"Ni la espada ni la sangre arreglarán los problemas de Arabia Saudí"
El hermano de Nimr al Nimr, el jeque chií ejecutado en Arabia Saudí, rompe su silencio y relata a EL MUNDO el calvario familiar
Su hijo Ali al Nimr, de 21 años, espera su turno en el corredor de la muerte saudí pese a las continuas súplicas internacionales
Su sorpresiva ejecución ha causado en el último mes un cisma diplomático entre Irán y las monarquías del Golfo Pérsico. La muerte del clérigo chií Nimr al Nimr, decapitado junto a otras 46 almas en Arabia Saudí, aún duele en su pueblo natal, Al Awamiyah, en la provincia oriental saudí de Al Qatif. "Los jóvenes siguen muy irritados. Es la primera vez que la monarquía se atreve a ejecutar a un líder religioso chií", relata a EL MUNDO Mohamed al Nimr, hermano del hombre cuyo martirio se ha convertido en 'casus belli' entre los dos enemigos acérrimos de Oriente Próximo.
Su ajusticiamiento, acaecido el pasado 2 de enero, desató la furia en Teherán. El asalto a las legaciones diplomáticas saudíes en la capital iraní -que acaba de dedicarle una de sus calles- provocó la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambas naciones, secundada por otros países árabes, en vísperas del fin de las sanciones internacionales contra la república de los Ayatolás.
Lejos de las cuitas políticas que incendian la región, la familia de Al Nimr aún elabora el duelo. Hasta la fecha han sido contadas las ocasiones en las que susparientes más próximos han roto el luto para conversar con un medio de comunicación. "Todo el pueblo está de luto. Las tiendas permanecieron cerradas durante varias jornadas y en el funeral participaron miles de personas", comenta Mohamed.
A pesar de las exequias celebradas por sus allegados, el régimen saudí se ha negado a entregar el cuerpo del clérigo que regresó a casa en 1999 tras forjar su vocación religiosa en Siria e Irán. "No nos han permitido recoger su cadáver. Dicen que lo han enterrado en una tumba anónima. Insistimos porquees nuestro derecho", lamenta su hermano. Encarcelado desde 2012, el pasado octubre la Corte Suprema de Arabia Saudí le condenó a muerte pordesobediencia al régimen, incitación a la lucha sectaria y organización y participación en manifestaciones.
"Nadie ha podido encontrar un vídeo en el que el jeque inste a la violencia. Jamás fue esa su filosofía", replica Mohamed al otro lado del teléfono. "Se ganó -agrega- un lugar en el corazón de millones de fieles por su carisma y religiosidad. Era un hombre humilde. No tenía dinero en el banco ni propiedades". Fue precisamente su figura -respetada entre las comunidades chiíes del Golfo Pérsico- la que propagó en su círculo la sensación de que la corte saudí no osaría cumplir la pena capital. "Han cometido un grave error. El Estado tenía que haber escuchado las súplicas de los países amigos. Al Nimr nunca fue un terroristacomo sostienen quienes lo mataron junto a militantes de Al Qaeda".
En lugar de aplacar la rebelión iniciada al calor de la Primavera Árabe, su fallecimiento ha reforzado las llamadas de sus acólitos. En las marchas organizadas desde entonces, los jóvenes de Al Awamiyah y los pueblo contiguos han cruzado el callejero al grito de "Abajo los Saud". "No queremos derrocar al Gobierno saudí. No estamos contra ellos sino contra la segregación sectaria entre chiíes y suníes que practican. Pedimos a las autoridades que impulsen reformas; declaren la guerra a la corrupción; liberen a los detenidos y convoquen elecciones parlamentarias. Es lo que exigía el jeque y lo que seguimos reclamando nosotros", esboza su hermano, activista y empresario en la villa de Al Awamiyah.
Su voz resuena expedita, sin atisbo alguno de miedo. Y, sin embargo, la amenaza todavía se ciñe sobre el clan. Su hijo Ali al Nimr, de 21 años, lleva tres años entre rejas y aguarda en el corredor de la muerte saudí junto a otra decena de chiíes. La ejecución del clérigo ha disparado las posibilidades de que corra la misma suerte en un breve lapso de tiempo.
"Esperamos en cualquier momento la noticia de la muerte de mi hijo. Se debía solucionar este conflicto mediante la vía política pero han optado por la sangre. Su asesinato acarreará graves consecuencias y complicará la crisis que ya vivimos. Ni la espada ni la sangre arreglarán los problemas del reino", vaticina Mohamed, quien aún tiene prendida en la memoria la imagen de su vástagodurante su último encuentro hace tres meses.
"Intentamos visitarle hace tres semanas. Recorrimos 500 kilómetros y cuando llegamos a la prisión no nos permitieron reunirnos con él", se queja. "Arabia Saudí -confiesa- no ha respetado los sentimientos de los chiíes que vivimos dentro y fuera de este país. Al Nimr sólo dijo en voz alta lo que todos pensábamos".
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