Panfleto sobre el Kafir“Sus ojos no están privados de vista, sino sus corazones, sepultados en sus pechos, están ciegos”. (Corán XXII, 46.)
09/01/2012 - Autor: Ahmed Lahori - Fuente: Webislam
ahmed lahori egoismo kafir realidad velos
10
Kafir“Hemos creado para el infierno multitud de djinns y de hombres que tienen corazones con los cuales no comprenden nada, que tienen ojos con los cuales no ven nada, que tienen oídos con los cuales no oyen nada...” (Corán 7:179)
El kafir vive en la ignorancia, desconoce su propia posibilidad, su carácter deiforme. No tiene noción de si mismo fuera de los círculos de acción, de su compartimento estanco. Conoce su nombre, su trabajo, su nacionalidad, su estado civil, etc. Es el dueño de los datos y se cree afortunado por vivir en el “primer mundo”. Se cree afortunado, pero no conoce el papel que juega en eso que han llamado la “economía de la creación”. No conoce su destino, el papel único y trascendente que Al-lâh otorga a todo cuanto existe. De hecho, ni siquiera sabe que juega un papel dentro de la Creación. No sabe que su existencia es importante. Cree que el hombre es una escoria que trabaja y muere, y que debe imponerse al otro para garantizar su subsistencia. Cree que el hombre es lobo para el hombre y con su proceder lo verifica. El kafir, realmente, vive en la ignorancia.
Poco a poco ha ido sustituyéndose, cambiándose por cosas, sean valores, coches, muebles, costumbres o creencias. Verdaderamente se compra a si mismo. Es un coleccionista de objetos: en sus manos todo es un objeto, hasta el nombre de Dios se convierte en una cosa cuando sale de su boca. En sus manos todo pierde su aureola. El único valor que ve en las cosas es un valor de uso.
Para ello ha creado un inmenso mercado, una avalancha constante de datos y objetos tendentes a separar al hombre de si mismo, a cortar cualquier forma de comunicación interna. A un kafir se le puede reconocer por lo siguiente: no sabe estar solo, se espanta y se aburre a si mismo. Está inserto en un círculo vicioso, toda su vida gira en torno a conceptos y objetos-fetiche, y no en torno a la Realidad. Evitando cuestionarse el porqué de todo lo que le sucede, el hombre desconoce la ciencia que le es propia: la de su ascensión o salida del pozo de la existencia fragmentada.
Para el kafir las cosas suceden y mueren. No están atentos a su significado. No saben que todo simboliza, que todos los acontecimientos tienen una significación precisa independiente de la trama lineal de la existencia, una significación más allá de la historia, donde no somos más que marionetas de trapo. Una significación que nos hace capaces de transformarnos, capaz de hacernos cambiar de vida a cada instante. No saben que Al-lâh está creando el mundo, que nos está creando ahora.
Tal vez por miedo a descubrir su propia incapacidad frente a lo escrito (frente al destino), se aferran a un artificio que ellos mismos han creado y le llaman realidad. No tienen memoria: ellos llaman realidad a lo que acaban de inventarse. La palabra árabe Kafir significa “cubrir”, y ellos lo velan todo. Así funciona su vida intelectual, creando discursos ingeniosos que son aceptados únicamente por ser nuevos. Pero se acepta que dicho discurso es transitorio, forma parte de un proceso de búsqueda que ya no recuerda su sentido. Han hecho triunfar el concepto de moda en la literatura, en la filosofía y en la ciencia.
Ellos han creado una mitología para justificar su búsqueda del poder económico y la explotación del otro. En la base de dicha mitología se halla la idea de que su modelo social es el más avanzado de la historia. Pretenden hacernos creer que sus valores surgen como superación de la sociedad inquisitorial y absolutista, pero se acepta que para defender su sociedad se recurra a métodos absolutistas e inquisitoriales.
Ellos presentan los hechos del hombre como una fantasmagoría, sus grandes logros como arqueología. Lo ponen todo en sus museos y en sus bibliotecas como productos del pasado, como obras de extraños, restos valiosos de una época ignorante. Solo salvan aquellos autores o hechos que puedan adaptarse a su mitología. A estos se les pide que hablen como precursores del mundo contemporáneo, aún cuando pertenezcan a ámbitos opuestos. Se seleccionan pasajes para adaptarlos, separándolos de la raíz sagrada. Oscurecen los textos mediante la filología, oscurecen lo que ha nacido para arrancar el velo. Su desfachatez llega al extremo de explicar la religiosidad de un autor como cosas de su época, como costumbre que no pudo quitarse de encima. Se atreven a estudiar la filosofía de un creyente prescindiendo de su creencia, aún cuando para el creyente su creencia es todo como madre. Así se construyen un pasado más o menos venerable. Pero nada puede compararse con el mundo moderno.
Es curioso ver a hombres y mujeres con abrigos de visón acudiendo a suntuosos palacios para escuchar una música sacra que ha perdido su valor para pasar a ser un mero producto cultural, es curioso ver como todo se desvirtúa. En uno de esos palacios de la música (¡qué absurdo!) es difícil que entren tres o cuatro personas que sientan verdaderamente aquello por lo cual la música que allí a veces se escucha ha sido compuesta. Pero eso es lo de menos: lo importante es la increíble farsa social que se enmascara, la farsa del desarrollo y la abundancia que esconde cadáveres sin brillo, masas anónimas pudriéndose en la noche sin asomarse a la conciencia del hombre occidental mas que para provocarle un fuerte horror y una vaga tristeza.
El mito de la evolución social descansa sobre la teoría de la selección natural, según la cual las especies mejoran, se fortalecen al adaptarse a un nuevo medio. El mito de la evolución justifica así la explotación de los pueblos “no desarrollados” (es decir: que no han hecho del consumo su razón de ser.) Todo lo que se mantiene en contacto directo con lo real les parece poco refinado, necesitan velarlo, y eso implica matar y arrancar de la tierra a poblaciones enteras.
En las escuelas de occidente se destruye la posibilidad de un universo unitario fragmentando la enseñanza. En la “enseñanza superior” solo queda la posibilidad de especializarse, sin tener en cuenta las relaciones o posibilidad que ocupa en el proyecto global de la sociedad. Dicho proyecto se escurre, tiende a hacerse opaco. El hombre moderno acaba midiéndolo todo en función de su economía, y no de su bienestar real. Así el imperialismo no cesa de extenderse contentando a la población de la metrópoli. Hoy en día es escandaloso como se trafica con el trabajo de los emigrantes. Es terrible ver día a día como se permite la llegada de ilegales para la explotación. El Estado controla ese flujo necesario de trabajadores, el estado impone la esclavitud ahora para contentar al pequeño propietario. Es la vieja política de “pan y circo” de imperio romano, que solo otorga derechos a los ciudadanos de Roma.
La fuerza proteica de la juventud perturba, pero se ve relegada a la universidad o a la taberna, para que se empape de alcohol y de doctrina. Las drogas y el frenesí nocturno son vías de escape que no inquietan al sistema. Ya se les pasará, son jóvenes. Se trata de un proceso, tienen que divertirse. Durante ese tiempo adquieren fácilmente todo aquello que luego los convertirá en esclavos. Se crean lazos, dependencias de por vida. Para ello es ideal esa época en que el hombre es, en verdad, improductivo. El que se centra en sus estudios tiene su lugar en la Academia, donde podrá enseñar a otro como él que tendrá su lugar en la Academia. Así avanzan las “ciencias del espíritu”, acumulando dato sobre dato. Se tolera al estudioso profesar todo tipo de teoría propia, incluso si es aparentemente subversiva. Forma parte de su tarea y a los jóvenes les gusta. De todas formas lo que se estudia es olvidado. Solo en las escuelas de derecho, economía, marketing, etc., se enseña algo de provecho. Se enseñan descaradamente los métodos de manipulación, las trampas del sistema. El alumno puede estar agradecido, pues pasará de manipulado a manipulador, aunque así se confirme su condición de esclavo. Ahora depende del otro, de su habilidad para sacarle su dinero. En el universo carcelario están presos tanto el guardián como el esclavo. Pero para el hombre que maneja un buen coche y una cuenta corriente eso es accesorio.
En nombre de la libertad han destruido el vínculo entre maestro y discípulo y entre padre e hijo. El joven no es educado, es arrojado al caos. Se le deja enfrentarse solo a la inmensa maquinaria de la cual no se le muestra la salida. Debe acomodarse en ella lo mejor posible, pues cualquier otra posibilidad requiere de él el esfuerzo increíble de recomponer el mundo. Se le hace creer que la aspiración natural hacia la trascendencia es enfermiza. Se le hace creer que solo el egoísmo y la lucha externa son lo propio del adulto. Ha de suceder algo realmente poderoso para que un joven halle sin tropiezos el camino hacia Al-lâh. Lo normal es que aparte sus intuiciones de la Vía como un desvarío. La riqueza de unos pocos está basada en la destrucción de cualquier forma de espiritualidad en el hombre.
Hay gentes que nos dicen que les gustaría creer. En realidad no es más que una cuestión de vista, de olfato, de gusto, de tacto, de oído... se trata de pensar con el corazón, ese órgano que aún comprendiendo no fracciona, no se separa del mundo sino que se piensa inserto en él. Hay que saber que pensar es estar siendo, que hacer es pensar con el cuerpo, saber que tocando cuerpos se toca luz si se despierta el goce. Se trata de entregarse al devenir y observar los signos que Al-lâh nos dona. El mundo es un espejo donde se refleja siempre otra cosa, otra Realidad que asombra. Si nos dejamos llevar por aquello que realmente nos imanta debe aparecer una noción de unidad en el camino, pues somos una sola cosa con un solo destino dentro de un mundo uno. El creyente lo une todo en Al-lâh, pero el universo del kafir es disperso. Si deseamos ser lo que somos aparece nuestra imagen verdadera, nuestra eternidad se manifiesta como reto. Es una cuestión de instinto. Entonces basta con mirar un objeto y aparece su enlace con el todo, todo está allí como manifestación de la presencia divina.
“Sus ojos no están privados de vista, sino sus corazones, sepultados en sus pechos, están ciegos”. (Corán, XXII, 46.) El hombre tiene que aprender a ver el mundo como lugar de la teofanía, espacio donde se manifiesta lo divino. Lo demás es superfluo. Al ver que todo está enlazado abandonará el estado de guerra, no puede seguir maltratando aquello que forma con uno una sola sustancia. La proyección revela la incapacidad del sujeto, es su mancha, la huella de sus pies sobre la luz primera. Es el efecto de la re-creación que realizamos sin saberlo, pero también la re-creación que el ser que busca trata de operar en sí para ir desde su cerrazón a la obertura en lo divino. Dicha obertura es quitarle los límites al ser separado, reconocer la eternidad de lo limitado es saber de su origen en Al-lâh. Se trata de ser conscientes de nuestro origen separado, del ser criatura. El hombre se reconoce entonces siervo de Al-lâh, aunque aún no ha abandonado la ficción del ego. Acaso tengamos que seguir hablando de idolatría, acaso de otra cosa. Simplemente desvía su proyección de lo finito a lo infinito, y eso es ya estar despertando.
¡Musulmanes! En estos tiempos en que el Islam está acosado tanto desde dentro (wahabismo, fundamentalismo) como desde fuera (neo-capitalismo) debemos aferrarnos a nuestra voz interior como único camino hacia la certeza. Se trata de escuchar la voz que nace en la asalat y que prospera en aquel corazón que se desnuda de conceptos para vestirse con el lenguaje de la unión y el abandono. Debes saber que si eres sincero encontrarás un vínculo con Al-lâh mucho más sólido que el que te brindan los sermones, pues esas voces no siempre nacen de la creencia sino de una vocación de servicio desviada hacia fines políticos, a veces inocentemente. Lo que importa, pues, es la intención sincera, según dijo el Profeta (s.a.s.): “El valor del acto depende de su intención, y a cada hombre le concierne su intención”.
El hombre centrado en su propio camino es fraterno con todo, porque no piensa al otro como estorbo o enemigo. Le está permitida la defensa pero no el ataque. La crueldad le es imposible. La piedad es su ‘ibada. Solo así puede comprender lo que significa la Palabra revelada, cuando sienta la luz que él atesora. Allí empieza la Vía, la inmensidad que fluye peldaño a peldaño. Solo entonces el hombre tiene derecho a llamarse creyente. Que Al-lâh nos proteja y nos guíe. En la intención está el camino.
Al-lâhu Akbar.
En Córdoba, en el mes de Safar del año 1.422 de la Hégira
No hay comentarios:
Publicar un comentario