Crónica de mi consuelo con Las Abejas de Acteal•“y cómo la fotografía de mi hijo Joaquín encontró su lugar en el mundo”
Hermano, hermana indígena y no indígena: un espejo somos, aquí estamos para vernos y mostrarnos, para que tú nos mires, para que tú te mires, para que el otro se mire en la mirada de nosotros. Aquí estamos y un espejo somos. No la realidad, sino apenas su reflejo. No la luz, sino apenas un destello. No el camino, sino apenas unos pasos. No la guía, sino apenas uno de tantos rumbos, que al mañana conducen.
Subcomandante Marcos
México D.F., 2 de enero de 2012 (Teresa Carmona / NN).- ¿Por dónde empezar? La emoción me rebasa. Apenas ayer celebramos el XIV aniversario de la masacre de 49 indígenas tzotziles en los altos de Chiapas. Se habla de 45 mártires pero cuatro de las mujeres masacradas estaban preñadas y la sangre de esos no nacidos también cubrió el suelo sagrado de Acteal.
El 15 de septiembre habíamos visitado Acteal durante la Caravana al Sur del Movimiento Por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD). Dimos “el grito” con Las Abejas, fue un grito diferente a todos los que habíamos dado antes.
Gritamos vivas verdaderos, dignos, gritamos “viva la autonomía”, “viva la paz”, “viva la vida”. En aquella ocasión estuvimos tan sólo unas horas en Acteal, fue aquella una noche intensa de lluvia, de encuentro, de memoria, esperanza y verdad. Para los miembros del MPJD que estuvimos allí fue una noche de enorme aprendizaje. Esa noche José Ramón, miembro de la Sociedad Civil Las Abejas me dio su correo electrónico. Lo primero que hice al llegar a casa fue enviarle una foto que nos habían tomado llegando al zócalo del DF el 8 de mayo en la culminación de la Marcha del Silencio. Entonces no habían pasado ni dos meses del asesinato de Juanelo y sus amigos en Morelos. Mi propio duelo empezaba a tener un sentido nuevo; a nueve meses del asesinato brutal e impune de mi hijo Joaquín, yo ya no estaba sola, empecé a entender que la injusticia y la impunidad se alimentan de la comodidad, del olvido y del miedo.
A fines de noviembre recibí la invitación para asistir al XIV aniversario de la masacre de Acteal. Ni qué pensarlo, a pesar del temor por los recientes ataques a miembros del movimiento, a pesar del reciente asesinato de Nepo y de Don Trinidad, mi corazón ya estaba en Acteal.
El 20 de diciembre a mediodía, 19 miembros del MPJD llegamos a la Tierra Sagrada de Acteal. La comunidad se preparaba para recibir a muchísima gente: indígenas de diferentes comunidades, defensores de derechos humanos nacionales y extranjeros, periodistas, colectivos de jóvenes de diversas causas, prelados y sacerdotes de todo el país, defensores de la tierra, representantes del EZLN, y otros muchos.
Ese día conocí a una de los seres más extraordinarios que se puedan imaginar, Manuel Vázquez Luna. Manuel tiene 26 años y un tumor en el cerebro, pero eso es común, lo que lo hace único es su valentía, su voluntad de vivir aun cuando el 22 de diciembre de 1997, a sus 12 años, fue testigo de la masacre. Vio caer a su padre, a su madre, a su abuelo y a sus hermanos Rosa, Verónica, Antonio, Micaela y Juana de tan solo un añito. A Manuel lo encontraron debajo de tres cuerpos en la humilde ermita de tablones y piso de tierra donde ayunaban y oraban por la paz de la región y es que la gente de Acteal es profundamente religiosa. Para no morirse de pena Manuel regala un repertorio de chistes, cuentos, adivinanzas y canciones, así mantiene el sufrimiento a raya, alimenta su voluntad de vivir con las risas que arrebata a los visitantes. Así se metió en mi corazón.
Al otro día siguió llegando la gente, la convivencia nos nutrió tanto como el alimento que generosamente nos compartieron. El día transcurrió entre misas y ceremonias mayas, cantos y rezos, dolores y alegrías, solidaridad y amor que brotaba del corazón de cada uno de los que allí nos encontramos.
Yo cargaba la fotografía de mi primogénito que me ha acompañado los 11000 kms. andados con el Movimiento por la Paz. De camino al comedor, conversando con un sacerdote jesuita que venía de Guadalajara, Carlos Morfín, con su hermano, su sobrina y un grupo de jóvenes; éste me preguntó por el chico de la foto, le hablé de mi hijo y le expresé algo que sentía desde hace ya algún tiempo. “La verdad es que ya me pesa andar cargando la foto de mi hijo, -a diferencia de las movilizaciones del MPJD ese día yo era la única que llevaba una foto de su muerto- me gustaría dejarla aquí.” Él me respondió que no podría estar en un mejor lugar. ¡Cuántos sentimientos encontrados!
El día 22, temprano en la mañana, caminamos unos pocos kms. para encontrar, en la tijera de Majomut, a los peregrinos que venían caminando desde San Cristóbal de las Casas . Llegamos a Acteal con Jtotik Raúl (Monseñor Raúl Vera, Obispo de Saltillo) al frente, en ausencia de Jtotik Samuel fallecido en enero de este año. Hombres y mujeres cargaban cada una de las 49 cruces con el nombre de los mártires, yo llevaba la foto de mi hijo asesinado y un cartel del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. ¡Que hermoso paisaje, que hermosa gente, que acción hermosa!
Nos llenamos de esperanza, rendimos nuestro amor y respeto a nuestros muertos, refrendamos el compromiso con la resistencia no violenta, con la paz, con la verdad, con el buen vivir, la justicia, la memoria y la dignidad.
Se celebró la eucaristía, Jtotik Raúl acompañado de alrededor de 20 sacerdotes y prelados de diferentes estados del país, unos portando hábito, otros con el vestido original tzotzil. Durante todas las ceremonias una anciana tzotzil alimentaba el sahumerio junto al altar y se encargaba de que penetrara todo el espacio, que purificara a todos los presentes.
Con ésta última misa concluyeron las jornadas de ayuno y oración. Los pobladores de Acteal estaban contentos, los visitantes, profundamente conmovidos. Compartimos un último alimento y empacamos nuestras cosas. Nos despedimos con la promesa de encontrarnos de nuevo.
Busqué a Mariano Pérez Vázquez, presidente de la mesa directiva de la organización de Las Abejas para agradecerle la invitación y todas sus atenciones, al tenerlo enfrente me salió del alma decirle “Ay Mariano, tengo un pesar muy grande y es que ya me pese tanto cargar la foto de mi hijo”. Es tal la generosidad de este pueblo que al instante, sin que tuviera que decir más nada, Mariano me respondió: “déjalo aquí, el también es un mártir, aquí va a estar bien” y dejando a sus visitantes distinguidos me llevó del brazo al santuario donde están enterrados los cuerpos de 49 indígenas tzotziles, allí dejé la fotografía de mi hijo Joaquín donde su sonrisa luce más luminosa que nunca.
San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 23 de diciembre de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario