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viernes, 13 de octubre de 2017

¿Julio Verne en Guerrero?

Junio 09, 2004
Ismael Catalán Alarcón
 “De los cuatro puertos que México tiene en el océano Pacífico: San Blas, Zacatula, Tehuantepec y Acapulco, éste último es el que ofrece mas recursos para los buques. La ciudad, mal construida, es además malsana; pero en cambio la rada (ensenada donde pueden guarecerse las naves) es segura y podría fácilmente contener cien buques. Altos peñascos abrigan a las embarcaciones por todos lados y forman un puerto tan tranquilo, que un extranjero que llegase por tierra le creería un lago encerrado en un círculo de montañas”.
“Acapulco en aquella época, estaba protegido por tres bastiones que lo flanqueaban por la derecha, y a la entrada de la rada estaba defendida por una batería de siete piezas de artillería, que en caso de necesidad podría cruzar en ángulo recto sus fuegos con el Fuerte de San Diego. Este, previsto de 30 piezas de artillería, dominaba la rada entera, y desde él podría echarse a pique todo buque que intentara forzar la entrada al puerto”.
Este elocuente texto fue extraído de la novela corta Un drama en México del destacado escritor francés Julio Verne, escrita en 1904. En ella, describe con asombrosa precisión al Acapulco del que él tuvo conocimiento allá por 1825. Es una amena novela de viajes, en la que Verne describe un motín a bordo de dos embarcaciones españolas, su travesía y el desenlace trágico de los aventureros.
Los barcos Asia y La Constancia eran tripulados por unos aventureros españoles que partieron de Filipinas rumbo a México, con la finalidad de obtener riqueza fácil. Durante la travesía el teniente Martínez, el gaviero José y algunos miembros de la tripulación deciden amotinarse y urden un plan para apoderarse de las embarcaciones y venderlas posteriormente al gobierno de la naciente República Mexicana.
Luego de apoderarse de las naves, los aventureros llegan al puerto de Acapulco. De allí, Martínez y José, emprenden un emocionante viaje a pie hasta la ciudad de México, para ofrecer en venta al presidente Guadalupe Victoria sus dos embarcaciones. En ese momento es cuando se inicia lo más interesante de la obra, ya que hace una valiosa descripción de poblaciones, paisajes, gentes, pueblos, climas y gastronomía de la entidad.
Rumbo a la ciudad de México
Vene narra que los viajeros inician su travesía a pie desde el puerto de Acapulco hacia la ciudad de México, misma que les tomaría entre cuatro y cinco días. En la primera jornada logran llegar a la aldea de Pigualán. “Esta aldea no se componía más que por algunas cabañas habitadas por pobres indios de los que llaman mansos, dedicados a la agricultura. Los indígenas sedentarios son en lo general, muy perezosos, porque para mantenerse no tienen mas que recoger las riquezas que le prodiga aquella fecunda tierra, así su holgazanería les distingue habitualmente, tanto de los indios que habitan las llanuras superiores, y a quienes la necesidad ha hecho industriosos, como de los nómadas del norte, que viviendo de depredaciones y rapiña, no han tenido nunca moradas fijas”.
Al amanecer del siguiente día, continúan su viaje. El terreno iba subiendo una vez más. “La intensa llanura de Chilpancingo, donde reina el más hermoso clima de México, no tardó en extenderse hasta los límites extremos del horizonte. Aquella región que pertenece a las tierras templadas, está ubicada a mil 500 metros sobre el nivel del mar y no conoce ni el calor de las tierras inferiores, ni el frío de las zonas elevadas”.
Después de este oasis, los dos españoles llegan a la aldea de San Pedro; ahí descansaron unas horas, para luego encaminarse a la población de Tetela del Río. Luego, deciden pasar la noche en Taxco “por ser una gran ciudad”.
De la ciudad platera dice Verne que “tiene un hermoso cielo y un buen clima. Allí el sol es menos ardiente que a orillas del mar”. Al regreso (de la capital mexicana) “me radicaré en esta hermosa región de México”, decide el gaviero José.
Ya hospedados en Taxco, en una posada en la calle principal, “sentáronse a la mesa uno frente al otro y acometieron una cena que hubiera sido suculenta para paladares indígenas, pero que sólo a causa del hambre podría ser soportable para paladares europeos”.
Al siguiente día mientras hacían ensillar sus caballos y les llenaban sus alforjas de tortas de maíz, granadas y carnes secas, admiraban a mil 500 metros de altura sobre el nivel del mar, y contrastaban los “árboles importados por la conquista con la vegetación indígena”.
El destino les da un revés
Los dos aventureros, casi al tiempo de emprender la recta final de su viaje al centro del país, decían: “respirar con delicia en aquella temperatura media, de 20 a 22 grados, común a las zonas de Jalapa y de Chilpancingo”.
Con algunas dificultades llegan a Cuernavaca, después, deciden ir a la ciudad de México, por el cerro que los indígenas llamaban humeante, que no era otro que el volcán Popocatepetl.
Por esa ruta, los españoles ambiciosos sufrieron las inclemencias del tiempo y les llegó el remordimiento de haber asesinado jornadas atrás a algunos de sus compañeros de viaje y de haber permitido escapar también a Pablo y a Jacobo.
A medida que se acercaban a la ciudad de México, el teniente Martínez decide llevar a cabo su plan: deshacerse de José.
Con su gran puñal lo asesina y emprende una frenética carre

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