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martes, 1 de diciembre de 2015

El hijo de la guerra siria

Alí, de 10 años y natural de Deir Ezzor (Siria), antes de dejar el puesto de Unicef en Presevo (Serbia), camino de Alemania. 
'Cuando mi padre me dijo que nos íbamos de Siria me entró una gran alegría. Tenía mucho miedo de las bombas'
Las bombas no son anónimas. Todas tienen nombre. El de los científicos de bata blanca que las diseñaron, los industriales que las produjeron en serie, los políticos que las vendieron, los dictadores que las compraron y los militares que las lanzaron. A la que cayó hace menos de un mes en una escuela de Deir Ezzor, en pleno califato del terror sirio, deberían añadirle además los de aquellos niños que mató, la mitad de una clase. Y los que dejó heridos para siempre. Y los que abandonaron su vida por culpa de su metralla. En esa bomba, con su misión cumplida entre las ruinas de un colegio, estará para siempre el nombre de Alí.
Alí es una víctima de la guerra de Siria. Otra más de las que avanzan como 'zombies' por el patio trasero de Europa en busca de una vida que resetear. En Presevo (Serbia), su ruta se ha detenido un par de horas mientras su padre se registra como refugiado, su madre se hace un chequeo médico y sus hermanas juegan con él. En el Espacio Amigo de la Infancia de Unicef ha encontrado una pequeña montaña de ladrillos de colores. Con ellos pretende reconstruir una casa.Su casa. "Vinimos aquí porque mataron a la mitad de mis amigos en el bombardeo de la escuela. Caían bombas 24 horas al día. No sé quién las tira, pero lo hacen sin parar", dice Alí con una sonrisa incompleta, ya casi un adulto prematuro por el envejecimiento al que somete la guerra.
En esta crisis los europeos olvidaron su historia y los sirios perdieron su geografía.Cuando los políticos hablan de endurecer la entrada de refugiados hablan también de Alí. Lo que pasa es que Alí ya sabe lo que es la dureza. Ha pasado los últimos años bajo la ley del Estado Islámico"No podíamos salir de casa", dice Hussein, su padre. "No había comida, electricidad ni agua. Y si me veían por la calle me podían reclutar. O reclutar a mi hijo". Alí asiente. "Cuando mi padre dijo que nos íbamos de Siria me entró una gran alegría. Tenía mucho miedo de las bombas".
-En Europa también hay gente del Estado Islámico, Hussein.
-En Europa no sabéis lo que es el Estado Islámico. Y mejor que nunca lo sepáis.
Y como el Estado Islámico no quiere que vengan a Europa, no se lo pone nada fácil para salir de allí. "Tuvimos que pagar a un traficante para que nos sacara de Deir Ezzor, junto a otras familias, por las alcantarillas en plena noche", cuenta Hussein. No hay manera de salir de la guerra si no es por las cloacas. "Tardamos un día y medio en atravesar Turquía", cuenta Alí. "Y luego llegamos al mar. Mi padre pagó 3.000 euros por toda la familia a las mafias". En ese punto, la travesía hacia Lesbos volvió a ponerlos a prueba. Raunaq, su madre, la que más fatiga muestra en su rostro, asegura que "el bote era muy pequeño, para unas 20 personas, pero íbamos más de 30. El agua comenzó a entrar en cada ola. Cerca de la costa volcamos. Tuvimos que nadar y perdimos los pasaportes y el dinero. Mi marido agarró a nuestros tres hijos y los llevó a la orilla. Allí estaban unos voluntarios que nos ayudaron a salir del agua. Y es la primera vez que alguien nos ha ayudado sin pedirnos dinero desde que salimos de Siria". Su marido asiente."Volvimos a ver a la muerte de cerca".
Rodeado de juguetes, Alí vuelve a convertirse en niño, aunque sea por un par de horas, igual que su hermana Maiar, que juega a su lado. "Vamos a Austria", dice. "Allí me gustaría encontrar nuevos amigos, jugar al fútbol, ver partidos del Real Madrid y estudiar para ser doctor. Y lo que más quiero es poder volver a casa pronto". Su padre, que poseía una furgoneta y trabajaba como comercial, tiene edad de combatir. Como otros muchos cabezas de familia, prefiere huir y proteger a los suyos, aunque sea a costa de someterlos a un viaje de 10 fronteras. "En Siria íbamos a morir. Tarde o temprano. Matan a niños y a ancianos. Es una masacre.Aquí al menos tenemos una oportunidad".
Cuando el padre termina el papeleo con Acnur, comen algo rápido y los niños salen de la protección de la estufa de Unicef hacia el invierno balcánico. Como hacen con todas las familias que han perdido sus escasas pertenencias cruzandoel EgeoUnicef les proporciona abrigo, bufanda, gorro y guantes para el resto de la travesía. Si muchos no se han muerto de frío hasta ahora es gracias a ellos. Tres trabajadores de Unicef harán algo más: la familia de Alí no tiene ya ni un euro para seguir el viaje. Los conductores serbios exigen de 35 a 70 euros por cada pasajero hacia Croacia en un negocio sin fin. Haciendo una pequeña colecta alrededor consiguen dinero para pagar al menos dos asientos. Los tres niños deberán viajar sentados en sus piernas. Alí vuelve a ponerse en marcha. El niño nos da su cuenta de Facebook. Tres días después nos llega un mensaje con una sola palabra: "Austria".

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