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domingo, 27 de marzo de 2016

La religión de los terroristas

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(Especial por Ahmad Diab*).- La secta uahabi creada bajo el influjo de Inglaterra y los miles de millones de dólares que le entraban a la monarquía quien dio su patronímico clasista a la milenaria Arabia (Saudita), se expandió sin pausa desde hace 90 años, primero en los países árabes circundantes, a los que radicalizó, luego en el magrib africano; desembocó y arraigó particularmente en India, Pakistán y Sudáfrica.
Arrasó en gran parte y meticulosamente con las ideologías de las cuatro escuelas tradicionales sunnas alrededor del mundo, hasta desembocar en el terrorismo Daesh.
La falsa doctrina que propugnaba Muhammad ibn Abdel Uahab (nació en Huraimila, en el Nayd, Arabia, en 1699 y murió en 1791. En sus correrías tuvo acceso a las herejías de Ahmad ibn Taimiiah de Harrán (1263-1328). Abdel Uahab, era bastante vilipendiado por la Gente de la Sunnah (Ahlul sunnah), que veía incompatible sus creencias con lo que denominaban su “ortodoxia”, o sea en defensa de las cuatro escuelas sunnis (Hanafi, Maliki, Shafei y Hanbali, de esta última nacieron los movimientos salafistas)) no irrumpió de la mano de la persuasión, sino que a base de espada y fusil. Y tal como ahora, fueron los musulmanes diseminados en la extensa geografía de Arabia quienes sufrieron los tormentos y la degollina de estos antecesores del Daesh.
Desterrado de todos lados por taimado y embaucador, pero con un objetivo diseñado por la corona británica, enfrentada con el poder de los turcos que dominaban gran parte de Arabia, Abdel Uahab fue acogido por el clan Saud, quien no solo adquirió la novedosa doctrina que denominaba kafer (infiel) a los propios musulmanes o en otros casos mushrikun (asociadores, es decir, que asocian otro ser a Dios), sino que pudo casarse con las mujeres de esta tribu, y de este modo selló un vínculo irrompible con el clan Saud. Y así también se convirtieron en lo que hoy se llama takfirismo (excomulgadores), pues niegan el Islam del universo musulmán que no adhieran a sus creencias.
Prohijado por Inglaterra, experta en estas lides y en crear sectas en el mundo musulmán para destrozar el cuerpo del Islam y factótum a la postre de las calamidades que iban desembocar en la actual crisis en el Medio Oriente, Abdel Uahab sostenía que se debía regresar a las fuentes primigenias del Islam y sobre esto desarrolló externamente todo un programa para destruir vestigios de lo que llamaba “la era de la ignorancia”, que ya el propio Corán había extirpado. (“Antes al contrario, lanzamos la verdad contra lo falso, lo invalida y este se disipa. ¡Ay de vosotros por lo que contáis!” (21: 18)), sin necesidad que otro postrer “profeta” lo suplante.
Como el “catecismo” uahabí era y es muy estrecho, no hubo lugar para el desarrollo profundo de sus ideas, pero además toda especulación filosófica estaba prohibida ya que apenas se atenían a la literalidad del Corán y a miles de hadices falsos (narraciones atribuidas al Profeta Muhammad) traídos por los más controvertidos contemporáneos del mensajero de Dios (pbd), o del taimado Ibn Taimiia y sus fatuas para el rubor de los musulmanes que estudian estas ciencias.
Tan evidente que proclaman la intangibilidad del Corán por un lado, pero en los hechos pesan más las narraciones y fatuas de su máximo mentor Ibn Taimiiah, aunque se contrapongan con el texto sagrado por excelencia de los musulmanes y esto se evidencia en sus debates donde los hadices misóginos tienen más peso que los versículos coránicos que ensalzan a la mujer. (Hay que tener en cuenta que hadices de tal naturaleza se encuentran en todo el orbe islámico, pero con un particular: los sabios bien guiados pusieron en el ático del olvido a las narraciones que se contradicen con El Sagrado Corán).
El dios del uahabismo es un dios antropomorfo, cruel, distante, injusto y vengativo, que si él lo desea llevará al justo al infierno y al impío al paraíso, y ni qué hablar de las iniquidades y fatuas para justificar la maldad y atropello de sus gobernantes, ya que el fiel debe obedecer a un sultán malvado, de acuerdo a algunas interpretaciones torcidas que realizan del Corán cuando habla de “la obediencia a la autoridad” (se supone autoridad justa y benévola).
Volver a las fuentes y purificar al Islam sonaba en los oídos de las masas musulmanas como el más bello adhan (llamado a la oración), si se tiene en cuenta el profundo encono del mundo islámico contra quienes desde hace poco más de trescientos años han expoliado no solo sus riquezas, sino la propia cultura del Islam, sea Francia, Inglaterra, EEUU o Italia, quienes colonizaron el Oriente Próximo, pero además por arcaicos prejuicios devenidos desde siglos cuando las Cruzadas irrumpieron en tierras del Islam y masacraron a sus habitantes, por lo que –más que por ignorancia supina y a causa de ese resentimiento- no le fue difícil al wahabismo penetrar el corpus del islam sunni. Así las cosas, la doctrina de los Saud encontró tierra feraz.
(Dicho sea a vuelo de pájaro, Cruzadas fallidas para occidente, pero recreadas en la voz del oficial francés Goraud, cuando tomó Damasco, pateó la tumba de Salahuddin (Saladino) y exclamó: “Despierta, Saladino. Hemos regresado. Mi presencia aquí consagra la victoria de la Cruz sobre la Media Luna” (El auge de Isis la nueva cruzada de occidente, Andrew Sharp, pag. 19, Editorial Babelcube).
Cuando se estableció la monarquía del viejo Abdul Aziz ibn Saud (1876-1953, su reinado duró cincuenta años) y su doctrina maliciosa comenzó a esparcirse por Egipto, el Golfo, Kwait y allí donde prodigaban sus petrodólares, el pueblo musulmán ignoraba de qué modo había llegado al poder, ni qué doctrina era esa que propugnaba destruir la historia misma del Profeta Muhammad (pbd); sus pertenencias (como la casa de su esposa Jadiyah (a) y todo lo que fuese de su familia), la prohibición de visitar su tumba, y la intención casi llevada a cabo de destruir la tumba del Enviado de Dios, que el rey egipcio por entonces Faruq ibn Fuad desbarató amenazando con una guerra.
Quienes adherían a la doctrina uahabi, tal como en la actualidad, no sabían que adherían a una herejía del islam, una deformación que nació bajo el influjo de las más grandes crueldades y calamidades de los pueblos que se resistieron a Saud en el desierto y que fueron masacrados. Hasta degollaban a los habitantes de una casa si les encontraban fotografías, según el escritor inglés David Howarth que no pudo esconder esas atrocidades a pesar de la apología que hace de Abdul Aziz ibn Saud en su libro El rey del desierto (The Desert King, Editorial de Ediciones Selectas, 1965, Traducción de Federico López Cruz, Buenos Aires).
(Aún hoy, cuando se recorren todos los pueblos de Yedda a La Meca y de Meca a Medina, circundados por ese desierto inmensurable, se puede advertir el temor de sus residentes, la solemnidad prodigada a los guardias uahabíes que están apostados con sus vestiduras blancas en el centro de las aldeas, sin armas, pero su sola presencia trae recuerdos atávicos de la sangre derramada por los Saud para coronarse rey).
La explosión del uahabismo
El rey que alguna vez dijo que todo el tesoro del reino lo cargaba en las alforjas de su camello, veía de qué modo los norteamericanos, que a partir de 1933 descubrieron grandísimos yacimientos de petróleo, lo enriquecieron como jamás pudo soñar. El reconocido británico St John Philby, asesor inmediato del rey, sospechosamente convertido al uahabismo, logró que el monarca diera en concesión a la empresa estadounidense Standard Oil of California (SOCAL), toda la explotación petrolífera del reino.
Allí comenzó el holocausto intelectual para cientos de millones de musulmanes en el mundo, que se vieron inundados por libros uahabíes en todos los idiomas posibles; mezquitas, madrasas (escuelas, pero escuelas coránicas, donde se privilegia la memoria antes que el conocimiento y con lavado de cerebro incluido), la llegada de jeques obtusos e intolerantes, una de las características de los estudiantes del uahabismo)
Miles de millones de dólares al servicio de una doctrina ajena al Islam recorrieron las cuatro escuelas sunnis. Algunos lugares donde shuiuj tradicionales (plural de sheij) estaban advertidos, se blindaron contra el empuje de la nueva doctrina presentada aviesamente como el islam original. (es digno de mencionar que algunas cofradías sufís del norte de Africa de la escuela Maliki resistieron esta “invasión” doctrinaria), pero Europa, Asia, Africa, América, no pudieron con la tentación de las generosas ayudas del reino uahabi. Los centros islámicos sunnis recibieron (y aún lo hacen) generosos estipendios dinerarios, viajes, visas fáciles para la Peregrinación que a otros se les dificulta y a los que se pone trabas).
Miles de estudiantes fueron becados a las universidades sauditas, con comodidades, departamentos, salarios, y decenas de miles regresaron a sus respectivos países para continuar con la difusión del novedoso islam, sueldo mediante por supuesto. Cabe no obstante tender un manto de misericordia a estos jóvenes que fueron fanatizados por el uahabismo, ya que fueron introducidos sin saber de qué se trataba. Para ellos Ibn Taimiiah era el epicentro de su islam y sus hadices eran más sagrados que los versículos del sagrado Corán, pues debatían en base a ellos, sin lógica y sin sentido crítico.
(Actualmente son decenas de los mismos egresados de sus universidades que ponen en discusión lo que aprendieron en los claustros sauditas y que se alejaron del uahabismo. En Argentina tenemos a varios de ellos muy conocidos).
Caso aparte es la subvención en India, Pakistán y Sudáfrica, a las madrasas coránicas, aprovechándose del pauperismo y del alto índice de analfabetos que pueblan esas aulas.
De allí parten por todo el mundo “peregrinos” que hablan de paz, que enseñan el uahabismo con libros extraídos de Ahmad ibn Hanbal, creador de la cuarta escuela del islam que lleva su nombre pero astutamente jamás presentan algún libro de Abdel Uahab, el mentor principal.
Quien escribe, hace cuarenta años que sigue la saga de estos grupos que no solo adoctrinan, sino reclutan jóvenes para becarlos en sus universidades en Pakistán, India o Sudáfrica, pero su ruta ideológica lleva a un pivote: Arabia Saudita.
Y así como desde que se apoderaron de La Meca y prohibieron las jutbas de los viernes (sermones) a las demás escuelas que se rotaban para tal fin, se presentaron al mundo sin hablar de las diferentes escuelas de pensamiento, política que redundó en su beneficio, como si el uahabismo fuera el islam original.
Penetraron en una de las más prestigiosas universidades del mundo islámico como la egipcia Al Azhar; también en Marruecos pero no pudieron penetrar en la shia a la que directamente trata como a una herejía cuya sangre de sus creyentes es lícito derramar.
De este modo la mayoría del Islam sunni de las cuatro escuelas, salvo excepciones como se citó, fueron infectados por la irreverencia uahabi.
Esa infestación recorrió las venas del islam sunni hasta  que hizo septicemia e hizo implosión estremeciendo al mundo por su crueldad, hasta explotar en las narices de sus mecenas. Luego la historia reciente y vívida del Daesh, al que llaman “Estado Islámico” apadrinado por los reyezuelos sauditas y el sueño turco otomanista de Erdogán, sin olvidar que cada musulmán que muere a manos de los mercenarios, es muerto por imperio de la CIA o el Mossad israelí, creadores de este engendro del mal.
Derrotarlos completamente es depurar las creencias, pero para tal cosa se debe destruir la matriz e inocular el antídoto contra este veneno y se debe enarbolar el Islam Muhammadiano en las santas ciudades de La Meca y Medina.
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*Ahmad Diab es el fundador del Centro Islámico de la Provincia de La Rioja, Encargado de los Asuntos Religiosos de esa Entidad;  Presidente de la Federación Argentina de Entidades Islámicas Yafaritas (FIYAR), Profesor de la Cátedra de Islam de la Universidad Nacional de La Rioja (UNLAR), Periodista, Director y asesor de varios periódicos, autor del libro “La caída de Maza”y “El Perfume de la Profecía” (en imprenta); Premio Nacional Télam 2009 al Periodismo, entre otras actividades.

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