ben Jehuda, en Praga)
El texto que presentamos aquí es, más que una revelación, una acusación que sólo pocos tienen el valor de aceptar. Las culpas de los períodos más oscuros y siniestros de la historia humana nunca llegan a encontrar los miles de iluminados rostros que se ven pomposamente en los episodios más victoriosos y esperanzadores... El horror, lo abominable, lo irrepetible no tiene rostro, es anónimo; obra del Diablo perdido en la más inalcanzable lejanía del infierno.
"Jesús y Marx fueron judíos y lo que hace Marx es modernizar el espíritu mesiánico del judaísmo, prometiendo la salvación en este mundo. La profecía de su 'Manifiesto Comunista' es la salvación secular del pueblo elegido (la clase trabajadora) que ha de ser liberado de su cautiverio en Babilonia (la explotación capitalista) por la ira de Jehová (la revolución) para instaurar aquí el reino de los cielos (la dictadura del proletariado). El redentor es el revolucionario; Satanás, el capitalismo; su pueblo elegido, el proletariado; y su Iglesia Católica, apostólica y romana es el Partido Comunista, apostólico y moscovita. Es como traer a Dios a la Tierra, con juicio final y apocalipsis incluídos" .
Estas palabras no pertenencen a un rabioso Nacionalsocialista, ni siquiera a un antisemita... Corresponden al sociólogo chileno Pablo Huneeus en su libro "En Aquel Tiempo", de 1985.
Berdiaeff, por su parte, había escrito décadas antes:
"El mismo afán de una bienaventuranza terrenal, propia del pueblo hebreo, lo hallamos en el socialismo de Marx (...) Pero la idea mesiánica de antaño en la que el pueblo hebreo era el pueblo de Dios se conserva siempre, con la diferencia que ahora su peso cae sobre una clase determinada: Sobre el proletariado."
El Comunismo es intrínsecamente judío. Uno más de los Caballos de Troya, como tantos otros que usa este grupo racial. Para nadie es sorpresa ya el que Marx era un judío, descendiente de una familia con larga tradición de talmudistas, miembro permanente de organizaciones sionistas, devoto de rabinos y más encima autor libro "La Cuestión Judía", desconocido incluso entre muchos de sus seguidores, donde puede advertirse claramente su filiación absolutamente sionista y mesiánica. En los últimos años se ha inventado la falsedad de que Marx era "hijo de cristianos", de judíos conversos al catolicismo, intentando crear con ello alguna distancia entre su evidente relación con el mundo judío. En otros casos, se exageran algunas de las expresiones de Marx contra la propia idiosincrasia monetaria judía, intentando presentarlas como pruebas de un supuesto "antisemitismo".
También lo era su colega Friedrich Engels y por supuesto Karl Kaus, alias Karl Kautski. De hecho, el verdadero nombre del ideólogo del movimiento "proletario" era Raim Mardochai Kissel, aunque adoptara el pseudónimo de Karl Marx para la posteridad desatando esa costumbre enfermiza de los izquierdistas por ocultar sus identidades tras extraños apodos o nombres artísticos. Dicha costumbre se extendería no sólo entre los políticos marxistas, sino que además entre artistas, escritores y todo tipo de simpatizantes.
Alejandro II de Rusia pasó a la historia como uno de los zares más benevolentes y piadosos con la comunidad judía de Rusia. No sólo escuchó todos sus alegatos, sinó que cometió el mismo error que los caldeos, persas, griegos y romanos: Creer que les serían leales consintiéndolos en sus solicitudes. El complaciente Alejandro murió así, en 1881, cuando sus agradecidos huéspedes lo asesinaron en un atentado perpetrado por un comando marxista, liderado por el judío Vera Fignez. La judería rusa se había trazado ya un plan siniestro para Rusia, y no había favor alguno que les hiciera cambiar de idea. Fue así, el primer soberano víctima del marxismo judeo-sionista.
Tras la muerte de Alejandro III, en 1894, quien se comportó obviamente como un antijudío ante la traición de la que había sido objeto su padre, subió al trono Nicolás II, más tolerante hacia la comunidad judía rusa. Era el tiempo de los "progroms", nombre que se dio a los cruentos movimientos populares contra los judíos, producto de la crueldad y el abuso del que el pueblo ruso había sido objeto por los judíos en sus días de plenas libertades.
Pero Theodor Herzl, fundador del Sionismo Político, ya había establecido con anterioridad en "El Estado Judío" el propósito de arrastrar a Rusia a una revolución:
"Somos una nación, un pueblo... Cuando los judíos nos hundamos, seremos revolucionarios, seremos los suboficiales de los partidos revolucionarios. Al elevarnos nosotros subirá también el inmarcesible poder del dinero judío..."
El marxismo como tal y la asonada en Rusia ya se venía gestando detalladamente por aquel entonces.
El historiador judío Simón Dubnow dijo que, exactamente el mismo año en que se fundó en Basilea la Organización Sionista (en 1897, cuando fueron redactados Los Protocolos de los Sabios de Sión), se creó en Wilno una asociación socialista secreta denominada "Bund", que desarrolló una propaganda revolucionaria entre las masas judías en su lengua, conocida como "yidisch". Del "Bund" nacieron partidos mixtos, formados por sionistas y socialistas: Los Polae Sión y los Socialistas Sionistas. Estos partidos habrían iniciado abiertamente la lucha en contra contra del gobierno ruso, consiguiendo como primer logro la Revolución de 1905.
La fórmula usada a través del "Bund" se intentó repetir setenta años después en Chile a principios del '70, cuando llega al gobierno el masón judío Salvador Allende Gossens y los partidos de izquierda agrupados en la UP, la "Unidad Popular". Hoy se sabe que, tanto los partidos marxistas de la UP, como sus máximos dirigentes judíos ocupando puestos públicos y los directores de otras agrupaciones "fachadas" de la judería que simpatizaba con la UP, estaban concentrados alrededor de una organización semi-secreta que actuaba en las sombras de la izquierda y la masonería del Gobierno, una versión chilena del "Bund" de Rusia: La "FIS", Frente de Izquierda Sionista.
Dubnow agrega que "los revolucionarios judíos participaron en los partidos socialistas rusos, en las manifestaciones estudiantiles, en las huelgas obreras y en los actos terroristas contra los gobernantes..." Fue a partir de este movimiento sionista-socialista que, tras divisiones por diferencias internas, surgieron los bolscheviks (los bolcheviques, del programa máximo) y los menscheviks (los mencheviques, del programa mínimo). Aquí surgió la figura del judío Vladimir Ilitch, alias Lenin, como líder de los bolcheviques.
La represión oficial y los intentos de acabar con el movimiento frenaron muchos agitadores judíos que se movían entre los trabajadores disfrazados de líderes sindicales, pero no logró alterar la estructura secreta que gestaba la revolución, pues el judaísmo es ingenioso al mantenerse operando en las sombras a través de pantallas y chivos expiatorios, como el bolchevismo. En 1904, el zar Nicolás II suavizó su política hacia los judíos y los bolcheviques, quienes reforzaron más aún su actividad revolucionaria en 1905, con motines y revueltas. Entonces el zar se alarmó e hizo nuevas concesiones al conglomerado judío, cuya fuerza política era ya un hecho innegable.
En 1908, luego de tres años de dura agitación, los judíos Appelbaum Zinovief, Rosenfeld Kamenef y Lenin se reunieron en París para planear una nueva etapa de agitación. "No es un azar que hayan ingresado a las huestes revolucionarias rusas tantos judíos" - dice Pierre Charles en "La Vida de Lenin".
Fue el escritor judío Josef Kanstein, en su "Historia y Destino de los Judíos", quien admitió que la Revolucion Rusa fue propiciada por las fuerzas del judaísmo internacional cuando miles y miles de judíos norteamericanos que pretendían emigrar a Rusia - la que ya había acumulado gran número de judíos pobres provenientes de todo el mundo y posteriormente repatriados a Israel - fueron rechazados, a lo que se respondió con una fuerte presión diplomática de parte de su comunidad, para reactivar un viejo y olvidado tratado comercial entre Estados Unidos y la Rusia zarista que, a esta última, ya le resultaba muy perjudicial. Con la crisis generada a partir de este tratado, que culmina con la muerte del zar Nicolás II, el judaísmo provoca el estallido revolucionario de 1917, de un modo muy parecido al que emplearon los masones enciclopedistas para agitar los ánimos de las masas durante la Revolución Francesa. Era, simplemente, la repetición de una vieja receta. La prueba está en que estos judíos se fueron para allá tan pronto se instaló el Soviet Supremo.
Hay fotografía casi imposible de conseguir hoy día, pues todas sus copias han sido destruidas en favor de la mentira. Al igual que Los Protocolos de Sión, la posesión de ella en los años '30 era motivo de ejecución en Rusia. Corresponde a la primera sesión del gobierno comunista, en donde se observa que todas las autoridades soviéticas son altos representantes del judaísmo. Sentados, de izquierda a derecha en la mesa, se ve a Urisky, luego Trotsky, a Swerdlow, a Sinawjew, a Fayerman, y de pie al extremo derecho, a Michail.
El método con los que los judíos trataron de ponerse a cubierto de la represión antirrevolucionaria, fue sencillo y astuto: En grupos más o menos numerosos se trasladaban a Estados Unidos, se nacionalizaban allá, regresaban a Rusia y hacían valer su nueva ciudadanía como hijos de una nación poderosa. En esto eran ayudados por la numerosa colonia judía radicada en Estados Unidos, que en aquel entonces ya llegaba a unos tres millones y que influía en los círculos financieros y políticos del mismo modo que hoy. Se sabe con certeza, además, que gran parte de los dineros que carburaron estos procesos revolucionarios pertenecían al siniestro clan judío de los Rothschild, dueños de la Bolsa de Londres y fundadores de Comisión Trilateral, junto con los judíos americanos Rockefeller, organismo que ha resultado fundamental en la expansión del imperialismo norteamericano. Sus nombres aparecen y reaparecen también en los episodios más escalofriantes de la historia del siglo XX, como en la Guerra de Boers de Sudáfrica, en donde participaron notablemente en favor de entregarle la nación a los judíos ingleses y a sus fieles servidores, los negros.
En Suiza se encontraba Lenin desterrado, junto con otros jefes judíos del movimiento marxista. Desde allí dirigían la agitación en la retaguardia del ejército ruso que combatía con Alemania durante la Primera Guerra Mundial. Junto con Zinovief y Kamenef, Lenin alentaba desde el destierro a los revolucionarios para que contribuyeran a la derrota de Rusia en la guerra que sostenía contra Alemania y Austria.
En su periódico "Social Demócrata" del 27 de julio de 1915 daba la siguiente consigna:
"Los revolucionarios rusos deben contribuir prácticamente a la derrota de Rusia".
Proclamaba que esto abriría el camino a la revolución. Lenin apoyaba la derrota de Rusia de manera que los alemanes le permitieron pasar por Berlín para que se internara en Rusia e incluso le ayudaron económicamente, ya que su labor debilitaba al ejército ruso. Así como Lenin pudo llegar a San Petesburgo, donde un número de 30.000 revolucionarios, acaudillados por el judío Trostky, habían organizado el cuartel general del movimiento marxista revolucionario. Poco después se les unieron más judíos, como Stalin y Ouritsky.
Finalmente, la revolución judía de Rusia estalló el 7 de noviembre 1917, auxiliada por numerosos banqueros estadounidenses judíos como Jacob Schiff, Felix Warburg y Olef Asxhberg. Unos la buscaban con el instrumento que el judío Marx les había heredado en el Manifiesto Comunista de 1848 y otros la procuraban con el instrumento del oro y las finanzas. El zar fue detenido y entre las primeras rectificaciones políticas figuró la abolición de las restricciones jurídicas impuestas a los judíos. Toda tendencia política perjudicial al judaísmo fue declarada fuera de la ley por decreto de julio de 1918. El Zar y su familia fueron asesinados ritualmente el día 3 de julio de 1918 por comisarios judíos, acribillados en una pieza llena de inscripciones hebreas y símbolos cabalísticos que fueron documentados por los testigos del crimen.
Lenin inició de inmediato la cruel persecución de la Iglesia Ortodoxa Rusa, misma proscripción que se mantuvo por Stalin y sus sucesores durante casi toda las existencia de la Unión Soviética, sin que se tocaran jamás las sinagogas de sus jefes rabínicos y oscuros, lo que nos hace sospechar la veracidad de aquella teoría que propone que el marxismo habría sido creado, inicialmente, para destruir las religiones no judías, pues para el judío, sólo una fe tiene cabida: La fe judía... Y sólo una raza puede acceder a esta fe: La raza judía.
Se cumplía así la fatal sentencia de Marx, el creador de ese monstruo que ahora corría suelto por Europa: "El Judaísmo es la muerte del Cristianismo".
A la muerte de Lenin las cosas empeorarían. Si bien es cierto que el judío Leiba Davidovich Bronstein, alias León Trotsky, era el representante más fiel de la línea marxista judía desarrollada por Lenin para la realidad rusa, sólo una política de Estado tan tiránica como la del judío Josef Stalin, asesorado por el clan judío de los Kaganovic, pudo permitirle al comunismo asegurar su existencia íntegra para los años venideros, incrustándose en Rusia como una sanguijuela. Cuando los comunistas de hoy reniegan de Stalin, simplemente reniegan de sí mismos, pues aunque hayan trasladado a Cuba su horizonte, como ocurre hoy, sólo con Stalin se pudo afirmar en Rusia el tumor marxista judío, para extenderlo por el resto de los países del terrible Pacto de Varsovia y por el mundo entero. El comunismo es un sistema demasiado innatural y forzado como para existir sin que caiga por su propio peso a través de la ideología trotskista. Stalin, apoyado por el militarismo y por las prácticas crueles, pudo hacer funcionar por la fuerza los bajos ideales del comunismo, hasta la médula de la sociedad rusa. Prueba de ello es la fuerte crisis rusa venida después de su muerte, cuando los jerarcas judíos intentaron hacerle algunas leves variaciones al modelo staliniano.
Hay fotos con dos humildes campesinos de Leningrado vendiendo como alimento trozos de cadáveres, entre los que destacan el cuerpo de un niño y la cabeza de un difunto. Estos eran los episodios de hambruna generados por el reajuste del agro forzado por los jerarcas del comunismo, todos ellos judíos viviendo en palacios del "gobierno del proletariado". Era la forma real y efectiva en que el marxismo judío trataba al trabajador y al mismo hombre modesto que colma de promesas. En Nüremberg hubiese bastado sólo una fotografía como ésta para condenar a muerte al gobernador de una comarca o a culaquier líder local. Pocos eran los que tenían real conciencia de que escenas muy parecidas a ésta o a las que se ven en la Cuba de Castro pudieron tener espacio en Chile, de no ser por la intervención militar en el Golpe de 1973.
El costo de la acción asesina de Stalin está descrito, hoy día, en más de una fuente. Los cálculos hablan incluso de unos 200 millones de personas asesinadas bajo los 70 años de tiranía marxista-judía de los países soviéticos, ejecutadas - por supuesto - con las mejores armas de lo servidores de Jehová: El terror y el hambre.
Henry Ford, en "El Judío Internacional", escribió que "el Soviet no es una institución rusa, sino judía". Agrega que al triunfar la Revolución Bolchevique, el nuevo régimen fue integrado preponderantemente por judíos.
Coincidiendo con todo lo anterior, el periódico ruso "Hacia Moscú", de septiembre de 1919, declaraba:
"No debe olvidarse que el pueblo judío, reprimido durante siglos por reyes y señores, representa genuinamente al proletariado, la internacional propiamente dicha, lo que no tiene patria...".
Y el cronista judío Cohan escribía en "El Comunista" de abril de 1919:
"Puede decirse sin exageración que la gran revuelta social rusa fue realizada sólo por manos judías... El símbolo del judaísmo, que durante siglos luchó contra el capitalismo, se ha convertido también en el símbolo del proletariado ruso, como resulta de la aceptación de la estrella roja de cinco puntas que como es sabido fue antiguamente el símbolo del Sionismo y del Judaísmo en general..."
El mecanismo de los movimientos sociales que llegan a erigirse en creencias místicas o seudomísticas está representado en el Marxismo y su naturaleza judía. Algo de esto señala Max Eastman al afirmar:
"El comunismo es una doctrina que no puede ser científica, pues es exactamente lo contrario: Religión" .
Y algo muy semejante señala Gustavo Le Bon en "Ayer y Mañana":
"Las creencias de forma religiosa, como el socialismo, son inconmovibles porque los argumentos no hacen mella en una convicción mística... Todos los dogmas, los políticos sobre todo, se imponen generalmente sobre las esperanzas que hacen nacer y no los razonamientos que invocan... La razón no ejerce influencia alguna sobre las fuerzas místicas..."
Muchos autores, siguiendo el amén del materialismo marxista y las sentencias de Marx y Lenin de que la religión es "el opio del pueblo" , consideran parte del ateísmo totalitario su actitud de destrucción de las religiones locales a los países donde el cáncer comunista ha encontrado alojo a lo largo de la historia. Su guerra no es sólo contra el Cristianismo, como muchos creen: La invasión sacrílega de China al Tíbet, por ejemplo, ha tenido connotaciones religiosas desde el principio, especialmente en la persecución del lamaísmo, que dicho sea de paso, lleva ya 1.000.000 de tibetanos muertos.
Nosotros nos preguntamos, sin embargo, ¿es en realidad el ateísmo el que motiva la intención del marxismo de aniquilar las demás religiones?. Salvo por los encontronazos de Stalin con algunos grupos judíos durante su tiranía, la religión permitida implícitamente, y a veces hasta protegida del marxismo ha sido la judía. Las demás han encontrado históricamente no menos que tormentos y persecución despiadada en los períodos de dictadura comunista. A pesar de que la revolución "rusa" debía interpretar el sentido del pueblo ruso, cristiano ortodoxo por generaciones, uno de los primeros actos de la revolución fue destruir las imágenes sagradas de la fachada del Ayuntamiento de Moscú colocando en su lugar la maldita frase "La religión es el opio del pueblo". ¿Podría ser esto obra de los propios rusos, que llevaban casi mil años de conversos al Cristianismo, yendo contra sí mismos, o definitivamente hay una "mano" interviniendo desde otro lado, desde otro "credo"?.
El teniente coronel Carlos Berzunza escribió lo siguiente:
"Numerosas iglesias fueron convertidas en teatros. La revolución inició luego la lucha contra todas las religiones, por todos los medios... Se prohibió la enseñanza religiosa a menores de 18 años. La Iglesia protestó. De 900 conventos fueron arrasados 722".
Las llamadas posteriomente llamadas "purgas" de los bolcheviques contra la resistencia cristiana eliminaron por la fuerza los brotes de religiosidad rebelde de los primeros años de la revolución: 29 obispos y 1.219 sacerdotes cayeron en esta represión selectiva, mientras las sinagogas permanecían intocadas.
Hasta el día 7 de noviembre de 1923, en las "purgas" habían asido asesinados 6.000 profesores, 9.000 médicos, 54.000 oficiales, 260,.000 soldados, 70.000 policías, 12.000 propietarios, 355.000 intelectuales y escritores, 193.290 obreros y 815.950 campesinos, en mayor o menor grado culpables de oposición. Esta carnicería anticristiana era plublicitada alegremente por los comunistas alegando su derecho a deshacerse de los "enemigos del Estado" (de los judíos del Estado, debiese ser).
He aquí un holocausto real, que nadie llora y por el cual los judíos sionistas del Bund o de las filas bolcheviques nunca pagaron indeminzaciones millonarias para fundar un Estado nuevo, ni inauguraron monumentos, ni prendieron candelabros con velitas emocionadas...
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