Las alabanzas más excelsas son para Allāhel altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

Hoy celebramos el Mawlid al-Nabi (el nacimiento del Profeta) una fiesta muy importante para la comunidad musulmana. Como todo lo que tenemos en este din pacificado, esta es una fiesta de recuerdo (tadhkira) y mesura para hacernos conscientes de la presencia del Mensajero de Allah ﷺ y su importancia en nuestras vidas. El único objetivo del islam es que recordemos, reconozcamos y nos entreguemos a la realidad (haqiqa) de Allah, el Altísimo en un mundo tan lleno de sombras, tan lleno de pesar,

Es muy difícil practicar el islam, reconocerse como musulmán o musulmana, si no se ama y comprende al más excelso de los Mensajeros ﷺ, porque su existencia fue como un resplandor de la luz de Allah. Un amor (mahabba), como pequeñas semillas de mostaza, cuya excepcionalidad es que hace brotar el Jardín en nuestros corazones y nos prepara para lo que habrá de venir. Pero mientras llega la recompensa, es en esta tierra donde tenemos que vivir y, sobre todo, donde tenemos que construir. Por eso, queridas hermanas y queridos hermanos, el Mawlid es una fiesta de regocijo porque Allah, el Altísimo, nos dio la oportunidad de tener un referente en esta mundanal vida de como vivir.

Vivir en el mundo fue la mayor de las enseñanzas del profeta Muhammad ﷺ. Él no fue ni un apocalíptico, ni un ascético, ni un majnun (poseído), tan solo fue un hombre investido de luz para hacer más fácil lo cotidiano. Su vida, aun excepcional en algunos sentidos, funciona como un espejo de como debemos afrontar la alegría, el dolor, el gozo, el sufrimiento, el placer, la familia, las rivalidades y envidias o la espiritualidad. Un musulmán, un creyente pacificado, reconoce en Sayyidina Muhammad ﷺ la simpleza de la espiritualidad y el final más noble a la profecía. Por eso, queridas hermanas y queridos hermanos, él no es un místico desapegado, ni un rey ávido de poder sino un humilde comerciante, del linaje de Ibrahim (as) e Ismail (as), que brotó en un tiempo tan oscuro y global como el nuestro con un mensaje (risala) universal.

Su mensaje, sus dichos (hadices), su espiritualidad sigue viva en nosotros y han pasado de generación en generación. La azalá que pidió Allah, el Altísimo, sobre él ﷺ: «Ciertamente, Allah y sus ángeles establecen azalá sobre el Profeta. ¡Oh, vosotros que creéis! ¡Estableced azalá y pacificado salam sobre él!» (Corán 33: 56). La azalá sobre él (salawats) esconden el secreto para que su luz siga presente, para que deje de ser un recuerdo de la memoria y se convierta en vivencia del ahora. El musulmán y la musulmana son exhortados desde el Corán a comprender que nuestro profeta no es historia, no es nostalgia, no es pasado sino presente y vida.

Muhammad ﷺ fue hijo de su tiempo, de su circunstancia y así aquellos que querían dudar del enorme poder del símbolo se enfrentaron con él. Sin miedo aceptó los designios, obedeció al altísimo, vivió cada instante, sonrió y lloró, experimentó la plenitud. Es un ejemplo cuando cada vez más Quraysh hipócritas, más faraones y más cafres se alzan en nuestro mundo, e incluso en nuestras propias comunidades, pidiéndonos totalizar nuestra vida según ellos nos sugieren en nombre de la Sunna, algo que en realidad es olvidarla.

Debe ser la Sunna la palabra clave para los musulmanes. El Corán es un libro, un mensaje, enviado para meditar y recitarlo. Nada más sagrado que eso. Mientras que la Sunna es una experiencia para vivirla y ponerla en práctica, pero no con absurdo literalismo sino con la vigencia que merece, con la ayuda que puede darnos. Tolerancia, respeto, justicia, sentimientos, grandeza y aceptación son algunos valores que de ella dimanan. La Sunna es para la humanidad un regalo tan grande que a veces nos pesa, y en nuestra comunidad pretendemos ir tan solo al Corán, cuando el Corán es la inabarcable palabra de Allah, el Altísimo. Vivir la Sunna, pero vivirla hoy, debe ser nuestra máxima prioridad por encima de morales, estéticas, culturas y modas. La Sunna es universal porque es el hacer de un hombre elegido por Allah, pero al fin y al cabo un ser humano como tú o como yo.

Y al final es el amor la pieza clave que sostiene toda la experiencia muhammadiana. No se trata de un amor idolátrico, sino de un amor germinante —en el sentido más hondo de mahabba— tan imbuido de rahma (matricialidad cósmica) y de luz que es perfecto para una humanidad en crisis consigo misma. Sabed, queridas hermanas y queridos hermanos, que habrá quien cuestione el amor porque lo desprecia, porque lo teme y porque sabe que es mejor para controlaros una tierra yerma y seca que un jardín florecido. Pero por mucho que luche y manipulen no pueden luchar contra el Jardín florecido y engalanado que, en la primavera de este mes, Rabbi al-Awwal, se alza para nosotros bajo la figura y el ejemplo del Profeta ﷺ. Y, de nuevo, la clave es el amor. El mismo amor que instalado en lubb (corazón cuerdo) hace perder el miedo y ganar conciencia (taqwa) de Allah, el Altísimo. El mismo amor que hace que veamos a la naturaleza como la gran obra de Allah y que la amemos tanto como a nosotros mismos. El mismo amor que nos hace sonreír cada mañana y alejar el óxido y la herrumbre de nuestros corazones. Todo esto es Sunna, es la Sunna valida para toda la humanidad.

A quien diga que el Mawlid no existe, hay que recordarles cuán importante fue para que muchas generaciones, desde Marruecos a Indonesia, conociesen quien era Sayyidina Muhammad ﷺ. Para que conociesen de su vida, de su belleza, de su carácter. Para que el su corazón cuerdo (lubb) anhelase esas semillas (hubb) y que brotaran como poesía, como canticos, como comidas fraternas, como un día para regocijarse. Es cierto que los musulmanes nos regocijamos cada día, pero es cierto que recordarle más intensamente no hace daño a nadie. Sin embargo, al cafre, al hipócrita, al puritano le da miedo que el amor venza al miedo y que su poder se acabe en la libertad de la entrega en Allah.

El Mawlid al-Nabi es, en realidad, un simple pretexto para infundir mahabba en los corazones, para bucear en los trascendentales: bien, verdad, belleza, que encarna nuestro Mensajero ﷺ como un reflejo de lo que Allah, que exaltado sea su nombre, quiso darle. No podemos pedir mucho más. Tan solo cuando hoy veáis belleza recordadle y haced azalás sobre él: Allahumma sali ‘ala sayyidina, wa mawlana, wa habibna Muhammad wa salam.

Ese simple gesto os refrescará el corazón y hará que él ﷺ esté más cerca de vosotros. Un recuerdo, una azalá y una mirada bella es como pisar por un instante el más bello de los jardines, el Paraíso. Quiera Allah permitirnos, un día, contemplar el rostros del Mensajero ﷺ en un verde jardín con arroyos fluyendo a nuestros pies y sin ningún miedo. Y mientras, quiera Allah que podamos ser conscientes y vivir en plenitud y felicidad la Sunna del más perfecto de la creación ﷺ, de aquel que cuando nació hechiceros y enemigos del salam cayeron fulminados, de aquel que sino lo amas —como dice el hadiz— nunca alcanzarás la creencia sincera y completa, de aquel que fue distinguido por Allah con la belleza y la hermosura. Amén.