Acerca de estallidos sociales y coronavirus
El pasado octubre de 2019 cuando se produjo un estallido social en Chile, parecía que de pronto se hubiese reventado el muro de contención de una represa, y toda el agua acumulada durante años hubiese salido de golpe y desbordara arrasando todo a su paso.
Ya había habido situaciones similares de modo reciente en Ecuador y Perú, y en Haití la convulsión social llevaba meses.
Sin embargo, lo ocurrido en Chile fue sorpresivo e inesperado, dada la prolongada situación de aguante y resignación que se ha hecho costumbre respecto a las situaciones desfavorables en estas tierras.
De hecho, había estado a mediados de año en El Chaco, norte de Argentina, en una de las provincias más empobrecidas de ese país, y la tensión acumulada era palpable, por lo que no se entiende cómo estalló aquí y no allí.
No obstante, aunque la situación es general y común a la mayor parte de América Latina tanto como a otras regiones del mundo, particularmente acá se da sobre el contexto de enfrentamiento de bloques e intereses geopolíticos, en el que EE.UU., perdiendo pie frente a Rusia y China en otros escenarios, intenta mantener su hegemonía en el continente reflotando la doctrina Monroe “América para los (norte)americanos”
Esto en las últimas décadas lo ha intentado de una manera distinta a la practicada durante los 60 y 70 del siglo pasado, décadas en las que, a través de su ministro de relaciones exteriores, Henry Kissinger, coordinó una seguidilla de golpes de estado en alianza con los militares de cada país para deponer a cualquier líder que se opusiera a sus planes e intereses o no los facilitara.
En cambio, durante las últimas décadas hemos visto una intervención menos tosca y algo más indirecta a través de la obstrucción del desarrollo de procesos de luchas sociales, valiéndose de los aparatos judiciales de cada país que en lugar de disparar y asaltar con armas a los líderes que buscan la mejora de las condiciones sociales de su gente, simplemente urden cínicos procesos judiciales bajo acusaciones de corrupción.
Ha sido el caso de Lula da Silva primero y Dilma Rouseff después en Brasil, de Rafael Correa en Ecuador, de Cristina Kirshner en Argentina, incluso del golpe contra Evo Morales en Bolivia, algo más aparatoso y donde no pudieron evitar que se asomaran también las armas y la sangre.
No es el caso de Chile, porque acá en lugar de un líder que intentara mejorar las condiciones sociales de su gente tenemos un presidente empresario (que en realidad se enriqueció extendiendo el sistema crediticio desde el nivel macroeconómico al microeconómico de las personas particulares) y que representa al uno por ciento que concentra la riqueza del país en connivencia con los poderes supranacionales interesados en tener a los países de la región como simples proveedores de materias primas. Semejante es el caso de Colombia, donde en el último año ya van en 109 los líderes sociales asesinados, cosa que aquí también ocurre, aunque en menor escala (porque la aparición de líderes de ese tipo también es menor)
Todo este cuadro, señala una situación donde como táctica general se procura, desde dentro y desde fuera de los países, la policialización de los conflictos sociales, lo que evidentemente no hace sino acumular una tensión que cuando la gente ya no puede soportar más, simplemente estalla.
Esto a su vez conduce a una serie de situaciones de desórdenes que estimula la imaginación de muchos en el sentido de creer que se producen revoluciones que cambiarán en un sentido positivo las condiciones de la gente, pero que, no obstante, en una segunda mirada, hacen temer un estado de hundimiento y precarización -no sólo material, sino que ante todo humana e intelectual de las muchedumbres- resultantes en un caos imposible de superar de manera rápida y sencilla.
Por supuesto decir esto nada tiene que ver con respaldar conservadurismos que no vienen al caso, pero sí es importante ver los peligros, y evitar ver más -así como menos- de lo que hay en todas estas situaciones.
La mejor prueba de lo que digo, y en contra de esas esperanzas fútiles, ha sido el impresionante despliegue de los medios en torno a una irrealidad, la “amenaza del coronavirus” como si del fin del mundo se tratase, mientras que el peligro real no es mayor al de las gripes que se extienden año a año. Aunque ya se habían visto intentos mediáticos semejantes en años pasados, como con el virus N1h1, por ejemplo.
Pero todavía más increíble aún ha sido el modo surrealista en el que las muchedumbres del mundo han entrado en la “hiperrealidad” fabricada por los medios, y cómo de ese modo se han disipado del horizonte próximo todos esos estallidos sociales que, para algunos venían poniendo en entredicho el modelo económico imperante, y que, para otros, señalaban el comienzo de un hundimiento de proporciones, el de la civilización occidental y su proyecto fáustico tecno-maquinista.
Toda esta situación que podríamos resumir como la incorporación de las muchedumbres del mundo a un show de Truman, ¿es buena o mala? Al-lah Sabe, pero el hundimiento antes aludido no será un paseíto de feria, pues quien vio Titanic ha de recordar que el sumergimiento de una masa colosal arrastra a todos los cuerpos menores de su entorno.
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