Libro en PDF 10 MITOS identidad mexicana (PROFECIA POSCOVID)

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domingo, 21 de octubre de 2012

Los Ilegales de RICARDO FLORES MAGÓN

LUCES DE LA HISTORIA MEXICANA Los Ilegales RICARDO FLORES MAGÓN * l verdadero revolucionario es un ilegal por excelencia. El hombre que ajusta sus actos a la Ley podrá ser a lo sumo, un buen animal domesticado; pero no un revolucionario. La ley conserva, la Revolución renueva. Por lo mismo, si hay que re-novar, hay que comenzar por romper la Ley. Pretender que la revolución sea hecha dentro de la Ley, es una locu-ra, es un contrasentido. La Ley es yugo, y el que quiera librarse del yugo tiene que quebrarlo. El que predica a los trabajadores que dentro de la Ley puede obtener-se la emancipación del proletariado, es un embaucador, porque la Ley ordena que no arranquemos de las manos del rico la riqueza que nos ha robado, y la expropiación de la riqueza para el beneficio de todos es la condición sin la cual no puede conquistarse la emancipación humana. La Ley es un freno, y con frenos no se puede llegar a la libertad. La Ley castra, y los castrados no pueden aspirar a ser hombres. Las libertades conquistadas por la especie humana son la obra de ilegales de todos los tiempos que tomaron las leyes en sus manos y las hicieron pe-dazos. El tirano muere a puñaladas, no con artículos del código. La expropiación se hace pisoteando la Ley, no llevándola a cuestas. Por eso los revolucionarios tenemos que ser forzosamente ilegales. Tenemos que salirnos del camino trillado de los convencionalismos y abrir nuevas vías en sus carnes viejas los surcos que dejó nuestro látigo al caer. Aquí estamos, con la antorcha de la Revolución en una mano y el programa del Partido Liberal en la otra, anunciando la guerra. No somos gemebundos mensajeros de paz: somos revolucionarios. Nuestras boletas electorales van a ser las balas que disparen nuestros fusiles. De hoy en adelante, los marrazos de los mercenarios del César no encontrarán el pecho inerme del ciudadano que ejercita sus funciones cívicas, sino las bayonetas de los rebeldes prontas a devolver golpe por golpe. Sería insensato responder con la ley a quien no respeta la ley; sería absurdo abrir el Código para defendernos de la agresión del puñal o de la Ley fuga. ¿Talionizan? ¡Talionicemos! ¿A balazos se nos quiere someter? ¡sometámoslos a balazos también! Ahora a trabajar. Que se aparten los cobardes: no los queremos; para la revolución sólo se alistan los valientes. Aquí estamos, como siempre, en nuestro puesto de combate. El mar-tirio nos ha hecho más fuertes y más resueltos: estamos prontos a más grandes sacrificios. Venimos a decir al pueblo mexicano que se acerca el día de su liberación. A nueva vista está la espléndida aurora del nuevo día; a nuestros oídos llega el rumor de la tormenta salvadora que está próxima a desencadenarse: es que fermenta el espíritu revolucionario; es que la Patria entera es un volcán a punto de escupir colérico el fuego de sus entrañas. “¡No más paz!” es el grito de los valientes; mejor la muerte que esta paz infame. La melena de los futuros héroes flota el aire a los primeros soplos de la tragedia que se avecina. Un acre, fuerte y sano aliento de guerra vigo-riza el medio afeminado. El apóstol va anunciando de oído en oído cómo y cuándo comenzará la catástrofe, y los rifles aguardan impacientes el momento de abandonar el escondite en que yacen, para lucir altaneros bajo el sol de los combates. Mexicanos: ¡a la guerra!

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