Editorial / Siria: escalada peligrosa
mié, 25 nov 2015 07:45
La
fuerza aérea turca derribó ayer un bombardero ruso que volaba en la
frontera entre Siria y Turquía en presunta violación al espacio aéreo de
este país, versión rechazada por Moscú.
Este incidente se produjo mientras François Hollande y
Barack Obama se encontraban reunidos en Washington para analizar el
futuro de la lucha contra el Estado Islámico (EI), y un día antes de que
el canciller ruso, Serguei Lavrov, llegara a Estambul para participar
en la reunión del llamado Grupo Conjunto de Planificación Estratégica.
Más allá de las versiones encontradas entre Rusia y
Turquía –esta última, con el respaldo de Estados Unidos–, es claro que
las fuerzas de Ankara violaron los procedimientos establecidos ante
estas situaciones, consistentes en interceptar la aeronave extranjera y
escoltarla fuera del territorio propio, como lo había hecho ya la
aviación militar turca en un incidente previo de presunta violación del
espacio aéreo, en octubre pasado.
En este contexto, resulta sencillamente inverosímil
que Turquía desconociera la nacionalidad del avión de guerra antes de
derribarlo, como afirmó su gobierno en una carta al Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas.
Un elemento que complica la de por sí delicada
situación es la virulencia con que reaccionaron los mandatarios de los
países directamente involucrados; en el caso del presidente turco, Recep
Tayyip Erdogan, exigiendo explicaciones a Rusia; mientras Vladimir
Putin calificó los hechos de “puñalada por la espalda de cómplices del
terrorismo”.
El tono de la confrontación verbal pareciera indicar
que el ataque al bombardero ruso no fue una lamentable confusión, sino
una acción orientada a cancelar cualquier entendimiento entre Occidente y
Moscú.
No debe soslayarse que la destrucción del Su-24 se
produjo cuando las tensiones entre los aliados occidentales y Rusia
comenzaban a relajarse por la necesidad de combatir juntos al Estado
Islámico.
Significativamente, Moscú incluso había ordenado a
sus fuerzas militares presentes en Siria que establecieran una
“coordinación” con el contingente militar francés enviado a ese país
árabe.
Sin embargo, la denuncia rusa contra la política de
Ankara por favorecer al terrorismo no se remite únicamente al choque de
ayer. Rusia ha reiterado que Turquía apoya al EI comprando el petróleo
que éste extrae de Siria y suministrándole armas, además de permitir que
los combatientes de este grupo extremista se desplacen entre ambos
lados de su frontera con Siria.
Esta grave acusación, atizada por el incidente de
ayer, configura una tensión muy peligrosa que debe ser neutralizada
antes de que detone una confrontación en gran escala, del todo
indeseable para el planeta e inadmisible desde cualquier perspectiva
ética.
Por ello, es imperativo que Occidente contenga los
exabruptos de su aliada Turquía y busque una vía hacia la distensión,
pero también que todos los actores extranjeros –Rusia incluida–
reconozcan que no será mediante la fuerza bruta como podrá derrotarse al
terrorismo, dejen de atizar el conflicto en Siria y retiren de esa
nación, a la brevedad, sus fuerzas militares.
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