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domingo, 11 de diciembre de 2011

Los musulmanes no piden el perdón de los pecados

Los musulmanes no piden el perdón de los pecados
Islam para ateos (ed. Palmart), capítulo 11
11/12/2011 - Autor: Ali González y Vicente Istigfâr
“Los musulmanes no piden perdón de los pecados”, al menos los que sepan lo que están haciendo. Piden magfira. Pero no es fácil explicar lo que es la petición de la magfira, lo que se llama el istigfâr, si no se cuenta con el recurso fácil de un Dios frente a un Mundo. Mientras el significado de los dzunûb es accesible a todos los que se confían a Allâh, sin embargo, el sentido real de la magfira (ó gufrân) pertenece casi exclusivamente a los hombres del secreto de Allâh, a los que están protegidos bajo el sirr de Allâh.
La traducción habitual en castellano de “perdón de los pecados” en parte empobrece y en parte traiciona el sentido de “magfira”. Hemos dicho que los dzunûb no dañan a Allâh, sino sólo al hombre que los ejecuta y a los que son víctimas de ellos. Un padre injuriado puede perdonar la ofensa que le ha hecho su hijo. Pero Allâh no es afectable por nuestros dzunûb, de modo que sólo en nuestro beneficio pedimos –activamos- la magfira y no para “consolar” a ese dios “patético” al que hubiéramos podido entristecer u ofender.
En primer lugar, la magfira nos libera de las consecuencias de nuestros actos contra nuestra propia mente: el minusvalorarnos por cometer acciones que nos impiden la felicidad y nos destruyen; sin que, por otra parte, sea algo parecido a un mecanismo de consuelo como la confesión o el psicoanálisis que nos aboca a una necesidad de auxilio psicológico del que a duras penas podremos llegar a independizarnos. A este beneficio de la magfira hay que añadir que, puesto que la nâr (el Fuego) o la ÿanna (el Jardín) simplemente son la experiencia en la muerte de nuestra conciencia -su “materialización” a partir de la suma de cada uno de nuestros actos-, la magfira tiene el efecto de no dejar que nuestras propias torpezas trasformen nuestra conciencia envileciéndonos y constituyéndose en norma de nuestros actos futuros. El que dice astágfirul-lâh está manifestando ante todo la intención de no ser de la misma naturaleza destructiva que el acto por el que lo dice; declara que no era su intención hacerse ni hacer daño sino que tan sólo desconocía que tal fuera su efecto. La magfira lo reconcilia consigo mismo y lo libera de irse identificando con la irrealidad de sus acciones torpes, tan sencilla y económicamente como pronunciar de corazón una palabra.
Para comprender el término magfira, tal como era entendido en el contexto en que nació, deberemos ir a la raíz de esta palabra. El verbo consiguiente es el verbo gafara, ocultar, que difiere del verbo kafara (de donde viene “kâfir”: “el que oculta (la Verdad)”) en que mientras el que hace kafara oculta algo bueno para que otros no gocen de ello, el que hace gafara oculta algo malo para que no haga daño a alguien. Magfira viene del verbo gafara, disimular, tapar, ocultar algo que no va en el sentido de la vida.
El musulmán no busca el kufr (tapar a Allâh), sino que Allâh lo tape a él (la magfira). Los maestros de conocimiento suelen decirnos que si es El Gaffâr (o Gafûr) el que te oculta con lo que Él es, el resultado será una acción que te agrande, te inmensifique, mientras que si somos nosotros los que tratamos de ocultarlo, lo hacemos una caricatura de Dios, lo reducimos a nuestras dimensiones...
Entonces, ¿qué pedimos exactamente cuando hacemos istigfâr? Pedimos que nos sean “ocultadas” las consecuencias de nuestros actos desafortunados sobre nuestra propia mente, y por tanto eliminarlos de nuestra conciencia, desapareciendo consiguientemente de nuestra vivencia futura de vuelta a Allâh. Ya antes que los musulmanes, los hebreos escribieron: “mis actos perversos están ante mí”, “mis acciones nefastas han vuelto sobre mí”... refiriéndose a los actos malvados como una especie de boomerang certero que acaba dirigiéndose contra el que les ha dado el ser. “Lo que se piensa hacer” y “lo que se hace” tienen status ontológicos completamente diferentes en el mundo semita. “Lo que se piensa hacer” tiene valor únicamente en tanto que gesta el acto futuro, pero en sí mismo no existe. “Lo que se hace”, por el contrario, ha surgido a la existencia y ya ni siquiera “pertenece” a su autor. Esta “autonomía” del acto -respecto al que lo ha realizado- en las tradiciones semitas, será la clave que nos lleve a comprender de qué beneficio gozamos los musulmanes cuando pedimos la magfira. Y decimos bien “cuando pedimos” y no “cuando se nos concede”, porque la magfira se obtiene en el acto mismo de pedirla con sinceridad de intención. Dice Allâh: “El que me busca, ya me ha encontrado”. Según eso, el que busca la magfira, ya la ha obtenido.
Aquellos musulmanes que –como nosotros- no acepten que Allâh pueda ser una realidad separada del mundo deberán buscar una explicación del istigfâr diferente de la que nos ha ofrecido la filología misional católica. Deberán descartar que es la petición de perdón a un Dios y consentirán con nosotros en que astagfiru Allâh (1) es la verbalización de una intención de sumergirnos en el océano del tauhîd -que unifica lo que consideramos bueno y lo malo, lo destructivo y lo creador- justo en el momento en que el creyente ve volver sobre él el terrible boomerang de la acción nefasta realizada en su -remoto o reciente- pasado; es -por ello- una expresión con unas características completamente mágicas capaz de recomponer el desorden causado en el pequeño cosmos de cada uno de nosotros con alguna de nuestras acciones desafortunadas. Un creyente que comprenda que la realidad es una, cuando pide la magfira hace un llamamiento a su parte iláhica para que -ocultándole los efectos nocivos de su acción- lo libre del sentimiento de culpa, sentimiento daniño y repulsivo para el Islam donde los haya habido en la Historia Humana. Es la magfira ese instante de “desaparición” -de sustracción de sí mismo- del nivel que nos corresponde, para ubicarnos en ese centro desde donde se origina lo que posibilita y lo que destruye la Vida, liberándonos así de sentir las consecuencias destructivas de nuestros actos. Sólo el “vuelo mágico” -como el del chamán- al tauhîd nos exime del dolor de sentir con toda su virulencia las consecuencias de nuestras acciones desgraciadas. El istigfâr es, en tanto que una peculiar experiencia del tauhîd, un medio puesto a nuestra disposición para familiarizarnos con la trascendencia, un motivo para forzar la intimidad con Allâh -como lo es el dzikr-, y no una ceremonia catártica que consista en exorcizarnos a nosotros mismos de nuestra supuesta caída en el Mal.
Lo cierto es que, pese a nuestro constante enfrentamiento con los creyentes del Islam que se mueven teológicamente en la corteza del sentido, somos capaces de afirmar que no es realmente significativa -en relación a su eficacia- la razón por la que digamos “astagfirul-lâh”. Cualquiera que sea la motivación de nuestro istigfâr -siempre que sea sincera- tiene una efectividad automática. En el Islam, la acción precede en rango a la idea: ambos creyentes -el que se sitúa en el nivel exterior y el que lo hace en el nivel interior de comprensión del Islam- obtienen lo que buscan con el sólo gesto de ansiarlo de verdad.
Nosotros nos ubicamos claramente en el plano esotérico del Islam y no tenemos fe en que un Ser Supremo pueda perdonarnos por muchas razones. Primero, porque para acogerse a la magfira no hace falta fe, sino comprender el mecanismo psicológico por el que funciona. Segundo, porque para ser perdonado hace falta antes haber ofendido, y Allâh no es algo tan vulnerable que podamos afectarle. Y, tercero, porque para perdonar hace falta ser algo completamente diferente al que es perdonado, y no es ésa nuestra idea de Allâh, como se verá en su momento. La idea de Allâh como un Padre con el que nos hemos portado mal y nuestra actitud protegiéndonos en la magfira como la petición de perdón a ese Padre Eterno, es un claro síntoma de que nuestra espiritualidad es aún infantil e incapaz de encarar el destino de lo humano. Acogerte a la magfira es protegerte de lo que has hecho en lo mejor de ti mismo: algo que sucede en ti y para ti. Recurrimos para sacar magfira a esa parte de nosotros que es el depósito universal de la rahma. No necesitas fe para ello ni necesitas creer en un Ser Supremo; necesitas la lucidez que da a la criatura un camino de salud como es el Islam

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