El feminismo ha cerrado su ciclo. Al final, una vez que los países de
Occidente llegaron a conseguir una igualdad ante la ley, que se tra-
duce inmediatamente en una igualdad de oportunidades, esta ideo-
logía carece de razón de ser. Otra cosa es la cuestión política, no concep-
tual, de que se cumpla la ley.
El feminismo no puede ser, y nunca ha sido, una ideología autosufi-
ciente. Como entidad ideológica distinta de otras que, coyunturalmente,
hayan podido albergarla (socialismo, liberalismo, etc.) es un completo sin-
sentido. La trayectoria efectiva del movimiento ha sido más bien deletérea
<funesta>. Donde aterrizó el feminismo, el huésped se convirtió en orga-
nismo enfermo y muerto.
Se le puede comparar a un virus. Cuando un movimiento social e ideo-
lógico minoritario, se aloja en un cuerpo más grande y verdaderamente
autosuficiente (que sí ofrecía una cosmovisión), logrando desviar sus ob-
jetivos, ese movimiento es un virus. Creo que este es el caso probado del
socialismo y el comunismo (en una palabra, la izquierda clásica).
La izquierda clásica llegó a albergar la ideología del trabajador: la vida
es trabajo, y quien trabaja merece una vida digna, pues contribuye con su
fuerza viva a la sociedad y no solo produce para su sustento y el de la
familia, vivifica el cuerpo social. La izquierda clásica siempre ha teorizado
un “Estado del trabajo”. Los niños, los enfermos, los ancianos, etc. pueden
quedar dispensados del trabajo directamente productivo, si bien, de una
manera radical, la sociedad en la ideología de la izquierda clásica es con-
cebida como una comunidad en la cual todos aportan, en la medida en
que puedan, y quien no aporta no recibe. Carece de derechos para recibir
de la comunidad.
Habría mucho que decir si este Estado del trabajo (“quien no trabaje
que no coma”, decía Marx) ha existido plenamente; y si el actual capita-
lismo tardío, sumido en la IV Revolución Industrial, después de haber pres-
cindido de la burguesía va a prescindir también del trabajador, sustituido
por robots, inteligencias artificiales y por una gran masa de consumidores-
esclavos que no van a ser, estrictamente trabajadores sino más bien
“carne”, objeto de consumo a su vez.
Ahora solamente quiero detectar la naturaleza parasitaria de ciertas
ideologías, creadas muy probablemente con el objeto (ya no disimulado)
de difuminar las luchas clásicas –que siguen molestando al Capital, al
Polo dominador–. La lucha de los trabajadores contra el Capital era una
lucha de hombres y mujeres, unidos como trabajadores, contra un sis-
tema de dominación económico que, en cuanto se resolvía como lucha
de clases, presuponía que cada una de clases (en distintas proporcio-
nes) tenía que estar siempre compuesta por hombres y mujeres. Las
clases sociales, lo mismo que las ciudades o las naciones, siguen for-
mándose necesariamente en virtud de esa –para algunos, molesta‒
dualidad de sexos. Machos y hembras son los trabajadores, y machos y
hembras son los capitalistas. La lucha de los 51 “géneros” contra el Ca-
pital es ridícula.
La invención de la Guerra de Sexos, igual que la invención de la Gue-
rra de Razas y otras tantas y tantas guerras de laboratorio (véase la
guerra del Covid, también un producto de laboratorio), procede de los
departamentos universitarios america-
nos que, tras una apresurada diges-
tión del posmodernismo francés del
68, consiguieron neutralizar la Guerra
de Clases, la única que molestaba al
Capital, y cuyo gendarme planetario
eran –y sigue siendo‒ los Estados
Unidos de América.
La invención de la Guerra de Se-
xos, como la Guerra de Razas o la
Guerra de Civilizaciones, es una crea-
ción pseudoideológica, pues no se
trata ni siquiera de una cosmovisión
(equivocada o no) sino de un virus
mental creado en laboratorios yan-
quis, con el fin de dividir a los trabaja-
dores y restar potencial subversivo a
los propios pueblos. Toda división
creada en el seno del pueblo tiene por
misión restarle fuerzas para que el
Polo dominante prosiga su saqueo.
Resulta patético ver a las mujeres
pidiendo que se enseñen en las aulas
a las “mujeres filósofas”, cuando éstas
apenas existieron antes del siglo XX.
Estas feministas de la filosofía harían
mejor en estudiar al “macho” Hegel y
al barbudo Marx. Estos machos, pro-
ducto al parecer horrendo de una so-
ciedad patriarcal, hicieron más por la
liberación de la mujer que todas las fe-
ministas graduadas, doctoradas y lau-
readas que en el mundo han
sido. Pues las ideas no tienen sexo.
No importan las “mujeres filósofas”.
Importan las ideas filosóficas pues és-
tas ya han sublimado toda la testoste-
rona y todos los estrógenos.
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