Cultura árabe: los palestinos
La cultura y el conocimiento
02/03/2013 - Autor: Dr.Armando Bukele Kattan - Fuente: aclarandoconceptos.com
La mayoría de los occidentales ignora la deuda de su civilización con la cultura árabe. Algunos sin embargo, reconocen este aporte únicamente como el medio de conservar el pensamiento griego perdido en Europa y retransmitirlo. Otros, como el Editorialista de El Diario de Hoy, peor aún, nos acusan de quemar la Biblioteca de Alejandría, quitándonos el único mérito que en todo Occidente nos reconocen…ya ni siquiera transmitimos la cultura griega, sino que incluso, la quemamos. ¡Nada más apartado de la realidad! El proceso es continuo y dinámico. Cada civilización da su aporte en el momento que aparece y se tabula a continuación de los progresos anteriores. No existe copia, si no que una continuación de los hechos científicos, lo que se determina en las Matemáticas, como progresión o serie progresiva, de donde se deriva la palabra “progreso”…
El mundo árabe moderno nace en el siglo VII después de Cristo y por lo tanto empieza desde allí su participación en la Ciencia.
Desde ese entonces, inventa y descubre nuevos sistemas y también adapta, transmite y desarrolla conceptos anteriores. Por ejemplo, descubren la trigonometría esférica y no puede decirse que la copiaron de los griegos, porque éstos manejaban la trigonometría plana, quienes a su vez la tomaron de los egipcios y babilónicos, para desarrollarla posteriormente.
La cultura y el conocimiento van creciendo y nadie se apropia de nada, simplemente es el proceso natural del desarrollo continuo.
Mucho antes, otro máximo período de esplendor se dio en la Edad Antigua, desde 4000 años antes de Cristo, en pueblos semitas, originarios de la Península Arábiga, que hablaban diferentes dialectos semíticos identificados con el árabe (babilonio, caldeo, siríaco, arameo, fenicio, asirio, egipcio, nabateo etc.) que emigraron hacia los países del Medio Oriente, Asia Menor y Norte de África, donde desarrollaron culturas excepcionales e independientes, cuando Europa se encontraba sumida en la prehistoria, en tiempo de las famosas glaciaciones, donde Arabia y sus países colindantes florecían y reverdecían.
De esa forma, si se quiere establecer el origen de la cultura de la actual civilización, está claro que provino de los países de origen semita ó semítico -hamita -que- hoy conforman lo que se conoce como el Mundo Árabe.
Aunque Europa crea que es la cuna de la civilización, no lo es. Los árabes se encargaron de culturizarla desde su prehistoria de la Edad Antigua e incluso volverla a culturizar con el oscurecimiento y atraso que volvió en la Edad Media.
Los inventos y descubrimientos en ambos períodos son amplios y numerosos. Bastará mencionar que más del 75% de descubrimientos e invenciones de la Edad Media son de origen árabe.
Palestina
La región que conocemos como Palestina, ha sido desde la antigüedad, una encrucijada de pueblos y civilizaciones. Los primeros pobladores provinieron de emigraciones semíticas de la Península Arábiga, hace mas de 4500 años, dando origen a la civilización cananea, fundando ciudades-estados; la mayoría fortificadas, entre ellas: Jericó y Jerusalén.
Jerusalén fue fundada hace 4200 años, por uno de los pueblos que conforma la estirpe Palestina: los jebuseos, pertenecientes al tronco cananeo. Su nombre original: Jebusalem, incorpora la palabra salem (salam) que significa paz. Los cananeos compartieron en completa armonía su territorio con los filisteos, Filistea se deriva de la palabra Filastin, que traducida al español significa palestina, su nombre ancestral.
Mil años después llegaron los hebreos conquistándola a sangre y fuego; los hebreos no fueron los primeros pobladores de Palestina y no fundaron Jerusalén.
Fuera de ello, la conquista nunca fue absoluta; y como dice el Antiguo Testamento: “Así pues, los hijos de Israel habitaron en medio del cananeo y del heteo, y del amorreo y del ferezeo y del heveo y del jebuseo.
“Y se casaron con sus hijas y dieron las suyas a los hijos de ellos y sirvieron a sus dioses” Jueces, Capítulo III, Versículo 5 y 6.
El Reino de Israel, unido, tan sólo dura 70 años en la Historia, desde que el Rey David (Profeta para el Islam), une las 12 tribus en el año 1000 AC; y 210 años adicionales, como un Israel dividido; ya que en el 930 AC, Israel se divide en dos reinos hostiles:
Israel, integrado por 10 tribus y Judea con 2.
En el año 720 AC los Asirios conquistan el Reino del Norte, Israel, (cuya capital era Sabastia, luego Samaria, no Jerusalén) y las tribus se dispersan. Hasta el día de hoy se sigue hablando de las 10 tribus perdidas del pueblo de Israel. ¿Dónde están? No emigraron. La respuesta es obvia: Se encuentran integradas con las otras etnias árabes de la región, especialmente con el pueblo palestino.
Israel ya no vuelve a mencionarse en toda la Historia, hasta la creación moderna del Estado de Israel en la Resolución 181 de las Naciones Unidas del 29 Nov. 1947, donde se ordena la partición de Palestina, en 2 Estados y una Jerusalén Internacional; y la proclama de Independencia de Israel el 14 de mayo de 1948.
En cuanto al Reino de Judea, en el año 586 AC es destruido por los babilonios. Diferente a Israel que no vuelve a mencionarse hasta los tiempos recientes, Judea renace como estado independiente otra vez en la historia durante 104 años, en el año 167 AC, un poco antes de la conquista romana, hasta el 63 AC, donde los romanos consolidan Palestina. Judea, es así parte de una de las 4 provincias de la Palestina histórica, llamada también la “Tetrarca de Filipo”: Judea, Samaria, Galilea e Idumea.
En resumen el pueblo palestino es así cananeo-filisteo, pueblos procedentes de la península arábiga que emigraron en una de las corrientes migratorias tempranas de esa península (2500 años antes de Cristo). Es básicamente de origen semita, con un fuerte elemento racial árabe peninsular y con influencias adicionales de otras etnias (asirio, arameo, babilonio, persa, griego, romano, armenio, turco y cruzado-europeo) y con un gran porcentaje de elemento hebreo.
Los israelitas dejan de mencionarse y en su lugar empiezan a mencionarse a los judíos, integrados básicamente por una sola tribu: la de Judá y con participación tan solo parcial de las tribus de Benjamín, Simeón y Levi. Y nada del resto de las otras 8.
El término árabe es un nombre genérico que se le da a un conjunto de naciones con similares características, costumbres y tradiciones y un idioma común. Equivale así al término hispanoamericano. Entre las diferentes naciones, hay diferencias raciales. Aún siendo Palestina fundamentalmente árabe, su nombre está inmerso entre el cúmulo de peculiaridades que comprende la Nación árabe. Palestina es así, la patria histórica de los palestinos y no, la patria de los árabes de la península arábiga, y diferente a éstos, su permanencia en Palestina es ancestral, (hasta el punto de que es históricamente evidente que los palestinos son los pueblos originarios de Palestina).
Con la repartición, el Mundo Occidental pagó sus culpas con el dolor ajeno. El escenario cambió así dramáticamente. Nadie puede negar que los judíos fueron las víctimas inocentes de una campaña de persecución, sistemática y de desinformación, donde las víctimas reales se transformaban en supuestos victimarios, de parte de la Europa cristiana, quien los transformó incluso, sin serlo, en un pueblo deicida; eso terminó en 1944. El pueblo judío deja de ser perseguido, después de miles de años de injusticia. Pero se tiene otra víctima: el pueblo palestino; y por derivada: la nación árabe y el Islam. No obstante lo anterior, el Estado de Israel está constituido y es una realidad. Lo que falta (y que fue parte de la misma resolución 181 de las Naciones Unidas) es la creación del Estado Árabe de Palestina, donde ambos pueblos vivan en paz, con justicia, amor y concordia. Ojala!...
Y Nosotros. ¿Qué somos? Historia, actualidad y destino.
En tiempos de la conquista española de las Indias (Nuestra América), Siglo XVI y XVII, vino la primera emigración masiva de árabes y judíos españoles, conversos o aparentemente conversos hacia América, buscando territorios alejados de una Inquisición sumamente cruel; y logrando nuevas oportunidades, en un Mundo, recién descubierto, que necesitaba urgentemente de artesanos: carpinteros, albañiles, agricultores, constructores, orfebres, marinos, talabarteros, herreros; agricultores, comerciantes, etc. Trabajos que a un hidalgo español, le resultaban despreciables; bien se decía: “Juego de manos, juego de villanos”.
La cantidad de árabes españoles, musulmanes, recientemente “conversos” al cristianismo era tan grande, que puede ejemplarizarse en que todas las construcciones de dicha época colonial eran de estilo morisco, mudéjar o árabe-español. Esa sangre árabe, se encuentra masivamente mezclada en el pueblo salvadoreño, hasta el punto de que el insigne escritor salvadoreño Álvaro Menéndez Leal manifestara que: “todos los salvadoreños tienen sangre árabe en sus venas”.
Muchos años después, a finales del siglo XIX y principios de siglo XX, vino una nueva inmigración árabe hacia América, esta vez de origen palestino, sirio y libanés; aunque en el caso de nuestro querido país, El Salvador, la mayoría eran de origen palestino y de éstos, un gran porcentaje de Belén, la ciudad santa, donde nació Jesús.
Dada la estructura clasista-racista de la época y estando estratificada la sociedad, la presencia de una nueva; diferente y masiva inmigración, que demostró ser exitosa en poco tiempo; con una capacidad de adaptación inimaginable antes; provocó resquemores del grupo dominante y se dictaron leyes en su contra. De nada sirvieron, ya que los árabes palestinos siguieron progresando. Las leyes no detuvieron a los que estaban adentro; entonces se decidió: Ninguno más. En 1932, luego que el levantamiento indígena fuera masacrado, en tiempos del General Maximiliano Hernández Martínez, se prohibió su entrada.
“Se prohibe la entrada de negros, chinos y árabes (a los comúnmente llamados turcos), aunque vengan éstos con pasaportes de otras nacionalidades y de otras latitudes, por tratarse de razas perniciosas”.
Y a los que estaban se les marginó; se promulgaron leyes en su contra, no se les permitía naturalizarse, se les negaba pasaporte o se les ponía trabas para obtenerlo, aún a los nacidos en El Salvador, no se les permitía comprar propiedades, se les prohibía el comercio en pequeño, se les discriminó y calumnió.
Pero a pesar de todo, el árabe surgió, y ahora, con ese gran triunfo logrado y el gran aporte, entregado a la Patria Salvadoreña, en todos los aspectos, demostramos que no somos razas perniciosas, sino todo lo contrario.
¡Aquí estamos! Y Dios mediante aquí permaneceremos, recibiendo y aportando nuevos beneficios a nuestra querida Patria “El Salvador”.
Está empezando la quinta y sexta generación, coexistiendo, y nuestra Comunidad ya echó raíces profundas en esta tierra; ningún problema hizo que el palestino inmigrante se fuera, ni en los terremotos, ni con las erupciones volcánicas; ni con las persecuciones, ni en la guerra, ni con la delincuencia; ni con la situación política difícil; ni con los problemas económicos; ni con las inundaciones; ni ante las enfermedades; ni ante nada ni ante nadie, y somos tan salvadoreños ahora, como cualquier otro, o más. Somos así, salvadoreños 100%; orgullosos de pertenecer a esta Patria bendita El Salvador; pero también orgullosos de ser de origen árabe: un pueblo con amplia cultura, maestro de Europa en la Edad Antigua y también en la Edad Media, y con la peculiaridad especial de ser árabe-palestino: un pueblo culto, altivo y generoso, amante de la paz, pero también conocedor de sus derechos inalienables.
No hay duda, de que el inmigrante árabe estaba dotado de características muy propicias para desarrollar todo tipo de actividades comerciales, incluso las más arriesgadas. Sin despreciar otros rasgos de su personalidad, llamaba la atención, por su claro perfil económico, caracterizado básicamente por su capacidad para emprender. Otra cualidad que le ayudó en esta iniciativa fue su espíritu de superación y el deseo permanente de ser el mejor y de esforzarse por salir adelante en todos los proyectos iniciados. A esto se derivó el éxito económico en el desarrollo de la empresa privada, su contante actuación en la vida pública y su notable prestigio profesional en los más diversos campos de la cultura.
Se puede decir que la inmigración árabe ha constituido un real aporte a El Salvador. Su huella se puede apreciar en todos los ámbitos.
El escritor Gabriel García Márquez, premio Nóbel de literatura, define ese carácter brillante, en su célebre obra: 100 Años de Soledad.
Macondo era un pueblo pintoresco, pero sobrevino la desgracia, después de llover constantemente por casi 5 años, quedó totalmente en ruinas: casi todos se fueron: “los advenedizos, que se fugaron de Macondo tan atolondradamente como habían llegado”; la compañía bananera desmanteló sus instalaciones; el grupo dominante y el gran capital; los grupos empresariales, habían abandonado el pueblo; todos, menos los árabes. Y cuando la lluvia cesó, textualmente agrega: “La calle de los turcos, era otra vez la de antes, la de los tiempos en que los árabes hallaron en Macondo un buen recodo para descansar de su condición de gente trashumante. Al otro lado de la lluvia, la mercancía de los bazares estaba cayéndose a pedazos, los géneros abiertos en la puerta estaban veteados de musgo, los mostradores socavados por el comején y sus paredes carcomidas por la humedad; pero los árabes de la tercera generación estaban sentados en el mismo lugar y en la misma actitud de sus padres y sus abuelos, taciturnos, impávidos, invulnerables al tiempo y al desastre; tan vivos o tan muertos como estuvieron después de la peste del insomnio y de las 32 guerras del General Aureliano Buendía. Era tan asombrosa su fortaleza de ánimo ante los escombros.
Y nosotros puntualizamos:
Si pensamos en función país, este carácter del árabe debió ser aplaudido y no temido. En lugar de reprimirla debería haber sido fomentada. Pero los mismos de siempre, no pueden soportar la competencia, porque no se sienten capaces. Triunfan con todas las leyes a su favor y el poder en sus manos.
La emigración árabe (en su mayoría de origen palestino) es parte integrante del pueblo salvadoreño. El dinamismo, la perseverancia, su innata capacidad y su voluntad de triunfar, llevaron al árabe, al lugar donde se encuentra. El capital logrado merece un aplauso, porque el único capital digno de elogio es el conseguido con esfuerzo y honradez.
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