| La reconstitución de Egipto |
| Larbi Sadiki · · · · · |
| 16/12/12 |
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El nuevo Egipto se está reconstituyendo hoy gracias a la participación pública, y no a la falta de
compromiso que era propia de la era Mubarak. Ya no existe la imagen de un
presidente omnipresente. Incluso cuando Morsi deba ceder a la presión, y
pueda tener que revocar algunas decisiones, no teniendo otro remedio que
retirar o ajustar algunas de sus últimas decretos. En el corto plazo esto
puede ser gravoso para su imagen. Sin embargo, en el largo plazo reforzará
su perfil como presidente tenaz y responsable.
El último enfrentamiento entre el Estado y la sociedad debe tomarse como
evidencia de un país que se reconstituye de manera dialógica, incluso si en el
ínterin esto significa confusión, cierta violencia y cacofonía, interna y externa.
La anatomía de las últimas crisis –que debería considerarse pertinente para
la reconstrucción democrática en un contexto en el que las relaciones entre el
estado y la sociedad continúan soportando el lastre de una herencia dictatorial
de 60 años- podría resumirse mediante un abordaje que considere los fundamentos
de las crisis que tuvieron lugar en Egipto, cosa que en parte tendría
consecuencias tanto para Libia como para Tunez.
Lo viejo y lo nuevo en el contexto de la
primavera árabe
En Egipto hay una pugna entre las instituciones viejas y nuevas, entre
aquellas descomposición y estas aguardando a la obstetra demócrata que las
traiga al mundo. En cierto modo, la dialéctica entre la vida y la muerte
tiene sentido en este contexto.
En este sentido, los libios son más afortunados que sus vecinos egipcios y
tunecinos. Están más o menos comenzando de cero. La revolución del 17
de febrero podría considerarse legítimamente como una disolución. Las
estructuras autoritarias de poder de Gadafi experimentaron una total
disolución. Los libios se preocupan más por la tribu y la región, avivando así
los desacuerdos y fomentando la tensión y rebelión.
En Egipto y Túnez, el desafío más grande de la tarea de la reconstrucción
democrática es superar las fuerzas, voces, discursos y redes de apoyo del
antiguo régimen supervivientes. Morsi hace valer la autoridad sobre el
ejército, mientras los medios de comunicación, las empresas, la sociedad civil
y las fuerzas conservadoras de la profesión jurídica se niegan a concertar - y
mucho menos a "morir".
Hay una diferencia: las fuerzas armadas y las profesiones liberales
constituyen dos espacios adicionales donde los vestigios del antiguo
régimen han sobrevivido al depuesto jefe de Estado y a los círculos
internos egipcios dependientes de él. En Túnez, donde el ejército es
pequeño y marginal, el asedio a los nuevos gobernantes y las movilizaciones se
organizan desde el movimiento sindical.
Morsi se enfrenta a fuerzas en descomposición, es decir, al poder judicial
y los medios de comunicación, que no pueden ser eliminados de una vez por
todas.
Presidente Morsi: consolidación progresiva
La clave es esclarecer el modo en que Morsi está tratando de crear espacios
para erosionar las fuerzas remanentes del viejo sistema, y el sistema legal es
el más desafiante, plural, potente y difícil de reformar (Colegio de Abogados,
Asociaciones de jueces, la Corte Suprema Constitucional y del Consejo Jurídico Supremo).
Es posible que
Morsi esté elaborando un plan: por lo tanto no veo la última crisis como una
especie de decisión mal concebida y tomada sobre la marcha. Contando con
su éxito en la negociación del alto el fuego en Gaza, Morsi ha escogido otro
momento en su estrategia progresiva para librar al Estado que preside de un brazo
del poder judicial nombrado nada menos que por el propio Mubarak. En este
aspecto, Morsi no ha cometido errores de juicio.
El Poder Judicial necesita una reforma en Egipto, porque no es totalmente
imparcial ni en sus políticas ni en su composición. Cuando los jueces organizan
una protesta para derrocar al régimen - como si Morsi, el presidente legítimo,
fuera lo mismo que Mubarak – es porque algo anda mal en el poder judicial: se
exceden en sus atribuciones e intentan intervenir en una lucha entre adversarios partidistas,
los islamistas, por un lado, y los liberales e izquierdistas unidos contra la
última decretos Morsi, por el otro.
Morsi equivocó
su estrategia para reformar y cambiar a jueces corruptos y a jueces
imparciales. Hay muchos ejemplos en el mundo que muestran cómo proceder en
este caso.
Desde que tomo posesión en el mes de julio,
está tratando de evitar que se
repita la sentencia que ordenaba disolver el Parlamento dominado por los
islamitas, decisión que tomó la Corte Suprema
de junio de 2012. Desde entonces, se repite la escena del
enfrentamiento entre la voluntad de los jueces y la del Presidente.
Morsi ha tenido cierto éxito. De manera audaz y calculada, pero con destreza y habilidad, en el mes de agosto
cesó al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF). Esta decisión
significa el retiro de dos de los
principales generales de Egipto: el Ministro de Defensa Hussein Tantawi, y el
General Sami Enán, manteniéndolos sin embargo en su entorno político en calidad
de asesores.
No obstante, Morsi hizo una jugada hábil al
optar por no hacer reemplazos de fuera del SCAF. En lugar de ello
reclutó al general más joven de la SCAF,
Abd Al-Fattah Al-Sisi, un jefe de la inteligencia militar, para reemplazar a
Tantawi. El SCAF contó con el apoyo de los miembros conservadores de la
judicatura, en la que debe haberse apoyado para redactar su Declaración constitucional de marzo de 2011
por la cual se atribuyó poderes absolutos.
En junio de 2012, el SCAF y el Tribunal Constitucional Supremo trabajaron
de consuno para conspirar en contra de las elecciones más libres y más justas
que el país tuvo nunca. El Constitucional declaró nulo al Parlamento
electo, invocando la inconstitucionalidad del proceso electoral. Una
semana más tarde, el SAC publicó su declaración de junio anticipándose a la
victoria de Morsi, limitando los poderes del futuro presidente. Las leyes
que se invocaron para declarar la inconstitucionalidad de las elecciones no son
muy claras en sí mismas y podrían estar sujetas a todo tipo de interpretaciones
si el país contara con un poder judicial imparcial.
Muchas fuerzas y voces de la sociedad civil del país – por ejemplo el
Movimiento 6 de Abril- protestaron con todas sus fuerzas y a viva voz en contra
de la amenaza del SCAF a la revolución y al proceso democrático. Otros,
que están ahora en pie de guerra – no sin justificación en cierto sentido-
contra algunas de las prerrogativas que Morsi se auto otorgó, no fueron tan
alarmistas como lo son hoy. Y esto es confuso: el problema no es que la
"apropiación del poder" por parte de Morsi esté convirtiendo al
presidente electo más popular de Egipto en un faraón. Lo que ocurre,
fundamentalmente, es que la idea de un presidente islamista, como la de un
parlamento liderado por los islamitas,
aún no ha sido aceptada. El combate entre los islamistas y los no
islamistas no disminuirá en un futuro previsible.
Además, existe el problema de que los viejos hábitos tardan en morir: si
las elecciones no producen resultados favorables, se deben
repetir. Las pugnas son periódicas en democracia : el problema es
que algunas fuerzas de la oposición en Egipto, como en Túnez, aún no saben
"cómo" hacer el trabajo de oposición. Saben muy poco acerca de
"cómo" debe actuar una oposición y se centran en el "contra
qué" de la oposición: enfrentarse a toda costa a todo lo
islamista. No hay manera de salir del impasse actual en Egipto, esto se
aplica también a Túnez, si la oposición se aferra a la idea de que los procesos
constitucionales – ya acabados en casi un 80 por ciento- debe ser abandonados a
favor de nuevas elecciones para formar nuevas Asambleas Constituyentes.
Si se abandonara por completo el proceso en marcha en Egipto en favor de
nuevas elecciones, el país no sólo sufriría las terribles consecuencias del
vacío constitucional y político, sino que también frustraria para siempre la
expectativa de nuevos procesos electorales y democráticos.
Es dificil celebrar elecciones cada seis meses en un país como Egipto, con
su sistema electoral complejo y de múltiples etapas. El comité de 100
miembros designado para redactar la constitución debe ser alentado a continuar
con su trabajo: los boicots y las protestas no están a la altura de la labor
legislativa, que se espera que sea laboriosa, ardua y compleja, pero no lineal. Si
las fuerzas islamistas, liberales e izquierdistas en el Parlamento acuerdan sus
desacuerdos, debería ser visto como parte de la tarea legislativa y del dialogo
para zanjar diferencias.
Hay figuras que tienen mucho
potencial, como Abdel Moneim Aboul Fotouh, Mohamed El-Baradei, Amr Moussa y
Sabahi Hamdeen deberían construir sus redes, redactar sus propios programas y
estar listos para la próxima ronda de elecciones democráticas. Seamos
justos con El-Baradei, porque no pide la disolución del Parlamento actual, a
diferencia de algunas voces
estrafalarias perdidas en el nuevo juego de la reconstrucción
democrática. Una constitución no es el Corán: puede ser modificada, y
enmendada nuevamente en el futuro, si tiene artículos cuestionables, contrarios a la reconstrucción democrática o
a las libertades civiles y políticas.
Morsi y el arte de lo posible
Morsi se
equivoca en un punto. Actúa
pensando que como tuvo éxito en desmantelar el SCAF, lo mismo podrá hacer con
el poder judicial. Pero la justicia no es el ejército. Al concederse a si mismo
nuevas prerrogativas con el objetivo, como dice el decreto, de proteger al país y a la revolución, Morsi
podría haber cometido un error de cálculo en tres ámbitos:
1. La protección de la gloriosa revolución del 25 de enero no debe ser
responsabilidad exclusiva del Estado, del presidente o de un partido político
en particular. El pueblo tiene esa responsabilidad. Túnez ha copiado
esta idea de la política egipcia y está tramitando una ley para proteger la
revolución. Esto es admitir que los gobernantes de hoy no han sido, en un
primer momento, quienes hicieron la revolución.
2. Aunque enmarcados por las circunstancias, los poderes absolutos que
Morsi se ha arrogado no parecen tener fecha de caducidad. La gente que
participó en la primavera árabe quiere una presidencia “menos poderosa”. El
poder ejecutivo autoreferente del pasado aparece ante la consciencia del pueblo
como un anatema, un regreso a la noción de
un presidente omnipotente. Morsi ha olvidado este factor.
3. De manera creciente, Morsi intenta eliminar a los jueces que,
según cree, están socavando el proceso
democrático. Reacciona ante una de las ramas del poder judicial (el
Tribunal Supremo Constitucional - SCC) que deslegitimó al Parlamento elegido
democráticamente. Otro brazo del poder judicial, el Consejo Judicial
Supremo, confirmó la primera decisión del SCC. Morsi está preocupado por
el precedente y su últimos decretos están destinados a cortar esa posibilidad
de raíz.
En el centro de sus preocupaciones está la idea de que jueces no electos
tienen básicamente la capacidad de anular el resultado de una votación
popular. Esto podría ocurrir, cuando el 2 de diciembre se recurran las
elecciones al Consejo de la Shura y
los jueces tengan que decidir sobre su legalidad .
Esto huele a "dictadura", especialmente porque los tribunales y
los jueces no electos son en su mayoría una herencia de la era Mubarak. Su
imparcialidad es una falacia. ¿Los tribunales están por encima de las
personas, especialmente cuando hay muchos secuaces de Mubarak entre sus
filas? ¿El poder judicial tiene poder para actuar contra el propio
presidente?
Morsi debería
haber explicado todo esto al público. Sin embargo, incluso así no se
justifican los decretos que sugieren o alientan una forma temporal de gobierno
de excepción por decreto - que le
permitiría tomar cualquier decisión o que impediría la revisión judicial de sus
actos con el fin político manifiesto de proteger al país y a la revolución.
Espíritu de legalidad
Esta dinámica de ensayo, error y corrección que advertimos en los procesos
de reconstrucción democrática es normal. No hay en ello nada maligno o
anormal, o algo específico de Egipto o sus vecinos de la primavera
árabe. Morsi ha puesto en marcha un proceso de diálogo con los jueces a través
de su Ministro de Justicia. Este es un paso en la dirección
correcta. Para Morsi retractarse del decreto de "tomar todas las
medidas" para proteger la revolución no es una debilidad: es mostrar su
capacidad de respuesta.
Hay que tener en cuenta que los Mubarak y cía fueron derrocados por no
saber cuando parar, a pesar de las muchas advertencias y tiempo. Incluso
la idea del nuevo Fiscal General Talaat Ibrahim Abdallah de formar tribunales
revolucionarios para volver a juzgar a personalidades de la era Mubarak podría
tener que esperar hasta que Egipto supere el período provisional de redacción
de la constitución, tenga nuevas elecciones y se haya puesto en marcha un sistema judicial
reformado.
Del mismo modo, es muy saludable que los ciudadanos árabes protesten cuando
un presidente reclama nuevos poderes ampliados que ponen en cuestión sus
revoluciones. Egipto no tiene escasez de talento, sus cuadros y su capital
social deben ser suficientes a la hora de desactivar el actual enfrentamiento entre el gobierno
islamista y una oposición que busca una
identidad, un papel y posiblemente su propio público.
En el esquema final de las cosas, el eslabón perdido en todas las crisis
ocurridas en Egipto, Libia y Túnez es la ausencia de marcos legales y de unas
leyes cuyo espíritu sea apto para reconstituir y volver a imaginar las
sociedades, los estados y las comunidades. Las constituciones
por sí mismas no son suficientes. Lo que se necesita es una ethos jurídico
que prohíba a los poderes del Estado expandirse de manera ilegal a costa de los
demás y excederse en sus funciones y, finalmente, usurpar las libertades
conferidas a los ciudadanos por las revoluciones que pertenecen al pueblo.
Larbi Sadiki es profesor titular de política del Medio Oriente en la Universidad de
Exeter y autor de Democratización árabe: Elecciones sin democracia (Oxford University Press,
2009) y La búsqueda de la
democracia árabe: Discursos y contra-discursos (Columbia University Press, 2004).
Traducción
para www.sinpermiso.info: María Julia
Bertomeu
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lunes, 17 de diciembre de 2012
La reconstitución de Egipto
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