Política Femenina, factor de bonanza
Por: Miriam Saldaña Cháirez (Lic. en Filosofía)
No es lo mismo presidenta que presidente. No es lo mismo gobernadora que gobernador, ni diputada o senadora, que diputado o senador. El género va mucho más allá de una diferencia física. El concepto género incluye una cosmovisión que lo distingue de cualquier otro.
A través de la historia humana, la mujer siempre ha desarrollado un papel principal sin ser protagónico. La mujer es quien trae al mundo, amamanta, cría, protege y educa. Los errores de menosprecio a su rol sí le son achacables porque ella misma los ha generado. No condeno ni defiendo a las mujeres, ni a la mujer que soy yo misma.
La política como la conocemos hoy en día en nuestro mundo occidental se gesta desde la Antigua Grecia dentro del universo masculino, que muchas veces rayó en la pedofilia y en la homosexualidad. Y sus frutos seguimos probándolos hoy en día en éste Edén político. Al respecto tenemos varios ejemplos que se nos dan en diálogos socráticos recogidos por Platón, como el de Cármides, donde Sócrates dialoga con el joven de igual nombre con el objeto de averiguar si su belleza interior, espiritual e intelectual, es tanta como la de su hermoso rostro y cuerpo. Cuando el joven entra en la habitación y se sienta, sus vestiduras se entreabren durante un delicioso momento, así descrito. Al ver el cuerpo del joven, Sócrates casi no puede resistir sus deseos y ha de luchar consigo mismo para dominarse. De manera similar, en el diálogo con Lisias, Sócrates trata con un hermoso muchacho de un tema íntimamente relacionado con la belleza de los jóvenes.
En Platón, quien recoge mucho de las costumbres de la época, es bastante recurrente el describir de manera sublime el amor y cuerpo físico de jóvenes imberbes, mientras que a la mujer no se le concedió ni el derecho de esposa de compartir los últimos momentos de su marido Sócrates antes de la toma de la cicuta.
La importancia del amor entre hombres data de una época en la historia de Grecia en que las relaciones heterosexuales, pese a toda su importancia reproductora, no ocupaban el centro del sistema socio-político. La relación heterosexual cumplía su rol de dar la vida física, mientras que la relación homosexual, entre hombres, tenía la función de crear al individuo social, y era una relación entre un adulto y un joven.
La fuerza política del género femenino va a radicar precisamente en mantener constante nuestra cosmovisión de mujer. Es la mujer, la Venus y la Afrodita, quien sabe administrar, alimentar, proteger, hacer la guerra y enriquecer, para su perpetuidad, al género humano.
Como mujeres que vamos conquistando los terrenos de los cuáles nosotras mismas nos habíamos apartado, no debemos temer a mantener nuestros hábitos femeninos, nuestra vestimenta femenina, nuestro vocabulario femenino, nuestras demostraciones emocionales femeninas, etc. El género subraya la construcción cultural de la diferencia sexual. En cada mujer se ocultan rasgos de una Eva y de una María, mitos de luz y oscuridad, de purificación y contaminación, de inocencia y corrupción, pero no es negándolos que lograremos crecer, madurar y trascender.
La identidad de género dicta una serie de reglas no escritas donde los deberes, aprobaciones, expectativas y prohibiciones determinan el comportamiento social apropiado y aprobado por los juicios de los dedos inquisidores. Debemos ir más allá de los tabús y pasar por encima de todo aquello que se diga institución o quimera, y que obstaculice la trascendencia de nuestro género.
52% de la población somos mujeres, y en igual proporción los votantes. Esto es, somos las mujeres quienes en el 2012 podremos decidir el rumbo que deseamos (no dije queremos) para nuestra nación. Además, usando la seducción como el arma que durante ya varios siglos nos ha acompañado con el monopolio de la belleza, podremos lograr mayorías apabullantes si dejamos de lado la fábula de la tina llena de cangrejos, o las ideas del “que no transa no avanza” etc. No debemos tener miedo de meter a nuestros discursos al amor y al corazón, ya que, al final de cuentas, ningún ser humano sobreviviría en cabal raciocinio sin ello.
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