46 pro ópera
HOMENAJE
Foto: Sinafo INAH/Auditorio Nacional
por Alberto Valladolid
Ángela Peralta:
Es curioso que el nombre completo de Ángela Peralta,
quien fuera conocida como “el ruiseñor mexicano” por su
extraordinaria voz, fuera tan largo como una letanía. Fue
registrada de la siguiente forma: María de los Ángeles Manuela
Tranquilina Cirila Efrena Peralta y Castera. Nació en la Ciudad de
México el 16 de junio de 1845 en una familia de origen humilde, y
murió en la ciudad de Mazatlán el 30 de agosto de 1883, tratando
de recuperar la fama que había llegado a encumbrarla en lo más
alto del universo operístico internacional.
Su talento musical, así como su voz angelical y prodigiosa, fueron
descubiertos cuando la niña tenía seis años y, pese a su origen
humilde, recibió una esmerada educación artística. Su primer
maestro fue Agustín Balderas. A los ocho años cantó la cavatina de
la ópera Belisario de Gaetano Donizetti, e ingresó al Conservatorio
Nacional de Música hasta que —a los 15 años, al terminar sus
estudios— debutó en el Teatro Nacional, representando el papel
de Leonora en Il trovatore de Giuseppe Verdi, donde obtuvo un
arrollador éxito que la llevó a Europa para perfeccionar su técnica
vocal.
Aunque nunca obtuvo ninguna beca por parte del gobierno, su
padre se las arregló para cubrir los gastos del viaje y personalmente
la acompañó a España, donde buscaron un maestro de canto.
Partieron hacia Milán para contratar los servicios de Francesco
Lamperti y, prontamente, los progresos de Ángela se hicieron
notar. Debutó en La Scala de Milán en 1862 con Lucia di
Lammermoor de Donizetti. Esa noche, el público enloqueció,
eufórico, con su canto y hasta un hijo de Donizetti celebró la
milagrosa voz de la soprano lamentando que su padre no viviera
para escucharla.
Después de eso, Ángela Peralta fue invitada a cantar en Turín
frente a Víctor Manuel II; ahí, con su bella voz, interpretó La
sonnambula de Vincenzo Bellini. Los aplausos de la concurrencia
fueron impetuosos, el teatro entero cimbraba mientras el público
la aclamaba frenéticamente, de tal manera que tuvo que salir
¡32 veces! para recibir las enardecidas ovaciones. La crítica y el
público la amaban, y durante los dos años siguientes su presencia
fue requerida en todas las ciudades italianas. Con grandes triunfos
recorrió los teatros de Turín, Génova, Nápoles, Roma, Florencia,
Bolonia, Lisboa, París, Barcelona, Madrid, El Cairo, Alejandría y
San Petersburgo. La gira se prolongó hasta América, donde pasó
por Nueva York y La Habana.
En 1865 regresó a México por invitación del emperador
Maximiliano, quien le pidió que cantara en el Teatro Imperial
Mexicano (que en realidad era el anteriormente llamado Teatro
Nacional). A su llegada, las calles de la capital se apiñaron de
admiradores que le dieron la bienvenida en acto oficial. Ante un
teatro lleno, que aplaudió extasiado su voz en La sonnambula de
Bellini, Ángela Peralta inició en el país una serie de presentaciones
que continuó en provincia.
Cuando, a finales de 1866, el régimen imperialista se derrumbaba,
la cantante regresó a Europa, donde el público la extrañaba. En
Madrid se casó con su primo hermano, Eugenio Castera, pero
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