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domingo, 2 de junio de 2013

Suníes y alauíes, unidos por el rap

Suníes y alauíes, unidos por el rap


Dejadnos vivir, vivir un poco el presente

02/06/2013 - Autor: Mónica G. Prieto · Trípoli/Beirut - Fuente: periodismohumano



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Jóvenes de Cross Arts, en una actuación celebrada en la Universidad Americana de Beirut. (Mónica G. Prieto)
Jóvenes de Cross Arts, en una actuación celebrada en la Universidad Americana de Beirut. (Mónica G. Prieto)

En Trípoli, en el Jabal y en la zona de Tabbaneh hay gente que recibe las balas cuyo ruido me hace daño.

No me importa más que el hecho de que eres un ser humano. No hay diferencia para mí en que seas suní o alauí, no distingo entre ambos.

Quiero que la gente cierre la boca y no haga esa pregunta de dónde vives.  No al sectarismo. Seas de donde seas, ojalá seas de Marte.

En realidad, sólo los implicados en el disco que acoge esta canción podrían ser de Marte. Tan ajenas parecen sus presencias fibrosas, entusiastas, curiosas y vitales a las que suelen poblar las calles de los barrios que comparten, en la localidad libanesa de Trípoli, donde desde hace una semana los hombres se consagran a los combates. Sus voces suenan a alienígenas en un entorno dónde sólo se hacen oir las consignas religiosas, los disparos y explosiones y los alaridos del duelo. Los raperos de Tripoli Hip Hop Revolution tenían todo para terminan nutriendo las filas del radicalismo, pero optaron por cantar. O bailar. O pintar grafittis. Todo, gracias a la ONG empeñada en acabar, aunque sea individualmente, con la violencia que ha convertido la ciudad en una sombra de sí misma.

En la última semana, las balas no han cesado de cobrarse vidas. Al menos 30 personas han muerto en los barrios implicados en los combates -que suelen enfrentar a la barriada alauí de Jabal al Mohsen y a su equivalente suní de Bab al Tabbaneh, apoyado por los barrios circundantes de Qibbeh, Shaarani y Mankoubin- que replican, a pequeña escala, los acontecimientos en Siria. La batalla por la localidad siria de Quseir, donde combaten cientos de miembros de Hizbulá, ha reactivado la particular guerra en Trípoli y amenaza con extenderse en el tiempo y en el espacio: tras un discurso del secretario general del Partido de Dios chií, Hassan Nasrallah, en el que prometía otra “victoria” en Siria y animaba a la población suní libanesa en desacuerdo con él a combatirle en el país vecino, dos cohetes de 107 milímetros impactaban el domingo en los barrios chiíes de Beirut, en una señal de cómo la situación en el Líbano se va rápidamente de las manos.Las iniciativas de ONG y activistas para intentar evitar una nueva guerra civil se multiplican al ritmo de los problemas. Con una población refugiada equivalente al 25% de los residentes del país del Cedro, las tensiones y el contagio de la guerra civil siria hacen previsiblemente inminentes los enfrentamientos entre chiíes y suníes en un país cuyas milicias nunca se desarmaron y con rencores aún vivos de conflictos pasados. Sin embargo, las convocatorias que claman por la tolerancia y la convivencia no suelen atraer demasiado interés: las marchas convocadas en Beirut para denunciar la violencia en Trípoli apenas contaron con decenas de personas.

En Trípoli, envenenada por los rencores de la guerra civil libanesa y por el conflicto sirio, los miembros de Cross Arts, la ONG que fomenta la cultura (desde el teatro al hip hop pasando por el graffiti) destacan con luz propia. Sobre todo,  dado que los jóvenes suponen un desafío al sistema que las rivalidades políticas pretenden haber instalado de forma incontestable: del largo centenar de integrantes 23 de ellos son de Bab al Tabbaneh, el miserable barrio salafista que se enfrenta por las armas con sus vecinos de Jabal al Mohsen, la barriada alauí de donde provienen otros 20 de los miembros. Sin Cross Arts, lo único que intercambiarían estos jóvenes serían disparos: ahora comparten talento. “Nosotros combatimos mediante el hip hip. No estamos involucrados en una guerra sectaria sino en una guerra contra la marginación de quienes se oponen a la violencia. La guerra no es cosa de los tripolitanos, es un juego político”, denuncia Kamal Abbas, 42 años, uno de los fundadores de la ONG.

Creada en 2010 por Abbas y su amigo Baraq Sabah, Cross Arts ejemplifica el esfuerzo de individuos y asociaciones civiles libanesas para frenar o evitar un nuevo conflicto civil que parece inevitable. “Es un placer verles ensayar sin pelearse. Se forman y se divierten juntos”, prosigue Kamal, mientras observa al grupo ejecutar una actuación de break dance en el campus de la Universidad Americana de Beirut (AUB). En el contexto tripolitano, donde alauíes y suníes son enemigos acérrimos que no están destinados a encontrarse sin la mediación de las armas, la presencia de jóvenes de ambas religiones dispuestos a bromear y ayudarse supone un raro alivio y una esperanza. También es la constatación de que la rebelión de unos pocos puede cambiar las cosas.


“Durante la guerra civil, Trípoli era un laboratorio cultural y social”, rememora en tono nostálgico Jean Haggar, de 46 años, 28 de ellos trabajando con ONGs e iniciativas civiles en Oriente Próximo. “Entre 1984 y 1990 había mucha vida cultural, aunque es cierto que no teníamos la actual tensión, si bien en Jabal al Mohsen y Bab al Tabbaneh sí había los mismos combates entre tropas sirias e islamistas”. Haggar se trasladó por motivos profesionales a Marruecos hace 20 años, para regresar en 2010 y no reconocer en su ciudad el reducto cultural de antaño. “La mayoría de la gente que vive en buena posición no conoce el centro de la ciudad porque tiene miedo a los combates. Cross Arts pretende cambiar esa percepción y devolver la ciudad a sus habitantes”.

Lo cierto es que los combates que antes se limitaban a Bab al Tabbaneh y Jabal Mohsen ahora se han extendido a otros barrios e incluso a la céntrica plaza Nour, paralizando de facto la vida en buena parte de la ciudad. Cuando Samer Annous, director de Artes Cinematográficas de la Universidad de Balamand, intuye que se acerca una nueva explosión de violencia en su ciudad, en lugar de buscar un fusil, abre su portatil y se conecta a Internet. Su mecanismo de defensa ante la impotencia de las balas es convocar, mediante su grupo Facebook, a otros ciudadanos tripolitanos que, como él, se rebelan ante la idea de estar secuestrados por la violencia. Acuerdan una hora y un lugar donde encontrarse, y acuden mascando silencio y rabia para dar testimonio de su oposición.

Cadena humana por la paz celebrada en la antigua línea de frente de Beirut. En la pared, retratos de combatientes fallecidos recientemente. (Mónica G. Prieto)

“Protestar es lo único que podemos hacer si rechazamos ser ovejas o milicianos”, explica este joven fundador del grupo Tripoli Arms Free, una iniciativa civil que busca la desmilitarización de una ciudad considera feudo del salafismo libanés,  donde la violencia del país vecino ha acrecentado la tensión comunitaria.

Annous inició las movilizaciones hace dos años, cuando la dimisión del entonces primer ministro, el suní Saad Hariri, y la imposición del magnate Najib Miqati como jefe del Gobierno desató una oleada de protestas que terminaron a tiros en todo el Líbano. “Pensamos que debíamos hacer algo. Lo único que se nos ocurrió fue juntarnos 20 o 30 amigos mediante Facebook, ir a la sede del Gobierno en Trípoli y posar con carteles que decían: Es inaceptable”.

Desde entonces, el escaso seguimiento de sus iniciativas es una constante pero no desmotiva al profesor. “Cada ronda de enfrentamientos es respondida por manifestación pacífica”, explica. La marcha que más gente logró atraer no contó con más de 300 personas. “El problema es que no hay un Estado propiamente dicho. Se ve a los líderes como proveedores de servicios a título personal, y no hay alternativa a ellos. Ellos conceden becas, tratamiento médico… la gente es rehén de este sistema. Si tienes contacto con ellos, un diputados puede arreglar cualquier cosa, desde una violación hasta un caso de tráfico de armas”, denuncia.

Pero los políticos libaneses, maestros del espectáculo, juegan a los dos bandos. Desestabilizan con sus declaraciones y luego llaman a las protestas contra la violencia que ellos mismos promueven. A mediados de abril, una marcha convocada por las instituciones en respuesta a los enfrentamientos de Trípoli arrastraba a centenares de personas a las calles de la histórica ciudad portuaria. “Aunque queráis la guerra, no estallará”, decía una de las pancartas, en rechazo a una de las ideas más generalizadas en el país del Cedro, según la cual el próximo conflicto saldrá de las trincheras de Bab al Tabbaneh y Jabal al Mohsen, un espejo de las tensiones regionales.



Líderes religiosos de diversas confesiones en un acto por la paz. (Mónica G. Prieto)

Los manifestantes –entre ellos, conocidos líderes políticos- pedían irónicamente que los políticos se “pongan del lado de la ciudad” y que ésta pase a ser conocida como un “lugar de coexistencia y no de combates”. Algo que resulta difícil, dado que algunos de sus líderes más prominentes tienen sus propios grupos armados y que incluso han sido acusados de pagar por iniciar los enfrentamientos bajo órdenes de poderes externos. Aún resuena la polémica creada por el diputado Moein Merhebi hace unas semanas cuando, enfadado por el atasco creado por un control militar, sacó un fusil automático de su coche y comenzó a disparar al aire. Ni siquiera fue detenido.

Ese doble rasero explica, a juicio del ex diputado Misbah Ahdab, que la sociedad libanesa no responda de forma masiva a ningún llamamiento para protestar. “La sociedad civil está inflitrada por los poderes políticos. No tiene ninguna credibilidad porque carecen de líderes y de programa. La gente cree que la situación está fuera de sus manos, y por eso la sociedad está desestructurada”.



Jóvenes de Cross Arts, en una actuación celebrada en la Universidad Americana de Beirut. (Mónica G. Prieto)

Vicepresidente del Movimiento muticonfesional para la Renovación Democrática, desde que se distanció de los grandes partidos libaneses no ha renovado su escaño de diputado. Ahora pasa su tiempo en Trípoli, entrevistándose con los agentes en conflicto y buscando márgenes de maniobra que, en su opinión, no se presentan. “La dinámica se dirige hacia la radicalización, y se ve llegar desde hace años en forma de armas. Llegan las ONG del Golfo y reparten dinero para ayudar a grupos suníes que, a su vez, se compran una ametralladora de 4.000 dólares que hay que alimentar con 1.000 dólares de munición cada vez que se usa”, dice sentado en el amplio salón de su casa, frente al Mediterráneo. Inquirido sobre si considera que la guerra es inevitable, asiente. “Vamos directos al caos, pero del caos surgen oportunidades”, reflexiona.

Samer Annous tenía 16 años cuando participó en su primer movimiento civil, en el año 1987 –en plena civil-  cruzando los checkpoints entre Beirut y el norte del país para reivindicar el final de las armas. “Al menos, no nos callábamos”, recuerda con cierto orgullo. Ahora, reclamar la convivencia y la paz está casi mal visto en la ciudad norteña, un reducto de pobreza y desempleo con un enorme potencial de radicalización religiosa. El propio Annous admite haber recibido amenazas de muerte por salir a las calles. “Alguien me dijo que mi vida no valía ni dos dólares”, asegura en referencia al coste de una bala.

Los fundadores de Cross Arts ya sufrieron la intolerancia en forma de golpes físicos cuando eran adolescentes, y siguen padeciendo presiones a las que no conceden más importancia. “En 1986 comenzamos a participar en competiciones de break-dance. Ensayábamos en la calle, y los islamistas decían que adorábamos al diablo, que éramos unos desviados. Teníamos 17 años”, se encoge de hombros Kamal. El momento más tenso se produjo cuando un grupo de radicales del Tawhid les golpeó en plena calle “por ser diferentes”, como incide Baraq. “Cuando vemos a todos estos jóvenes, con sueños y ambiciones, nos acordábamos de cómo nos trataban a nosotros. La idea es proporcionarles un espacio seguro”, continúa.

A los líderes salafistas que intentan atraer a los jóvenes a la yihad no les agradan precisamente las actividades de Cross Arts. “Cuando comenzamos Hip Hop Revolution, vinieron a vernos líderes salafistas y nos criticaron por tratar con chicos que se tatúan, o beben alcohol o consumen drogas. Les respondi: ‘Si sabéis darles una alternativa mejor, adelante’. Pero no tienen alternativa. Seguramente por eso, las familias nos piden que les mantengamos con nosotros en cuanto saben a qué nos dedicamos”, detalla Abbas.

Ambos coinciden con Samir en que la fuerza de los extremistas islámicos es exagerada por los medios, pero son conscientes de cómo es una de las principales inversiones de los países más conservadores del Golfo. “De 80 mezquitas, 40 son salafistas aunque el salafismo no representa ni a un 15% de la población”, aclara Misbah Ahdab, refiriéndose a templos que se han radicalizado tras recibir ayudas económicas de otros países árabes con una agenda determinada.Kamal y Barrak se han visto obligados a hacer un trabajo casi psicológico con los chicos que llegan a Cross Arts intrigados por un graffiti o una forma de bailar. “Tienen entre 17 y 25 años. Antes estaban bloqueados, no sabían ni querían tolerar al contrario. Ahora confían más en nostros que en sus propios padres”. No siempre logran sacarles de los combates, algo a lo que es difícil ser ajeno siendo vecino de Jabal al Mohsen o Bab al Tabbaneh. “Hay veces que se van a combatir y regresan para ensayar. Tratamos de explicarles que los golpes sólo provocan más golpes”, prosigue Kamal.

“Mi lápiz borra mi dolor. Es nuestra consigna y la idea que tratamos de meterles en la cabeza. Potenciamos la cultura para parar la guerra. Queremos pararla, pero por supuesto que la habrá porque los políticos así lo desean”, desgrana Barraq en un descanso del espectáculo de break-dance de los chicos. “Desde hace 20 años no paro de oir hablar de divisiones. A mí sólo me interesa promover la tolerancia”, denuncia. Como el resto de entrevistados, este artista se siente atrapado por un juego político superior a sus esfuerzos.

“Los líderes políticos y religiosos se aprovechan de nuestra sangre y traicionan nuestro país”, lamenta Samir Annous. “Bab al Tabbaneh no es considerada como suya por el resto de los tripolitanos. Ni viceversa. Allí, los hombres están en contra de las iniciativas pacíficas porque consideran que hay que vengarse. Se sienten negados por Tripoli y por Beirut. No hay plan de integración de esa gente”. Ni ningún deseo de invertir económicamente en este pozo de pobreza, destinado a radicalizar a una juventud sin inquietudes. “La gente no se queja porque recibe presiones. Los bandos están inflitrados por los servicios especiales, están protegidos por la Inteligencia”, denuncia el ex parlamentario Ahdab, buen conocedor de la situación de la ciudad. ¿Sabe cuándo se terminan los enfrentamientos? No cuando llega la orden, sino cuando se agota la munición”.

Cuál es tu nombre no importa, eres libanés.

Me gustaría que mucha gente gritara “no al sectarismo”.

Dejadme que exprese la tierra de la que estoy orgulloso y que hable el dialecto del lugar en el que llevo años viviendo.

Dejad que olvidemos el pasado un poco, dejad que vivamos el presente.

Dejadnos vivir, vivir un poco el presente.

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