Libro en PDF 10 MITOS identidad mexicana (PROFECIA POSCOVID)

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martes, 28 de abril de 2015

Vídeos asesinos

 
opinion

Si te dicen que fue un suicidio, ya sabes: entonces es que la prensa no estaba allí. Es una línea de una canción que escribió un hermano mío, involucrado en ciertas luchas sociales. Resume, de una forma un tanto dramática, el papel que los periodistas han jugado desde que se inventó el oficio: documentar lo que ocurre, en contra del poder de turno. En la convicción, mil veces confirmada, que documentarlo puede evitar que ocurra: el poder prefiere cometer sus atropellos a escondidas, porque necesita mantener una buena imagen.
Porque el poder depende del respaldo, activo o pasivo, de la muchedumbre, y mostrar, demostrar lo que hace, puede conducir a que el pueblo deje de respaldarlo. Por eso, la presencia de una cámara de televisión en un conflicto cualquiera suele ser un alivio para quienes sufren la violencia: ni a los gobiernos les gusta tener que responder en Naciones Unidas a preguntas incómodas, ni las guerrillas quieren ensuciar su imagen ante las redes de simpatizantes en medio mundo, esos que necesitan creer en la pureza de las armas. La revolución será televisada, pero las atrocidades no.
Damasco niega ser culpable de los ataques con gas. El ISIL no niega nada. Exhibe impúdicamente
Esta simple ecuación ha fallado en Siria. Estrepitosamente. Ya es difícil documentar las masacres que comete el régimen de Asad, pero ahí al menos se cumple la condición de base: Damasco niega ser culpable de los ataques con gas, no permite que se muestren sus atrocidades. El Estado Islámico no niega nada. Exhibe impúdicamente.
Toda guerra es psicológica: amedrentar al enemigo forma parte del combate. También el régimen sirio lo hace, mediante las milicias shabbiha: matar a los posibles opositores de la forma más espantosa forma parte de su táctica. Dicen que por ahí circulan vídeos inenarrables, obviamente grabados por los propios sicarios, se debe suponer que con la intención de dejar en shock a quien piense pasarse a la oposición. Pero al régimen sirio no se le ocurre difundirlos bajo su nombre. Al Estado Islámico sí. Se crece con cada atrocidad cometida ante las cámaras.
¿Hay que apagar las cámaras? Un reportero español – no recuerdo su nombre – en una guerra africana, creo que fue Sierra Leona, fue testigo de cómo un grupo de milicianos apresaba a un supuesto adversario y lo fue apaleando cada vez con mayor saña. La cámara los excitaba. Al notarlo, el periodista apagó el aparato. La situación se fue calmando.
Los vídeos del ISIL tienen un montaje digno de Hollywood. Pensado para fans de Juego de Tronos
Pero esto era una exhibición de virilidad de unos combatientes embriagados por la sensación de ser protagonistas por un día, probablemente sin mirar más allá de la punta de sus machetes. El Estado Islámico es otra cosa. En primer lugar, las cámaras son de ellos. Cámaras muy profesionales, donde todo está calculado: en ángulo, el enfoque, el cambio de plano, con un montaje digno de los grandes estudios de Hollywood. Pensado para fans deJuego de Tronos.
También las vías de difusión son de ellos. Ninguno de los diarios digitales en los que leí la noticia del piloto jordano quemado vivo ofrecía el vídeo; todo se reducía a un fotograma. Ni había enlace: imagino que todos los periodistas juzgaban su difusión contraria a su sentido de la ética o de la oportunidad. Ni falta que hacía: la secuencia circulaba por Facebook a las pocas horas (acompañada, por supuesto, de gritos de horror). Sin que parezca que vaya a acarrear consecuencias: Facebook sólo te cierra la cuenta si publicas una foto tuya en tetas. Según la ideología norteamericana, que en este punto no se diferencia de la de Arabia Saudí, un pezón es más nocivo para el bien común que una muerte atroz en directo.
No cabe duda que la noticia en sí, aun sin video, es la plataforma que permite al Estado Islámico (usaré las siglas ISIL) alcanzar en cuestión de veinticuatro horas prácticamente a toda la población del globo. Que esta es su intención ha quedado más que claro.

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