La humanidad perdida
Abriendo puertas para que la Luz crezca y la Unidad se complete
28/01/2012 - Autor: Saleh Abdurrahim Isa Beltrán - Fuente: Envío público a Webislam
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puertaBismil-Lahi r-Rahmani r-Rahim
“Di: ¿he de tomar por patrón a alguien distinto de Al-Lah, que es el Creador de los cielos y la tierra, cuando es Él quien da el alimento y Él no lo necesita? Di: Se me ha prescrito ser el primero de los que se someten a Al-Lah y no ser de aquellos que atribuyen divinidad a algo junto con Él”.
Qur’an 6:14.
Como consecuencia de esas ocasiones en las que nos acercamos a los niños como adultos sabios y poderosos, en una ocasión, hace poco, un hermano se acercaba al hijo de cinco años de otro y le espetaba: ¿qué es para ti la paz interior?... La respuesta no pudo ser más clara y contundente: hacer lo que me dice mi maestra… Y es que la sorpresa del adulto ante las respuestas infantiles se encuentran en nuestra propia incapacidad de entender toda la profundidad de sus análisis, a la vez que los niños se encuentran más cercanos a la pureza y la conciencia de quien aún no se ha sumergido en el sueño cotidiano del todo, sino que se mantiene en el juego sin tomarse nada excesivamente en serio a veces, y aún puede ver que las reglas de juego no son más que eso, reglas que de conocerlas se puede entrar a jugar, y por tanto se dedica mucho tiempo a reconocerlas, mientras el adulto ya las ha interiorizado y desconoce que se podría jugar con otras reglas, siendo realmente inconsciente.
¿Cuántas veces nos hemos parado a reflexionar si todo aquello que hacemos en nuestra cotidianeidad y nos da paz interior, seguridad, estabilidad; todo aquello que creemos que nos permite mantener un centro de gravedad permanente, funciona realmente así o simplemente se nos ha configurado social y anímicamente para que nos lo creamos hasta el punto de convertirlo en real en nosotros mismos, para que realmente vivamos que tales acciones, pensamientos, emociones y voliciones dan lugar a dicha paz? ¿Y hasta qué punto, cuanto nos aporta lo contrario a la paz interior, no está igualmente configurado para evitar que se entre en crisis individual y se tambalee la estructura creada: las reglas del juego y el propio juego? ¿Hasta qué punto “el bien” esconde una parte de nosotros que no llegamos a ver del todo ni a conocer lo suficiente, una parte que se cierra como una habitación con puerta que nos da pavor abrir pero de la que continuamente salen emociones, pensamientos y voliciones que no llegamos a saber interpretar pero modifican nuestras acciones, y a la que denominamos “el mal”? ¿Y qué conciencia de nosotros tenemos si nunca llegamos a abrir esa puerta del todo para que entre allí también la luz y se ventile un poco?... De hecho, esta misma reflexión interior, ¿no nos suena libertina, peligrosa: no nos crea malestar interior?
¿Qué es el sometimiento? ¿Sometido es quien hace, dice, siente, piensa y ansía aquello que le proporciona paz interior, y al mismo tiempo se resigna ante aquello que parece que sucede y que tambalea su estado anímico? ¿O someterse es tomar conciencia, reconocer hasta con el último átomo que nos configura en nuestra forma, que no sabemos qué va a suceder dentro de un segundo, y que no hay nada que podamos hacer para saberlo y menos aún para modificarlo? Tomar conciencia no es aplicar normas ni leyes, y menos aún si esto además ocurre de manera mecánica, casi automática, como el automóvil que cambia de marcha sin que nos enteremos…Tomar conciencia debe ser saborear el segundo, el momento, el instante fugaz y que apenas llega cuando ya se ha ido. Y ese saboreo, ese paladeo del instante, no es sólo una cuestión de los sentidos y percepciones sensoriales, sino también un reconocimiento o autodescubrimiento interior del ser humano.
Someterse es tomar conciencia de la Realidad y de nosotros mismos, comprendiendo íntimamente que efectivamente lo que llamamos normalmente vida no es más que un sueño y que lo que consideramos transcendente, espiritualmente superior y mejor, no puede ser resultado de la aplicación de normas y leyes que nos aprisionan y nos ocultan las habitaciones de nuestra casa para impedir que entre la luz y se vea lo que en ellas se oculta. El enriquecimiento espiritual no puede significar el cambio de un sueño por otro, sino el llevar la luz hasta la oscuridad para que la oscuridad desaparezca. Y esa luz es la propia conciencia… Y el llevar luz a los hombres para darles almas de hombres, entrando en todas las habitaciones que haya y que pueda haber, las sociales y las individuales, las de aquí y las de allí; el llevar luz a todas partes, es dawa, y lo hacen quienes ya no tienen habitaciones oscuras.
“¡La humanidad está perdida!”, se escucha a nuestro alrededor, y es cierto; la humanidad se perdió el día que se pusieron las primeras leyes y normas que cerraban puertas y oscurecían habitaciones en las que debe entrar la luz, habitaciones que, como recuerdos balbuceantes, nos convocan a un pasado que nos configura en lo que somos y en cómo lo somos, así como en lo que estamos dispuestos a recibir y en cómo lo recibimos… Pero, habitaciones que cuando las abrimos para que se ventilen y las acoja la luz, encienden aún más la llama de la conciencia que habita en nuestro pecho, en nuestros pies, en nuestras manos y en nuestra propia cabeza.
Es hora ya de recuperar la humanidad, para recuperar a la humanidad… Las puertas que no se abren son una carga que nos mortifica y nos aleja de nuestra Realidad, la que somos y la que no somos, pero sin ser o no ser. ¡La il-laha il-la Al-Lah! no hay sino Unidad, y en la Luz no cabe oscuridad posible, ni imposible… Si para proteger a la gota del sol hay que depositarla en el océano, para proteger al océano del sol hay que proteger a la gota, y qué es el océano sino la humanidad perdida, expuesta al sol. Sólo la humanidad nos vuelve permeables los unos con los otros, permitiendo que lo que antes eran dos gotas se fundan en una. La humanidad de puertas abiertas y habitaciones claritas, llenas de Luz y conciencia que nos libera de la carga de nuestras cadenas. Habitaciones llenas de adab en las que acoger y refugiar a cuantos se nos alleguen. Habitaciones llenas de auténtica paz interior en lugar de un malestar al que ya nos hemos acostumbrado y al que no vemos, como el pez no ve la propia agua que le permite vivir y ser pez…
El miedo a abrir ciertas puertas es la voz de alarma que deberíamos tener en cuenta, pues tras aquella puerta que nos subyuga y aterroriza, está la oscuridad, pero no es la oscuridad quien invade a la luz, sino la luz quien le vence y la desvanece. ¿Miedo, entonces, a qué? ¿A desvanecernos? ¿A dejar de ser quienes somos y liberarnos de las cadenas que nos han mortificado y deformado hasta que dejamos de ser, un día?... ¿No es el miedo lo que acude en presencia del Mensaje? ¿Pero es miedo o es el respeto que concede la conciencia a cada cosa, es taqua? ¿Podría ser que hubiéramos transformado lo que es una señal de que puede producirse en cualquier momento el saboreo de un estado nuevo y desconocido; podría ser que hubiéramos transformado eso en una señal de peligro que nos hace huir a toda prisa hacia donde sea? ¿Y si el miedo nos lo produce la oscuridad refugiada en la habitación cerrada y que teme ser descubierta y desvanecida? ¿Y si lo que creemos un acercamiento a la oscuridad es un acercamiento de la Luz ante la que nos protegemos escondidos en cualquier esquina o recoveco?
Que Al-Lah nos de paz en nuestros corazones y los haga latir al unísono. Y que en el corazón de los hombres haya Luz suficiente para inundar las habitaciones cerradas y oscuras. Que Al-Lah nos dé fuerzas para abrir todas las puertas cerradas y descubrir ante la luz todas las habitaciones oscuras.
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