Independientemente de la histeria antichina del grupo que
impuso las respuestas políticas, falsamente sanitarias, adoptadas en Occidente
ante la epidemia de Covid-19, esta última ha puesto de relieve el hecho que
las naciones occidentales dependen de los productos de la industria china.
Nueva estrategia
antichina de Washington
Thierry Meyssan
4058a
DESPUÉS DE HABER comprobado esa dependencia, la
administración Trump ha pasado del deseo de reequilibrar los intercambios
comerciales a una lógica de enfrentamiento militar, aunque sin llegar a
recurrir a la guerra. Acaba de comenzar oficialmente la campaña de sabotaje
contra las llamadas «rutas de la seda».
UNA DE LAS consecuencias de esta epidemia de coronavirus es
que Occidente acabar de darse cuenta de lo mucho que depende de las
capacidades industriales de China. Europeos y estadounidenses comprobaron
repentinamente que no tenían cómo fabricar los millones de mascarillas
quirúrgicas cuyo uso querían imponer a toda la población.
Y tuvieron que ir a comprarlas en China, donde a menudo
llegaron a luchar entre sí en los aeropuertos, tratando de birlar a sus
“aliados” algún lote de las preciadas mascarillas quirúrgicas chinas.
En ese contexto de “sálvese quien pueda” generalizado, el
liderazgo de Estados Unidos a la cabeza de Occidente dejó tener de sentido. Es
por esa razón que Washington ha decidido renunciar a su anterior intención de
reequilibrar las relaciones comerciales con China para pasar a oponerse al
establecimiento de las llamadas «rutas de la seda» y ayudar los europeos a
relocalizar parte de sus industrias.
Esto podría ser un viraje decisivo: el cese parcial del
proceso de globalización iniciado con la desaparición de la Unión Soviética.
Pero, ¡cuidado! No se trata de una decisión económica de cuestionamiento de
los principios del libre intercambio, sino de una estrategia geopolítica
tendiente a sabotear las ambiciones chinas.
Campaña anti 5G
EL PRELUDIO de ese cambio de estrategia fue la campaña, no
sólo económica sino también política y militar, contra el gigante chino
Huawei. Estados Unidos y la OTAN dijeron temer que si Huawei obtenía acceso a
los contratos públicos occidentales para la instalación de la tecnología 5G,
el ejército chino podría interceptar las comunicaciones que pasarían por esos
canales. En realidad sabían que si China obtiene esos contratos, será el único
país técnicamente capaz de pasar a la etapa siguiente [1].
No es que la administración Trump se haya dejado ganar por
las ridículas fobias del grupo Amanecer Rojo [2], cuya obsesión antichina
viene de su visceral anticomunismo, sino que ha tomado conciencia de los
gigantescos progresos militares de China. Claro, el presupuesto del Ejército
Popular de Liberación es risible en comparación con el presupuesto de las
fuerzas armadas de Estados Unidos, pero es precisamente la estrategia china de
ahorro en el sector militar y los progresos técnicos chinos lo que hoy permite
a los militares chinos desafiar al leviatán estadounidense.
Al término de la Primera Guerra Mundial, los políticos
chinos del Kuomintang y del Partido Comunista emprendieron juntos la tarea de
reunificar su país y sacarlo del largo siglo de humillación colonial que había
vivido. Un líder del Kuomintang, Chang Kai-chek, trató de acabar con el
Partido Comunista, pero fue derrotado y tuvo que exilarse en Taiwán. Mao Zedong
siguió adelante con el sueño nacionalista, mientras orientaba el Partido
Comunista hacia una transformación social del país. Pero su objetivo siguió
siendo ante todo de carácter nacionalista, como quedó demostrado en 1969 con
el conflicto sino-ruso por la isla de Zhenbao.
En los años 1980, el almirante Liu Huaqing –quien reprimió
en 1989 el intento de golpe de Estado de Zhao Ziyang durante los
acontecimientos de la plaza Tiananmén– concibió una estrategia para mantener a
los ejércitos estadounidenses fuera de la zona cultural china. La República
Popular China ha venido aplicando pacientemente esa política desde hace 40
años. Sin provocar guerras, Pekín ha extendido su soberanía en el Mar de China
e impone límites a la marina de guerra de Estados Unidos. No está lejos el día
en que los navíos de guerra estadounidenses tendrán que retirarse de esa
región, dejando así vía libre a la recuperación de Taiwán por parte de China.
Uso de clase obrera china
Después de la disolución de la URSS, el entonces presidente
George Bush padre consideró que Estados Unidos ya no tenía rival en el mundo y
que había llegado el momento de hacer dinero. Desmovilizó un millón de
soldados estadounidenses y abrió el camino a la globalización financiera. Las
transnacionales estadounidenses trasladaron sus cadenas de producción a China,
donde sus productos comenzaron a ser fabricados por innumerables obreros
chinos, con menor formación pero que cobraban 20 veces menos que los obreros
estadounidenses. Poco a poco, casi todos los bienes de consumo que compran los
estadounidenses se importaban de China. La clase media estadounidense se
depauperó mientras que China perfeccionaba la formación de sus propios obreros
y se enriquecía. Gracias al principio del libre intercambio, otros países
occidentales, y finalmente del mundo entero, también comenzaron a trasladar su
producción industrial hacia China. Con el paso de los años, el Partido
Comunista decidió establecer un equivalente moderno de la antigua «Ruta de la
Seda» y, en 2013, eligió a Xi Jinping para realizar ese proyecto. Si llega a
concretarse, China podría llegar a tener en sus manos prácticamente el
monopolio de la producción industrial mundial.
Al decidir sabotear las «rutas de la seda», el presidente
Donald Trump trata de mantener a China fuera de lo que Estados Unidos
considera su propia zona cultural, como hace China al mantener a Estados
Unidos fuera de lo que Pekín considera la zona cultural china. Washington
podrá contar para ello con sus «aliados», cuyas sociedades ya están
prácticamente devastadas por la competencia de los excelentes productos chinos
a bajo precio.
4058b
Algunos de esos «aliados» de Washington ya viven, a causa
de esa situación, revueltas populares como la de los llamados Chalecos
Amarillos, en Francia. En tiempos de la antigua «Ruta de la Seda», China
aportaba a Europa productos completamente desconocidos en ese continente. En
nuestra época, las nuevas «rutas de la seda» llevan a Occidente productos
similares a los que pueden fabricarse en esa parte del mundo… pero mucho menos
caros.
La moderna ruta de la seda
Sin embargo, contrariamente a la creencia generalizada,
China podría renunciar a las nuevas «rutas de la seda», por razones de
geoestrategia y sin importar el monto de lo que ya ha invertido. Ya lo hizo en
el pasado. En el siglo XV, China proyectó abrir una “ruta de la seda”
marítima, envió a África y al Medio Oriente una formidable flota bajo las
órdenes del almirante Zheng He, «el eunuco de las tres joyas», pero finalmente
renunció al proyecto, llegando incluso a destruir su propia flota.
El secretario de Estado Mike Pompeo viajó a Israel, en pleno
periodo de confinamiento por el Covid-19. Allí trató de convencer a los dos
futuros primeros ministros —el colonialista judío Benyamin Netanyahu y el
nacionalista israelí Benny Gantz— para que pongan fin a las inversiones chinas
en Israel [3]. Las empresas chinas ya controlan la mitad del sector agrícola
israelí y en los próximos meses pasarían a garantizar el 90 por ciento de sus
intercambios comerciales. Mike Pompeo tratará de convencer también al
presidente de Egipto, Abdel Fattah al-Sissi, ya que el Canal de Suez y los
puertos israelíes de Haifa y Ashdod serían las terminales de la moderna «ruta
de la seda» en el Mediterráneo.
4058c
Después de varios intentos, China, teniendo en cuenta la
inestabilidad en Irak, Siria y Turquía, ha renunciado abrir su nueva «ruta de
la seda» a través de esos países. Entre Washington y Moscú existe un acuerdo
tácito para mantener, en cualquier lugar de la frontera sirio-turca, un
“bolsón” yihadista, como medio de convencer a China de que no es posible hacer
inversiones en esa zona. La intención de Moscú es asentar su alianza con Pekín
sobre «rutas de la seda» que pasarían por territorio ruso, en vez de transitar
por los países occidentales. Ese es el proyecto de «Gran Asociación
Euroasiática» del presidente Vladimir Putin [4].
Aparece así una y otra vez el mismo dilema, la llamada
«trampa de Tucídides»: ante el ascenso de una nueva potencia (China), la
potencia dominante (Estados Unidos) tiene la opción entre hacerle la guerra
(como sucedió entre Esparta y Atenas) o cederle espacio, lo cual equivale a
aceptar la división del mundo.
Fuente: https://www.voltairenet.org/article209926.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario