Edward Said: la muerte de un intelectual público
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Por Maciek Wisniewski*
Hace 10 años (y un mes) –25 de septiembre– murió en Nueva York Edward W. Said (1935-2003). Prolífico académico palestino, uno de los fundadores del poscolonialismo, un intelectual público par excellence, crítico literario y musical, militante por la causa de su pueblo y por la justicia para todos los desposeídos, el principal representante del mundo árabe en las entrañas del imperio.
Preocupado por vincular la teoría con la práctica y la cultura con la política, en su opus magnum, Orientalismo (1978), haciendo conexiones entre estos ámbitos explicaba cómo mediante las técnicas narrativas el Occidente produjo al Oriente para poder someterlo. En Cultura e imperialismo (1993) extendía su argumento a otras partes del mundo. En todos los casos condenaba a los colonizadores y celebraba la resistencia de los colonizados.
Después de los atentados del 9/11, cuando la pereza intelectual y la miseria de la teoría (el choque de las civilizaciones, etcétera) se aliaron con el poder en una nueva ola belicista y colonial, su postura fue un oasis de la razón. Se oponía a las malinterpretaciones de Medio Oriente y a la erosión de la democracia con la guerra al terror. Su independencia e insumisión se reflejaban mejor en la compleja cuestión palestina: cuando creyó que Yasser Arafat –a quien acompañó por décadas– traicionó a su propio pueblo al firmar los acuerdos de paz de Oslo (1993) no dudó en denunciarlo y condenar el Versalles palestino.
Se negó a formar parte de la nueva élite política y administrativa que tachó de corrupta y autoritaria. Apoyó las intifadas, de las que la segunda también fue en contra de las autoridades palestinas. Sus libros fueron vedados en los territorios autónomos: mostraban la realidad de la imparable colonización israelí, criticaban a nuestro Papa Doc (¡sic!).
Sea desde la cátedra o desde la calle, Said cuestionaba los discursos dominantes y provocaba discordias. Instintivamente estaba del otro lado del poder, junto al débil y no representado. Cómo uno de sus grandes mentores, Theodor W. Adorno, odiaba igualmente a todos los sistemas. Se consideraba el único verdadero seguidor de Adorno, e incluso el último intelectual judío –¡sic!– ( Ha’aretz, 18/9/00).
Parecía incansable –batallaba con leucemia durante 12 años– y siempre optimista: el trabajo intelectual y político no tendría sentido si uno fuera pesimista ( Electronic Intifada, 10/3/03), pero después de la invasión a Irak, decidió retirarse y dedicarse a otro de sus amores: la música (era un dotado pianista).
Junto con su amigo, el conductor argentino-israelí Daniel Barenboim, se centró en la West-Eastern Divan Orchestra, un foro de encuentro para los músicos árabes e israelíes, un proyecto que les valió en 2002 el Premio Príncipe de Asturias.
Para él, la música siempre era un poco subversiva y él actuaba como un verdadero intelectual de disonancia.
Barenboim anotaba que Said era un alma musical en el sentido más profundo: le gustaba formular ideas y conclusiones mediante la música y ver ésta como un reflejo de ideas que tenía sobre otras cosas ( Music quickens time, 2009).
Cuando lo encontró la muerte escribía su siguiente libro – Sobre el estilo tardío (2003), editado y publicado póstumamente– donde, como solía, tejía conexiones entre música, literatura y política.
Tomando prestado el término el estilo tardío ( Spätstil) de Adorno y su análisis de la última época de Beethoven (la Novena Sinfonía, Missa Solemnis, seis cuartetos para cuerdas, etcétera), ofrecía una mirada original de la obra y vida de Strauss, Mozart, Genet, Mann, Britten, Visconti o Lampedusa.
Dejaba también pistas para comprender su propia postura: frente a Jean-Paul Sartre (uno de sus maestros), que nunca dijo nada sobre los derechos de los palestinos temiendo las acusaciones de antisemitismo, evocaba a Jean Genet, una de las pocas figuras públicas que en los años 70 y 80 se atrevieron a apoyar la lucha palestina (subrayando de paso que este compromiso estuvo vinculado con su orientación sexual y consciencia de marginalidad que le generaba la empatía con los oprimidos, véase también: La homosexualidad y su potencial político, en: La Jornada, 30/8/13).
Un intelectual público –como Genet que en su época tardía también se convirtió en uno– no puede tener miedo, y Said no temía a nada y a nadie.
Así, Enzo Traverso, con razón, en el comienzo de su nuevo libro – ¿Dónde están los intelectuales? (2013)– lo pone como ejemplo de valentía y congruencia, recordando la famosa foto del profesor palestino aventando piedras a los soldados israelíes (3/7/00).
Según Traverso, una de las razones del ocaso de los intelectuales públicos (siendo Said uno de los últimos de su especie) es el poder de los medios que confiscaron el debate intelectual.
En el mismo sentido va Henry Giroux, apuntando al poder concentrado del dinero que destruye los espacios públicos; para él, Said era también un ejemplo de lucha por la educación desvinculada del mercado, un proponente de la pedagogía pública de estar despierto –una metáfora central de Said– que fomentaba la consciencia y revelaba los mecanismos del poder ( The disappearance of public intellectuals, en: Counterpunch, 8/10/12).
Suena Beethoven, los cuartetos de cuerdas tardíos ( The late string quartets, Deutsche Grammophon, 2003).
En Polonia ya es la mitad del otoño, todo está cubierto de hojas caídas, amarillentas y amarronadas que el viento se lleva por donde quiera; debajo de los árboles se apilan las castañas, símbolo de la estación (como en la portada del disco).
Edward W. Said se iba en el mismo tiempo y escenario, también ya en el otoño de su vida creativa, pero como bien apunta Michael Wood –editor de su último libro– lejos aún de la verdadera época tardía.
En el décimo aniversario de su muerte, qué mejor homenaje que la música: sirve para soñar, pero también para mantenerse despierto. Cavatina se convierte en Fuga y llega al Finale.
* Periodista polaco
Hace 10 años (y un mes) –25 de septiembre– murió en Nueva York Edward W. Said (1935-2003). Prolífico académico palestino, uno de los fundadores del poscolonialismo, un intelectual público par excellence, crítico literario y musical, militante por la causa de su pueblo y por la justicia para todos los desposeídos, el principal representante del mundo árabe en las entrañas del imperio.
Preocupado por vincular la teoría con la práctica y la cultura con la política, en su opus magnum, Orientalismo (1978), haciendo conexiones entre estos ámbitos explicaba cómo mediante las técnicas narrativas el Occidente produjo al Oriente para poder someterlo. En Cultura e imperialismo (1993) extendía su argumento a otras partes del mundo. En todos los casos condenaba a los colonizadores y celebraba la resistencia de los colonizados.
Después de los atentados del 9/11, cuando la pereza intelectual y la miseria de la teoría (el choque de las civilizaciones, etcétera) se aliaron con el poder en una nueva ola belicista y colonial, su postura fue un oasis de la razón. Se oponía a las malinterpretaciones de Medio Oriente y a la erosión de la democracia con la guerra al terror. Su independencia e insumisión se reflejaban mejor en la compleja cuestión palestina: cuando creyó que Yasser Arafat –a quien acompañó por décadas– traicionó a su propio pueblo al firmar los acuerdos de paz de Oslo (1993) no dudó en denunciarlo y condenar el Versalles palestino.
Se negó a formar parte de la nueva élite política y administrativa que tachó de corrupta y autoritaria. Apoyó las intifadas, de las que la segunda también fue en contra de las autoridades palestinas. Sus libros fueron vedados en los territorios autónomos: mostraban la realidad de la imparable colonización israelí, criticaban a nuestro Papa Doc (¡sic!).
Sea desde la cátedra o desde la calle, Said cuestionaba los discursos dominantes y provocaba discordias. Instintivamente estaba del otro lado del poder, junto al débil y no representado. Cómo uno de sus grandes mentores, Theodor W. Adorno, odiaba igualmente a todos los sistemas. Se consideraba el único verdadero seguidor de Adorno, e incluso el último intelectual judío –¡sic!– ( Ha’aretz, 18/9/00).
Parecía incansable –batallaba con leucemia durante 12 años– y siempre optimista: el trabajo intelectual y político no tendría sentido si uno fuera pesimista ( Electronic Intifada, 10/3/03), pero después de la invasión a Irak, decidió retirarse y dedicarse a otro de sus amores: la música (era un dotado pianista).
Junto con su amigo, el conductor argentino-israelí Daniel Barenboim, se centró en la West-Eastern Divan Orchestra, un foro de encuentro para los músicos árabes e israelíes, un proyecto que les valió en 2002 el Premio Príncipe de Asturias.
Para él, la música siempre era un poco subversiva y él actuaba como un verdadero intelectual de disonancia.
Barenboim anotaba que Said era un alma musical en el sentido más profundo: le gustaba formular ideas y conclusiones mediante la música y ver ésta como un reflejo de ideas que tenía sobre otras cosas ( Music quickens time, 2009).
Cuando lo encontró la muerte escribía su siguiente libro – Sobre el estilo tardío (2003), editado y publicado póstumamente– donde, como solía, tejía conexiones entre música, literatura y política.
Tomando prestado el término el estilo tardío ( Spätstil) de Adorno y su análisis de la última época de Beethoven (la Novena Sinfonía, Missa Solemnis, seis cuartetos para cuerdas, etcétera), ofrecía una mirada original de la obra y vida de Strauss, Mozart, Genet, Mann, Britten, Visconti o Lampedusa.
Dejaba también pistas para comprender su propia postura: frente a Jean-Paul Sartre (uno de sus maestros), que nunca dijo nada sobre los derechos de los palestinos temiendo las acusaciones de antisemitismo, evocaba a Jean Genet, una de las pocas figuras públicas que en los años 70 y 80 se atrevieron a apoyar la lucha palestina (subrayando de paso que este compromiso estuvo vinculado con su orientación sexual y consciencia de marginalidad que le generaba la empatía con los oprimidos, véase también: La homosexualidad y su potencial político, en: La Jornada, 30/8/13).
Un intelectual público –como Genet que en su época tardía también se convirtió en uno– no puede tener miedo, y Said no temía a nada y a nadie.
Así, Enzo Traverso, con razón, en el comienzo de su nuevo libro – ¿Dónde están los intelectuales? (2013)– lo pone como ejemplo de valentía y congruencia, recordando la famosa foto del profesor palestino aventando piedras a los soldados israelíes (3/7/00).
Según Traverso, una de las razones del ocaso de los intelectuales públicos (siendo Said uno de los últimos de su especie) es el poder de los medios que confiscaron el debate intelectual.
En el mismo sentido va Henry Giroux, apuntando al poder concentrado del dinero que destruye los espacios públicos; para él, Said era también un ejemplo de lucha por la educación desvinculada del mercado, un proponente de la pedagogía pública de estar despierto –una metáfora central de Said– que fomentaba la consciencia y revelaba los mecanismos del poder ( The disappearance of public intellectuals, en: Counterpunch, 8/10/12).
Suena Beethoven, los cuartetos de cuerdas tardíos ( The late string quartets, Deutsche Grammophon, 2003).
En Polonia ya es la mitad del otoño, todo está cubierto de hojas caídas, amarillentas y amarronadas que el viento se lleva por donde quiera; debajo de los árboles se apilan las castañas, símbolo de la estación (como en la portada del disco).
Edward W. Said se iba en el mismo tiempo y escenario, también ya en el otoño de su vida creativa, pero como bien apunta Michael Wood –editor de su último libro– lejos aún de la verdadera época tardía.
En el décimo aniversario de su muerte, qué mejor homenaje que la música: sirve para soñar, pero también para mantenerse despierto. Cavatina se convierte en Fuga y llega al Finale.
* Periodista polaco
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