El cambio de régimen en Siria es de más importancia estratégica que Libia – El rol de Arabia Saudí y Occidente
Siria e Irán: el gran juego
Alastair Crooke
The Guardian/ICH
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Este verano un alto funcionario saudí dijo a John Hannah, ex jefe de gabinete de Dick Cheney, que desde el comienzo de la agitación en Siria el rey ha opinado que el cambio de régimen sería favorable a los intereses saudíes “El rey sabe que nada, fuera del propio colapso de la República Islámica, debilitaría más a Irán que la pérdida de Siria”.
Es el “gran juego” actual – la pérdida de Siria. Y se juega como sigue: establecer apresuradamente un consejo de transición como único representante del pueblo sirio, sin consideración a si tiene verdadero apoyo dentro de Siria; introducir insurgentes armados desde Estados vecinos; imponer sanciones que afecten a las clases medias; montar una campaña en los medios para denigrar cualquier esfuerzo sirio de reforma; tratar de instigar divisiones dentro del ejército y de la elite; y el presidente Assad terminará por caer – insisten sus iniciadores.
Es posible que europeos, estadounidenses y ciertos Estados del Golfo vean el “juego” sirio como el sucesor del supuestamente exitoso juego libio en el ajuste del despertar árabe hacia un paradigma cultural occidental. En términos de política regional, sin embargo, Siria es estratégicamente más valiosa, e Irán lo sabe. Irán ha dicho que reaccionará ante cualquier intervención extranjera en Siria.
Ya no es ningún “juego”, como lo prueban los numerosos muertos de ambas partes. Los elementos radicales armados que son utilizados en Siria como auxiliares para deponer a Assad se oponen a la perspectiva de cualquier resultado que surja del paradigma occidental. Es posible que esos grupos tengan una agenda propia muy sangrienta y antidemocrática. Advertí de este peligro en conexión con Afganistán en los años ochenta: algunos de los muyahidín afganos tenían verdaderas raíces en la comunidad, sugerí, pero otros planteaban un grave peligro para la gente. Un simpático político estadounidense de la época, colocó su brazo sobre mi hombro y me dijo que no me preocupara: que eran los que estaban “dando una paliza a los soviéticos”. Preferimos mirar hacia otro lado porque el que dieran una paliza a los soviéticos correspondía perfectamente a las necesidades interiores de EE.UU. Hoy Europa mira hacia otro lado y se niega a considerar quiénes son verdaderamente los insurgentes con experiencia en combates que causan una cantidad semejante de víctimas a las fuerzas de seguridad sirias, porque la pérdida de Assad y el enfrentamiento con Irán surten tanto efecto, especialmente durante un período de dificultades internas.
Afortunadamente, las tácticas en Siria, a pesar de la inmensa inversión, parecen estar fracasando. La mayor parte de la gente en la región piensa que si Siria es impulsada aún más hacia un conflicto civil el resultado será violencia sectaria en el Líbano, en Iraq, y también más allá. La noción de que un conflicto semejante produzca una democracia estable, ni hablar de al estilo occidental, es fantasiosa en el mejor de los casos, un acto de suprema crueldad en el peor.
Los orígenes de la operación “pérdida de Assad” precedieron al despertar árabe: provienen del fracaso de Israel en su guerra de 2006 al no dañar seriamente a Hizbulá, y de la evaluación posterior al conflicto en EE.UU. de que Siria era el talón de Aquiles de Hizbulá – como conducto vulnerable que vinculaba a Hizbulá con Irán. Funcionarios estadounidenses especularon sobre lo que podría ser hecho para bloquear ese corredor vital, pero fue el príncipe Bandar de Arabia Saudí el que los sorprendió al decir que la solución era integrar a fuerzas islámicas. Los estadounidenses se mostraron interesados, pero no podían tratar con gente semejante. Dejad que lo haga, respondió Bandar. Hannah señaló que “el que Bandar trabaje sin referencia a los intereses de EE.UU. es obviamente motivo de preocupación. Pero Bandar trabajando como socio… contra un enemigo común iraní es un importante recurso estratégico”. Bandar obtuvo la tarea.
La planificación hipotética, sin embargo, solo se convirtió en acción concreta en este año, con el derrocamiento del presidente Mubarak de Egipto. Repentinamente Israel pareció vulnerable, y una Siria debilitada, sumida en problemas, había ganado en importancia estratégica. Al mismo tiempo, Qatar se había puesto manos a la obra... Azmi Bishara, un pan-arabista quien renunció a la Knéset [parlamento] israelí y se autoexilió a Doha, se involucró según algunos informes locales en una trama en la cual al Jazeera no solo informaría sobre la revolución, sino la ejemplificaría para la región – o por lo menos es lo que se creía en Doha después de los levantamientos tunecino y egipcio. Qatar, sin embargo, no solo trataba de hacer uso del sufrimiento humano para una intervención internacional, sino también –como en Libia– estaba directamente involucrado como un patrono operacional clave de la oposición.
Las siguientes etapas fueron atraer al equipo al presidente de Francia, Sarkozy –el archi-promotor del modelo del consejo de transición de Bengasi que convirtió a la OTAN en un instrumento de cambio de régimen. Barack Obama fue el siguiente cuando ayudó a persuadir al primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan –quien ya estaba irritado por Assad– a jugar la parte del consejo de transición en la frontera siria, y prestar su legitimidad a la “resistencia”. Estoy dos últimos componentes, sin embargo, no dejaron de ser cuestionados por sus propios aparatos de seguridad, escépticos sobre la eficacia del modelo del consejo de transición, y opuestos a la intervención militar. Incluso Bandar no deja de ser cuestionado: no cuenta con la protección política del rey, y otros en la familia juegan otras cartas islamistas con otros objetivos. Irán, Iraq y Argelia –y ocasionalmente Egipto– cooperan para frustrar maniobras del Golfo contra Siria en la Liga Árabe. El modelo de consejo de transición, que en Libia ha demostrado la debilidad de utilizar solo una facción como futuro gobierno, es aún más defectuoso en Siria. El consejo de oposición de Siria, reunido por Turquía, Francia y Qatar, es cogido por sorpresa por el hecho de que las estructuras de seguridad sirias han permanecido casi sólidas como una roca después de siete meses –las deserciones han sido carentes de importancia– y la base de apoyo popular a Assad está intacta. Solo una intervención extranjera podría cambiar esa ecuación, pero sería un suicidio político si la oposición la solicitara, y lo sabe.
La oposición interna reunida en Estambul pidió una declaración rechazando la intervención extranjera y la acción armada, pero el consejo nacional sirio fue anunciado incluso antes de que las conversaciones entre la oposición hubieran llegado a algún acuerdo – tal fue el apuro por parte de partes externas.
La oposición externa sigue soslayando su posición sobre la intervención extranjera, y con buen motivo: la oposición interna la rechaza. Es el defecto del modelo – porque la mayoría en Siria se opone enérgicamente a la intervención extranjera, por temor a un conflicto civil. Por lo tanto los sirios enfrentan un prolongado período de insurgencia montada en el extranjero, sitio y desgaste internacionales. Ambas partes pagarán con sangre.
El verdadero peligro, como lo señaló el propio Hannah, es que los saudíes puedan “instigar nuevamente la antigua red yihadista suní y apuntarla en la dirección general de Irán chií”, lo que pone a Siria en la primera línea. De hecho, es exactamente lo que está ocurriendo, pero Occidente, como antes en Afganistán, prefiere hacer caso omiso – mientras el drama se presente bien ante audiencias occidentales.
Como informó Foreign Affairs el mes pasado, Arabia Saudí y sus aliados del Golfo, están incitando a los salafistas radicales (suníes fundamentalistas), no solo para debilitar Irán, sino para hacer lo que consideren necesario para sobrevivir, debilitar y desvirtuar los despertares que amenazan a las monarquías absolutas. Es lo que sucede en Siria, Libia, Egipto, el Líbano, Yemen e Iraq.
Esta orientación de afirmación islámica, literalista, del Islam, puede ser vista generalmente como impolítica y flexible, pero la historia está lejos de ser reconfortante. Si se dice a la gente con suficiente frecuencia que puede hacer y deshacer reyes y se le arrojan cubos de dinero, no hay que sorprenderse si se vuelve a metamorfosear –una vez más– hacia algo muy político. Podrá tardar algunos meses, pero los frutos de este nuevo intento de utilizar fuerzas radicales con fines occidentales pueden volver a constituir un tiro por la culata. Michel Scheuer, ex jefe de la unidad Bin Laden de la CIA, advirtió recientemente que la reacción imaginada por Hillary Clinton ante el despertar árabe, de implantar paradigmas occidentales, por la fuerza si fuera necesario, en el vacío de regímenes caídos, será vista como una “guerra cultural contra el Islam”, y sembrará las semillas de una nueva vuelta de radicalización.
Una de las tristes paradojas es el debilitamiento de los suníes moderados, que ahora se ven trabados entre la roca de ser vistos como un instrumento occidental, y la parte dura de salafistas suníes radicales que esperan la oportunidad de desplazarlos y desmantelar el Estado. Qué mundo tan extraño: Europa y EE.UU. piensan que es apropiado “utilizar” precisamente a esos islamistas (incluido al Qaida) que no creen para nada en la democracia al estilo occidental a fin de lograrla. Pero entonces, ¿por qué no mirar hacia otro lado y conseguir el beneficio del goce del público ante los ataques contra Assad?
Fuente: http://www. informationclearinghouse.info/ article30248.htm
Alastair Crooke es codirector de Conflicts Forum. Fue anteriormente mediador de la UE con Hamas y otros movimientos islamistas y es autor de “Resistance: The Essence of the Islamist Revolution”.
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